Leyenda de Sant Jordi
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El nombre Jordi proviene de la palabra georgius, que quiere decir 'labrador, campesino que trabaja la tierra'. Según el Martirologio, era un soldado romano que abrazó la fe cristiana y, por este motivo, en el año 303 el emperador Diocleciano lo hizo pasar por el martirio. Hay versiones que explican que el martirio duró siete años, y también que resucitó muchas veces hasta que oyó una voz que lo llamaba al cielo, justo en el momento en que lo decapitaron.
La leyenda que conocemos popularmente es posterior a todos estos hechos y data del siglo XIII. La difundió Iacopo da Varazze en La leyenda dorada, aunque probablemente la recogió de una tradición oral anterior.
Si bien Iacopo da Varazze sitúa la leyenda de Sant Jordi y el dragón en Silene (Libia), en Cataluña tiene un carácter, unos elementos y una localización propios. El relato, esencialmente, es igual en todas partes: un dragón tiene confinada una población cuyos habitantes se encuentran obligados a darle el ganado para saciarlo; cuando se han acabado los animales, le tienen que entregar las doncellas. Por sorteo, viene el día que le toca a la única hija del rey. El rey, que evidentemente no quiere que el dragón se zampe a la chica, hace un llamamiento anunciando que quien mate el dragón tendrá la mano de la princesa. Aparece un apuesto caballero y —según La leyenda áurea— exige que tanto el rey como sus vasallos se conviertan y se bauticen si él mata al dragón. El caballero entra en combate con el dragón y, de un tajo de espada, lo degüella.
En Cataluña presenta algunos matices interesantes. El primero es la localización: nuestro relato no ocurre en Silene, sino en Montblanc, y, en algunas versiones, en Rocallaura. Y el segundo matiz es que nuestra tradición oral cuenta que, una vez muerto el dragón, las gotas de sangre que caían en la tierra se convertían en un rosal que florecía con profusión y del cual el caballero tomó la flor más hermosa para obsequiar a la princesa antes de desaparecer.