Un planeta, una salud. Conectados por la biodiversidad
La emergencia sanitaria del coronavirus nos ha hecho ver que la salud del planeta y la nuestra son inseparables. Tenemos que desglobalizar el sistema alimentario porque nos está conduciendo al cambio climático, a la desaparición de especies y a una emergencia sanitaria sistémica. Hay que intensificar la biodiversidad y naturalizar nuestras granjas, sin químicos. La regulación gubernamental es básica para garantizar la salud pública.
Somos una sola familia terrestre en un solo planeta, saludables en nuestra diversidad e interconexión. La salud del planeta y la nuestra son inseparables. Como decía Martin Luther King: “Estamos atrapados en una red de mutualidad de la que no podemos escapar, enlazados por un solo hilo del destino. Lo que afecta a uno directamente, nos afecta a todos indirectamente.”
Nos podemos conectar globalmente mediante la propagación de una enfermedad como el coronavirus cuando invadimos los hogares de otras especies, cuando manipulamos plantas y animales por codicia y para sacar un provecho comercial, y cuando propagamos los monocultivos. O nos podemos conectar mediante la salud y el bienestar de todos protegiendo la diversidad de los ecosistemas, y protegiendo la biodiversidad, integridad y autoorganización (la llamada autopoiesis) de todos los seres vivos, incluidos los humanos.
Las nuevas enfermedades que están surgiendo se deben a una alimentación globalizada, industrializada e ineficaz, a un modelo de agricultura que invade el hábitat ecológico de otras especies, y a manipular animales y plantas sin ningún respeto por su integridad y salud. La ilusión que la Tierra y sus seres son una materia prima que se puede explotar para sacar provecho está creando un mundo conectado por la enfermedad.
La emergencia sanitaria que nos ha provocado el coronavirus está conectada con la emergencia por la extinción y la desaparición de especies, y también está vinculada con la emergencia climática. Todas las emergencias radican en una visión del mundo mecanicista, militarista y antropocéntrica que plantea la raza humana como separada y superior de los otros seres, a los que puede poseer, manipular y controlar. También radica en un modelo económico basado en la ilusión del crecimiento infinito y de la codicia desmedida, que vulnera sistemáticamente los límites del planeta, y la integridad de especies y del ecosistema.
Nos conectamos a través de la enfermedad cuando destruimos los bosques, transformamos las granjas en monocultivos industriales que producen productos tóxicos y sin valor nutricional, y nuestras dietas se degradan por los procesos industriales con químicos sintéticos y la ingeniería genética en los laboratorios. Y deberíamos estar conectados a través de la biodiversidad dentro y fuera de nosotros, mediante un continuo de salud a través y en la biodiversidad.
Tenemos que desglobalizar el sistema alimentario que nos está conduciendo al cambio climático, a la desaparición de especies y a una emergencia sanitaria sistémica.
La emergencia sanitaria exige una visión de sistema basada en la interconexión
Nos tenemos que fijar en los sistemas que propagan enfermedades y en los que crean salud con una visión de sistema holística. Una visión de sistema de salud en tiempos de coronavirus no solo tiene que abordar el virus, sino también cómo se propagan las nuevas epidemias cuando invadimos los hogares de otros seres. También tiene que abordar las condiciones de comorbilidad relacionadas con enfermedades crónicas no transmisibles que se están propagando por culpa de sistemas alimentarios industriales no sostenibles, antinaturales y poco saludables.
Tal como afirmábamos en el manifiesto Food for Health de la Comisión Internacional sobre el Futuro de la Alimentación y la Agricultura, necesitamos rechazar “políticas y prácticas que lleven a la degradación física y moral del sistema alimentario, que, a su vez, destruyen nuestra salud y ponen en peligro la estabilidad ecológica del planeta y la supervivencia biogenética de la vida que habita en él.”
Tenemos que desglobalizar el sistema alimentario que nos está conduciendo al cambio climático, a la desaparición de especies y a una emergencia sanitaria sistémica. Los métodos alimentarios industrializados y globalizados propagan enfermedades. Y también las propagan los monocultivos. Y la deforestación.
