Barcelona
ciudad
Xavier Matilla Ayala
Octubre 2022
A menudo olvidamos qué es la ciudad. La ciudad no es un edificio al lado de otro, o una secuencia de calles, ni tan solo personas viviendo las unas al lado de las otras. Tampoco es un tablero de valores económicos e inversiones. La ciudad es aquello que hacemos colectivamente. La ciudad cobra sentido cuando se hace posible la vida colectiva, cuando se hace posible que personas diversas interactúen y configuren colectivamente su hábitat. Como bien nos explicaba Jane Jacobs, «las ciudades tienen la capacidad de aportar algo a todo el mundo, solo porque y solo cuando se han creado para todo el
mundo».1
La dimensión social y cultural (civitas) y la dimensión política (polis) configuran su dimensión física (urbe). Y al revés, la dimensión física hace posible, potencia, facilita o condiciona la vida social, cultural y política en la ciudad. Por lo tanto, la ciudad no es estrictamente su forma física, sino aquello que su forma física posibilita. Personas que habitan colectivamente. La ciudad es el reflejo de una manera de vivir, una manera de entender cómo se tiene que vivir.
Barcelona es una ciudad global y al mismo tiempo una ciudad de barrios. En frente tenemos el reto de encontrar el equilibrio entre la dimensión global de Barcelona, con impactos positivos pero también negativos, y la vida cotidiana que necesitan sus vecinos y vecinas. Es decir, aquello que la configura como una verdadera ciudad, como un hábitat colectivo.
Eso es precisamente lo que nos permite capturar el presente libro a través de la fotografía. Cómo se practica la acción de habitar en la ciudad de Barcelona a través del urbanismo y la arquitectura que se han impulsado y realizado durante la última década. Cómo se recupera, preserva o potencia la vida cotidiana en la ciudad. A través de proyectos de espacio público, vivienda pública y equipamientos, percibimos una ciudad en transformación, que está adaptando sus condiciones morfológicas para generar las condiciones que hacen posible vivir colectivamente en la ciudad.
Barcelona no destaca por ser una ciudad representativa de un periodo histórico concreto, como pueden ser otras ciudades. Pero, en cambio, es una ciudad en la cual se pueden encontrar ejemplos de arquitecturas de máxima relevancia de varios periodos históricos, y ejemplos de transformación urbana referentes y pioneros que han tenido la capacidad de generar un salto de modelo global de la ciudad. La abertura de la calle de Ferran en la primera mitad del siglo XIX y la definición de una nueva idea de calle; L’Eixample de Cerdà en 1859, que establecía una nueva idea y escala de ciudad, o el proyecto de nuevas áreas de centralidad en los años ochenta como propuesta de reequilibrio global demuestran que Barcelona es una ciudad que ha estado permanentemente atenta, en cada momento histórico, preocupada de cómo adaptarse a los retos y las demandas existentes. Y todavía más importante, que ha tenido la voluntad y la capacidad técnica, política y social de dar respuestas y situarse a la vanguardia, explorando y arriesgando, en busca de soluciones técnicas y estéticas innovadoras ante las necesidades existentes. Barcelona también se caracteriza por las discusiones y polémicas internas ante las apuestas y los proyectos innovadores en contraposición con el reconocimiento internacional positivo. Una historia urbana con luces y sombras, aciertos y errores, pero siempre con una idea de ciudad como motor de la evolución.
De esta manera podemos repasar la historia de la ciudad a través de periodos significativos en su proceso evolutivo, en los cuales la ciudad ha cambiado su rango y se ha enfocado hacia una nueva manera de entender cómo tenemos que vivir colectivamente.
Nos encontramos actualmente en uno de estos momentos significativos en los cuales la ciudad está reconfigurando su modelo. Nos explicaba Manuel de Solà-Morales que para hacer ciudad se necesitan dos cosas: infraestructura de apoyo y una idea de urbanidad.2 Precisamente estos son los dos principios que la ciudad está transformando actualmente ante los problemas y retos ambientales y sociales contemporáneos. ¿Cómo tiene que ser la ciudad hoy en día para que sea verdaderamente un lugar donde vivir saludable y colectivamente, sin exclusiones?
