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Grandes entre los grandes
Durante años y años, el Grec fue la única puerta de entrada para los grandes nombres de la escena internacional. La Olimpiada Cultural que acompañó los JJOO de 1992 era un sueño; el Teatre Nacional y el nuevo Lliure de Montjuïc, unas quimeras; y nadie pensaba que Girona pudiera algún día llegar a tener una Temporada Alta. O pasaban por el Grec o Barcelona se los perdía. Y el Grec, durante la década de los 80, no cejó en su empeño de atraer hasta sus tablas a algunos de los nombres más atractivos del panorama teatral europeo.
El 10 de julio de 1980, Dario Fo se paseó por el anfiteatro de Montjuïc con su Misterio Bufo y, prácticamente en solitario, consiguió inundarlo con su verdad: Salió al palco escénico, el foso cubierto del Grec, y empezó a hablar, a contar cosas del teatro, de los hombres, de la sociedad, contando con la colaboración de un joven italiano que habla un catalán coloquial muy claro, aunque la verdad es que la mayoría de las afirmaciones de Darío Fo no necesitaban de ninguna traducción. Y esa charla amable y simpática sirvió para despertar las primeras risas, porque el sentido de observación del actor captaba muy fácilmente aquello que latía en las gradas, recogía J.L. Corbet en su crónica aparecida en La Vanguardia del 12 de julio.
Otro italiano, Vittorio Gassman, triunfó en el Grec de 1984 pese a que llegó a Barcelona aquejado de una bronquitis que agravaba con el humo de sus cigarrillos. En un espectáculo vivo y cambiante repasaba algunos grandes personajes de su carrera y hablaba de teatro y de la vida La suya, que ya era larga: había cumplido los 62 años, había interpretado muchos papeles y había amado a muchas mujeres... Toda su sabiduría teatral la transmitió en cinco noches en el anfiteatro Grec al módico precio de 600 pesetas por localidad.
Y tras dos hombres, italianos ambos, dos mujeres, dos actrices, que hicieron carrera en Francia, pero que dejaron un recuerdo más agridulce con sus interpretaciones: María Casares y Jeanne Moreau.
En 1985, María Casares se presentó con La nuit de Madame Lucienne, escrita por Copi y con dirección de Lavelli: un espectáculo que ni logró llenar las gradas del Teatre Grec ni, por lo que escribió Joan de Sagarra en El País, tampoco gustar: Como bien dice Lavelli, se trata de un brillante ejercicio de estilo, un ejercicio que lo mismo puede durar una hora y medía que cuatro, que doce horas; pero, por desgracia tampoco dura hora y media: dura casi dos horas.
Tampoco buen recuerdo dejó La celestina interpretada por Jeanne Moreau y dirigida por Antoine Vitez en 1989, aunque un año antes la francesa sí que había deslumbrado con su papel en Le récit de la servante Zerline, de Hermann Broch, el monólogo que protagonizó en el Teatre Principal: por primera vez un escenario privado se sumaba al festival.