La emergencia sanitaria nos está obligando a la desglobalización, a la que podríamos aspirar siempre que haya voluntad política. Tenemos que conseguir que la desglobalización sea permanente y hacer una transición hacia la localización. La localización de agricultura y de sistemas de alimentación biodiversos aumenta la salud y reduce la huella ecológica; también deja espacio para que se desarrollen diversas especies, cultivos y economías de vida locales.
Una biodiversidad rica en nuestros bosques, nuestras granjas, nuestros alimentos —y también en nuestro microbioma intestinal— hará que el planeta y sus diversas especies, incluidos los humanos, sean más saludables y resilientes ante enfermedades y plagas.
Las enfermedades se transmiten de animales a humanos a medida que destruimos los hábitats y los hogares de especies salvajes.
Invadir los bosques y vulnerar la integridad de las especies propaga nuevas enfermedades
La Tierra es para todos los seres. Proteger los derechos de la Madre Tierra es un imperativo de salud. En los últimos 50 años, han surgido 300 patógenos nuevos que han destruido el hábitat de especies y las han manipulado para sacar provecho de ellas. Según la OMS, el virus del Ébola se transmitió de animales salvajes a humanos: “El virus se ha transmitido de los animales salvajes a las personas y se está extendiendo entre la población humana a través de la transmisión de hombre a hombre.” Como anuncia New Internationalist: “Desde 2014-16, una epidemia de ébola sin precedentes ha matado a más de 11 000 personas en el oeste de África. Ahora los científicos han conectado el brote con la rápida deforestación.”
El profesor John E. Fa de la Manchester Metropolitan University, que es un investigador asociado sénior del Center for International Forestry Research (CIFOR), afirma que “las enfermedades que están apareciendo están conectadas con las alteraciones medioambientales provocadas por los humanos. Los humanos entran en contacto de un modo mucho más directo con los animales cuando se abre un bosque... El equilibrio que hay entre animales, virus y bacterias se altera cuando se abre un bosque.”
La enfermedad de la selva de Kyasanur (KFD, por sus siglas en inglés) es un virus altamente patógeno que se transmite de los monos a los hombres a través de garrapatas infectadas cuando la deforestación provoca que el hábitat forestal de los monos mengüe. “El virus de la KFD existe desde hace mucho tiempo como parte de un ecosistema establecido en South Kanara (Karnataka, India). La modificación humana del ecosistema debida a la deforestación ha provocado que la enfermedad se haya convertido en epidemia.”
El coronavirus también viene de los murciélagos. Como dice Sonia Shah: “Cuando talamos los bosques donde viven los murciélagos, no se van, sino que vienen a vivir a los árboles de nuestros jardines y granjas.” El profesor Dennis Carroll, de la Cornell University, confirma que cuanto más penetramos en ecozonas que antes no ocupábamos, más alto es el potencial de propagación de una infección.
La enfermedad de las vacas locas, o encefalopatía espongiforme bovina (EEB), es una enfermedad infecciosa causada por proteínas llamadas priones que afectan al cerebro del ganado. Las vacas contraían la enfermedad cuando se las alimentaba con carne de vacas muertas infectadas. Cuando los humanos se alimentaban de la carne de vacas infectadas, se infectaban a su vez con la enfermedad de Creutzfeldt-Jakob. Los priones son un agente autoinfeccioso, no son virus ni bacterias, lo que demuestra que aparecen nuevas enfermedades cuando se manipula a los animales y se vulnera su integridad y su derecho a la salud.
La resistencia a los antibióticos está aumentando en los humanos por el uso intensivo de químicos en las granjas industriales. Los marcadores de resistencia a los antibióticos en los transgénicos también contribuirían a la resistencia a los antibióticos. La transferencia horizontal de genes entre especies es un fenómeno reconocido científicamente, y por eso tenemos ciencias y regulaciones de bioseguridad como el Protocolo de Cartagena o el Convenio sobre la Diversidad Biológica, así como leyes nacionales de bioseguridad.
Las enfermedades se transmiten de animales a humanos a medida que destruimos los hábitats y los hogares de especies salvajes. Vulneramos la integridad de las especies cuando manipulamos a los animales en granjas industriales y cuando modificamos genéticamente las plantas, a través de la ingeniería genética, con promotores víricos y marcadores de resistencia a los antibióticos.
