Las migraciones también son femeninas, pero, en cambio, las voces de hombres son mayoritarias en las coberturas periodísticas sobre migraciones. “Ellas también” es un proyecto desarrollado durante diez años por la fotoperiodista Anna Surinyach que intenta luchar contra la invisibilización de las mujeres en los grandes movimientos de población. La mitad de las personas desplazadas del mundo son mujeres, lo que significa que la información publicada está distorsionada. No se trata de insistir en el cliché de “dar voz” a un colectivo, sino de dar naturalidad a la presencia de las mujeres en situaciones en las que se vulneran los derechos humanos. “Ellas también” muestra la situación de las mujeres y las niñas en los campos de rohinyás de Bangladés, pone en el centro las historias de mujeres y niñas que han sufrido las consecuencias de las políticas de migración y de asilo europeas, y visibiliza, entre otras, la situación de miles de mujeres desplazadas por diferentes conflictos.
Afganistán (2021). Venta de pañuelos en la carretera entre Jalalabad y Kabul. En agosto de 2021, los talibanes volvieron al poder en Afganistán después de dos décadas de guerra con Estados Unidos y la OTAN. Las mujeres son la población que más ha sufrido este nuevo régimen: los talibanes las obligan a cubrirse por completo y sus protestas han sido duramente reprimidas.
Bangladés (2018). Más de 700.000 rohinyás han llegado a Bangladés desde el 25 de agosto de 2017 huyendo de los ataques de las fuerzas de seguridad birmanas. Se han instalado en la ciudad de Cox’s Bazar en asentamientos precarios, improvisados y densamente poblados. La falta de acceso a la salud ha convertido a esta población en víctima de la peor epidemia de difteria del siglo XXI.
Macedonia (2015). Una madre y su bebé esperan a que un autobús detenido en Presevo las lleve a las puertas de la Unión Europea, a la frontera entre Serbia y Croacia. Durante el año 2015, más de un millón de personas, víctimas de violaciones de derechos humanos de diversa índole, llegó a Europa buscando seguridad.
Grecia. Lesbos (2020). “Vinimos a Europa buscando la paz y esto es lo que nos hemos encontrado”. Un grupo de mujeres somalíes llora a las puertas de Moria, el mayor campo de refugiados de Europa, por el asesinato de Ahmed, hermano de una de ellas.
Grecia. Lesbos (2020). Una niña afgana se calienta en el desaparecido campo de refugiados de Moria, donde el 40% de la población era menor de edad. Preparado para acoger a unas 3.000 personas, llegó a albergar a 20.000. Todas esperaban en la isla de Lesbos a que se resolvieran sus solicitudes de asilo.
Grecia. Lesbos (2020). “No al campo. ¡Libertad!”. Cientos de personas, la mayoría de ellas mujeres y niñas, se manifiestan en la carretera de Mitilene, donde quedaron atrapadas tras el incendio que quemó el gran campo de refugiados de Mória, la madrugada del 9 de septiembre.
Mediterráneo (2015). Fátima, una chica somalí de 15 años, a bordo de la embarcación de rescate Dignity, de Médicos sin Fronteras. Había huido de Somalia siete meses antes sin avisar a nadie; no sabía quién le había pagado el viaje a ella y a algunas de sus compañeras, también menores. En Europa —explicaba—, trabajaría para pagar la deuda y para traer a su madre y a sus hermanas.
Mediterráneo (2017). Sara Traoré es una niña de Costa de Marfil de dos años y medio que estuvo a punto de morir en el mar. Había salido de Libia en una embarcación hinchable con más de cien personas amontonadas a bordo, junto a su madre y su hermano de 9 años. Ambos perdieron la vida. Ella fue rescatada por la ONG catalana Proactiva Open Arms.
Nigeria (2017). Pulka es uno de los lugares donde más personas se refugian en Nigeria huyendo del conflicto entre los ejércitos de la región y Boko Haram. Cuando el grupo yihadista atacó su pueblo, Fátima tuvo que huir, embarazada de Inna y con otros cinco hijos. Inna nació durante la huida, en el bosque. Ahora tiene 3 años; siempre ha vivido en el exilio. Su padre ha sido asesinado.
Chad (2017). Yande Omar vive en el campo de desplazados de Diameron. “Boko Haram nos atacó en plena noche, utilizando a niños que quemaron nuestras casas. Vivíamos en Kofia, en una isla del lago Chad. Con mis hijas de la mano, vinimos andando, con el equipaje en la cabeza. Tardamos dos días”, dice. Como la mayoría de las mujeres que viven en este campo del desierto, no sabe dónde está su marido.
República Centroafricana (2016). Cientos de mujeres malviven con sus hijos en el campo de tránsito improvisado de las Naciones Unidas en la República Centroafricana, en la frontera con Chad. Llegaron entre finales de 2013 y principios de 2014, cuando estalló la guerra civil. En 2015, al querer volver, quedaron atrapadas en los campos de tránsito. Las condiciones de vida son a menudo deplorables.
Sudán del Sur (2016). Nyabaled Anyong es enfermera y trabajaba en el Teaching Hospital de Malakal. En febrero de 2014, la ciudad fue arrasada. “Dispararon contra los pacientes, los mataron en sus camas. Los que sobrevivieron se fueron, sin ropa ni nada”. Ella se trasladó a Wau Shilluk, un pequeño pueblo, y allí sigue trabajando de enfermera con la población desplazada.
Cataluña. Blanes (2022). Elena y su hija Elia, de 13 años, huyeron de Kiev diez días después del comienzo de los ataques a la capital. Se refugiaron con su perro en Blanes, en un hotel coordinado por la Cruz Roja. Durante los seis primeros meses de guerra en Ucrania, llegaron a Cataluña 31.327 personas refugiadas.
Ucrania. Bucha (2022). Un grupo de mujeres espera para recibir alimentos distribuidos por jóvenes voluntarios. Durante un mes, la ciudad de Bucha, situada a 37 kilómetros de la capital ucraniana, vivió bajo la ocupación rusa. El colectivo de personas mayores que viven solas, muchas de ellas mujeres, no pudieron o no quisieron huir de la ciudad.
Ucrania. Pisky (2022). Ni Victoria ni su hija Olga han querido abandonar Ucrania sin sus maridos. Viven en el pueblo de Pisky, situado cerca de Lviv, una zona segura de Ucrania, y acogen a Tetina, Larisa y al suegro de Larisa, todos huidos de Járkov, la segunda ciudad más grande de Ucrania, muy castigada por el conflicto. No saben si su casa sigue en pie.
Ucrania (2022). La Villa San Marino, situada entre Vórzel y Bucha, fue bombardeada y destruida por los ataques rusos. En el jardín había cavada una trinchera. El objetivo de los rusos era llegar al corazón de Kiev, pero no lo consiguieron: se quedaron en las ciudades cercanas de Bucha, Irpín y Vórzel.
Ucrania. Bucha (2022). Ruslana, de 10 años, vive con sus padres, su abuela y su hermano mayor en la calle Yablunska de Bucha, una ciudad a las puertas de Kiev que sufrió durante un mes la ocupación rusa. No pudieron huir porque no tenían coche y resistieron en el sótano de la casa. Su madre, Olga, era la única persona de la familia que salía a la calle en busca de agua y alimentos.
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