Vladimir de Semir: “La principal industria de Barcelona es la científica, tecnológica, universitaria y médica”
Ha sido redactor jefe de Ciencia y Tecnología en La Vanguardia, concejal de la Ciudad del Conocimiento de Barcelona, creador del primer máster en comunicación científica del país y un largo etcétera. A su paso por el Ayuntamiento, Vladimir de Semir impulsó el programa Barcelona Ciencia. Con él repasamos su prolífica trayectoria y charlamos sobre la evolución del periodismo científico en la ciudad y su área de influencia, entre otros muchos temas.
¿De dónde viene tu vocación?
Pensar, conocer, leer y escribir fueron las claves de una educación intensa en materias de letras y de ciencias, diversa en culturas y además en cuatro lenguas (alemán, castellano, francés e inglés) con la que me gradué a los 14 años como bachiller elemental en la Escuela Suiza, teniendo en cuenta que la lengua vehicular era el alemán. Aún hoy, recuerdo la intensidad y el entusiasmo con la que nos hacían pensar y descubrir el mundo –“solo se ve lo que se conoce”, dice un proverbio alemán– los sucesivos profesores y profesoras suizos que tuve además de la profesora española de filosofía y literatura, una extraordinaria Asunción Sender (hermana del escritor Ramón J. Sender), las divertidas y accidentadas clases de física y química de Rufino Bernabeu (una especie de profesor Franz de Copenhague), las densas pero instructivas traducciones del latín y, sobre todo, la asignatura de castellano en la que no parábamos de leer, escribir y reflexionar profundamente sobre la lengua. Siempre he pensado que en buena parte he vivido de la renta intelectual de todo lo que aprendí en aquella temprana etapa de mi vida.
¿En qué momento abriste los ojos a la ciencia?
En ese momento no supe valorar el alcance premonitorio de un comentario de mi profesor de castellano, Manuel Gutiérrez, cuando me devolvió una de las frecuentes redacciones que nos obligaba a redactar y en la que me había puesto un 10, una máxima puntuación que no solía prodigar dado su nivel de exigencia: “Vladi, tu quizás un día te ganarás la vida escribiendo”. Ese mismo profesor de mi etapa básica de formación, el Guti, nos hizo preparar y dar nuestra primera conferencia ante nuestros compañeros y compañeras de clase. Teníamos 11 años… El tema que escogí y sobre el que hice mi primera disertación “pública” fue: el Sistema Solar. Creo que el destino de mi futura vida profesional basada en escribir y la ciencia quedó marcado en aquella época: ser periodista científico. Ya en la Universidad, estudié Ciencias Matemáticas, pero no acabé la carrera porque me casé y fui padre muy joven (22 años) y me tuve que dedicar a dar clases para ganarme la vida. Poco después por pura casualidad me convertí en corresponsal comarcal de La Vanguardia y finalmente entré a trabajar en el diario. Estaban sentadas las bases de lo que vendría después.
¿Y qué vino?
En 1981 se fundó el Museo de la Ciencia de la Fundación La Caixa de Barcelona, al que se incorporó poco después el físico Jorge Wagensberg como conspicuo director. Wagensberg era compañero y amigo desde nuestra infancia en la Escuela Suiza de Barcelona. Con el paso del tiempo, nos seguíamos viendo con cierta regularidad y precisamente en el transcurso de una comida en 1982, Wagensberg me sugirió que “La Vanguardia debería prestar especial atención a la divulgación científica, es un tema que interesa mucho a los ciudadanos… ¿Por qué no propones la creación de una sección de Ciencia?”.
Y seguiste su consejo.
Aquel comentario hizo que se me encendiera una bombilla… Después de pasar por la información local y la política catalana, yo estaba entonces inmerso en el cambio tecnológico del diario con el paso del plomo a los bits, o sea, de las linotipias a los ordenadores. Seguía escribiendo de vez en cuando algún artículo, pero mi actividad como periodista iba camino de desaparecer para convertirme en un tecnólogo de la edición. Pero yo en realidad no deseaba perder mi condición de periodista porque la verdad es que lo que más me motivaba –y lo sigue haciendo– era escribir y contar historias. Intuí que la propuesta de Wagensberg, mi situación en ese momento en el diario y mi ilusión y formación personal podían confluir y así lo trasladé a Lluís Foix, entonces director, en plena fase de reconversión y modernización del diario, quien se mostró muy receptivo a la idea.