La ilusión de que las plantas y los animales son máquinas para producir la materia prima que alimenta nuestros cuerpos, que también son máquinas, se ha traducido en la agricultura industrial y el paradigma alimentario, que están en la base de la explosión de las enfermedades crónicas de nuestros tiempos.
Los riesgos de sufrir enfermedades infecciosas como el coronavirus aumentan exponencialmente cuando se combinan con la comorbilidad de enfermedades crónicas.
Un sistema de alimentación tóxico, industrializado y globalizado está conduciendo a la explosión de enfermedades crónicas no transmisibles
En las últimas décadas, las enfermedades crónicas no transmisibles han ido aumentando exponencialmente y matan a millones de personas. Las toxinas y los sistemas de alimentación industriales son los mayores contribuidores a las enfermedades crónicas. Casi diez millones de personas mueren de cáncer cada año. Una de cada seis muertes en el mundo se debe al cáncer, que es la segunda causa de muerte más frecuente.
La diabetes, un trastorno metabólico relacionado con la alimentación, es la séptima causa de muerte. Cada año mueren 1,7 millones de personas por culpa de complicaciones con la diabetes, que puede derivar en ceguera, insuficiencia renal, ataques al corazón, apoplejía y amputación de las piernas.
Los riesgos de sufrir enfermedades infecciosas como el coronavirus aumentan exponencialmente cuando se combinan con la comorbilidad de enfermedades crónicas. La tasa de mortalidad por coronavirus es del 1,6%. En una persona con problemas cardíacos, aumenta hasta el 13,2%. Con diabetes, hasta el 9,2%. Y con cáncer es del 7,6%. Los gobiernos deben tomarse seriamente los datos de la OMS sobre el cáncer, tal como han hecho con la pandemia del coronavirus.
El CIIC (Centro Internacional de Investigación contra el Cáncer) de la OMS ha identificado un glifosato fabricado por Bayer/Monsanto como posible carcinógeno. Estas advertencias deben tomarse en serio. El ataque corporativo contra el CIIC contribuye a la emergencia sanitaria. Y no se puede permitir. Se han archivado miles de casos de cáncer vinculados a los glifosatos en los juzgados de Estados Unidos. En los casos de Johnson Edwin Hardeman, Alva y Alberta Pilliod, los tribunales han fallado a favor de las víctimas de cáncer. Los gobiernos tienen que prohibir los químicos nocivos. Y tienen que hacer que el Cártel del Veneno rinda cuentas y se haga responsable de los daños que ha provocado.
Mi recorrido por la agricultura empezó con el genocidio de Bhopal, cuando murieron miles de personas por la fuga de una planta de pesticidas de Union Carbide. Esta empresa ahora es Dow, que se ha fusionado con Dupont. El Cártel del Veneno, que ha creado enfermedades tóxicas impulsando una agricultura industrializada globalizada, también es una gran farmacéutica. Propagan enfermedades y sacan provecho de ellas. Bayer es una compañía farmacéutica y una agroquímica que vende pesticidas tóxicos. Syngenta es una empresa de tóxicos que, como Novartis, vende productos farmacéuticos. Las grandes farmacéuticas están usando la emergencia sanitaria para expandir sus mercados y beneficios.
La protección que obtiene el Cártel del Veneno de los gobiernos debe desaparecer. Es más, los gobiernos tienen que trabajar a todos los niveles con los ciudadanos y las comunidades para crear alimentos libres de veneno y una agricultura que promueva la salud de la gente con la misma fuerza con que han emprendido acciones contra el coronavirus.
Tenemos que eliminar del sistema de alimentación los químicos que han creado este desastre sanitario. Los gobiernos deben seguir los consejos de las Naciones Unidas y de la OMS sobre los problemas de salud con el mismo entusiasmo con que lo han hecho con el coronavirus.
Solo 13 sustancias, que se usaban en tres tipos de cultivos (viñas, árboles frutales y hortalizas), contribuían al 90% de todos los problemas de salud causados por pesticidas en Europa anualmente.
Los altos costes de tratar nuevas enfermedades crónicas.
