20JUL2016
El pasado domingo tuvo lugar el encuentro que cada año se celebra alrededor de uno de los símbolos de la catalanidad. ¿Pero siempre ha sido así? ¿Para que se escogió este árbol como símbolo?.
Hace algunas semanas, hablando acerca de Copito de Nieve, el antropólogo Manuel Delgado nos definía símbolo como la vinculación que se establece entre unos elementos físicos y una serie de valores, que tiene la capacidad de desencadenar y estimular sentimientos. Otra de sus características es que el vínculo que se establece entre las personas y los símbolos se produce a través de las vivencias, de la puesta en funcionamiento de estos símbolos, en definitiva, a través de los rituales.
Intentamos trasladar estas observaciones a la realidad del Pi de les Tres Branques, que se encuentra a pocos kilómetros de Berga, y que ha sido punto de encuentro y celebración de actos rituales, como mínimo, desde el siglo XVIII. Reunión en el pi vell cuando aún estaba vivo, antes de 1915
El primer elemento que predispone a un uso simbólico es su singularidad desde un punto de vista estrictamente físico. Es un árbol de dimensiones formidables que, cuando estaba vivo, podía dar sombra a decenas de personas. También es muy peculiar que su cepa se divida en tres troncos, o ramas, de igual altura y dispuestas de una manera bastante simétrica.
El culto a los árboles es común en muchas culturas antiguas, y no en pocas ocasiones han simbolizado la unión de un pueblo. El alcance originario de nuestro pino se limitaba a la comarca del Berguedà, y se le puede encontrar en publicaciones locales, marcas comerciales y otras representaciones.
El hecho de ser tres las ramas del árbol, y no una, ha dado lugar a diferentes interpretaciones. La más tradicional, y la primera documentada, es la que le vincula al misterio de la Santísima Trinidad, dogma fundamental del catolicismo, pero durante el siglo XIX, el mismo propietario de los terrenos lo identifica con el lema libertad, igualdad y fraternidad, de connotaciones republicanas y opuesto a los valores religiosos. El significado patriótico fue otorgado por el poeta Jacint Verdaguer, que en 1888 publicaba un poema que situaba al rey Jaume I durmiendo al pie del pino y teniendo un sueño que le revelaba que sería el conquistador de Valencia y Mallorca, uniendo los tres territorios que hoy conforman los Países Catalanes.
En 1901, la Unión Catalanista asumía el cuidado del árbol, ya viejo y gravemente enfermo, pero los carlistas habían adelantado un año escogiendo el pino como lugar donde llevar a cabo actos políticos. Mientras el viejo árbol acababa muriendo, a pesar de los esfuerzos -o, según algunas versiones, negligencias- de los patriotas, y se plantaba un nuevo pino de tres ramas en un emplazamiento cercano, iba consolidando un encuentro anual que congregaba las diferentes tendencias del catalanismo político.
Con el pino viejo ya fallecido, durante la reunión de 1921, celebrado el día de Santiago, el propietario del terreno sentenciaba: «Los símbolos viven mientras se necesitan y si aquél ha muerto es que Cataluña ya no lo necesita». Se trata de una reflexión muy interesante, pero poco acertada como profecía: dos años más tarde se iniciaba la primera dictadura militar, la de Primo de Rivera, precedente de la de Franco. No fue hasta 1980 que se volvió a celebrar la reunión, que ha continuado hasta hoy en día.
Una vez más, vemos como un ritual de tipo religioso va perdiendo su significado original, en este caso para convertirse en un símbolo político, y como este símbolo funciona como un termómetro del entorno social que lo celebra. En la época contemporánea, la reunión ha sido escenario de disputas entre las diferentes corrientes del catalanismo y el independentismo, unos enfrentamientos que posiblemente no se habrían producido en otro contexto y que nos hablan de la importancia ritual de este espacio y los actos que se realizan, y de las emociones que despiertan los símbolos.