Avanzar en la transición energética
Queda menos tiempo del que se creía para actuar. De hecho, el tiempo se está agotando. Este invierno se han conjugado todos los elementos de una tormenta perfecta: la aceleración del cambio climático, que comporta alteraciones meteorológicas cada vez más frecuentes e intensas, y un incremento desorbitado del precio de la energía por los efectos de la guerra en Ucrania y la inestabilidad en el suministro de gas y petróleo. Es una situación límite que obliga a acelerar la transición energética hacia un modelo basado en fuentes renovables que garantice al mismo tiempo la sustitución de los combustibles fósiles y una mayor soberanía en la producción de electricidad.
El 70% del consumo mundial de energía se concentra en las ciudades, que también son las responsables del 80% de las emisiones de CO2. Son, por tanto, protagonistas de un reto planetario del que depende su propio futuro. Con las tecnologías disponibles, las grandes ciudades nunca producirán tanta energía como la que necesitan, pero pueden contribuir de un modo decisivo a mitigar el problema. Pueden producir tanta electricidad limpia como sus tejados y nuevas infraestructuras les permitan, y, sobre todo, pueden cambiar la movilidad, reducir la demanda y mejorar la eficiencia energética.
La nueva normativa, que incentiva la instalación de placas fotovoltaicas y permitirá compartir instalaciones de autoconsumo hasta un radio de dos kilómetros, puede cambiar en poco tiempo los términos de la ecuación. La llamada revolución de los tejados puede ser un paso decisivo hacia un modelo de energía compartida y distribuida. La creciente presencia de cooperativas y empresas de base asociativa, que solo trabajan con energías renovables, y la irrupción de nuevas eléctricas públicas forman parte también de este cambio de modelo.
La consciencia de peligro ambiental se está expandiendo rápidamente entre la población, y cada vez más gente cuestiona el paradigma del crecimiento a cualquier precio. Pero la implantación de las energías renovables aún encuentra resistencias en las comunidades locales. En Cataluña, pagamos las consecuencias de una década perdida y ahora toca acelerar para recuperar lo que no se ha hecho y anticiparnos a los nuevos escenarios. Todo el mundo tendrá que hacer sacrificios. La nueva normativa catalana sobre renovables, que fomenta la participación y el control local de los proyectos, debería permitir la expansión de las energías limpias, priorizando los proyectos pensados para el bien común por delante de los meramente extractivistas.
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