Un giro esperanzador. ¿Por qué repuntan (y no mueren) las librerías?
- Debate
- Pliego de cultura
- Jul 23
- 16 mins
En los últimos años, en Barcelona se han abierto más librerías de las que se han cerrado. Ona, Finestres, Byron, Fahrenheit 451, Restory, Nocturama, La Insòlita, ECC Cómics… son algunos ejemplos de una tendencia que parece desafiar al signo de los tiempos. Las hay grandes y pequeñas, cada una con su especialización, y, además, descentralizadas: si antes las grandes casas de libros se concentraban en el centro, ahora se reparten por los barrios. ¿Por qué sucede todo esto?
Supongamos un escenario distópico en el que una inteligencia artificial escoge los libros para nosotros. Pero ¿cómo? Si eso ya existe. Amazon nos hace recomendaciones literarias basadas en nuestros gustos —por lo que sabe que hemos comprado o mirado antes— o bien en los de otros lectores que han comprado el mismo libro. De Amazon, este gigante, nos tienta su comodidad e inmediatez. No hace falta que nos movamos de casa; en 24 horas, un repartidor llamará a la puerta y el envío será, a menudo, gratuito. Grandes almacenes informatizados, algoritmos entrenados por medio de millones de transacciones, precarización en el transporte y en toda la cadena de distribución. Pero tan práctico, tan rápido, tan conveniente. Magia, prácticamente. Entonces, ¿cómo es que siguen abriendo librerías?
Quizá deberíamos fijarnos en el tipo de relación que establecemos con el libro. ¿Es la misma que tenemos con un destornillador o con un despertador? No. La gente que lee habitualmente sabe que, con un (buen) libro, se establece una conexión íntima y profunda. Hay algo sagrado en esta comunión, y las cosas sagradas necesitan rituales. También precisan templos, espacios donde iniciar un ritual. Quizá por haber estado encerrados un tiempo (re)descubrimos la importancia del peregrinaje hasta la librería, de la liturgia asociada —perderse, buscar, curiosear, encontrar algo que no buscabas— y de ponerte en manos de quien, a pie de calle, te conecta con lo sagrado: el librero o la librera.
Si el libro electrónico no ha podido batir al de papel, las plataformas de venta en línea no han podido batir a las librerías físicas, ni el algoritmo ha desbancado al importantísimo papel de mediador del profesional. Pero no solo eso. Las librerías proporcionan tejido cultural a los barrios, son —cada vez más— lugares de encuentro para almas afines y llenan la agenda con actividades donde se intercambian sensaciones, emociones e ideas. Un amigo que trabaja en una librería dice que, allí, “las presentaciones son el nuevo rock’n’roll”. Y, sí, hay días en los que se celebran varias en Barcelona y todas se llenan.
Ona, Finestres, Byron, Fahrenheit 451, Restory, Nocturama, ECC Cómics… Son muchas las librerías que han abierto en los últimos dos años y parece que la gente no se cansa de visitarlas, ni de comprar en ellas. Quizá es que se está forjando una sólida resistencia contra un mundo que amenaza con arrancarnos la parte más humana de nuestras vidas —la presencialidad, el contacto— y, quién sabe si también, con historias generadas por la inteligencia artificial. Pensemos en todas y cada una de las librerías como los bastiones que tienen que defender la verdadera inteligencia en la Tierra.
Joan Carles Girbés
Periodista y director editorial de Ara Llibres
El libro en soporte de papel es, en estos momentos, imbatible. El comercio del libro electrónico lleva estancado desde hace años y parece que ha tocado techo. Por lo menos, de momento. El surgimiento en Barcelona de nuevas librerías, variadas, diversas, grandes y pequeñas, es una magnífica noticia porque nacen como iniciativas culturales, independientemente de la función específica de vender libros: se preocupan por programar actividades para todo tipo de público, por dinamizar el tejido asociativo de su entorno más próximo y por dotar de vida cultural y literaria a nuestros barrios y ciudades. Establecer complicidades y crear comunidades afines que den su apoyo es esencial y aporta un valor extraordinario, de calidad y prescriptivo, al oficio de librero. ¡Es precisamente por este valor añadido que tienen un gran futuro!
Los largos meses de pandemia hicieron aumentar los índices de lectura porque mucha gente que leía poco o nada (re)descubrió los gratificantes beneficios de los libros. Con la apertura posterior a otros ámbitos de la cultura y del ocio, los porcentajes han vuelto, más o menos, al estadio prepandémico. Quizá son un poco mejores. Ahora los lectores (los habituales y los ocasionales) saben a dónde acudir para buscar información o prescripción.
Las sinergias entre los agentes del sector y los lectores proactivos son fundamentales, y hay que profundizar más en este ámbito, en el que aún hay mucho recorrido por andar. Especialmente, en la lectura en lengua catalana.
