Núria Salán: "La tecnología debería ser transversal, cómo aprender a leer"
Apasionada por la tecnología, además de su labor como ingeniera metalúrgica, profesora en la Universidad Politécnica de Cataluña y actual presidenta de la Sociedad Catalana de Tecnología, Núria Salán siempre ha luchado por la igualdad, los derechos y las oportunidades de las mujeres de un sector mayoritariamente masculino. Con ella hablamos de género, vocaciones, enseñanza y cultura científica y tecnológica.
¿De pequeña ya tenías vocación científica?
Tenía vocación curiosa. Cuando eres niña, si no tienes un entorno que te motiva, la palabra “científica” es un término bastante desconocido. Pero sí, puedo decir que siempre he sido curiosa, siempre he querido saber el porqué de todo y en este sentido las ciencias me daban más respuestas que la parte de letras. La curiosidad, por tanto, hizo decantarme claramente por las ciencias desde un primer momento.
¿Y con qué te encontraste cuando empezaste a satisfacer tu curiosidad?
A mí me fascinaba todo lo que estaba lejos de mi alcance, como el espacio, el mundo microscópico, la formación de la Tierra… Devoraba cualquier libro sobre las vidas de las personas de ciencia y, de entre todas las biografías que leí, debo reconocer que solo tuve conocimiento de una mujer científica, Marie Curie. En la enciclopedia que teníamos en casa, solo salía ella; ninguna otra mujer de ciencia. Por todo ello, cuando era niña llegué a pensar que yo sería la segunda científica de la humanidad y esta responsabilidad me generaba mucha desazón.
¿Las vocaciones son algo cultural?
Sí, totalmente. Las vocaciones dependen de muchas cosas; una es conocer, tener información. Si conoces todas las opciones de tu entorno, podrás elegir mucho mejor. Difícilmente escogerás lo que no conoces.
¿Qué otro rasgo cultural marca las vocaciones?
Los modelos, los referentes. Cuando somos pequeñas, fácilmente nos reflejamos en una persona que hemos tenido delante, física o virtualmente. Si todos los referentes que salen en los libros son hombres, las niñas llegan a pensar que aquello no es para ellas.
¿Tú te encontraste en una situación así?
De pequeña, en casa no había nadie con estudios y el único modelo que tenía eran mis maestros. Entonces yo quería ser maestra, como ellas (eran todas mujeres). Las ciencias que se enseñaban en mi escuela de Primaria eran muy básicas, y además separaban mucho la parte general de la parte aplicada. La parte aplicada, que la llamaban pretecnología, la dejaban para los niños y, de hecho, mi asignatura de pretecnología era la costura. Hasta que no llegué al instituto no me encontré con profesores que, además, eran personas especializadas en un ámbito determinado.
Por lo tanto, el profesorado de Primaria es clave en las vocaciones.
Sí, pero este se ha formado mayoritariamente en ámbitos de sociales y humanidades, y en menor medida, científicos. Casi ningún maestro o maestra viene de un Bachillerato tecnológico. Esto significa que en Primaria, hay una muy baja proporción de profesorado con pasión por la ciencia y la tecnología. Una persona enseña con pasión lo que conoce con pasión. Y al mismo tiempo, esta pasión abre los ojos del alumnado. Si la tecnología no te apasiona, difícilmente despertarás vocaciones.
Y sin vocaciones, tampoco adquirirás pasión por enseñar. ¿Cómo tenemos que salir de este círculo vicioso?
Yo apuesto por una formación transversal desde el primer momento. La tecnología debería desaparecer como asignatura, en el sentido de que debería ser como aprender a leer. Tú aprendes a leer en todo momento: cuando haces ciencias, sociales, humanidades, literatura… De igual manera, la tecnología debería impregnar todas estas disciplinas porque todas tienen una vertiente tecnológica.
¿Todo esto está cambiando?
Sí, gracias a la irrupción en las escuelas del enfoque STEAM [iniciales inglesas de los conocimientos en Ciencia, Tecnología, Ingeniería, Artes y Matemáticas]. Curiosamente, hasta ahora se valoraba mucho la figura renacentista de Leonardo da Vinci, pero por otra parte se penalizaba que te gustara todo. Si te gustaba todo, decían que eras una persona dispersa.
¿Y hoy ya no?
Ahora, con las STEAM, esto está cambiando. Por el hecho de añadir esta «A» de Artes, se está dando valor a la creatividad. Esta creatividad se acepta desde hace relativamente poco; hasta hace poco, la escuela era muy cuadriculada y todo el mundo tenía que ser igual. La creatividad era incompatible con el sistema de enseñanza que conocí en Primaria y si te salías del círculo de confort de quien enseñaba, te penalizaba porque no te seguía y era incapaz de reconocer su desconocimiento sobre algo.
Es decir, el mismo profesorado te ponía barreras para aprender.