¿Qué le propusiste?
Crear unas páginas específicas de ciencia en el diario. Foix, que había sido corresponsal en Estados Unidos, era conocedor directo de la evolución de The New York Times en los años 70. Entre las muchas iniciativas empresariales que se tomaron figuró una decisiva para la consolidación del periodismo científico en el diario neoyorkino y en realidad en todo el mundo. Una de las claves del éxito del relanzamiento del diario, que había sufrido la crisis de la competencia de la televisión en el espacio comunicativo, fue la decisión de incorporar suplementos temáticos semanales para aumentar el interés informativo de lectores potenciales, establecer nuevos puentes de fidelización entre el público y abrir también nuevos mercados publicitarios. Entre ellos, todos los martes una sección semanal dedicada a las ciencias, así nació Science Times el 14 de noviembre de 1978.
Y reservasteis unas páginas del diario a la ciencia.
No exactamente. En el caso de La Vanguardia hubo otro factor realmente clave para que finalmente se creara un suplemento de Ciencia en el diario. En aquella época, la edición dominical no podía absorber toda la demanda publicitaria que aspiraba –previo pago, claro– a ser insertada en sus páginas. La conjunción de todos estos factores llevó a la decisión de crear unas páginas dominicales dedicadas a las ciencias, que incorporaron la tradicional página de medicina que el doctor Lluís Daufí realizaba desde hacía más de diez años. Unas páginas especializadas en ciencia, medicina y medioambiente que por su contenido podían ser ligeramente intemporales (el cuaderno se cerraba e imprimía con antelación).
Es decir, un suplemento.
Exacto. Así nació el 10 de octubre de 1982 el primer suplemento de Ciencia de La Vanguardia. Jorge Wagensberg fue su primer colaborador externo. Una característica muy significativa fue que, por primera vez en la historia del diario, este espacio informativo era dirigido por un periodista que formaba parte de la redacción y no por un científico o médico que colaboraba como divulgador científico externo. Había nacido así por primera vez una sección especializada en periodismo científico y desde un principio la filosofía de estas páginas especiales fue la de que colaboraran estrechamente periodistas, científicos y médicos para complementar criterios de rigor, amenidad y actualidad. Esta doble condición que asumí de ser al mismo tiempo periodista científico y tecnólogo de edición hizo que Lluís Foix me nombrara redactor jefe de Ciencia y Tecnología, mi tercer salto de categoría profesional en el diario, y que también supuso que la temática científica adquiriera por primera vez rango de sección propia en un diario español.
¿Cuál fue el impacto de ese suplemento?
Estas páginas dominicales tuvieron una amplia repercusión entre el mundo científico de Cataluña y España ya que por primera vez científicos y científicas de las universidades y centros de investigación de toda España podían colaborar de forma amplia con sus artículos. Las tres o cuatro páginas de los primeros tiempos fueron evolucionando en función de la publicidad que se debía insertar y llegaron a convertirse incluso en 24 páginas (¡todo un récord!), saltando también al color del correspondiente cuaderno e incorporando a un ilustrador gráfico de gran impacto y creatividad por su capacidad de síntesis de las ideas y de los temas científicos, Fernando Krahn, cuyas aportaciones fueron decisivas para hacer más atractiva la sección. Todo esto, unido a que se publicaban el día de mayor difusión del diario, convirtió este suplemento al principio más o menos desestructurado –la paginación dependía siempre de la publicidad que debía absorber– en muy popular entre los lectores y demostró que una oferta informativa de una temática completamente nueva, de calidad y mantenida domingo tras domingo acababa creando una demanda entre los lectores.
