Sala femenina (sala 5)
La sala llamada femenina reúne varias colecciones con un denominador común: su relación con el universo femenino fundamentalmente de la mujer burguesa del siglo XIX. Esta sala, más que ninguna otra del Gabinete del coleccionista, es un claro reflejo de unas formas de vida de épocas pasadas. Las propias características del espacio, su tenue iluminación, la aglomeración de objetos y los muebles en los que se presentan, crean una atmósfera especial que nos ayuda a realizar un insólito viaje en el tiempo.
Aquí podemos reconstruir aspectos de la vida de la mujer a través los complementos de la indumentaria, y el mundo del adorno femenino en general.
La carta de presentación de una mujer ante la sociedad se realizaba por medio de su indumentaria, que se regía por unas normas muy estrictas, y un código preestablecido. Dependiendo de la hora del día y la actividad, había que vestir de una forma u otra y, por ello los complementos jugaban un papel importantísimo.
Se pueden consultar en los expositores de los torniquetes algunas láminas de revistas de moda, de origen o influencia francesa, que nos muestran los modelos copiados para estar al día.
El traje de calle iba acompañado de guantes, botines, sombreros y sombrillas. El traje de sociedad -vestido para ir a un baile o a un estreno-, seguía una rígida etiqueta: hombros al descubierto, gasas y sedas en el vestido, capelinas como prenda de abrigo y bolsitos de cuentas, seda o ganchillo; a estos bolsitos se les llamaba ridículos por su pequeño tamaño y capacidad. Pero si hay un complemento indispensable, ése es el abanico, que cualquier dama distinguida debía saber manejar con elegancia, discreción y coquetería.
Pero no todo eran vestidos y complementos. La mujer además se acicalaba con polvos compactos, conservados en delicadas cajitas, y se perfumaba con aromas guardados en exquisitos frascos. Además se adornaba con joyas: brazaletes, colgantes, porte-bouquets, broches, sortijas y pendientes, uno para cada ocasión, incluso para el riguroso luto.
Parte de la jornada solía emplearla en realizar y recibir visitas. Generalmente cada casa asignaba un día y hora concretos para recibir, y para ello, se valían de las tarjetas de visita y elegantes invitaciones. Estos compromisos sociales se ceñían también a unas estrictas normas recogidas en manuales de comportamiento.
Las labores y manualidades femeninas formaban parte del tiempo dedicado al ocio de las mujeres pertenecientes a clases acomodadas. No se pierda una sorprendente colección de labores realizadas con cabello humano, que acompañada de sus álbumes de muestras, se exhibe en una de las paredes de la sala. Las puede encontrar al fondo de la sala en la pared lateral derecha.
Otros objetos, no vinculados directamente con el mundo femenino, completan este mosaico ochocentista: algunos retratos; floreros elaborados con conchas de moluscos o frutos de cera; escaparates con imágenes de devoción; y algunos muebles, que decoraban los interiores de las residencias burguesas.
La sala también acoge otras curiosas colecciones. Destacamos tres que aparecen enmarcadas y colgadas en las paredes: la de amuletos, la de despabiladeras -tijeras que servían para cortar y retirar el pábilo o mecha quemada de las velas- y la de cascanueces y cascapiñones.