Isabel Sucunza
Escritora y responsable de la librería Calders
Estábamos acostumbrados a que abrían librerías pequeñas y, de repente, abrieron Ona, Finestres, Byron, Fahrenheit 451… Al principio nos asustamos un poco, pero yo creo que es bueno que haya lugares con un buen fondo, y eso está al alcance de muy pocos. Se crea red y tejido siempre que se defienda una idea que, a veces, se olvida un poco, que es la diversidad de las librerías. Nosotros tenemos, muy cerca de la nuestra, la librería Universal, que es de cómic; La Carbonera, que es una cooperativa que tiene bastante más cosa de infantil y juvenil; y estamos nosotros, un poco más grandes, que tenemos sobre todo cosa literaria y jugamos mucho con el fondo. Nos insisten mucho con la pregunta de por qué no tenemos libros de autoayuda o best-sellers. Y es porque somos otra cosa. Yo creo que ahí está la riqueza. Por ejemplo, una de las mejores cosas de Finestres es la parte internacional. Eso propicia mucho que nos enviemos clientes de unas librerías a otras. Lo hacemos constantemente, lo que pasa es que la gente se sorprende mucho cuando los mandamos a La Carbonera.
Lo que ocurrió durante la pandemia es que la gente tenía más tiempo. Y cuando la gente tiene tiempo, siempre acaba cogiendo un libro. Se notó un retorno, unas ganas de reivindicar el comercio de proximidad. Al vernos todos encerrados, parecía que el mundo iría hacia las plataformas digitales, pero de repente todos estaban muy por la labor de llamar a la librería y encargar libros, decirnos que no nos preocupásemos si tardaban en llegar. Yo creo que el papel nunca ha dejado de funcionar.
“Las nuevas librerías nacen como iniciativas culturales más allá de la venta de libros”. Joan Carles Girbés. Periodista y director editorial de Ara Llibres
Sebastià Portell
Escritor y presidente de la Asociación de Escritores en Lengua Catalana
Una red bien arraigada de librerías de proximidad, en prácticamente todos los barrios y municipios de los Países Catalanes, hace que ir a la librería signifique mucho más que hacer la compra de libros. Es formar parte de una cultura, de una conversación, hacer caso de las prescripciones y de recomendaciones, y dar tu opinión. Eso, en parte, explica la fidelidad de los lectores hacia el papel, en comparación con otros sistemas literarios, como el anglosajón: en inglés, ha habido una penetración mucho mayor del libro electrónico y ahora hay otra del audiolibro, que se ha integrado como una modalidad de lectura entre una parte considerable de los lectores. En el mercado catalán, el audiolibro se está impulsando, y veremos qué futuro le depara.
Además, nunca se había escrito y publicado tanto en catalán, con tanto talento y con una oferta tan variada. Nuestros autores interesan y son traducidos a otros idiomas porque son buenos, porque sus obras participan en la conversación de la literatura mundial. Está claro que el Institut Ramon Llull ha tenido mucho que ver en todo esto, pero este interés externo no solo es fruto de la diplomacia y la promoción, sino de una calidad intrínseca: son Irene Solà y Tina Vallès triunfando en decenas de idiomas; son Jaume Cabré y Maria Barbal en pleno idilio con los lectores alemanes; es Eva Baltasar convirtiéndose en la primera autora en catalán nominada al Premio Booker Internacional.
Y son nuestros clásicos, de Mercè Rodoreda a Blai Bonet, de Joan Sales a Joan Fuster, siendo leídos por fin en las lenguas extranjeras en que siempre deberían haberse leído. Esto, este interés externo, se ha contagiado también entre lectores, libreros, editores y autores de aquí. Hay cierto orgullo, en estos momentos, por escribir y leer en lengua catalana, y me motiva pensar que la gente joven se está dando cuenta de ello, tanto en lo que respecta a obras escritas en nuestra lengua como a traducciones.
Andrea Genovart
Escritora, ganadora del premio de novela Llibres Anagrama 2023
En la idea de la lectura y de la experiencia lectora se ha incorporado un nuevo código. Es el de la actividad desarrollada en las redes sociales, que ha contribuido a reproducir cierto imaginario. Esto ha hecho posible que mucha gente quiera participar en esta experiencia lectora o conocer mejor el mundo del libro, porque es un imaginario muy atractivo, muy estético, con mucha experiencia íntima y más pacífica, no tan interrumpida.