El manifiesto Food for Health sintetiza los altos costes de tratar nuevas enfermedades crónicas que han crecido exponencialmente durante las últimas dos décadas con el aumento de la alimentación y la agricultura industriales debido a la globalización. Reproducimos a continuación algunos de los datos más significativos que recoge el manifiesto en este sentido:
“Ya en 2012, un estudio cuantificó el impacto sobre la salud y los costes relacionados con los daños resultantes de la exposición a 133 pesticidas utilizados en 24 países europeos en 2003, que equivalían a cerca del 50% del total de pesticidas utilizados ese año. Solo 13 sustancias, que se usaban en tres tipos de cultivos (viñas, árboles frutales y hortalizas), contribuían, según este estudio, al 90% de todos los problemas de salud, que significaban una pérdida de 2000 años de vida (con la corrección por discapacidad) en Europa cada año, y eso significaba un coste económico anual de 78 millones de euros. En 2012 se publicó un estudio que evaluaba los costes de envenenamientos agudos por pesticidas en el estado de Paraná, en Brasil, y concluía que el coste total ascendía a los 149 millones de dólares cada año. Es decir, en este estado, por cada dólar que se gastaba en la compra de pesticidas, se gastaban 1,28 en costes externalizados por envenenamiento.” (….)
Si nos centramos en datos más recientes y cercanos a la realidad europea, podemos enfocarnos en una investigación que evalúe las responsabilidades de las enfermedades y los costes relacionados con la exposición de disruptores endocrinos en Europa: un grupo de expertos ha evaluado con una “alta probabilidad” que, cada año, en Europa se pierden 13 millones de puntos de coeficiente intelectual por culpa de la exposición prenatal a organofosfatos, y que hay 59 300 casos más de discapacidades intelectuales. Como se ha estimado que cada punto de coeficiente intelectual perdido por exposición al mercurio cuesta 17 000 €, podemos pensar que los costes causados por los organofosfatos son similares.
Las consecuencias sobre la salud de una modernidad mal adaptada, impulsada por sistemas de alimentación comerciales, se están experimentando en todo el mundo con proporciones epidémicas. Además de la muerte prematura y las discapacidades prolongadas, las enfermedades que resultan de dietas pobres nutricionalmente obligan a las personas a buscar atención médica cara, que a menudo no se puede asumir. Los sistemas de atención sanitaria comerciales se benefician de estas epidemias modernas, ya que ofrecen intensivos tecnológicos y pruebas y tratamientos caros para enfermedades que podrían y deberían ser fáciles de prevenir con una buena alimentación y un medio ambiente saludable. La fusión de Bayer y Monsanto implica que las mismas empresas que venden los químicos que están causando las enfermedades también vendan los medicamentos como curas para las enfermedades que ellos mismos han causado.”
Y son las personas y el planeta los que sufren la carga de la enfermedad.
Es el momento de que los gobiernos dejen de destinar el dinero de nuestros impuestos a subvencionar y fomentar un sistema de alimentación que hace enfermar al planeta y a las personas.
La salud es un derecho y la regulación gubernamental es una cuestión de vida o muerte
Tal como muestra la crisis actual, que el gobierno haga regulaciones es cuestión de vida o muerte. Y el principio de prevención es más vital que nunca. No se debe menospreciar con la falacia de que “el tiempo es nuestro peor enemigo” y no se pueden introducir de prisa organismos vivos manipulados en el medio ambiente sin haber hecho las pruebas pertinentes o habiendo hecho pocas.
Hay intentos de minar el principio de prevención con tratados de libre comercio como el llamado “minipacto” de Estados Unidos y la Unión Europea. Según los negociadores norteamericanos, el secretario de Agricultura Sonny Perdue y los intereses agrícolas del país, el principio de prevención debe desaparecer, y ahora es el momento de suprimirlo con el pacto comercial entre Estados Unidos y la Unión Europea.
Los gobiernos deben garantizar la bioseguridad y mejorar sus regulaciones, y las evaluaciones de seguridad alimentaria no deben estar influenciadas por la industria que se beneficia de manipular organismos vivos y de suprimir la evidencia científica de los daños. La evidencia de esta manipulación de investigación y el ataque a científicos y a la ciencia por parte de la industria se presentó en el Monsanto Tribunal y en la Asamblea Popular de La Haya en 2016. Ahora se han probado los daños causados en la salud de las personas por la manipulación corporativa de la investigación.