¿Cómo crees que ha evolucionado la comunicación científica desde que salió el suplemento?
La fecunda etapa en la interacción entre ciencia y periodismo en la redacción de La Vanguardia conllevó la creación de una escuela de facto de divulgación científica, tanto para los muchos científicos y científicas que colaboraron en estas páginas especializadas del diario como para los jóvenes periodistas que se formaron durante esos años en el suplemento científico de La Vanguardia. En efecto, esta estrecha y larga relación que el equipo de periodistas y de científicos mantuvo durante esos años en torno a los suplementos de Ciencia y de Medicina e impulsó también una continuada reflexión en su seno sobre cómo mejorar tanto la información científica como la propia divulgación. Buena prueba de ello fue la convocatoria en mayo de 1990 de un importante Simposio internacional sobre Periodismo Científico en Barcelona, que se celebró en el Colegio de Periodistas y que fue el resultado de una iniciativa conjunta con el director de la Fundación Dr. Antonio Esteve, Sergi Erill. Producto de esta inquietud por mejorar y consolidar el periodismo científico y, en general, la divulgación de las ciencias fue también la creación en 1990 de la Asociación Catalana de Periodismo Científico, de la que me convertí en su presidente fundador. La entidad prosigue hoy su singladura rebautizada como Asociación Catalana de Comunicación Científica e integrada en la World Federation of Science Journalists.
¿Fue entonces que diste el salto al mundo académico?
Esa fue la época de mi consolidación como periodista científico y que me llevó también a una importante proyección personal, primero en el mundo académico y posteriormente también en el político. En efecto, este proceso tuvo su traslación al campo académico cuando se crearon en 1992 los Estudios de Periodismo de la entonces naciente Universidad Pompeu Fabra y me incorporé como profesor asociado de Periodismo Científico a partir del curso 1993-1994. Gracias a la invitación inicial del fundador de los Estudios de Periodismo de la Universidad Pompeu Fabra, Josep Maria Casasús, que me permitió integrarme desde el curso 1993-1994 en el mundo académico como profesor asociado de Periodismo Científico en la Facultad de Comunicación. Este fue el punto de partida de iniciativas hasta entonces inéditas que contaron inicialmente con el apoyo del rector-fundador de la universidad, Enric Argullol, y de los que le sucedieron. Primero, la creación del Observatorio de la Comunicación Científica en la Facultad de Comunicación –centro académico pionero en España, e incluso en Europa, para el análisis de la transmisión de la ciencia a la sociedad– y, más recientemente, del Centro de Estudios de Ciencia, Comunicación y Sociedad en la Facultad de Ciencias Experimentales. Así como de un máster en Comunicación Científica, Médica y Ambiental, postgrado profesional que está a punto de cumplir 30 años de existencia ininterrumpida (!) y que se han convertido en una referencia internacional de la Universidad Pompeu Fabra en el ámbito de la comunicación, de la divulgación y del periodismo científicos.
¿Cuál fue la repercusión del máster?
También en este caso, la oferta acabó creando la demanda, como fue el caso del suplemento de La Vanguardia. Cientos de alumnos y alumnas de todo el mundo se han formado en el mundo de la comunicación, divulgación y periodismo científico y se han incorporado a gabinetes de comunicación de centros científicos y a diferentes plataformas de mundo editorial y museológico, con unos resultados de espectaculares: según datos de seguimiento de la propia UPF, la inserción laboral de nuestros estudiantes es del 85 % a los seis meses y del 100 % al año de cursar el máster. Creo, modestamente, que el máster –como en su día el suplemento de ciencia– ha marcado un antes y un después en la historia del periodismo, la divulgación y la comunicación científica. Y estoy muy satisfecho.
¿Y cómo diste el salto a la política? Este año, el Ayuntamiento ha conmemorado, con un libro, los 15 años del programa Barcelona Ciencia, del cual fuiste impulsor.