Estas sinergias nuevas permiten, por un lado, un acceso y una mayor insistencia en lo que es la lectura, la literatura y las novedades editoriales. Pero, por el otro, creo que no son del todo positivas, en tanto que solo representan la literatura desde unos imaginarios muy concretos, en un mundo que constantemente recibe mucha sobreestimulación y que está sumergido en un mercado editorial con unas velocidades de publicación bulímicas. A menudo estas dinámicas no tienen nada que ver con la naturaleza que exige la propia experiencia lectora, que requiere unos ritmos mucho más pausados y mucho más digeribles.
Celebro mucho que haya nuevas librerías, diversas, grandes y pequeñas, no solo en Barcelona, sino también en toda Cataluña. Creo que señala la evidencia del interés lector, pero también de la necesidad de que la lectura adquiera derroteros más transversales, lo que pasa por las constantes y habituales presentaciones de libros, clubs de lectura o, incluso, la creación de espacios agradables donde poder leer mientras se toma algo.
Àurea Perelló
Licenciada en Historia del Arte y directora de la librería Finestres
Me parece que cada librería, cada apertura y cada cierre, corresponde a una situación distinta. Generalizar e intentar buscar una causa común me parece desacertado; lo cierto es que las librerías que han abierto son de características variadas y de diferentes magnitudes. Una excompañera nuestra, por ejemplo, ha abierto una pequeña librería en el Raval, Nocturama. Sí que es cierto que Ona y Finestres han abierto estos últimos dos años, pero estamos hablando de librerías muy diferentes.
Para nosotros está siendo una experiencia muy bonita. Finestres no es solo una librería, sino que es un proyecto cultural, es una iniciativa que también incluye los premios, las becas, y nos gusta mucho esta sensación que tenemos de haber creado y estar creando comunidad. Creo que, en este sentido, hemos tenido muy buena respuesta; queríamos que fuese un espacio de acogida, de descubrimiento, de encuentro, que la gente pudiera venir y detenerse en este proyecto de ciudad y, poco a poco, creemos que esta iniciativa nuestra está teniendo una buena acogida, independientemente de que Finestres es una librería con un fondo bastante ambicioso. La respuesta es buena y en la línea de lo que estamos intentando ofrecer.
Considero que en la ciudad hay mucha pluralidad, infinidad de voces y de formas de hacer. Me da la sensación de que están pasando muchas cosas; por ejemplo, contamos con una sección de narrativa fantástica y de ciencia ficción que nos va muy bien y que conecta con públicos diferentes. Tenemos la suerte de tener a gente joven y gente con más recorrido lector.
“Que en los barrios se abran librerías significa que hay cierto nivel cultural; para mantener una librería se necesita a un público que lea.” Eric del Arco. Presidente del Gremi de Llibreters
Eric del Arco
Presidente del Gremi de Llibreters y responsable de la librería Documenta
En el Gremi de Llibreters estamos muy contentos, porque no solo se abren más librerías en Barcelona, sino que muchas deciden agremiarse, lo que es totalmente voluntario, ya que no tienen ninguna obligación de hacerlo. Se abren más de las que se cierran, incluso en un momento en el que parecía que cerraba Alibri, la histórica librería de la calle de Balmes, se ha visto la importancia que tenía y alguien ha decidido apostar por ella.
Este es un negocio que se suele emprender en un momento de la vida en el que se tiene una idea muy clara; los que lo cogen suelen ser personas que ya han visto cosas y deciden que quieren vincularse estrechamente a un trabajo que es muy presencial, que requiere estar muchas horas, que tiene dos o tres picos al año que son muy bestias y que, sumando una y otra cosa, te roba la vida. Y la gente está apostando por esto y se quiere dedicar a ello porque ve que, al final, le reporta una satisfacción.
Que, además, como sucede en Barcelona, sean librerías que aporten un punto cultural a los barrios en los que han abierto, también dice mucho de las personas de estos lugares, que van a comprar porque creen en ellas, porque les brindan un servicio y porque les gusta tener un negocio cultural cerca. Que en muchos barrios de Barcelona se abran librerías significa que en la ciudad hay un nivel cultural medio alto, porque para poder mantener una librería necesitas a un público que lea. Todo ello es una visión muy bonita de Barcelona, de las librerías y del conjunto cultural.
El libro en papel ha quedado como el reducto cultural sin conexión. Sabes que si coges un libro nadie te va a molestar, nadie te va a distraer, si el libro no te gusta entonces es verdad que empiezas a mirar el móvil, pero si el libro te engancha es una sensación muy potente. La gente necesita desconectar y lo encuentra en el libro. Es algo que no teníamos previsto y que ha ocurrido.
Miquel Adam
Escritor y editor de La Segona Perifèria
El fenómeno que más me gusta subrayar es que este repunte de nuevas librerías abraza a todo el país: Mitjamosca en Badalona, la nueva Capona en Tarragona, la Poques Paraules en Manresa, la Isop en Olot, la Obaga en Barcelona, la supervivencia de Alibri y tantas otras que me dejo.
