Pajes, carteros reales, criados y espías
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La noche del 5 de enero es, sin duda, la más mágica del año. Los Reyes de Oriente hacen su entrada triunfal en todos los pueblos, villas y ciudades. A veces, llegan por tierra, con vehículos de todo tipo o montados en los animales más variados. En algunos sitios, llegan desde el aire: helicópteros, avionetas o globos aerostáticos cumplen la función. Y, finalmente, también pueden llegar por mar: barcos antiguos o de lujo, barcas pesqueras y lanchas los acercan a los puertos. Cuando todo el mundo los ha recibido con la solemnidad que requieren, empieza el gran trabajo de visitar los hogares uno por uno, para llevar los regalos a toda la gente... Siempre que nos hayamos portado bastante bien; de lo contrario, los Reyes nos dejarán carbón.
Llevar un exhaustivo y esmerado registro de nuestras fechorías para valorar de manera acertada si nos merecemos los regalos es una tarea difícil. Una tarea que rebasa la capacidad de Melchor, Gaspar y Baltasar, que ya tienen bastantes quebraderos de cabeza. Necesitan ayudantes que, por decirlo claramente, les hagan el trabajo: son los pajes, los carteros reales, los criados y los espías que se pasan todo el año vigilando qué hacemos y qué no hacemos.
Los pajes, criados, carteros y espías son incontables, la plantilla es bien larga. De toda esta plantilla técnica, los hay que han llegado a tener un renombre considerable y la gente los conoce por su nombre. No es de extrañar, el hecho de volver año tras año a la misma población los hace muy conocidos. En Barcelona por ejemplo, el paje Amadeu o el criado Gregori —este último, con un largo y espeso bigote— son los encargados de organizar y coordinar el servicio de inteligencia de los Reyes. Hace relativamente pocos años se ha incorporado al servicio de la demarcación barcelonesa la paje Estel, la primera mujer que conocemos en este trabajo de apoyo en la llegada de los Reyes. Pero hay muchos más. Sea cual sea tu paje, cartero o espía esperamos que los Reyes te dejen muchas cosas y, si nos traen un poco de carbón, no hay de qué preocuparse: el próximo año ya nos portaremos mejor.