Tenemos que potenciar la investigación independiente en bioseguridad, salud alimentaria, seguridad sanitaria, epidemiología y ecología de la salud. Se deben detener los intentos globales de desregularizar las regulaciones de seguridad alimentaria y bioseguridad. La edición genética tiene impactos imprevisibles, y los nuevos productos que se basan en ella se tienen que regular como transgénicos, porque el genoma ha sido modificado, y tenemos que evaluar y conocer cuál es el impacto de la manipulación genética sobre la salud.
Asimismo, se deben impedir los nuevos intentos de manipular genéticamente organismos para eliminarlos, para prevenir crímenes contra la naturaleza y la creación de nuevas enfermedades desconocidas, causadas por efectos no intencionados.
Con el coronavirus, los gobiernos están mostrando que, cuando quieren, pueden emprender acciones para proteger la salud de las personas. Ahora es el momento de dar todos los pasos necesarios para impedir que se desarrollen actividades que pongan en riesgo nuestra salud, ya que afectan a los procesos metabólicos que la regulan. Los mismos sistemas que también son nocivos para la biodiversidad del planeta y la capacidad autorreguladora de la Tierra son los que lideran el cataclismo climático.
Sabemos que la agricultura industrial y los sistemas de alimentación globalizados e industrializados basados en combustibles fósiles y químicos tóxicos derivados de estos contribuyen a la extinción de especies, al cambio climático y a la catástrofe de las enfermedades crónicas. Y también sabemos que la agricultura orgánica regenerativa basada en la biodiversidad puede reconducir todas estas crisis. Es el momento de que los gobiernos dejen de destinar el dinero de nuestros impuestos a subvencionar y fomentar un sistema de alimentación que hace enfermar al planeta y a las personas.
La crisis también brinda la oportunidad a la gente de ver cómo las empresas han debilitado nuestra salud. Hacer que estas sean responsables es un imperativo, igual que lo es tener sistemas de alimentación nutritivos, fuera de corporativismos, democráticos, biodiversos y saludables; permitir que prospere la biodiversidad y los sistemas de conocimiento es imprescindible para sobrevivir.
La emergencia sanitaria ha demostrado que el derecho a la salud es fundamental. La salud es un bien común, y el gobierno tiene el deber de protegerla. Por eso hay que impedir la privatización y la corporativización de la salud; y se tienen que proteger y mejorar los sistemas de salud pública existentes y crearlos donde no los haya.
Rejuvenecer la ciencia de la vida y vivir saludablemente: descolonizar nuestros sistemas de salud y de conocimiento
El camino hacia un planeta y unas personas saludables está muy claro. La economía basada en el crecimiento sin límites conduce a unas ansias infinitas de colonizar la tierra y los bosques, destruyendo los hogares de otras especies y de personas nativas. Se está quemando la Amazonia para plantar transgénicos que alimenten a los animales. Se están destruyendo bosques en Indonesia para conrear aceite de palma.
Se crean enfermedades por culpa de la demanda sin límites de recursos de una economía globalizada basada en un crecimiento ilimitado. La salud para todos los seres se basa en proteger la Tierra, sus procesos ecológicos, y el espacio y la integridad ecológica de la vida que habita en ella, incluida la humana.
Los sistemas nativos de salud han sido criminalizados por la colonización y la industria farmacéutica. Tenemos que cambiar el paradigma militarista, mecanicista y reduccionista basado en la separación y la colonización de la Tierra, de otras especies y de nuestros cuerpos, que han contribuido a la crisis sanitaria, por sistemas como el ayurveda, la ciencia de la vida. Sistemas que reconocen que somos parte de la red de la vida en la Tierra, que nuestros cuerpos son complejos sistemas vivos autoorganizados, y que tenemos potencial para estar saludables o enfermos según nuestro entorno y la comida que cultivamos. La salud depende de una alimentación saludable (“Annam Sarva Aushadhi: una buena alimentación es la medicina para cualquier enfermedad”). Un intestino saludable es un ecosistema y la base de la salud. La salud es armonía y equilibrio.