La pandemia y el confinamiento fueron una especie de milagro inesperado para el mundo del libro. Se demostró que la lectura es un refugio íntimo para el ser humano que está solo y aislado. Pero ahora la pandemia ha pasado, y los niveles de lectura y venta de libros están, más o menos, al mismo nivel que antes.
Sobre las nuevas librerías y nuevas editoriales y nuevos lectores, supongo que hay muchos factores que lo explican. La gente siempre tiene ganas de hacer fortuna en trabajos que los llenen, y ahora hay posgrados de edición y escuela de libreros, con lo cual los editores y libreros que empiezan pueden estar mejor formados y tener más posibilidades de supervivencia. Eso no significa que sean oficios fáciles: son muy sacrificados y a veces ingratos. Pero trabajar al servicio del libro y de la literatura tiene una serie de recompensas no cuantificables económicamente que son un motor para mucha gente.
Hay editoriales que están desempeñando un trabajo excelente en el lento proceso de hacer lectores. Pero, sobre todo, en las que se han centrado en la ciencia ficción, un eslabón interesante que vincula a los jovencísimos lectores de cómics y manga con los lectores más formados de literatura. A largo plazo, beneficiará a todo el sector.
Albert Benavente
Coordinador de las librerías ECC Cómics
Las nuevas librerías —en nuestro caso cuatro nuevas, dos en Barcelona— creemos que responden, por un lado, a querer crear espacios especializados en un mundo en el que hay demasiado ruido y fanfarria y en el que los libros y los cómics habían quedado relegados a una tercera o cuarta opción, por detrás de las plataformas de streaming de series y películas o videojuegos.
No importa si un joven empieza a leer manga en una plataforma digital, porque llegará un punto en el que querrá tener aquella historia accesible, querrá poder ir a buscarla en cualquier momento. Los animes —el tema del 3XL renovado es un buen ejemplo de ello— hacen que los mangas de estas series sean los más demandados, y los digitales tipo webtoons pueden pasar a físico y convertirse en superventas, como es el ejemplo de Míriam Bonastre con Hooky. En el caso del público de más de treinta o más de cuarenta años, tres cuartos de lo mismo. Son aficionados que han crecido con estas historias y ahora quieren mantener su colección, seguir teniendo a esos personajes cerca. Ya sean los Pitufos, Tintín o Batman.
Y, por otro lado, cada vez más tenemos a un nuevo público adulto que se acerca al cómic, ya sea por cosas relacionadas como películas o series o por pura curiosidad, buena prensa… Es evidente que, tras la pandemia, ha habido un aumento del consumo. Los cómics y los libros han sido una vía de escape para mucha gente. La gente joven incluida, que lo ha demostrado en redes —especialmente en TikTok y en Instagram—, donde vemos un dinamismo que no se había visto en muchos años.
“Me gusta pensar que la gente que ama los libros compra en las librerías de la ciudad y descarta servicios como Amazon”. Anna Pérez Pagès. Coordinadora de cultura en betevé
Anna Pérez Pagès
Coordinadora de contenidos culturales en betevé
Realmente, me parece una gran paradoja que, en estos tiempos que vivimos de escasez de metros cuadrados habitacionales, sigamos apostando por el soporte físico, pero lo atribuyo a la perdurable fascinación por el libro como objeto. Personalmente, los libros en casa se me comen, pero soy incapaz de renunciar al papel, y el ebook lo uso solo cuando viajo y para evitar cargar peso. Y esta dinámica la he visto en muchos casos a mi alrededor. Además, cada vez encontramos ediciones más cuidadas y con una imagen gráfica con más personalidad, y eso enlaza también quizá con el auge de la edición de la novela gráfica.
Si hablamos de librerías concretas, Finestres y Ona son dos buenos ejemplos de cómo se puede sacar adelante un proyecto cuando hay una inversión importante detrás. Sin embargo, el caso de la Byron me hace sufrir un poco más, porque las aventuras arriesgadas siempre dependen de unos equilibrios económicos que, en épocas de recesión, son especialmente difíciles.
Durante un tiempo, la especialización parecía una buena apuesta, pero yo siempre pienso en el lema de la Calders (“librería especializada en libros”) y se me hace evidente que la clave es saber construir y alimentar a un público fiel. Pero, en todos los casos, además de la prescripción personificada in situ que se produce en una librería, estoy muy a favor del papel que tienen como punto de encuentro y complicidad entre público y autoras, con coloquios y presentaciones, y eso de algún modo también se concreta a través del objeto que es el libro, con el ritual de la firma… Además, me gusta pensar que la gente que ama los libros ha tomado una fuerte conciencia de la importancia de comprar en las librerías de la ciudad y de descartar servicios como Amazon.
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