Luis Nacenta: "La IA es la última manifestación de un sueño antiguo, el sueño de crear vida artificialmente"
La inteligencia artificial es más patente que nunca en nuestro día a día. En plena irrupción de esta tecnología, Lluís Nacenta ha comisariado la exposición IA: Inteligencia artificial, que hasta el 17 de marzo se puede visitar en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Con un perfil multidisciplinar que combina música, matemáticas, investigación y escritura, Nacenta también ha sido uno de los comisarios de la pasada Bienal Ciudad y Ciencia y director del Hangar, Centro de Producción e Investigación Artística, hasta 2021, coincidiendo con una de las residencias artísticas del Premio Collide. Con él mantenemos una conversación sobre arte, ciencia y tecnología, y el impacto de la IA en el mundo de hoy.
Eres matemático, músico, doctor en humanidades… Tienes un perfil muy poliédrico. ¿Cómo te definirías?
Lo cierto es que me cuesta definirme profesionalmente, porque lo que hago no acaba de encajar en las subdivisiones disciplinares. Puedo responder dando la lista de las cosas que hago cotidianamente. Una es escribir artículos. Otra, escribir música computacional, o sea que el capítulo de la música y de las matemáticas están juntos en mi día a día, quiero decir que no me dedico a las matemáticas por sí mismas, sino como medio de producción de música algorítmica. También doy algunas clases en la Bau y la ESMUC, concretamente, y comisario programas culturales y exposiciones.
¿Si tuvieras que resumir?
La versión corta sería que soy comisario, porque es mi principal ocupación actualmente.
¿De dónde nace tu interés por el vínculo entre arte, ciencia y tecnología?
Mi interés personal en este vínculo ha existido siempre. Creo que muchos podemos recordar el momento, generalmente en el bachillerato, donde te obligan a decidir entre ciencias y letras. Yo en ese momento me hice un lío y no fui capaz de decidir. Y ahora, ya sé que nunca tomaré esta decisión: niego la pertinencia de la pregunta.
Entonces, ¿hay que fomentar esta interacción?
De hecho no creo que sea necesario conectar el arte, la ciencia y la tecnología, propiamente; creo que lo que nos conviene es desactivar las separaciones artificiosas que los contextos intelectuales y profesionales imponen entre estos ámbitos de práctica y de conocimiento. En el día a día de las personas que crean y investigan estos ámbitos están profundamente interconectados. Pienso que se trata más bien de hacer visibles y hacer valer estas interconexiones, habitualmente ocultas o cohibidas.
¿Arte y ciencia comparten intereses?
Los artistas se interesan por todo y todo les interpela. Y los científicos hacen lo mismo. ¿Cuál sería la parte del universo o de la vida excluida de la ambición científica de saber? ¡Ninguna! Se suele decir que la diferencia radica en los lenguajes… ¿pero es esto cierto? El lenguaje artístico no existe. Artístico es cualquier lenguaje que el artista considere pertinente utilizar en una pieza concreta.
Y el científico, ¿qué lenguaje es?
No es cierto que sea el lenguaje matemático exclusivamente. Los papers científicos están llenos de palabras y de gráficos, no contienen sólo números y fórmulas. Se suele decir también que la diferencia reside en las metodologías. Pero, de nuevo, la metodología artística no está en ningún caso decidida por lo pronto ni cerrada. Y el método científico, si bien es definitorio de la actividad científica, no agota a toda la ciencia. El trabajo científico depende fuertemente de las intuiciones y las inclinaciones personales y de los sesgos culturales y las circunstancias políticas y económicas, como el resto de actividades humanas. La historia de la ciencia lo ilustra con toda claridad. La ciencia no se produce ni avanza sólo mediante la aplicación sistemática del método científico: ésta es sólo una parte de la historia. ¿Dónde radica, pues, la distinción, esa distinción que parece tan profunda y sustancial? Quizás, en última instancia, es sólo una distinción académica y profesional, que no tiene tanto de esencial como solemos creer.
En tu vertiente de comisario, te encargaste de la parte de arte y ciencia de la pasada Bienal Ciudad y Ciencia. ¿Cómo viviste esa experiencia?
La Bienal Ciudad y Ciencia fue un reto difícil, porque tuvimos el coraje de cruzar contextos, prácticas y lenguajes habitualmente separados. En la parte de arte y ciencia hicimos el esfuerzo de ampliar algo el marco de las personas que se interesan por esta confluencia habitualmente. Queríamos interpelar a la comunidad científica con propuestas artísticas, y convocar a la ciudadanía para compartir el conocimiento científico de la mano del arte, más allá de los lenguajes especializados. El reto era mayúsculo y el resultado fue muy positivo.
