Sueños de robot: 100 años imaginando seres humanos
¿Por qué nos atraen los robots? Este año se cumple el centenario de la creación de esta palabra en la obra de teatro RUR, de Karel Čapek, pero ya antes de que existiera el término había narraciones sobre autómatas, sobre esculturas con vida propia: historias que no tienen robots, pero que en realidad sí tienen. ¿Qué miedos atávicos nos sacuden por dentro? Es lo que nos planteamos en esta muestra sobre robots literarios —dejamos los cinematográficos para otro día—, mientras repasamos algunos de los más representativos de entre las muchas cosas que entendemos por robot.
Quizás nos fascinan porque son seres creados por nosotros y eso, en cierto modo, nos convierte en dioses. Pero ya sabemos que el destino es siempre el de rebelarse contra el creador, matar al padre, matar a Dios. Nos gusta ser nietzscheanos, pero, a la vez, nos dan miedo las consecuencias.
Asimov creó sus tres leyes de la robótica para garantizar nuestra seguridad ante esa eventual rebelión, pero, una y otra vez, nos encontramos historias en las que los robots rompen alguna. Son nuestros esclavos, pero siempre terminan por rebelarse contra sus amos, contra nosotros.
Es posible que, en el fondo, se trate simplemente del viejo síndrome de Frankenstein que llama a la puerta, o el miedo a la tecnología, o nuestro espíritu luddita que espera agazapado su ocasión para reaparecer. Pero también es posible que el auténtico miedo sea hacia nosotros mismos: los robots se nos parecen, pero son diferentes. Son un mecanismo de extrañamiento, una forma de observarnos desde la distancia, con nuestras virtudes, pero también con nuestros numerosos fallos.
Sea por el motivo que sea, la realidad es que los robots nos rodean y los encontramos por todas partes, tanto en la realidad —trabajando en nuestras fábricas o limpiando el suelo de casa— como en la ficción. Son un icono de la cultura popular, a la altura de Drácula, el hombre lobo o los zombis, otros seres que son como nosotros y a la vez no lo son.
Leyes de la robótica (Yo, robot, de Isaac Asimov, 1950)
1. Un robot no puede hacer daño a un ser humano o, por su inacción, dejar que un ser humano se haga daño.
2. Un robot tiene que obedecer las órdenes que reciba de un ser humano, excepto cuando entren en conflicto con la Primera Ley.
3. Un robot tiene que proteger su propia existencia, siempre que esa protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Ley.
Manual de robótica. 56.ª edición. Año 2058.
Créditos de la exposición
Dibujos: Albert Monteys
Textos y selección: Susana Vallejo y Sergi Viciana
Realización: Sundisa
Organiza: Institut de Cultura. Ajuntament de Barcelona