Los sistemas nativos de salud han sido criminalizados por la colonización y la industria farmacéutica.
Aunque la agricultura globalizada e industrializada que destruye los bosques y la biodiversidad de nuestras granjas se justifica diciendo que alimenta el mundo, el 80% de nuestro alimento proviene de pequeñas granjas. Las granjas de monocultivos hacen productos, no alimentos.
La agricultura globalizada e industrial es un sistema que provoca enfermedades y hambre. Propaga enfermedades relacionadas con toxinas y destruye las pequeñas granjas que nos alimentan, endeudando a los granjeros y conduciéndolos al suicidio. Este sistema alimentario poco saludable y que crea enfermedades está subvencionado con el dinero de nuestros impuestos, primero porque se dan ayudas a la producción y la distribución, y después porque hace pagar a la gente los elevados costes de la atención médica.
Si añadimos las ayudas y la externalización médica a los sistemas de alimentación globalizados e industrializados, nos daremos cuenta de que ni el planeta ni las personas pueden seguir soportando la carga de este sistema de alimentación globalizado e industrial que crea enfermedades.
La agricultura ecológica libre de químicos tiene que formar parte del rejuvenecimiento de la salud pública. A diferencia de las granjas industriales, las granjas pequeñas cuidan de la salud de las personas, sobre todo cuando no usan químicos, son orgánicas y biodiversas. Tenemos que destinar todos los fondos públicos a apoyar las granjas agroecológicas y las economías locales como parte del sistema de salud.
Mediante la biodiversidad y la materia orgánica del suelo, produciremos más nutrientes por metro cuadrado, y nuestras plantas serán más saludables y resistentes a enfermedades y plagas. Volviendo a la materia orgánica del suelo también ayudamos a recuperar los ciclos rotos del carbón y el nitrógeno, que están provocando el cambio climático. Cuidar el planeta y cuidar nuestros cuerpos son procesos interconectados.
Necesitamos intensificar la biodiversidad y naturalizar nuestras granjas, sin químicos ni intensificación capital. La biodiversidad crea cultivos y economías con cuidados, que incluye el cuidado de la salud de la Tierra y de su gente. Todas las especies tienen derecho a su espacio ecológico y a la libertad para evolucionar, y todos los humanos, como parte de la Tierra, tenemos el derecho a acceder a una alimentación biodiversa y libre de químicos.
Los sistemas orgánicos biodiversos tienen que ser un tema central en las soluciones sobre la salud pública, tal como estamos viendo con la emergencia sanitaria. Una mentalidad biodiversa debe remplazar los monocultivos de una mentalidad mecanicista que ve la diversidad de la vida como un enemigo por exterminar. El saludo indio namaste se ha vuelto global en tiempos del coronavirus. El significado de namaste no es separación, sino una unidad más profunda que nos conecta a todos. Namaste significa “me inclino ante lo divino dentro de ti”. Significa una interconexión en la que formamos parte de un universo sagrado donde todo está impregnado por lo divino en beneficio de todos, sin que nadie quede excluido.
Es la consciencia de la unidad que necesitamos cultivar en estos tiempos en que un pequeño virus nos ha conectado a todos globalmente a través de la enfermedad y el pánico. No podemos permitir que el aislamiento social que hemos necesitado durante la emergencia sanitaria permanezca como patrón de separación, y que destruya la cohesión comunitaria y social. No permitamos que el cierre de mercados locales y de agricultores se convierta en un cierre permanente para crear un futuro agrícola sin agricultores siguiendo la visión de Bayer/Monsanto, y que la comida falsa destruya nuestra salud mientras los multimillonarios sacan provecho del valor de la vida.
Nos necesitamos los unos a los otros y a la Tierra en nuestra rica diversidad y autopoiesis para crear resiliencia en tiempos de emergencia, y para regenerar la salud y el bienestar en el mundo después del coronavirus.
Esta pandemia nos ha dado una nueva oportunidad para cambiar el paradigma de la era industrial y mecanicista de separación, dominación, codicia y enfermedad por la era de Gaia, con una civilización mundial basada en la consciencia del planeta y en que somos una sola familia terrestre. En que nuestra salud es la única salud basada en la diversidad, la regeneración, la armonía y la interconexión ecológica.
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