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Marta Carrillo, educadora emocional: “La persona que asiste a los talleres de herramientas emocionales encuentra un espacio precioso y protegido en donde poder expresar abiertamente los pensamientos, sentimientos, inquietudes, necesidades y dolores que se generan de su rol como persona cuidadora”

03/01/2024 - 12:00 h

BIENESTAR EMOCIONAL. La salud y el bienestar emocional de las personas cuidadoras, tanto familiares como profesionales, es uno de los principales objetivos de la Tarjeta Cuidadora

El 13 de enero se conmemora el día Mundial de la Lucha contra la Depresión. A corto, medio y largo plazo, la carga de las tareas de cuidado tiene impactos negativos, tanto en la salud y bienestar de las personas cuidadoras, en su mayoría mujeres, como en su esfera relacional. El cuidado personal puede ser clave en el manejo de los síntomas de la depresión, así como en el fomento del bienestar general.

Marta Carrillo es educadora emocional y cofundadora de Cultura Emocional Pública, consultoría al servicio del bienestar emocional de la población. Hablamos con ella del trabajo que hace y de los talleres de herramientas emocionales para cuidarse que ha llevado a cabo dentro del proyecto de la Tarjeta Cuidadora.

¿Cómo nos explicarías el concepto de “cultura emocional”? Explícanos un poco qué es Cultura Emocional Pública y qué hacéis desde vuestra consultoría. 

El término cultura proviene del latino “cultus”, que inicialmente significaba “cultivar”, y también el estado de un campo cultivado o “cuidado”. Hasta el punto en que, más tarde, pasó a considerarse “culto” todo ser humano que “cultivara” su espíritu.

Yo entiendo la cultura como el conjunto de creencias, valores y comportamientos que se comparten en un grupo social y se manifiestan en nuestra manera de ser, pensar y conducirnos. Y, de acuerdo con el origen de la palabra, algo que se puede cultivar para recoger los frutos.

Generar cultura emocional, por lo tanto, es la capacidad de dotar a las personas de herramientas y estrategias para desarrollar su inteligencia emocional para una buena gestión de sus emociones y las emociones que se generan con las personas con quien se relacionan, promoviendo así el bienestar emocional personal y colectivo.

Desde esta visión, Cultura Emocional Pública nace con la misión de sensibilizar y accionar la necesidad de unas políticas públicas que promuevan la salud emocional y generar compromiso en la socialización de la educación emocional como parte de la solución a muchos de los problemas sociales que sufrimos hoy. Se trata de hacer intervenciones pedagógicas comunitarias que permitan construir capacidad y competencia emocional a la ciudadanía.

Los talleres de herramientas emocionales que se han llevado a cabo mediante la Tarjeta Cuidadora se han cerrado con muy buena asistencia y valoración por parte de las personas participantes. ¿En qué consisten? ¿Qué encuentra una persona que se apunta?

¡Sobre todo encuentra escucha! Tan necesaria como escasa en nuestra sociedad.

Encuentra un espacio precioso y protegido que vamos cocreando entre todas las personas asistentes, en donde puede expresar abiertamente los pensamientos, sentimientos, inquietudes, necesidades y dolores que se generan en el ejercicio de su rol de persona cuidadora.

Encuentra un tiempo de calma y de poder compartir, donde sentirse escuchada y absolutamente comprendida, ya que los dolores son similares. Un lugar donde descubrir que no le pasa solo a ella, y que no está sola.

Encuentra recursos y herramientas prácticas, sencillas y fáciles a la vez que profundas, para ayudarla a que su día a día sea un poco más dulce y sostenible.

Y también encuentra momentos divertidos, de risas y de juego… ¡Que lo necesitan más que nunca!

La tarea de cuidar es difícil y a menudo muy solitaria. ¿Cómo de importante es fomentar las redes y los espacios de cuidado y de apoyo mutuo para las personas cuidadoras? ¿El primer paso para poder cuidar de alguien tendría que ser cuidarse a uno mismo?

La tarea de cuidar es tan difícil como solitaria, por muchos motivos: porque los cuidados no entienden de horarios, por el dolor que genera ver a la persona amada disminuida de sus capacidades, porque a menudo, las personas de su entorno no sabemos cómo ayudarlas, ni siquiera cómo dirigirnos a ellas, y acabamos apartándonos… ¡Me consta que estas personas hacen malabares con tal de poder asistir a las sesiones de dos horas de los domingos!

Por este motivo es tan importante fomentar que puedan crear una red de apoyo mutuo. Los dos grupos que he acompañado ya han generado vínculo a través de WhatsApp y correo electrónico, donde comparten recursos, conocimientos, salidas, cómo hacer gestiones, etc.

Y con respecto a cuidarse uno/a mismo/a, si me leen seguro que se ríen, porque justamente jugamos a un juego para mostrar la importancia de cuidar primero de una misma para poder mantener la energía y la fortaleza físicas y emocionales que se requieren para cuidar de otros.

Aunque diría que esta es la parte que más cuesta: son personas con un nivel de altruismo tan elevado que siempre se ponen “las últimas en la fila” de cuidarse, y a menudo lo hacen solo cuando una enfermedad o una condición o dolor físico las para, ¡en todo caso!

 ¿Cuál es el perfil mayoritario de personas que han asistido a los talleres? ¿Cuáles son sus principales inquietudes y dificultades emocionales en su día a día?