La ciudad de Barcelona ha estado históricamente muy ligada al urbanismo y al diseño del espacio público. Hay algunas constantes que han hecho de Barcelona una ciudad con un modelo urbano reconocible y reconocido internacionalmente. Quizás el hecho de que es una ciudad relativamente pequeña, si la comparamos con otras grandes ciudades, ha facilitado que en los diferentes momentos recientes de transformación se hayan abordado los cambios desde una visión global de la ciudad, desde la voluntad de cambio sistémico.
Las actuaciones llevadas a cabo en los años ochenta, a partir de la implantación del Ayuntamiento democrático, se convirtieron en referentes mundiales en el mundo de la arquitectura, el urbanismo y el diseño. Sin duda, el Plan general metropolitano de 1976 es el ejemplo más evidente de eso, con su voluntad de reestructurar y reequipar la ciudad metropolitana después de su periodo desarrollista, estableciendo una nueva estructura y nuevos estándares de dotación de espacios públicos y equipamientos que permitieron posteriormente obtenerlos y, por lo tanto, mejorar las condiciones urbanas en todos los barrios de la ciudad metropolitana.
Cuando posteriormente se plantean las nuevas áreas de centralidad,3 verdadera operación urbanística en la que se basa el proyecto olímpico, se visualiza un nuevo orden policéntrico para toda la ciudad, con el objetivo de dotar de nuevos espacios y usos los territorios faltos de espacios referenciales y de redistribuir actuaciones de transformación con el fin de reequilibrar la globalidad.
Con el lema proclamado por Oriol Bohigas «Recuperar el centro, monumentalizar la periferia»,4 el espacio público ha sido considerado una herramienta para equilibrar y dotar de calidad toda la ciudad, desde los barrios más centrales hasta los que en aquel momento se consideraban barrios periféricos. Entender el espacio público como un espacio de urbanidad, como un espacio estratégico, como un espacio catalizador del reequilibrio en la ciudad, se convirtió en la verdadera revolución.
Esta estrategia cristalizó en una forma de hacer y un lenguaje formal que respondían a las necesidades de aquel momento y que, sumados a una serie de acontecimientos internacionales y políticas exteriores, hicieron que Barcelona fuera reconocida por todo el mundo. Estas actuaciones respondían, con virtudes y defectos, a los retos de la ciudad de aquel momento.
Hoy, 40 años después de aquellas actuaciones, la ciudad y el mundo están enmarcados en otro contexto y afrontan otros retos, algunos de ellos muy urgentes. ¿Cuáles son las nuevas demandas y los nuevos retos que orientan el actual modelo urbano de Barcelona?
Barcelona es una ciudad pequeña, compacta y continua, con solo 102 km2 de superficie y una población de 1,6 millones de habitantes, una de las ciudades con más densidad de población de Europa, con 16.378 hab./km2. Estas condiciones permiten que el tejido urbano, gracias a su intensidad urbana, pueda ser muy eficiente y generar condiciones de vida de proximidad y una estructura pericéntrica; eso sí, siempre que el espacio público disponga de las características apropiadas que permitan aportar los servicios sociales y ambientales que la densidad de población necesita. A pesar de las buenas condiciones morfológicas de la ciudad, en estos momentos nos enfrentamos a algunas problemáticas y nuevos retos importantes. La pandemia y las restricciones derivadas de la COVID-19 nos han demostrado que es muy importante disponer de una vivienda digna y de los servicios y equipamientos básicos a distancias cortas.