Exacto, la educación entonces era muy segregada, muy compartimentada: niños / niñas, ciencias / letras, conocimiento aplicado / memorístico… Hoy la educación es diferente y el aprendizaje se basa en problemas, en buscar soluciones, es más colaborativa, creativa… Ahora creo que tenemos niños y niñas mucho más creativos.
¿Cómo llegaste a ser ingeniera?
Hice la carrera de química y me equivoqué claramente. A mí siempre me había interesado la parte aplicada, la ingeniería, pero nunca nadie me había hablado de ingeniería. Cuando tuve que elegir especialidad me dijeron que existía una llamada «metalurgia». Yo no sabía qué era, pero pensé «si lo que he conocido hasta ahora no me ha convencido, probaremos suerte … y cuando llegué, ¡me di cuenta de que aquello era mi lugar! Al terminar la carrera ya fui a hacer un doctorado en ingeniería metalúrgica.
¿Te encuentras con prejuicios por ser mujer en un entorno tan masculino?
Que una chica diga que es ingeniera, creo que hoy ya no despierta sorpresa. Aun así, cuando digo que soy metalúrgica, todavía tengo que explicar “cómo pensé en hacer esto”, lo que a mi marido, que también es metalúrgico, nunca le preguntan. De hecho, me han llegado a invitar a alguna mesa redonda porque «les ha hecho gracia» que sea metalúrgica o que sea la presidenta de la Sociedad Catalana de Tecnología. Si yo fuera un hombre con barba, esto no les habría llamado nada la atención.
Históricamente, las mujeres científicas y tecnólogas se han invisibilizado. ¿Qué interés tenían los hombres para que esto fuera así?
Perder la cuota de poder no les gustaba. Antiguamente, para un hombre, ser sustituido por una mujer era una tragedia y una vergüenza. Y si era más joven, peor aún. Históricamente las mujeres han tenido que demostrar que lo hacen tan bien como los hombres. Por ejemplo, muchas de las primeras mujeres dedicadas a la ingeniería decidieron “libremente” no tener hijos, para poder dedicarse al trabajo y evitar reproches y comentarios.
¿Comentarios de qué tipo?
Por ejemplo, en mis primeros años de profesión, si a veces llegaba tarde a una reunión por haber llevado al médico a mi hija que se había puesto enferma, te miraban mal, como si tuvieras poco compromiso con el trabajo. Entonces, si algún día llegaba tarde por el mismo motivo, decía que había pinchado una rueda y lo comprendían perfectamente. «Esto le puede pasar a cualquiera». Esto es un indicador de que algunos aspectos del hecho de ser mujer te penalizan.
Por cierto, hoy, curiosamente, cuando mis compañeros masculinos dicen que vienen de llevar al niño a la guardería, se les admira y se comenta con un «mira qué majos».
En el camino hacia la igualdad, ¿en qué punto se encuentra el colectivo LGTBI?
No es mi tema principal, pero sospecho que cada vez está más normalizado. Todo el tema del cambio de identidad está más pautado y se han facilitado los trámites para que las personas no tengan que dar tantas explicaciones. Ahora empiezo a tener compañeras y alumnos trans que pueden trabajar con naturalidad. Por otra parte, en las escuelas de ingeniería hemos dejado de ver aquellos comportamientos de «macho alfa» y ha ido desapareciendo el profesorado que alimentaba estos patrones.
¿Hay un techo de cristal también para este colectivo?
Creo que el techo de cristal va más ligado a que te propongan una promoción y no te presentes porque crees que no estás preparada. Pienso que el peor techo de cristal es el síndrome de la impostora o el hecho de que la empresa apueste por la «valentía» de un chico y no por el «carácter alocado» de una chica. Para mí este es el techo de cristal: más que por colectivos, por una cuestión de sexo biológico.
¿Cómo encajamos la diversidad en la empresa?
Una vez di una charla sobre la industria 4.0 donde hablé de una empresa conocida que publicó una foto de su consejo de dirección de 1920 y otra de hoy. La antigua era una foto en blanco y negro de un grupo de hombres con traje y corbata; la actual era una foto de color de un grupo de hombres con traje y corbata, con una mujer en el fondo de la foto. Allí dije que el cambio de la industria 4.0 va más allá de pasar del blanco y negro al color. Implica aceptar que en el consejo de dirección pueda haber rastas, piercings, colores, sillas de ruedas, colectivos diferentes… de todo. En este sentido, creo que el hecho de trabajar a través de una pantalla durante la pandemia nos ha permitido valorar a las personas por la capacidad de lo que hacen y no por su aspecto.
¿Cómo ves el futuro?
Con esperanza. Me considero una persona muy optimista y quiero pensar que tenemos el vaso medio lleno y que vamos por el camino de llenarlo. Tengo la esperanza de que en unos años las cosas cambiarán. Por ejemplo, algunas empresas grandes y multinacionales apuestan por contratar mujeres porque les funcionan mejor que los hombres. Verbalizar esto y hacerlo con la boca bien abierta ya es mucho, porque las empresas anquilosadas que no quieren adoptar este lenguaje quedarán desfasadas.