Aquella proyección e influencia social desde el diario también tuvo su faceta política pues toda la “agitación” informativa y cultural en torno al suplemento de Ciencia de La Vanguardia influyó en que la Generalitat de Catalunya propusiera en 1988 la creación, por iniciativa del consejero de Cultura de la época, Joan Guitart, de una Comisión para el Estímulo de la Cultura Científica –de la que formé parte– y que desarrolló durante varios años un innovador y fecundo programa en favor de que la ciencia se integrara en el mundo de la cultura hasta que el consejero fue sustituido en 1996. Fue una lástima que se truncara esta iniciativa política pionera en nuestro país, aunque en parte fue continuada por la Fundación Catalana para la Investigación y la Innovación.
En 1997, Joan Clos accedió a la alcaldía de Barcelona en sustitución de Pasqual Maragall. Semana Santa de 1999, un par de meses antes de las elecciones municipales… Suena el teléfono –manos libres– mientras estoy conduciendo: “¿Sr. Semir? Le llamo de la secretaría del alcalde. Al Sr. Clos le gustaría hablar con usted.” Al día siguiente estaba sentado ante el alcalde en su despacho de la plaza Sant Jaume de Barcelona.
¿Y eso?
Mi único contacto con Joan Clos había sido tiempo atrás en una celebración de un amigo común, Jordi Camí. Clos se había dirigido a mí y habíamos comentado conjuntamente cuestiones relativas a la ciencia, la tecnología y sobre el suplemento de Ciencia de La Vanguardia. Esta conversación aparentemente sin importancia, recobró aquella mañana en el despacho del alcalde todo su significado: “Vladimir: estoy confeccionando la lista electoral y me gustaría que te integraras en ella”. Me quedé perplejo. ¡Nunca me hubiera imaginado algo así! Tuvimos una larga conversación sobre sus proyectos, su modelo estratégico para la ciudad, cómo encajaba yo en todo esto y el papel que me reservaba en su equipo si aceptaba su propuesta. Semanas más tarde, el 29 de abril, un día antes de la proclamación de las listas electorales, La Vanguardia explicaba cuál era el objetivo del futuro alcalde reservaba para mí: “Clos ficha al periodista Vladimir de Semir para su Ciudad del Conocimiento”.
¿Eso qué implicaba?
Ello tenía implicaciones urbanísticas como la materialización del distrito 22@, la potenciación del mundo universitario, científico y médico y que la sociedad –local e internacional– entendiera los que significaba que una ciudad como Barcelona fuera faro de la sociedad del conocimiento. Una ciudad conocida en todo el orbe por su atractivo turístico y sus Juegos Olímpicos y que ahora focalizaba el interés mundial en su apuesta por la ciencia y, en general, el conocimiento. Parece que el mensaje se entendió inmediatamente; la revista Newsweek nos dedicó un artículo que tituló: Barcelona, city of beauty and brains. En aquella época, no solo su belleza y atractivo seguían promocionando a la ciudad, sino que también se impregnó además de la inteligencia de su sociedad. Creo que este titular de Newsweek es la mejor síntesis de lo que representaba el proyecto “Barcelona, Ciudad del Conocimiento”. Fueron ocho años apasionantes, primero como concejal de Ciudad del Conocimiento y luego en un segundo mandato como comisionado, que culminaron en 2007 con el Año de la Ciencia en Barcelona (y en toda España, porque el Gobierno Zapatero “compró” la idea y la amplió a todo el país). ¡Un auténtico lujo para un periodista científico!
Una concejalía de Ciudad del Conocimiento era un concepto nuevo. ¿Cuál fue su relación con el resto de la institución?
