04SEP2016

Vendémiaire

En septiembre llega uno de los períodos más importantes del calendario agrícola: la cosecha de la uva. La historia de este cultivo explica muchas cosas de nuestra sociedad, no tan sólo en el campo.

En la exposición estable de Montjuïc es posible visitar un ámbito presidido por una prensa de uva, procedente de Vimbodí, en la Conca de Barberá, y que se utilizó durante el siglo XIX. Es un objeto espectacular por sus dimensiones y también por ser testimonio de una tecnología preindustrial que nos habla del exotismo que representa hoy nuestro propio pasado. El ámbito se completa con otros utensilios agrícolas que ya no se ven en el campo catalán, pero para no quedarnos anclados en tiempos pretéritos, también podemos oír el testimonio de un viticultor actual, que nos explica qué tareas implica el cultivo de la vid en el siglo XXI.

Junto con la siega del trigo, en los meses de junio y julio, la vendimia es una de las actividades agrícolas que más mano de obra necesitaba, y requería -y aún hoy en día- el desplazamiento de jornaleros que acudían temporalmente para realizar esta tarea . Es por ello que en muchas localidades se conservan celebraciones vinculadas este proceso agrícola. También es significativo que en el calendario republicano, que estuvo en vigor durante la revolución francesa, los únicos meses dedicados a tareas específicas fueran precisamente messidor -por el nombre de la cosecha en latín- y vendémiaire -vendimiari.

En Cataluña se reconocen 10 denominaciones de origen que identifican los diferentes territorios donde se produce vino, además de una con el nombre genérico de Cataluña y otra diferenciada para el cava. A pesar de su extensión actual, los campos de viñas han retrocedido considerablemente en el último siglo. Un buen ejemplo de la antigua extensión de cepas, que hoy nos parece inédito, es que en las comarcas pirenaicas de los Pallars, Alt Urgell y la Cerdanya, así como Andorra, eran bastante comunes hasta el 1900. También la procedencia de los líderes rabassaires, durante la Segunda República, nos señala que la viña era el cultivo principal en los territorios actualmente más industrializados del cinturón barcelonés, como el Vallés o el Barcelona.

Además de su adaptación a los terrenos menos fértiles, la ventaja de este cultivo es la fácil conservación, almacenamiento y transporte de los productos que se derivan: el vino y el aguardiente. Durante el siglo XVIII, la exportación de aguardiente desde los puertos del sur de Cataluña fue uno de los factores que permitió la acumulación de capital necesaria para dar el paso hacia la industrialización.

La participación en los mercados internacionales se evidencia por las consecuencias que tuvo la filoxera. Su llegada a Francia supuso una lucrativa oportunidad para los viticultores catalanes, pero esta burbuja no impidió que la extensión de la plaga por el principado significara la desaparición de los cultivos en muchas comarcas. Esta crisis, combinada con el arrendamiento por el sistema de cepa muerta, que vinculaba la duración de los contratos en la vida de las cepas, precipitó una emigración masiva de población rural, que desde la ciudad sólo contribuyó a una tendencia ya establecida, pero que en el campo supuso una despoblación de la cual no se recuperaría hasta las últimas décadas.

Así pues, que Cataluña sea y haya sido tierra de vinos y aguardientes no sólo se refleja en nuestros paisajes y costumbres, sino que también explica una parte importante de nuestro pasado reciente, marcado por la industrialización y la concentración de la población en las urbes , unos procesos sin los cuales no podríamos entender la sociedad actual que vivimos.

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Museu Etnològic i de Cultures del Món

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