He tenido a un grupo de personas que cuidan a un familiar (¡o a más de uno!), y otro grupo de personas que cuidan de manera profesional y remunerada.

En el grupo de familiares, la mayoría son mujeres, aunque también asisten algunos hombres, cosa que me ha encantado, ya que socialmente (y sobre todo en sus generaciones) no ha sido la costumbre que ellos se cuiden emocionalmente. Las edades van de los 40 a los 70 años, cosa que ha enriquecido mucho al grupo por la mirada intergeneracional.

En el grupo de profesionales, todas sin excepción han sido mujeres de origen latino de varias procedencias.

Las principales inquietudes que comparten las personas familiares son: tristeza y/o depresión, falta de motivación, enfado, culpa, rabia o ira, angustia, preocupación, patrones de conducta repetidos, impotencia, cambios drásticos de estados emocionales (bajadas anímicas importantes), falta de libertad, baja autoestima y autoconcepto…

Con respecto a las profesionales, refieren que las grandes dificultades normalmente provienen de un trato no adecuado por parte de la persona cuidada o la familia. Expresan la necesidad de establecer un vínculo de confianza mutua y de tener libertad de acción basada en su profesionalidad y experiencia para el bien de la persona de quien tienen cuidado.

 El síndrome de sobrecarga de la persona cuidadora comporta un progresivo agotamiento físico y mental. En el caso de las personas cuidadoras familiares y próximas, a menudo se añade un fuerte sentimiento de culpa cuando la persona cuidadora se pregunta si está haciendo lo suficiente. ¿Cómo trabajáis para conseguir que se den el permiso para tener estos espacios de autocuidado?

La culpa ha sido un tema recurrente en el cual hemos profundizado durante estas sesiones. Escuchándolas, he entendido que puede atacar desde diferentes perspectivas: hay una culpa profunda de tener que tomar decisiones difíciles (como el internamiento de la persona en un centro por varias razones, y aunque sea como medida temporal, en un centro de día, etc.), hay mucha culpa en cuanto a sentir que no hacen lo suficiente, culpa de necesitar tiempo y actividades para ellos y ellas mismas… Y lo más impactante: hay quien siente culpa ante la duda de si han podido hacer alguna cosa en el pasado que haya favorecido o propiciado aquella enfermedad o situación de la persona a quien cuidan.

Descubrir esto ha sido muy sobrecogedor. Yo siempre digo, como la canción de Andrés Calamaro, que “la culpa es un invento muy poco generoso”. De hecho, no es ni siquiera una emoción como tal, sino un constructo social que tiene mucha connotación de la educación que hemos recibido.

La manera de abordarla ha sido, sobre todo, observando de dónde viene (suele estar asociada a creencias y valores), y revisarla, desafiarla, razonarla, e intentar desactivarla con nuevas creencias y valores más adecuados y amables. Hemos observado cómo nos hablamos y qué nos decimos. Hemos puesto un espejo a cómo es de injusto que, personas que hacen tanto por otros, se autoexijan y autojuzguen de esta manera, y hemos puesto una mirada más amable y compasiva hacia sí mismas. Y también aprendimos a no coger responsabilidades y cargas que no son nuestras de manera asertiva.

Como en aquellos libros de “elige tu propia aventura”, dibujamos todo un itinerario de cómo desactivar este constructo tan injusto, ¡y que nunca suma!

Y lo más bonito fue cuando una persona asistente dijo una frase que propusimos que todo el mundo pudiera hacer suya, como si fuera un mantra:

“Contra la culpa: ¡¡MEDALLA!!”

El cuidado no es un valor privado, sino también público. Las instituciones y las ciudades tendrían que ser también “cuidadoras”. La Tarjeta Cuidadora es una iniciativa pionera en la ciudad de Barcelona pensada para acompañar a las personas que cuidan la ciudad, a través de recursos y servicios para facilitar y reconocer su tarea. ¿Cómo valoráis el proyecto desde Cultura Emocional Pública?

Si me permites, me gustaría cambiar “las instituciones y las ciudades tendrían” por un “tienen” que ser cuidadoras, eso es lo que pedimos y por lo que trabajamos.

Y tanto Mireia Cabero como yo, miembros de Cultura Emocional Pública, celebramos emocionadas y aplaudimos esta iniciativa de la Tarjeta Cuidadora. Que Barcelona sea ciudad pionera nos hace sentir muy orgullosas, no solo en detectar y reconocer esta necesidad, sino también en pasar a la acción al educar el cuidado, al educar la interioridad y al educar la emocionalidad de la ciudadanía. Es la única manera de construir una auténtica resiliencia ciudadana.

Lo consideramos un hito muy importante, ya que “público” tiene que significar al alcance de todo el mundo… Y este proyecto lo cumple.

Ahora nosotras también tenemos el compromiso de hacerlo muy bien y ofrecer la excelencia para demostrar que la inversión en la ciudadanía es una de las mejores inversiones que una ciudad puede hacer y ofrecer.

Con respecto a las personas que han hecho uso de este programa, “Herramientas para el Bienestar Emocional”, consideramos que no solo han adquirido recursos sino también una visibilización, un sentido de comunidad y un reconocimiento a su día a día tan complejo y a la vez, tan solitario y silencioso. Un reconocimiento que no quieren ni nunca piden, pero que el alma y el ser agradecen y del cual se alimentan.