La idea de proximidad es una calidad que la ciudad ha aplicado desde los años ochenta creando redes de equipamientos públicos por toda la ciudad. Los nuevos equipamientos mantienen una clara vocación de hacer ciudad, se adaptan a su contexto urbano y lo mejoran, se abren y se relacionan con el espacio público. Pero los programas, las tipologías y las tecnologías constructivas están evolucionando como respuesta a las nuevas demandas sociales y ambientales. Desde una perspectiva programática, han aparecido nuevos equipamientos como el Centro LGTBI, en la calle del Comte Borrell, o el Ateneo de Innovación Digital y Democrática en el Canódromo, como respuesta a nuevas necesidades sociales. Al mismo tiempo han aparecido un conjunto de nuevos equipamientos pioneros con respecto a la incorporación de criterios de sostenibilidad en la construcción y el funcionamiento, como el edificio Porta Trinitat o el pabellón deportivo del Turó de la Peira. Hay que hacer una mención especial a la nueva Biblioteca García Márquez, en Sant Martí de Provençals, un equipamiento que significa un avance tipológico importante como biblioteca, entendida como espacio amable y diverso, adaptado a todos los perfiles, y al mismo tiempo un avance en los sistemas constructivos y materiales utilizados.
Cuando hablamos de proximidad, nos referimos evidentemente a la condición de equipamientos bien distribuidos y a una ciudad de usos mixtos, pero también y sobre todo a la necesidad de garantizar que todo el mundo pueda acceder a una vivienda digna. Desgraciadamente Barcelona arrastra un importante déficit histórico de políticas públicas de vivienda que permitan facilitar el acceso a la vivienda a todo el mundo. El esfuerzo que se está realizando en estos momentos para cambiar la situación, ampliando y equilibrando por toda la ciudad el parque de viviendas de alquiler público, es enorme, el mayor que se ha hecho nunca. Por un lado, se han diversificado los instrumentos para incrementar el parque utilizando el derecho de tanteo y retracto para comprar fincas y estableciendo nuevos mecanismos de gestión con derechos de superficie y promociones delegadas o con nuevos instrumentos urbanísticos, como la cesión obligatoria del 30 % de la edificabilidad para vivienda de protección en nuevas licencias de viviendas o el cambio de condiciones urbanísticas en el ámbito del 22@ para incrementar su capacidad residencial. Y por el otro, se está innovando en las tecnologías y soluciones constructivas industrializadas que permiten construir de manera más rápida y reutilizando materiales, como en los APROP de Ciutat de Vella y las Glòries.
La idea de proximidad está estrechamente vinculada a la preservación y valorización del patrimonio edificado, como estrategia ambiental que evite derribos innecesarios y como nuevo paradigma de lo que tiene que ser considerado patrimonio. La modificación del Plan general metropolitano (MPGM) del barrio de Gràcia o el plan de futuro para el barrio de Can Peguera representan una nueva sensibilidad con respecto a la idea de patrimonio, e incorporan como protección patrimonial también aquello que configura la identidad de los barrios, el paisaje urbano de la vida cotidiana y lo que reconocemos como memoria colectiva.
También construye proximidad la transformación de históricos recintos cerrados en nuevos espacios con usos abiertos a la ciudadanía. La transformación de la antigua prisión de la Modelo significará no solo la preservación de la memoria del lugar, sino también la creación de un nuevo nodo de equipamientos para el barrio de la Esquerra de l’Eixample y al mismo tiempo la creación de nueva vivienda pública. O la transformación del Puerto Olímpico, un espacio que se había alejado de la dinámica urbana y que con su transformación física y programática es reincorporado como un nuevo espacio urbano.
El desarrollo de la ciudad industrial a partir de la mitad del siglo pasado se fundamentaba en la movilidad en vehículo privado, y la ocupación y el diseño del espacio público quedaron condicionados a la presencia de este medio de transporte. Esta preferencia ha quedado reflejada en vías y calles pensadas para el tráfico privado, donde los peatones y los ciudadanos han quedado desplazados a los márgenes, mientras que el vehículo privado ocupa el centro y acaba invadiendo también los espacios marginales e incluso los espacios de las plazas y los jardines, congestiona la ciudad y reduce a la mínima expresión el espacio útil para el ciudadano.
En estos momentos más del 50 % de la superficie de las calles de Barcelona está destinada al uso del coche. Existe un importante déficit de zonas verdes. El índice global de la ciudad se sitúa en 6 m2 de zona verde por habitante, muy por debajo del índice recomendado por la OMS, que se sitúa entre los 10 y 15 m2 por habitante.
