Fiestas alrededor del mundo - La Batalla del vino: un remojón festivo en La Rioja
07JUN2018
¿Cómo es posible que una fiesta en honor a un anacoreta se haya convertido en un encuentro festivo en el que los participantes acaban complemento empapados de vino? Preguntadle a cualquier habitante de la localidad de Haro, en La Rioja, y os hablará de san Felices de Bilibio.
Se cree que el santo nació hacia el año 440 después de Cristo y que se trasladó a vivir como eremita en los Riscos de Bilibio, situados cerca de Haro, en el lugar donde el río Ebro se adentra en La Rioja. Vivió allí hasta el año 520, según dicen, y fue enterrado en el mismo lugar en el que había vivido, donde ejerció de guía espiritual otros eremitas (como san Millán) y donde adquirió fama de santidad. Ya desde el siglo VI los fieles peregrinaban a la cueva donde inicialmente estuvo enterrado el santo, y lo siguieron haciendo incluso después del traslado de los restos, en 1090, al Monasterio de San Millán de Yuso, también en La Rioja. Las propias autoridades locales ya animaban en el siglo XV a participar en la romería, que se celebraba alrededor de las fiestas de san Juan y san Pedro. Pero fue en el siglo XVIII cuando se construyó una ermita en los Riscos de Bilibio y la romería, ya el día de san Pedro, se empezó a celebrar con más intensidad. Hacía tiempo que se organizaban almuerzos y encuentros festivos alrededor de la ermita. Y se supone que los encuentros, animados por el vino que consumían los asistentes, empezaron a dejar paso a las primeras “bromas” que conducirían finalmente a la batalla del vino.
Se cree que fue a finales del siglo XIX cuando algunos participantes en la fiesta empezaron a salpicar de vino a sus compañeros para gastarles una broma, una costumbre que fue tomando fuerza año tras año. Y eso que no todo el mundo compartía el espíritu festivo de la jornada. Hay que pensar que muchas mujeres se vestían con sus mejores ropajes para participar en la romería, que pese a su carácter religioso, no dejaba de ser una ceremonia social en la que la gente se miraba y se dejaba ver... Por eso, muchas mujeres, y muchos hombres también, no veían con buenos ojos una fiesta que les dejaba completamente empapados de vino y que les hacía regresar a casa con sus lujosos vestidos totalmente echados a perder. Tanto da que el elemento religioso y el festivo se combinaran en lo que ya se empezaba a denominar como “bautizos de vino”. En las primeras celebraciones del siglo XX, se dejaba constancia de un descenso en el número de participantes en la fiesta, puesto que muchos se negaban a participar en una celebración cada vez más enloquecida.
Pero el carácter más salvaje de la fiesta se acabó imponiendo y en 1949 ya se hablaba oficialmente de una Batalla del vino que se celebraba al salir de la misa. Esta batalla a la salida de la ermita es la más tradicional, pero desde que se convirtió en una atracción turística, la celebración incluye hoy una segunda Batalla, más multitudinaria, que se organiza en una arboleda cercana. Decenas de miles de litros de vino se lanzan durante la fiesta, ya con un carácter tan poco glamuroso... como definitivamente divertido.
Las normas no pueden ser más sencillas: los participantes se visten de blanco, con un pañuelo de color rojo, se puede llevar el vino en botellas (no de vidrio), en sulfatadoras o en recipientes de todo tipo. Y el objetivo es muy claro: dejar completamente manchados de vino al resto de participantes. Amigos y conocidos son los primeros enemigos que cualquiera se encuentra y, a la vez, el primer objetivo a empapar de vino. Abrir o no la boca durante la batalla ya es... opcional. Quizás la fiesta parezca cosa de adultos y, de hecho, lo es, lo que no impide que exista también, actualmente, una versión de la celebración para niños y niñas. Si san Felices de Bilibio levantara la cabeza... posiblemente se sumaría a la celebración.