Maria Contreras Coll tiene la necesidad de explicar las historias de la gente desde una perspectiva íntima. Está especialmente interesada en los derechos de las mujeres y cómo estas están redefiniendo las estructuras sociales en diferentes países y religiones. Al acabar sus estudios, pasó un año documentándose sobre la crisis de refugiados y migrantes en Europa, viajando y viviendo en el enclave español de Melilla, en Grecia, Francia, Alemania y Marruecos.
También vivió en el Nepal durante 2017 y 2018 para investigar cómo las mujeres luchan contra las restricciones menstruales en el país. El conjunto de instantáneas que presenta con el título Mujeres que rompen barreras es un recorrido por muchos de estos trabajos que ha documentado por todo el mundo con el fin de dar visibilidad a las mujeres y sus derechos.
Desde la adolescencia he sentido conflicto y extrañeza en torno a mis propias menstruaciones y al silencio que tenía que guardar en sociedad. En 2015, cuando leí que en Nepal las mujeres no solo compartían este tabú, sino que, además, cuando menstruaban, tenían que estar aisladas, según una práctica llamada Chhaupadi Partha, decidí investigarlo. Así conocí a Surekha Kunwar, de 14 años, cuando tenía su primera menstruación, en un poblado remoto del distrito de Achham, en mayo de 2017. “No puedo creerme que tenga que hacer eso cada mes de mi vida, yo no me siento impura.”
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Dos chicas dentro de la cabña donde pasan aisladas los días de su menstruación.
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“Aquí tenemos esta práctica, pero las cosas están cambiando”, compartió conmigo Radha Paudel, autora y activista, cuando la conocí, en Katmandú. Paudel lleva más de diez años luchando, a través de la educación, contra las restricciones menstruales por todo el país con su fundación, Radha Paudel Foundation.
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En mayo de 2018 se celebró por primera vez el Día de la Higiene Menstrual, en el que las y los asistentes, desde activistas a enfermeras, compartieron estrategias para erradicar estas restricciones y brindar mejores soluciones higiénicas a las mujeres durante la menstruación.
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La investigación y la fascinación de la religión y los conceptos antropológicos de pureza e impureza me condujeron a la historia de las niñas diosas de Nepal. Las kumari son seleccionadas cuando tienen entre 3 y 6 años y se las confina en un templo. Allí se las venera como auténticas diosas, como es el caso de Nihira Bajracharya (arriba), que fue seleccionada hace solo unos meses. No se les permite salir del templo ni hablar con extraños.
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La investigació i la fascinació de la religió i els conceptes antropològics de puresa i impuresa van portar-me a la història de les nenes deesses del Nepal. Les kumari són seleccionades quan tenen entre 3 i 6 anys i se les confina en un temple. Quan tenen la primera menstruació, són reemplaçades i han de tornar a aprendre a viure en societat, com la Yumika Bajracharya (a baix), que no ha agafat gairebé mai un autobús ni ha caminat pels carrers.
La investigación y la fascinación de la religión y los conceptos antropológicos de pureza e impureza me condujeron a la historia de las niñas diosas de Nepal. Las kumari son seleccionadas cuando tienen entre 3 y 6 años y se las confina en un templo. Cuando tienen la primera menstruación, son reemplazadas y tienen que volver a aprender a vivir en sociedad, como Yumika Bajracharya, que no ha cogido casi nunca un autobús ni ha caminado por las calles.
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Jigme Yeshe Lhamo decidió ser monja cuando era pequeña y un grupo de monjas fue a su pueblo, en el norte de la India, a hacer una charla. El linaje Drukpa es la única orden budista en la que las monjas tienen los mismos derechos que los monjes y la única en la que se practica un arte marcial. En 2008 el líder de la orden milenaria Drukpa, Su Santidad Gyalwang Drukpa, animó a las monjas a practicar kung-fu y les concedió puestos de liderazgo. Inspirado por su madre, hizo suya la misión de empoderar a las monjas, que mayoritariamente provienen de entornos pobres de la India, Nepal y Bután.
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La tragedia de la pandemia del año 2020 supuso mirar adentro y, como consecuencia, mirar en mi propio territorio. Las imágenes emitidas en TV3 de la calle de Santa Anna, en el centro de Barcelona, me sorprendieron. ¿Quiénes eran aquellas personas que esperaban recibir comida? Así conocí a Meritxell Galindo, que había perdido el trabajo en una panadería y había tenido que dejar su piso alquilado donde vivía con su marido, en el barrio de Gràcia. Se encontraban sin ahorros, y el hospital de campaña de Santa Anna supuso un punto de comunidad y esperanza tanto para ella como para su marido.
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Retrato de Meritxell Galindo en su actual vivienda. El hospital de campaña de Santa Anna supuso un punto de comunidad y esperanza para ella y su marido durante la pandemia de 2020.
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El sistema de contratación en caliente y por temporadas selecciona a mujeres de zonas pobres y rurales de Marruecos para que trabajen en España de abril a junio en la recolección de la fresa, situación que las deja sin opciones legales y a merced de los jefes que dirigen los campos.
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En julio de 2019 un grupo de diez mujeres marroquíes, trabajadoras en los campos de Huelva, denunció por primera vez los abusos que miles de mujeres sufren cada año en el sur de España, aunque sabían que corrían el riesgo de perderlo todo, incluido el respeto y el apoyo de sus familias conservadoras. Esta historia la hice por encargo de The New York Times.
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Imagen noctura de la valla que rodea un campo de refugiados en Grecia.
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En el año 2016, mientras cubría la crisis de las personas migrantes y refugiadas que llegaban a Europa, conocí a Fátima Afrin en un hotel autogestionado de Atenas, en Grecia. Con más de sesenta años, Afrin se había marchado de su país de origen en busca de un nuevo futuro. “Mi sueño es volver a ver a mi familia unida”, compartía conmigo. Un día le regalé una planta de albahaca, que le hacía recordar los patios de Siria. Después de una larga lucha por sus papeles de asilo, murió en Grecia en mayo de 2017 por complicaciones de salud. La albahaca, a veces, me recuerda a ella.
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