Esta situación tiene impactos enormemente negativos en términos ambientales, pero también en la esfera social. Es conocido el libro Livable Streets, de Donald Appelyard,5 en el que demostró que la intensidad de tráfico en una calle es inversamente proporcional a las relaciones sociales que establecen entre ellos los vecinos y vecinas que viven allí. Además, se trata de una situación totalmente injusta, en la cual los usuarios de vehículos, minoritarios en términos cuantitativos, ocupan mucho más espacio que el resto de usuarios, que son mayoritarios.
Para avanzar hacia una ciudad con músculo y cohesión social, hay que actuar para cambiar esta situación. Regenerar la ciudad pasa también por recuperar el espacio para la ciudadanía, potenciar los usos cotidianos de la vía pública y favorecer la conectividad a pie entre barrios, con medios de transporte más saludables y sostenibles (bicicleta, patinete…) o en transporte público colectivo para distancias más largas. Es destacable el incremento de la red ciclable en los últimos años y, especialmente, la creación de carriles bici en grandes ejes de la ciudad con escala metropolitana como la calle de Aragó, la calle de València o la avenida Meridiana.
También hay que adaptar el diseño del espacio público a la vida cotidiana para hacer un espacio más amable con las personas, aplicando perspectiva de género y priorizando las necesidades de los perfiles más frágiles, como los niños y las personas mayores.
En este sentido, las escuelas se han convertido en un espacio estratégico de intervención. El programa «Protegemos las escuelas» ha mejorado ya los entornos escolares de 200 escuelas, y espera mejorar los entornos de todas las escuelas de la ciudad, unas 600, en los próximos años. Las intervenciones han permitido ampliar el espacio público disponible en los accesos a los centros, en detrimento de espacio para vehículos, y dotarlo de nueva habitabilidad con mobiliario y verde urbano. En algunos casos, como la Escuela Lavínia, se ha creado una calle escuela, destinada exclusivamente al uso social de niños y familias; en otros casos se ha procedido a la ampliación táctica de las aceras, como en el caso de la Escuela Grèvol o dela Escuela Xirinacs, situada en un chaflán de L’Eixample. También se mejora la seguridad reduciendo la velocidad máxima de los vehículos a 30 km/h, y se implementa una nueva señalización gráfica que permite a todo el mundo, y específicamente a los conductores, identificar que circulan en un entorno escolar.
El espacio interior de las escuelas también es objeto de transformación. El programa «Escuelas refugio» ha transformado hasta el momento once escuelas de la ciudad en refugios climáticos incorporando en sus patios verde urbano, arbolado, elementos de sombra y espacios de agua con el fin de convertirlos en espacios protegidos ante el impacto de las olas de calor.
Otro vector conductor de las transformaciones del espacio público es el juego infantil. El Ayuntamiento de Barcelona aprobó el Plan del juego en el espacio público con horizonte 20306 en el año 2019. Este plan parte de la idea fundamental de hacer una ciudad amable con los niños fomentando el juego infantil como actividad física y saludable y también como actividad colectiva y social. Y propone constituir un ecosistema de espacios jugables de diferentes tamaños y tipologías de juego diversos, distribuidos con criterio de proximidad y homogéneamente por todos los barrios de la ciudad. Destacan los juegos singulares de la ballena, en el Parque Central de Nou Barris; el pulpo, en el parque de La Pegaso, o la nueva área de juego infantil en la plaza de Sant Miquel como actuaciones insignes del programa.7
Existe actualmente el consenso científico sobre el cambio climático, su irreversibilidad y sus efectos y una concienciación general creciente sobre la necesidad de mitigarlos hasta donde sea posible y de adaptarse a los que ya son irreversibles.
La Declaración de emergencia climática de Barcelona, del 15 de enero de 2020,8 propone una serie de estrategias y acciones concretas dentro de un cambio de modelo urbano e integra la variable climática en todos los procesos de transformación y gestión de la forma urbana: aumentando el verde, permeabilizando la ciudad, recuperando los suelos naturales y descarbonizando los tejidos edificados, la actividad económica y la movilidad.
