Una vuelta por Can Fanga
- Libros
- Pliego de cultura
- Oct 18
- 5 mins
Escribir sobre Barcelona es una manera de recuperarla. Esta forma de resistencia ha inspirado mucha literatura, ya sean recopilaciones de historias orales, memorias o artículos sobre zonas concretas de la ciudad. Uno de estos últimos intentos es Diumenges a Barcelona (Comanegra), un libro que recoge las crónicas que Xavier Theros ha estado escribiendo los domingos en el periódico Ara.
“Mirar es siempre un poco triste, y para hacerlo se requiere cierto valor. Caminar, mezclarse con el mundo, es más fácil y alegre”, escribe Josep M. Espinàs en Carrers de Barcelona (Selecta, 1961), y el motor que le inspira se acerca a la idea del flâneur, el paseante, el individuo que se dedica a errar por las calles de la ciudad sin rumbo ni meta. Sucede a menudo que la propia ciudad se recorre con menos cuidado que la extranjera. Trajinando papeles por aquí o llegando tarde allí, con prisa, reticentes a movernos demasiado o a topar con turistas, muchos autóctonos olvidamos dónde vivimos.
Entre otras empresas nobles y necesarias, escribir sobre Barcelona es una manera de recuperarla, de salvar sus relatos concretos. Esta forma de resistencia ha inspirado mucha literatura, ya sean recopilaciones de historias orales, memorias o artículos sobre zonas concretas de la ciudad. Uno de estos últimos intentos es Diumenges a Barcelona (Comanegra), un libro que recoge las crónicas que Xavier Theros ha estado escribiendo los domingos en el periódico Ara y que incorpora ilustraciones del fotógrafo Jordi Nebot.
Theros ya ha publicado varios libros sobre Barcelona, y en esta ocasión ofrece artículos cortos sobre tramos concretos (el paseo Maragall, una vía que cambia de nombre cinco veces), iniciativas vecinales (la clandestina Ràdio Pica) u objetos olvidados. Otras piezas son más bien itinerarios guiados, y sería bueno poder recortarlos del libro y llevarlos en el bolsillo. Theros presta una cuidadosa atención a las cicatrices y marcas de las paredes y presenta utensilios como el quitabarro, que aún se conserva en algunas fachadas y servía para quitarse el barro de los zapatos cuando las calles no estaban asfaltadas –a principios del siglo XX caminar fuera de Ciutat Vella te dejaba tan sucio que Barcelona recibió el apodo de “Can Fanga”.
La ciudad aparece como una acumulación caótica de épocas y significados, todos ellos estampados en la piel de los edificios y en los recuerdos de las generaciones.
Documentado, riguroso, Theros se mueve libremente por la geografía barcelonesa, lee los edificios y muestra su carga histórica. Sus crónicas adquieren un aire más humano cuando se alejan de la documentación excesiva y se centran en anécdotas particulares, como cuando analiza el día a día de un joven sepulturero de Montjuïc, acompaña a un grupo de devotos del necroturismo o habla con uno de los participantes de la antigua carrera de camareros, en la que los profesionales de la restauración competían con las bandejas en la mano. Theros habla de ello con Albert Figueras, un camarero que participó por primera vez en 1983. Fue el último año en el que la competición se hacía en abierto, Rambla abajo. En ella los camareros tenían que exhibir su destreza y correr esquivando a los peatones.
La ciudad aparece aquí como una acumulación caótica de épocas y significados, todos ellos estampados en la piel de los edificios y en los recuerdos de las generaciones. Y, puesto que la geografía y la memoria son permeables, en los artículos se filtran ámbitos como la pedagogía, el urbanismo o la religión. Es así como descubrimos que Barcelona fue de los primeros lugares de Europa en abrir una escuela de sordomudos (la primera se inauguró en 1800), que se nombró a la Mercè patrona de Barcelona por habernos salvado de una plaga de langosta o que la idea de almacenar y transportar sangre refrigerada nació aquí, de la mano del doctor Frederic Duran i Jordà.
La línea entre los relatos del pasado y la nostalgia es delgada y sí que se echan de menos artículos que se apropien de la Barcelona de hoy, ahora que nos es tan necesario. De eso ya hablaba Espinàs en la recopilación de Carrers de Barcelona. En el prólogo, Espinàs defiende la mirada nueva y afirma que “si el cronista de 1800 hubiera sido un historiador, ahora no tendríamos ninguna noticia escrita de la Barcelona de 1800”. Las crónicas de Espinàs se centran en la Barcelona de los sesenta, y entre su prosa y la de Theros se advierte, también, el cambio de ritmo de la ciudad. Espinàs se sitúa en el centro de la crónica y pasea con calma, saboreando adjetivamente todo lo que ve. En su libro las calles son sanguinarias, las tiendas palpitan, los rótulos animan: todo invita a pasear y a pararse a tomar algo. La verdad queda en segundo plano.
Ambas necesarias, la serenidad documental y reivindicativa de Theros contrasta con la alegría casi infantil de Espinàs. Pero en ambos casos aparece esta relación ambigua con Barcelona, un vaivén entre poseer la ciudad (saberla propia) y desprenderse de ella (dejarla hacer).
Ambos libros incitan a reapropiarse de la ciudad, a batallarla. Si en algún momento hay que entregarse a la providencia, siempre se puede rezar como Espinàs rezó (¡ya en 1961!) por la pobre calle Escudellers: “Dios tenga piedad de esta calle, que un día acogió los paseos de los marqueses de Castelldosrius, quienes tenían aquí su palacio, y hoy vibra agudamente, patéticamente como una guitarra y huele a aceite frito y a vino vertido, fatigado y repugnante”.
Diumenges a Barcelona
Autor: Xavier Theros
Edita: Comanegra
272 páginas
Barcelona, 2018
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