03ENE2018
Hogmanay: Fin de Año a la escocesa
¿Quién ha sido el primer visitante en entrar en casa este 2018? Quizás vosotros no os habéis fijado en eso pero, para un escocés, es realmente importante. Se trata de una de las tradiciones del Hogmanay, una fiesta que, para este pueblo, es incluso más importante que la propia Navidad.
¿Cómo es posible que el Fin de Año tenga más peso que la celebración del nacimiento de Jesús? Pues parece difícil de entender en estas tierras, pero la Navidad siguió siendo un día laborable en Escocia hasta 1958. La causa es que en el siglo XVII los puritanos fueron ganando un peso creciente en el Parlamento británico y, críticos con los excesos de la iglesia católica, en 1647 el Parlamento acabó prohibiendo las celebraciones navideñas, consideradas demasiado papistas, poco austeras y en absoluto indicadas para la efeméride que se celebraba... Hoy la Navidad, claro está, no sólo no está prohibida sino que es una fiesta importante y familiar, a pesar de que arrastra todavía la herencia del pasado.
Pero, aunque la Navidad fuera durante un cierto periodo inexistente en los países anglosajones, hacía falta una fiesta, así que, recogiendo el legado de las celebraciones del solsticio de invierno vikingas y nórdicas (la fiesta de Yule y su derivación posterior, los llamados Doce días de Navidad o Daft Days, en Escocia), nació la celebración de Fin de año, llamado Hogmanay debido a una evolución etimológica todavía hoy incierta (quizás del griego "agía mína", o "mes santo").
La fiesta dura tres días y a pesar de que comparte las principales características, en diferentes ciudades del país, como por ejemplo Edimburgo, Aberdeen o Glasgow, tiene características propias. Una de las celebraciones que más visitantes atrae cada año (más de 100.000) es la de Edimburgo, donde la fiesta empieza el día 30 con un gran desfile de antorchas. Si habéis estado alguna vez en esta ciudad escocesa y os habéis paseado por la Royal Mile intentad imaginar esta larguísima avenida llena de ciudadanos en procesión cada uno de los cuales lleva una antorcha encendida creando un impresionante río de fuego. La marcha termina en el gran parque de Holyrood, desde donde se lanza una lluvia de fuegos artificiales que ilumina el cielo en un gran espectáculo de luz y colores que tiene como telón de fondo los cerros y montañas que rodean la ciudad.
Al día siguiente, 31 de diciembre, en los hogares escoceses toca hacer limpieza para recibir con la casa en condiciones el año que llega. En algunos puntos del país incluso es costumbre rociar las habitaciones y las camas con agua de pequeños estanques y embalses cercanos a la casa y recorrer los aposentos con una rama de enebro humeante. Por la noche, las calles de Edimburgo se llenan de conciertos, y de grupos de teatro callejero que animan a un público que ha osado desafiar el frío del invierno. Hay exhibiciones de danzas tradicionales escocesas e incluso un concierto de música clásica que se celebra, a la luz de las velas, en la catedral de saint Giles.
Muchas familias, sin embargo, se quedan en casa esperando... al primer visitante del año. Es lo que se conoce como first-footing. Y es que la identidad (y el aspecto) del primer o primera visitante que reciba el hogar a partir de las 12 de la noche del día 31 marcará, según cuenta la tradición, la suerte de todo el domicilio y de quienes viven allí. ¿La visita ideal? Se supone que un hombre alto, con el cabello negro y bien parecido será el first-footer que traerá a la casa los mejores augurios posibles... Si os convertís en first-footers, os recibirán con una mesa dispuesta con deliciosos alimentos propios de la época y del país: desde estofados de ternera y de ciervo a pasteles de frutas y mil delicias locales más.
Recordad que, en el momento en que suenan las campanadas y empieza un año nuevo, todo el mundo se coge de las manos y, en círculo, cantan Auld lang syne, con la letra de un antiguo poema de Robert Burns (1759-1796), el poeta escocés más conocido en el mundo entero. El título de la canción significa, más o menos "por los viejos tiempos". Y vosotros también la habéis cantado, aunque la conocéis como L'hora dels adéus (o Canción del adiós).
No, la fiesta no ha terminado aún. El día 1 de enero todavía falta cumplir con la tradición más loca, cuando centenares de personas salen de Edimburgo, se acercan a un río cercano y, junto un puente (el espectacular Forth Raíl Bridge), se sumergen en las aguas heladas del río Forth, eso sí, todos ellos disfrazados de las formas más extravagantes. Es lo que se conoce como The Loony Dock, que podríamos traducir como "el chapuzón chiflado". Si os queréis apuntar alguna vez, recordad que, encima, os cobrarán, pero que la recaudación, eso sí, se destina siempre a una causa benéfica.