Hay que aclarar que naturalizar no quiere decir únicamente incrementar el verde urbano, quiere decir fundamentalmente recuperar condiciones ambientales saludables. Por lo tanto, lo primero que hay que hacer es dejar de contaminar. No sirve de nada incrementar el verde en la ciudad si antes no reducimos las fuentes contaminantes. Tal como lo describe el Plan de acción por la emergencia climática
2030,9 una tercera parte de las emisiones de CO2 de la ciudad provienen del transporte. Por eso son esenciales, en primer lugar, las medidas de gestión de la movilidad, como la zona de bajas emisiones, que avancen hacia la reducción de las emisiones en el transporte. Igualmente esencial es recuperar el espacio destinado al vehículo motorizado para nuevas infraestructuras verdes y usos sociales, y la movilidad sostenible, y eso se tiene que planificar, estructurar y conectar. El verde tiene que ser funcional, no simplemente contemplativo, ornamental o decorativo. Tiene que ser ecológica y metabólicamente funcional, sostenible y resiliente y cumplir todas las funciones y toda la potencialidad que puede desarrollar para proporcionar todos los servicios socioambientales posibles.
En los últimos años se ha impulsado un incremento del verde urbano sin precedentes, tanto con respecto a la cantidad como con respecto a la diversificación: desde nuevos parques urbanos como los jardines del Doctor Pla i Armengol, la plaza de Sóller, el parque del Aqüeducte en Ciutat Meridiana, el parque Santiburcio o el parque Central de la Marina del Prat Vermell, hasta la incorporación de verde urbano en los proyectos de nuevas calles como las calles de Cristóbal de Moura y Bolívia y otras calles nuevas en el barrio del Bon Pastor.
Hay que añadir el impulso para extender el proceso de naturalización a los tejidos edificados. Mediante el Concurso de Cubiertas Verdes,10 se ha dado impulso al proceso de recuperación de las azoteas de Barcelona como espacios donde poder incorporar la naturaleza, pero también como espacios de vida comunitaria. Destaca el proyecto de la cubierta del edificio Porxos d’en Xifré. También la recuperación y mejora de paredes medianeras como espacios de verde urbano, como es el caso de la medianera de la plaza de las Dones del 36.
Destaca por encima de todas las actuaciones la del nuevo parque de las Glòries, la transformación de una gran infraestructura de hormigón elevada para vehículos en un nuevo parque, concebido como una nueva centralidad urbana, que ordena tejidos existentes y nuevas edificaciones y equipamientos a su alrededor y establece nuevas continuidades entre barrios que históricamente han estado separados por una gran infraestructura vial. Con una superficie total de casi 10 ha, el nuevo parque es una gran canopia e incorpora ámbitos funcionales diversos, para juegos infantiles, actos públicos o actividades deportivas, entre otros.
El verde urbano como elemento principal de la infraestructura natural cumple una multitud de funciones en varias escalas que mejoran la calidad de la ciudad en su conjunto y también la calidad de vida de sus habitantes en la esfera particular. Además, este elemento bien distribuido y mantenido por el territorio constituye un servicio y una infraestructura democrática e igualitaria al servicio de toda la ciudadanía.
Dejar de contaminar, recuperar espacio, incrementar y conectar el verde urbano y fomentar las relaciones comunitarias: el programa que mejor explica este proceso de naturalización y de fomento y mejora de la vida cotidiana es Supermanzana
Barcelona,11 basado en una idea básica pero poderosa: construir un nuevo modelo de movilidad más eficiente, que contamine menos y ocupe menos espacio, priorizando el transporte público, las bicicletas y los peatones, para poder liberar una de cada tres calles del tráfico de paso y convertirlas en ejes verdes destinados a espacios de uso social y más verde urbano. Las primeras experiencias en el Poblenou y Sant Antoni nos han demostrado que la implementación de supermanzanas mejora las condiciones ambientales, reduce significativamente tanto la contaminación atmosférica como acústica, fomenta las actividades colectivas en el espacio público y potencia el comercio de proximidad. Una idea que recupera el espíritu del proyecto de Eixample de Cerdà y pone la salud y la higiene públicas en el centro para conseguir un tejido urbano más igualitario.
