Relatos de DF en Poble Sec, Vol.2

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Es miércoles, ocho de la tarde, y estamos en el Nook otra vez. Ya en círculo y con un refrigerio en la mano acabamos los saludos. Matías ha preparado algunas viandas de cortesía y todo el mundo está en su lugar.

 

Irina toma el mando y pide si puede sonar música antes de hablar. Escuchamos la PJ Harvey, hasta la última nota: Ride of me. Comenta que ha hecho una elección vinculada a su adolescencia, que a su alrededor era mayoritariamente inundada de glam por un lado y de punk por el otro. Por eso, PJ Harvey representaba otra cosa para ella. Una mujer que se mostraba vulnerable, que está de mala leche y que canta con voz ronca y de aguardiente. Le atraía aquel derecho que ejercía PJ, es decir, el derecho a estar enfadada y gritar. Para ella era un referente femenino antes de que se leyera a ella misma como feminista. Y entronca también con su presente, "la emoción controla las narrativas de mujer", y eso le resulta interesante.

 

Antonia es de "gusto disperso" y se vincula a todo lo que encuentra, y, claro, le ha costado mucho escoger una canción. Nos habla de sus gustos e intereses, y de una pequeña teoría en relación con aquello que escuchamos y cómo lo escuchamos: dice que hay gente —como ella— que no para de engullir música, y otra que camina de por vida con la música que le marcó de adolescente. Ella busca recuperar la sensación que tenía cuando era una adolescente y descubría nuevas melodías. Así va por la vida, de descubrimiento en descubrimiento, y de sensación en sensación. Podría poner un tema de ABBA, de Fugazi, de Madonna, de Prince o de Wu Tang Clan, pero en la bolsa ha cargado un lp de Kode9 i Spaceape. Suena un tipo de dubstep temprano, una música que bebe del jungle y otros derivados del movimiento rave con toque jamaicano, fuertes dosis de bajo y todo ello remezclado y triturado en UK. La canción es del 2005, pero nos continúa sonando moderna a la mayoría de los presentes. Y a raíz de esta canción, nos enredamos en un buen debate alrededor de la letra de las canciones, cómo las vivimos y sentimos, cómo las respiramos y cómo las aterrizamos en el cuerpo.

 

Judit se vincula "por erosión", escuchando repetidamente un tema, y otras veces una escucha le despierta un amor instantáneo. Vio un monólogo de una humorista australiana, Hanna Gadsby. Al final de la película sonaba una canción que la atrapó: la rebobinaba y la volvía a escuchar. La busco en Google y, finalmente, encontró la canción. La canción narra cosas que ella no sabe explicar o no se siente capaz y parece que esta artista consigue arrancar el tapón de las emociones y dejarlas salir. Judit recopila en una lista de reproducción mental algunos himnos que dice que "me ayudan a estar en la mierda eufóricamente", como un tipo de lucha entre el hedonismo presente y el pozo permanente. Pero lo que envidia es la capacidad de moverse, de cambiar la perspectiva y de gestionar las felicidades y miserias a través de la música. Concluye que lo que la atraviesa es la música que se hace desde el alma y el hígado, y escuchamos la canción.


 

Katy se levanta y planta un 45 en el tocadiscos que hemos llevado y enseguida lo sentimos craquear. Escuchamos y nos quedamos con el culo en la silla y la cabeza de viaje. Ha traído un disco de un artista que no sabemos quién es, con una canción que no sabemos cómo se llama. Forma parte de una pequeña suma de discos que cayeron en sus manos durante un viaje reciente a Irán. Durante la revolución, se destruyeron buena parte de los discos que se habían hecho hasta el momento. No fue fácil rastrear mercados y tiendas, pero con la ayuda de unos compañeros, finalmente consiguió algunos discos. Su viaje se produjo durante el Ashura y nos comenta que eso dejaba en silencio absoluto a los pueblos de casas de abono que visitó en desierto. Escuchamos diferentes instrumentos en esta grabación, pero nos cuesta reconocer algunos instrumentos y preferimos dejarnos llevar por la energía que desprende la música y las historias del viaje que nos explica.

 

Continuamos, y la elección siguiente se solapa perfectamente con la última canción. Aurelio nos ha traído una pieza de Robert Wayatt que se llama Gharbzadegi, que, precisamente, es un término farsi para designar la occidentalización. Conoció la canción porque se la envió un amigo suyo. Escuchar eso es meterse en la madriguera y no querer salir. Le suena actual o más bien atemporal y nos encanta cómo lo explica. Nos habla de la letra, del inmovilismo de la subjetividad y de puntos de vista irreconciliables, y nos repasa un poco la estructura del tema. Escuchamos la canción, que es larga, pero pasa volando. Y, sí, efectivamente se convierte en una habitación donde te quieres quedar y no salir nunca más.

 

Matías cerrará la sesión. Se anima a última hora en el rescoldo que se ha formado en este Discofòrum. Monta un pequeño festival en una isla de Finlandia, el Nordbass, y entre su afición a la música, los conciertos y el tema del festival está siempre haciendo investigación o, accidentalmente, encontrando nuevas formas y propuestas musicales. Habla de la experimentación y la virtuosidad, que no siempre van de la mano, y nos presenta un artista belga poco conocido, que vio por primera vez en BCN y que acabó tocando en su festival. Nos dejamos llevar por la mezcla de músicas que evoca Manu Luis y acabamos llegando a una buena conclusión: YouTube no puede sustituir al Discofòrum!

 

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