Declaración emergencia climática de Barcelona
Esto no es un simulacro
El 15 de enero de 2020, la ciudad de Barcelona declara la emergencia climática y acelera una serie de cambios que comprometen a todos los agentes de la ciudad. Las evidencias científicas irrefutables y los efectos de la crisis climática global que ya estamos sufriendo nos llevan a actuar de manera urgente y contundente.
Todavía estamos a tiempo.
Ahora o nunca.
Según los últimos estudios del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático, si la temperatura media global de la Tierra aumentara más de 1,5 °C, provocaría daños irreversibles que afectarían a nuestra supervivencia. Si se sigue el ritmo actual de emisiones podemos llegar a los 3 °C a finales de siglo. Por lo tanto, hay que orientar urgentemente todo el sistema para dejar a cero las emisiones de carbono en el 2050.
Solo cinco países emiten casi el 60 % de las emisiones de gases con efecto invernadero, y solo veinte empresas multinacionales, el 35 %. La justicia climática significa que quien tenga más responsabilidad haga más esfuerzos. No se puede cargar más sobre los que sufren las peores consecuencias y tienen menos opciones para adaptarse. Más que nunca, necesitamos cuidar de las personas más vulnerables y obligar a los que más pueden a hacer acciones transformadoras.
Las ciudades tienen buena parte de la solución en sus manos y es preciso que lideren las principales reivindicaciones. El Ayuntamiento de Barcelona quiere encabezar esta oportunidad para acelerar cambios necesarios y transversales en nuestras maneras de vivir. Necesitamos la implicación de todas las personas y unir fuerzas con todos los agentes implicados.
El cambio climático es responsabilidad de todo el mundo
Tenemos que trabajar conjuntamente
Los gobiernos y las administraciones tienen que poner en marcha medidas efectivas en el marco de sus competencias con responsabilidad y valentía. El Ayuntamiento aporta medidas propias, pero es necesario que el resto de administraciones también asuman sus responsabilidades. El puerto y el aeropuerto son responsables del 12,86 % de las emisiones de CO2 relacionadas con la ciudad y de una huella de carbono mucho más elevada que la atribuible a la ciudad. Tienen, pues, un papel muy importante a la hora de frenar los efectos que ya estamos notando. También lo tienen la Generalitat de Catalunya haciendo cumplir la ley catalana de cambio climático y el Estado español, que debe detener la subvención de combustibles fósiles y promover decididamente el paso a las renovables, entre otras acciones urgentes.
Las empresas y las organizaciones también deben contribuir contratando productos y servicios respetuosos con el medio ambiente, sobre todo energías renovables, e impulsando de forma decidida la economía circular y la reducción de residuos más allá de las grandes declaraciones y el márquetin. La responsabilidad de las empresas generadoras y comercializadoras de energía, así como la de los sectores del transporte, la movilidad, el consumo y la alimentación, es aún mayor.
En todos los casos, deben promover que sus trabajadores y trabajadoras consuman y se desplacen de manera sostenible. Ya no son opciones, sino necesidades.
La ciudadanía empuja para que los efectos de las medidas sean más rápidos con un cambio cultural que ya está cuajando, si prestamos atención a la ola de movilizaciones mundial. Los movimientos sociales piden asegurar el futuro con justicia y equidad. El activismo en la vida cotidiana supone reivindicar y consumir con criterios éticos respecto a las personas, el medio ambiente y el resto de los seres vivos. El debate y las propuestas ciudadanas deben canalizarse hacia los que pueden hacer transformaciones tangibles en beneficio de todos.
Aceleremos la acción
Barcelona tiene que dar una respuesta contundente y estar a la altura de las alertas del mundo científico y de las reclamaciones de la ciudadanía. Por eso pretende ser neutra en carbono para el 2050 y reducir, el año 2030 un 50 % de las emisiones de gases de efecto invernadero con respecto a los valores de 1992. Eso implica reducir en torno a 1.950.000 toneladas de GEH. El reto es muy grande, pero no actuar es mucho más arriesgado. Se trata de una transición profunda que ya ha empezado: