Manuel Delgado: 'La monitorización de la infancia acabó con las hogueras de San Juan'
En el año 1970 se encendieron 822 hogueras de San Juan en Barcelona, una cifra que fue decreciendo con el paso de los años hasta llegar a 14 en el año 2001. ¿Qué pasó para que los fuegos entraran en decadencia? El antropólogo Manuel Delgado lo tiene muy claro: los niños, que eran los encargados de hacerlas, se vieron apartados de la calle porque esta dejó de verse como un espacio de socialización y pasó a ser una fuente de peligros. El antropólogo ha dirigido un estudio que explica este fenómeno y que forma parte del libro La nit de Sant Joan a Barcelona ("La noche de San Juan en Barcelona"), un análisis de la historia de esta fiesta en la ciudad desde todas las vertientes posibles: la historiografía, la antropología, el folclore…
A veces se cree que las hogueras de San Juan entraron en decadencia por el asfalto de las calles, el aumento del tráfico, la urbanización… Pero el trabajo de campo que ha hecho con la universidad para el libro La nit de Sant Joan a Barcelona lo desmiente.
Hay diferentes factores que intervinieron en la decadencia y prácticamente la extinción de las hogueras populares de San Juan. Por ejemplo, el énfasis al aplicar las prohibiciones porque se ha de mantener una imagen de Barcelona que parezca una revista y también fenómenos como el aumento de vehículos. Pero más allá de los coches o las prohibiciones (que estuvieron ahí durante siglos), el factor clave por el que las hogueras entraron en decadencia fue que simplemente dejaron de hacerse: nadie las montó.
¿Y quién las montaba?
Los chicos del barrio, pandillas de preadolescentes de entre 8 y 15 años. A partir de un cierto momento los muchachos desaparecieron de la calle. Montar una hoguera de San Juan no era la única actividad que hacían: gran parte de la vida de estos jóvenes la hacía en la calle. Desde que salían de la escuela hasta que volvían a casa, cuando oscurecía, podían pasar tres o cuatro horas. Y durante este rato, en este espacio se desplegaba un tipo muy específico de sociabilidad en el que, además de pasar el tiempo libre y jugar se aprendían cosas que iban a ser esenciales para la vida futura de un niño.
¿Qué se aprendía?
Cosas que no se aprenden en la escuela o en casa, como por ejemplo la amistad o la responsabilidad… En la calle se desarrollaban competencias que no te puede enseñar nadie más, como administrar tu propio tiempo, tener sensación de libertad (por mucho que fuera relativa, porque indirectamente siempre había alguien que vigilaba). Como niño tenías la evidencia de que eras libre y tu tiempo era tuyo, de que te estabas autogestionando. Buena parte de mi generación y también la posterior cogió todo eso de la calle. Y cualquiera que haya oído las canciones de Serrat sabrá bien de qué hablo.
A esto se refiere en el libro cuando habla de la pandilla, la calle y el barrio como instituciones sociales…
Sí, eran unas instituciones sociales muy importantes que se perdieron. De hecho, eran antisociales porque tenían un punto de rebeldía, pero la comunidad entera era consciente de su importancia. La rebeldía se entendía como una fuente de información de la vida que circulaba en este tipo de interfaz, que estaba en medio de instituciones reconocidas como tales, como la familia o la escuela. Pero lo que pasaba en la calle también era una institución social y tenía su utilidad. Era una forma de pedagogía de la que en última instancia la sociedad era responsable.
Montar una hoguera por San Juan formaba parte del juego de la pandilla.
Poca gente es consciente de todo el procedimiento que implica montar una hoguera: el trabajo empezaba dos semanas antes e implicaba no solo ir a recoger la madera casa por casa, sino esconderla. Había que esconderla de las otras pandillas y de la Guardia Urbana o los bomberos, que los días previos a San Juan hacían patrullas para confiscar toda la madera almacenada en la calle que podían. Era una tarea bastante complicada que requería una estrategia casi militar: recoger la madera, esconderla, vigilarla y después montar la hoguera. Y cuando los niños dejaron de hacer eso, las hogueras dejaron de hacerse.
¿Y eso cuándo se acabó?
Cuando se generalizó eso que llaman educación en el tiempo libre, que se materializó en forma de esplais y actividades extraescolares. Se extendió la idea de que los niños tenían que aprovechar permanentemente su tiempo para aprender y no perder el tiempo jugando en la calle. La calle pasó a ser un espacio lleno de peligros: peligros físicos, como los coches, pero también morales, porque no se podía aprender nada bueno. En definitiva, la monitorización de la infancia acabó con las hogueras de San Juan.
Ahora las hogueras que se hacen son muy diferentes.
Como cada año monto una, sé que actualmente uno de los principales problemas para hacer una hoguera es que no hay madera. No es que no haya, porque el día de los trastos se tiran muchas cosas, es que no se puede coger porque el Ayuntamiento la recoge y no te permiten acumularla en la calle. El que fue el reino de los niños, coger maderas, ahora lo es de la gente de BCNeta: ahora son ellos quienes recogen la madera el día de los trastos.
Una de las ideas del libro es que ahora los jóvenes se vengan del acuartelamiento que sufrieron de niños.
Como de niños no se les ha dejado salir, en el momento en que se les da permiso hacen apropiaciones masivas del espacio urbano, que en el fondo no dejan de ser una expresión del hambre aplazada de tomar la calle. En el caso de San Juan, se ve sobre todo en las playas y los botellones y durante el resto del año, en los grafitis, cuando hacen ruidos con la moto… Han sido víctimas de la infantilización de la infancia y esta es su manera de desquitarse.
Serrat describe muy bien la noche de San Juan, pero hay muchos otros referentes literarios de esta noche mágica.
La canción habla de la melancolía de un joven que ya no es un niño y que quiere hacer lo que había hecho siempre. Estamos hablando de un tema que ha aparecido referenciado en toda la literatura y la música catalanas. Salvat-Papasseit, Martí i Pol, Mercè Rodoreda, Carmen Laforet, Juan Marsé, Vázquez Montalbán… De hecho, no creo que haya ningún escritor en catalán o castellano que haya vivido la noche de San Juan en Barcelona y que no tenga su recuerdo de la noche. Y eso no solo pasa con los artistas, porque si hay algo que realmente impresiona del estudio antropológico que hemos hecho es que todos los participantes recuerdan con emoción las verbenas de San Juan de cuando eran pequeños. Con hogueras o sin ellas, es una noche en la que todo el mundo tiene alguna buena anécdota que recordar, es nuestra noche, la de los ciudadanos.
¿San Juan era más ingobernable antes que ahora?
Las fiestas son siempre ingobernables: incluso las más controladas e institucionalizadas siempre implican la ocupación tumultuosa de la calle. La calle es de la gente y en una noche como la de San Juan eso se ve más claramente que nunca, porque la gente reclama este derecho y lo ejecuta. San Juan es una fiesta que consiste en salir a la calle, y además es muy participativa y descentralizada. Cuando es San Juan se entera toda la ciudad porque toda la trama urbana queda impregnada de hogueras, verbenas, petardos… Es como un estado de excepción, una alteración masiva del orden público en la que muchos espacios de la vida cotidiana se transforman. Al ser una fiesta que no tiene centro se convierte en una especie de metástasis festiva que afecta a todos los rincones de la ciudad. San Juan es la fiesta por antonomasia de Barcelona porque es la más difícil de monitorizar.
Las hogueras aún se siguen haciendo.
Sí, pero los únicos que las hacen lo hacen para preservarlas, para que sobrevivan. Se encargan entidades, asociaciones de vecinos… pero los niños ya no las hacen y no será pronto cuando vuelvan a hacerlas. No sé qué papel se les asignará en el futuro, pero lo que fue su reino se ha acabado para siempre. Aun así, con San Juan soy optimista: cuando se pierde una parte de la fiesta, viene otra nueva. La esencia de la fiesta, que es la toma de la calle, no se ha perdido. Es cierto que las hogueras han desaparecido, pero también han surgido otras formas de reivindicación del espacio público, como es el caso de la apropiación de las playas.