Allí se pusieron sobre la mesa varios retos a los que nos enfrentamos. ¿La ciencia es la clave para vencerlos?
Pienso que uno de los aprendizajes que podemos sacar de la pandemia del covid-19, por ejemplo, es que la respuesta científica no es suficiente para hacer frente a las crisis globales. Por ejemplo, el impacto del confinamiento (dictado exclusivamente desde la epidemiología) sobre la salud mental de los niños y jóvenes ha sido brutal. Me parece evidente que era necesaria una respuesta más holística e interdisciplinaria.
¿Y ante retos más a largo plazo, como el calentamiento global?
En el caso de la crisis climática, la situación no es muy distinta. La ciencia nos ha procurado un diagnóstico y unas previsiones bastante claras. Sabemos qué hacer para no llevar a nuestro planeta a un colapso climático. Lo sabemos porque la ciencia nos lo explica con toda claridad. ¿Y qué? ¿Cuál es la respuesta colectiva? Básicamente, pulsar un poco más el acelerador que nos empuja al abismo, como demuestra el hecho de que en 2023 hemos emitido globalmente más CO2 a la atmósfera que en 2022. De nuevo, no bastan las evidencias científicas. Los humanos no funcionamos así. Es necesario algo más.
Durante tres años, Barcelona, junto al CERN de Ginebra, acogió la residencia artística del Premi Collide. Dos de los colectivos artísticos premiados hicieron su residencia en Hangar que tú dirigiste.
Sí, fue una muy buena oportunidad para dar continuidad y reforzar iniciativas de confluencia de los conocimientos artísticos y científicos que en Barcelona ya se venían dando.
¿Cómo viviste la acogida de las residentes y sus proyectos que ponían en común conceptos tan complejos de concebir como la física de partículas con el arte?
Aprendimos cosas concretas y metodologías generales del equipo de Mònica Bello en Arts at CERN. Y en Hangar pudimos dar respuesta al reto de trabajar con la física de partículas, gracias a la experiencia previa de tantos años realizando trabajos artísticos conectados con la ciencia y la tecnología. Al fin y al cabo, la física de partículas es una cosmología, una visión del universo y del mundo. Por ejemplo, es una visión del tiempo. Desde esta perspectiva, el foco se amplía, más allá de efectos cuánticos difíciles de comprender, y se abre el debate y el espacio para el conocimiento compartido.
Al estar al alcance de todos, la IA se encuentra en el punto más popular de su historia. ¿Ahora era el momento idóneo para hacer una exposición?
No sé si era el momento idóneo, porque es muy difícil explicar en una exposición un fenómeno ubicuo y en aceleración constante, pero era necesario hacerlo. Había que poner en contexto esta tecnología, informar sobre su funcionamiento interno, sus condiciones de posibilidad y su impacto en los aspectos más diversos de nuestra sociedad. Y sin duda la tarea sigue. Al día siguiente que cerramos la exposición al CCCB, habrá que seguir abriendo esta tecnología, explicándola y cuestionándola.
En pocos años, la IA ha impregnado completamente nuestras vidas. ¿Nos encontramos en pleno auge o esto no ha hecho más que empezar?
Esto es lo que nos dicen los tecnólogos, que la IA estará cada vez más presente en nuestras vidas. Ya hace tiempo que está presente, de hecho. La mayoría de nosotros utilizamos múltiples aplicaciones de IA cada día, seamos o no conscientes de ello, y no sólo desde nuestros dispositivos digitales, también cuando vamos a comprar, cogemos el transporte público o vamos al médico. Y todo parece indicar que, en efecto, esto no ha hecho más que empezar.
¿Y hacia dónde nos lleva?
Quisiera apelar de nuevo a la responsabilidad colectiva ante los retos de la contemporaneidad. La IA tiene un gran coste energético, de recursos minerales y de agua. Por eso la vía de que cada vez sean más las personas que la utilicen, y para más ámbitos de su vida personal y profesional, me parece francamente irresponsable. La IA es una tecnología extraordinariamente útil y poderosa en algunos campos (en la investigación científica, por ejemplo). Sé que esto puede sonar extraño en el contexto acelerado y aceleracionista en el que vivimos, pero creo que deberíamos aprender a desarrollar y utilizar la IA solo cuando sea realmente útil y necesaria.
En diciembre, el Barcelona Supercomputing Center inauguró el MareNostrum 5, un superordenador que permitirá ampliar los conocimientos y tecnologías de la IA. ¿Ha sido la supercomputación la tecnología que ha permitido a la IA dar un salto cualitativo y revolucionar el mundo?
