Desde principios del siglo XX se suceden las tentativas de subvertir el espacio público como un lugar para el control político y el consumo desenfrenado. No obstante, es durante los años sesenta cuando proliferan los experimentos cuyo objetivo es reinventar, desde lo lúdico, otras formas de vivir las ciudades.

El playground se convierte aquí en metáfora para la discrepancia festiva. La escritura y el dibujo devienen métodos con los cuales trascender el modelo utilitario, racional e higienista y, al mismo tiempo, con los que organizar la experiencia metropolitana colectiva.

Se trata, por tanto, de concebir el territorio como una suerte de página pendiente de su escritura e incluso atenta a múltiples escrituras, al tachón que permite precisar mejor una idea, al adjetivo que añade cierta particularidad, al adverbio que enlaza un pensamiento con su contrario.

Frente al edificio que compite en vertical y hacia arriba, el bosquejo o esquema en movimiento que se extiende por los suelos, construyendo la urbe mientras esta se maneja comunitariamente.