19JUL2016
El domingo, en la tercera sesión del ciclo Tambora, tijeras y quena, conoceremos una danza peruana reconocida como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y un muy buen ejemplo de sincretismo.
En las regiones de habla quechua en el sur de la capital, Lima, en el territorio eminentemente andino de Ayacucho, se conserva una danza que representa una síntesis entre rituales prehispánicos y las aportaciones musicales, coreográficas y de indumentaria llevada por los colonizadores. La popularización de la denominación Danza de tijeras se atribuye al escritor José María Arguedas, que en 1962 publicó un cuento que tenía como protagonista uno de estos danzantes. El nombre hace referencia a un particular instrumento compuesto por dos piezas metálicas que recuerdan unas tijeras sin pasador, y que hacen repicar mientras ejecutan el espectacular baile.
El ritual parece formar parte de las creencias chamánicas de los pueblos que habitaban la región antes de su ocupación por el imperio Inca, y fue duramente perseguido por los gobiernos coloniales españoles después de la conquista. Su celebración fue interpretada como un culto diabólico, y aún conserva un vocabulario que hace alusión, como la expresión Supaypa Wasin Tusuq (el danzante en la casa del diablo).
Pero la experiencia misionera, especialmente de los jesuitas, aconsejaba adoptar otras estrategias para ganarse la simpatía de los colonizados, y éstas pedían asimilar las costumbres originarias de los colonizados, mezclándolos con la fe y las tradiciones de los recién llegados.
Si hacemos un análisis formal de la danza de tijeras, descubriremos que la mayoría de elementos tienen más influencias hispánicas que no andinas: El baile se acompaña con la música del violín y el arpa, instrumentos procedentes del antiguo continente, y los ritmos, las melodías y los pasos de baile tienen influencias evidentes de la jota, la contradanza o el minué. También el vestido de los danzantes, a pesar de los complementos aparentemente exóticos, guarda mucha similitud con el traje de luces propio de las corridas de toros, y delata un origen común basado en la vestimenta festiva del siglo XVIII, tanto en la metrópoli como en las colonias. Las mismas tijeras parecen proceder de las herramientas que utilizaban los nativos en las explotaciones mineras, la principal actividad extractiva en el virreinato del Perú. Incluso el nombre en quechua, danzak, responde a la declinación en esta lengua la palabra castellana.
El contexto en que se lleva a cabo el ritual responde a las celebraciones propias del catolicismo, con la observación de los santos, la navidad y otras fechas señaladas, ocasiones en que se reúne el conjunto, formado generalmente por dos músicos, violín y arpa, y dos danzantes. Los bailes pueden prolongarse durante algunos días, presentando diferentes variantes, dependiendo del momento, entre las que se encuentra el pasacalle y especialmente el formato de competencia, en el que dos grupos de danzantes se retan realizando pasos y acrobacias cada vez más espectaculares.
La danza de tijeras es una tradición que sigue viva en sus territorios, y también ha llegado a las grandes ciudades del país, especialmente a Lima. En contextos urbanos ha sido inevitable realizar la comparación con el B-boying o Break Dance, y se han organizado espectáculos conjuntos, donde ambos estilos se han confrontado amistosamente, ya que la competición es uno de los rasgos que comparten. En 2010 fue reconocida como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
Si deseáis conocer cómo suenan las tijeras y como bailan los Danzak, os esperamos en la sede de la Calle Moncada, el domingo 24 de julio a las 11 h.