Sin duda ha sido así. Los principios fundamentales del aprendizaje automático y las redes neuronales no son nuevos. Sus orígenes se ubican en los años 50 del siglo pasado. Ha sido el incremento de la capacidad de computación (impulsada en buena parte, curiosamente, por el mundo de los videojuegos) lo que ha hecho posible el desarrollo espectacular de la IA en los últimos años. La IA depende fuertemente de los datos y de la capacidad de cálculo. Sin la sociedad de los datos (pensamos en la gran cantidad de datos que cada uno de nosotros genera cotidianamente) y la supercomputación (que ha hecho posibles aplicaciones famosas como ChatGPT), no estaríamos presenciando esta espectacular eclosión de la IA.
¿La sociedad nos estamos sabiendo adaptar a este cambio?
Es una pregunta muy difícil. La sociedad humana es muy dúctil y tiene una gran capacidad de adaptarse a los cambios y olvidar. Nos acostumbramos a llevar la mascarilla en todas partes con la misma facilidad que hemos pasado página de la pandemia, una vez levantadas las restricciones (¿quién recuerda hoy el concepto de la “nueva normalidad”?). En este sentido, pienso que la sociedad nos adaptamos a lo que sea necesario, con una ductilidad y una resignación que no sé si debemos calificar de admirables o aterradoras. El problema reside en si esta adaptación puede ser consensuada, informada y crítica. ¿Sabremos adaptarnos a la irrupción de la IA en los aspectos más variados de nuestras vidas de una forma que no sea obediente, irreflexiva y gregaria? Me temo que hay razones para dudarlo…
En la exposición del CCCB se datan los inicios de la IA en 1800, con ideas reflejadas en obras como Frankenstein. Desde entonces, la IA ha despertado un montón de ideas e historias que han calado en la cultura en general. ¿Consideras estos imaginarios como puntos trascendentes por el progreso de esta tecnología?
Sin duda, la IA es la última manifestación de un sueño antiguo, el sueño de crear vida artificialmente. De nuevo nos encontramos ante un aspecto de la vida en el que el arte, la ciencia y la tecnología deberían acercarse mucho más de lo que suelen hacerlo. Es necesario que el desarrollo actual de la IA estuviera fuertemente impregnado del conocimiento histórico de este deseo ancestral de crear nuestro alter ego artificial. Nuestra actitud colectiva en relación con esta transformación tecnológica está profundamente marcada por hechos culturales e históricos, y es muy importante que estos condicionantes no queden enterrados en el inconsciente colectivo, sino que los ponemos sobre la mesa iluminen el debate sobre el desarrollo y el uso de la IA, dominado actualmente por relatos tecnológicos y económicos oportunistas y cortos de miras.
Ante las nuevas herramientas de IA generativa y las que están por venir, ¿hacia dónde crees que avanza el arte y el rol del artista?
El arte tiene un papel fundamental en la comprensión de cada nueva tecnología. El artista no se limita a utilizar la tecnología, sino que la interroga, e interroga también al mundo que la ha hecho posible. El arte podría definirse como una especie de ciencia fundamental del establecimiento de sentido. Es nuestra primera herramienta a la hora de mirar a nuestro alrededor e intentar comprender el mundo. La ciencia viene más tarde, e intenta sistematizar y hacer reproducibles en entornos controlados aquellas cosas que el arte ha parecido comprender de forma englobadora pero fugaz, y en ningún caso generalizada ni generalizable. Parece que las crisis que estamos atravesando en la actualidad podrían agravarse en un futuro próximo. Si esto es así, el rol de los artistas tendrá que hacerse más importante cada vez. Los necesitamos! No por hacernos pasar las penas, sino por ver algo más claro.
¿Y cómo ves el futuro de la IA?
Es muy difícil decirlo. Por momentos veo claro que nos dirigimos a un futuro de uso generalizado, indiscriminado y obediente de una tecnología ubicua, desarrollada y explotada por empresas privadas y terriblemente costosa desde el punto de vista de la energía y los recursos naturales. Si las cosas van así, la única esperanza será que se trate de un futuro muy breve, tan insostenible. En otros momentos necesito creer que, por algún cataclismo inimaginable o (¡ojalá!) por un golpe de genio de la inteligencia colectiva, podremos enderezar el camino. Y enderezar el camino querrá decir, en el caso de la IA, hacer un uso transparente, de código abierto y consensuado de esta tecnología sorprendente y poderosa, y hacerlo sólo en aquellos casos (¡que por suerte pueden ser muchos!) en los que los beneficios colectivos superen los costes globales.