Es un modelo aplicable a todas las transformaciones de espacio público, como la transformación de la avenida Meridiana, en la cual se ha reducido espacio de asfalto para el vehículo privado para incorporar una franja central con más árboles y verde urbano y un nuevo carril bici. O la transformación de la calle Gran de Sant Andreu, con la configuración en plataforma única y pacificación del tráfico para mejorar la habitabilidad y favorecer el comercio de proximidad.
Se trata de la construcción de una verdadera infraestructura ambiental y social para toda la ciudad. Un verdadero cambio sistémico, que significará la mejora de la calidad ambiental y más espacios de uso social en toda la ciudad.
Según un estudio de ISGlobal presentado en el 2019,12 664 muertes prematuras se podrían evitar cada año si se implantara el modelo de supermanzanas en toda la ciudad. El estudio indica que para una distribución equitativa de los impactos beneficiosos de la salud el modelo se tiene que implementar de forma consistente en toda la ciudad.
Por lo tanto, es urgente recuperar espacio destinado al vehículo motorizado para nuevas infraestructuras verdes, usos sociales y movilidad sostenible, y eso también requiere nuevos instrumentos. La manera más rápida y eficiente de hacerlo es mediante actuaciones tácticas, que permiten modificar funcionalmente el espacio recuperado con pocos recursos y avanzar hacia la transformación definitiva. Actuaciones tácticas llevadas a cabo en los ámbitos de supermanzana en el Poblenou y en Sant Antoni han permitido dotar estos espacios de una nueva habitabilidad. El programa «Abrimos calles» permite que calles habitualmente masificadas de vehículos, como la calle de Aragó, la calle de Sants o la calle Gran de Gràcia, se cierren al tráfico durante el fin de semana y se abran a las personas.
Supermanzana Barcelona también representa un nuevo modelo de ciudad colaborativo, con la participación de entidades y vecinos y vecinas, para definir y desarrollar el proyecto, a través de la creación de un grupo impulsor abierto a toda la ciudadanía, así como mesas y consejos sectoriales de accesibilidad, medio ambiente, comercio y movilidad, entre otros. Gracias también a nuevos instrumentos digitales como es la plataforma digital de código abierto Decidim, que permite organizar los diversos procesos, así como garantizar su trazabilidad.
A diferencia de otros momentos en los cuales la ciudad abordaba transformaciones de grandes ámbitos, en estos momentos hablamos de múltiples transformaciones distribuidas por toda la ciudad, de menos alcance pero de una gran ambición: la mejora global de la ciudad. Necesitamos una regeneración sistémica con el objetivo de hacer frente a los dos grandes retos urbanos del momento: la justicia social y el cambio climático.
Este libro, por lo tanto, no es uno recopilación de fotografías de proyectos magníficos, sino el testimonio de un momento de cambio global en la ciudad. Un libro testimonio de «nuevos lugares para vivir» gracias a las actuaciones urbanísticas y arquitectónicas más significativas de los últimos años en la ciudad de Barcelona (2015-2022). Proyectos preocupados por aquello que da sentido a la dimensión colectiva y comunitaria de la ciudad.
También es una reivindicación de la necesaria acción pública en la ciudad como instrumento que vele por la colectividad. Es el reflejo de un momento de cambio impulsado desde políticas públicas que reconocen en la ciudadanía el argumento y la justificación, con el convencimiento de que la ciudad tiene que ser por encima de cualquier consideración un lugar para vivir, para las personas y en especial para las más frágiles y vulnerables. Un espacio feminista, inclusivo.
Un libro que sin duda es un mensaje optimista y esperanzador para el futuro de las ciudades. Ante los mensajes pesimistas que proyectan un destino trágico para las ciudades, los procesos de transformación y los sitios resultantes en Barcelona que muestra el presente libro demuestran que es posible construir un futuro mejor para las ciudades.
Xavier Matilla es arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona.