Barcelona Metropolis

De inicio, llama la atención el desparpajo con el que está dispuesto a estirar las costuras del artefacto narrativo, empezando por el título y continuando por el carácter errático que otorga a los personajes y, sobre todo, al protagonista, a Bekman. El guiño no queda solo en la anécdota del nombre, sino que proclama la función que hará de alter ego desgarrado y neurótico. Apresurado por los agentes y los tics habituales del mundo editorial, Bekman —atentos, a partir de ahora, a la falta de una ce y de una ene cuando hablamos del protagonista de la historia— es un escritor enamoradizo que intenta acabar una novela y continuar una carrera de éxitos (como se puede comprobar, la comicidad prospera a base de hipérbole, hecha de salpicaduras a veces surrealistas, a veces naifs). Lo que empieza como un chico ingenuo a quien le da vueltas la cabeza con cada cambio de pareja y de arrebato amoroso, se va liando para, paradójicamente, dejar cada vez más clara la naturaleza del juego que plantea: uno o muchos fragmentos de novela dentro de la novela, una escisión de planes entre la realidad y la ficción, entre el amor idílico y el amor gastado, entre la creación y la rutina, que va arrinconando —y por instantes, consumiendo— a Bekman.

Con un lenguaje conciso, el autor evita remolonear en el estilo para centrarse en la voluntad de crear imágenes eficaces que describan las volteretas que va haciendo el juego, un rompecabezas bien encajado. Los personajes actúan como títeres en movimiento, se enseñan los hilos que los sostienen sin que esta tramoya sea cargante, con pasajes especialmente logrados, como los episodios del señor Bled y sus preocupaciones de hombre enfermo. La Novel·la avanza por la parodia del amor, del hecho mismo de escribir y del sector editorial. En algunas páginas, la parodia es un poco a borbotones o con toques de ingenuidad menos convincente; en otras, toma un efecto más sutil o una alegría más original. Lo que está claro, sin embargo, es que el juego no queda en un único plano. Así, por ejemplo, la idea del escritor desorientado por su ficción consigue transitar por nuevas sendas cuando Bekman se halla enfrentado a sí mismo —con divertidos diálogos desdoblados—, cuando se encuentra en la tesitura de tener que matar a uno de sus personajes o cuando hay otros que se preguntan si se ha olvidado de ellos (el desmayo del autor ante uno de sus amores literarios es un momento para enmarcar).

‘El tío’ Trabal nos vigila

Aunque sea sin buscarlo, quizás por aquellas cosas del inconsciente colectivo, huele a Francesc Trabal, sobrevuela la novela y la hermana con la reedición de la obra del sabadellense que recientemente ha llevado a cabo Quaderns Crema. La novela de Beckmann, de hecho, significa que el sello fundado por Jaume Vallcorba vuelve a publicar, después de diez años, una voz nueva.

Sin perder su sentido lúdico, una cierta ligereza refrescante define el tono de la novela y la dota de un ritmo ágil. En cualquier caso, no obstante, el lector no se llega a perder en medio del laberinto de fantasía y realidad cruda, emociones, dudas y obsesiones dislocadas que sí que acaban provocando, en cambio, una telaraña que atrapa al protagonista. Aunque haya elementos de esta telaraña que resulten familiares, por encima de todo se impone el aire festivo.

El autor se ríe de las dificultades y excusas propias del escritor, de las encrucijadas donde embarranca, de la impostura del sector —con un uso cómico de la exageración—, de las miradas de incomprensión que tiene que aguantar y de las ínfulas que acarrea... El Beckmann escritor enseña constantemente los caminos que imagina el cerebro a punto de explotar del alter ego, el conjunto de posibilidades y bifurcaciones dentro de la historia, que juegan el papel de elecciones literarias pero también vitales. Estas bifurcaciones y la diversidad de puntos de vista que ofrece apuntalan con firmeza el juego que plantea y lleva el invento más allá del ejercicio de estilo o del mero divertimento.