“Llevamos adelante la marca Ciudad del Conocimiento, que supone revalorizar lo que hay en la ciudad relacionado con la ciencia, la cultura, la universidad… y potenciarla, mientras se transforma urbanísticamente la ciudad en la sociedad del conocimiento, es una oferta a la que nadie que ame la ciudad puede negarse”, recuerdo que dije en la primera entrevista que me hicieron como candidato. Sin duda, para una concejalía era un proyecto singular, pero en realidad era un programa totalmente transversal de todo el Ayuntamiento y trabajábamos coordinadamente con la mayoría de departamentos. El ambiente era estimulante y la verdad es que me sentí muy a gusto con mis compañeros y compañeras fueran del partido socialista o independientes, como yo. Incluso con el resto de fuerzas políticas formarán parte del gobierno municipal o de la oposición. En realidad, todos apoyaban, con sus respectivos matices, la marca “Barcelona del Conocimiento”. Me considero muy afortunado de haber vivido y compartido estos años con ellos y ellas, y sigo siendo amigo de muchos de ellos, de todos los colores políticos.
¿Qué acciones emprendisteis que todavía siguen en marcha?
En el aspecto material hay muchos proyectos urbanísticos que se pusieron entonces en marcha, desde el 22@ y la ampliación/ implantación del mundo universitario en Poblenou y en el área del Fòrum que contribuimos a hacer realidad. Y en el aspecto de la promoción cultural científica creo que es difícil explicarlas todas porque hay muchas que perviven, desde la Fiesta de la Ciencia al programa Escolab. También la incorporación de ciclos de divulgación científica en las bibliotecas municipales y haber especializado a una de ellas en temas científicos: la Biblioteca Sagrada Familia-Josep Maria Ainaud de Lasarte. Las cenas con estrellas en el Observatorio Fabra, la guía de Paseos por la Barcelona Científica… Y naturalmente crear y consolidar la marca “Barcelona Ciencia”.
¿Cómo crees que han tomado el relevo de aquel primer impulso los gobiernos posteriores?
Me voy a permitir decir que Joan Clos fue un alcalde singular y excepcional, injustamente maltratado por la opinión pública y quizás incomprendido por muchos interesada o desinteresadamente. Le gustaba leer al premio Nobel de Física Sheldon Glashow, al científico cognitivo Steven Pinker o al filósofo de las ciencias Daniel Dennet, entre otros muchos, y que antes de ganar las elecciones y suceder al alcalde olímpico Pasqual Maragall con el mejor resultado de la historia en la ciudad de Barcelona había dejado muy clara su intención:
“Los conceptos de lo científico y de lo humanístico ya no están hoy tan diferenciados. Pero es verdad que me gustaría estimular el papel científico de Barcelona. Me preocuparía que la ciudad perdiera el tren en lo referente a las biotecnologías o las telecomunicaciones, y estaría encantado de contribuir también a la popularización de la ciencia. En realidad, estaría encantado de contribuir a una reconciliación del público con el conocimiento, que me parece uno de los retos más urgentes de nuestra época”. (El País, 21 de septiembre de 1997)
Todos sabemos que los proyectos políticos dependen mucho de las personas que los impulsan y del contexto económico y casuística políticosocial del momento concreto en que se llevan a cabo. En cada etapa hay unas prioridades u otras. Aquella fue excepcional para sentar las bases de la transformación de una ciudad eminentemente turística, postolímpica y con secuelas postindustriales a una ciudad de la sociedad del conocimiento. Los sucesivos gobiernos municipales han mantenido la marca beauty and brains y la llama sigue encendida, pero naturalmente las prioridades pueden ser otras en cada momento. Es lógico. Yo me siento satisfecho y orgulloso de mi ciudad, entonces y ahora.
¿Cómo ves a Barcelona, hoy, en cuanto a promoción de la ciencia?
No voy a entrar en los problemas que tiene la ciudad con la gestión de una de sus primeras fuentes de actividad económica, como es la turística, y lo que implica para los que vivimos o queremos seguir viviendo en ella. Pero me gustaría señalar y recordar que su “industria” principal es la científica-tecnológica-universitaria-médica, pero sin duda muchos no perciben que así sea. Hay que seguir poniendo en valor la marca “Barcelona, Ciudad del Conocimiento” o “Barcelona Ciencia”, tanto para los autóctonos como para los foráneos. Barcelona es uno de los polos científicos del Mediterráneo y de Europa. No hay que olvidarlo nunca y seguir fomentando el talento, local e importado. No hay que bajar la guardia en este aspecto.