Tú también puedes ser Randi Williams

Randi Williams ha visitado Barcelona para participar en la STEAMConf Barcelona 2024. Entre otros aspectos, ha explicado cómo se puede democratizar el acceso a la inteligencia artificial a través de la educación. © Santiago Sepúlveda

Investigadora, educadora y experta en robótica, Randi Williams es también humanista y líder en su comunidad. Estudia cómo integrar la ética en la educación en Inteligencia Artificial (IA), la acerca a los más pequeños con la iniciativa RAISE y es la fundadora del capítulo bostoniano de Black in Robotics. Licenciada en Informática, tiene un máster en Artes Mediáticas y Ciencias por el Massachusetts Institute of Technology (MIT) y un doctorado en el prestigioso Media Lab del mismo instituto.

Randi es joven, muy joven, mujer y negra: tres veces rebelde en el mundo de la tecnología. Cuatro, si contamos que es humana en un mundo de robots.

Randi Williams es una estrella del rock en cuanto a la IA, la robótica y la educación, con una combinación única de conocimientos técnicos, ética, compromiso con la comunidad y pasión por trasladarlo a la siguiente generación. De pequeña se empezó a interesar por las matemáticas, que veía como un juego en el que cada problema tenía una solución única que había que encontrar. No le interesaban tanto las artes y la literatura, que eran todo lo contrario: un problema tiene tantas soluciones como creadores. De las matemáticas pasó a los videojuegos, que ya programaba desde muy joven. No necesitó grandes conocimientos ni plataformas de desarrollo complejas: programaba juegos con PowerPoint. Esta aproximación a la resolución de problemas con lo que se tiene a mano es un gran aprendizaje que todavía la acompaña.

Y, sí, las matemáticas son creativas. “Muy a menudo creemos que los matemáticos son gente aburrida que funcionan como ordenadores. Al contrario: una solución a un problema matemático que nadie ha resuelto antes es, por definición, creativa”, afirma. La creatividad no es binaria —o se es creativo o no se es— ni patrimonio de unos pocos; la creatividad es inherente a la condición humana y, lejos de ser binaria, es un degradado con muchos matices.

“La tecnología nos hace redefinir constantemente como personas: si los niños de hoy crecen con asistentes de voz en casa, ¿cómo cambia su relación con la tecnología?”, se pregunta. “¿Cómo enseñamos en el aula cuando uno de los asistentes en clase es el ChatGPT? Y sus resultados, ¿cómo sabemos que no son falsos, sesgados o manipulados?”. Sabemos que no lo sabemos. El problema más acuciante al que debemos dar respuesta como especie, que es la emergencia climática, es fruto de una mala respuesta tecnológica a cuestiones energéticas.

Randi Williams durante su estancia en Barcelona. © Santiago Sepúlveda Randi Williams durante su estancia en Barcelona. © Santiago Sepúlveda

Y de lo más global a lo más íntimo: en un mundo lleno de robots, ¿cómo nos definimos como humanos? Randi Williams considera que empezamos mal ya en 1956, llamando inteligencia artificial a toda una serie de mecanismos matemáticos que hoy son capaces de generar textos, imágenes y sonido de una forma que, hasta hace poco, era patrimonio exclusivo de los humanos. Que lo hagan no significa que sean inteligentes; una colonia de termitas es capaz de crear estructuras gigantescas con sistemas de ventilación que parecen planeados por un arquitecto y no les presuponemos ninguna inteligencia. “Para responder a estas preguntas existenciales necesitamos la concurrencia de cuantos más cerebros mejor, y eso solo lo conseguiremos si los maestros potencian la curiosidad, especialmente de las chicas, que es donde estamos más atrás en STEM”, dice.

El humanismo es inseparable de la tecnología y viceversa. Es en esta intersección en la que muchos profesionales como Randi trabajan. Su laboratorio está lleno de robots. Cada mañana, cuando llega, les desea buenos días; son, al fin y al cabo, sus colaboradores. Este simple acto, seguramente inevitable, plantea la gran pregunta de la humanización de la tecnología. ¿Tratar a un robot como una persona no es denigrar a la persona? Por otra parte, lo hacemos constantemente y no hace falta que la tecnología sea muy avanzada; humanizamos objetos muy simples. Seguro que todos conocéis a gente enamorada de su coche —suelen ser hombres—, y la gran mayoría no os sentirías muy bien arrancando la cabeza a una muñeca. Randi Williams, con su doctorado en interacción humano-robot, tiene una posición privilegiada en el estudio de estas interacciones, que acabarán por definir cómo somos unos y otros.

¿La tecnología nos ayuda a ser humanos?

En el centro de su trabajo se da, pues, esta aproximación humanística a la tecnología: o la tecnología nos ayuda a ser humanos o estamos haciendo algo mal. Es en este sentido en el que en el diagrama de Venn que forman los círculos de la tecnología y el humanismo, con su cada vez mayor intersección, por motivos de identidad, ella añade el círculo de la comunidad. “Soy de Baltimore, ¿sabes?”, me comenta. “Baltimore, la de la serie The Wire, es una ciudad con muchos problemas”. El 19 de abril de 2015 el joven negro Freddy Gray moría por culpa de las lesiones producidas por la policía, en un suceso que se juzgó como homicidio. Tenía 25 años y su detención había sido ilegal. Su muerte provocó protestas en las calles y el gobernador declaró el estado de emergencia. Randi Williams, como la mayoría de los habitantes de Baltimore, se movilizó, y lo hizo de la mejor manera que sabía: “Quería hacer algo y yo era buena en tecnología: monté un hackatón con la comunidad”.

Fue entonces cuando se dio cuenta del gran potencial de la comunidad, de cómo sin tecnología estamos a merced de los que la poseen y de cómo la tecnología puede empoderar a la gente para ser lo que quiere ser. Necesitamos mucha educación y mucho empoderamiento popular para cambiar la visión utilitarista de las grandes tecnológicas que practican una especie de ethics washing solo para mejorar su proyección pública. Tecnología y ética van de la mano. La ética no es una capa de pintura que se aplica al final del proceso, sino que debe estar presente en todo el proceso.

Este es un aspecto primordial de nuestra relación con la tecnología, también en el nivel más íntimo. Llevémoslo al terreno de los bots físicos, de los robots. No podemos viajar en el tiempo, pero sí en el espacio, que en ocasiones es lo mismo. Japón tiene el mismo problema que Europa con el envejecimiento de la población, pero con el agravante de que es una isla y no tiene inmigración. Si a esto le añadimos su sustrato sintoísta, en el que los objetos tienen espíritu, los robots asistenciales encajan de forma natural —ejemplifica Randi Williams—. La cultura es muy importante en nuestra relación con la tecnología: en el mundo occidental el robot es siempre el enemigo, el Terminator. En Japón, en cambio, el robot es el amigo que nos ayuda, el Doraemon que, con su bolsillo mágico, nos lo consigue todo.

Y aquí ella tiene mucho que decir. Los robots y la tecnología en general no solo deben satisfacer los objetivos que les marcamos, sino que deben hacerlo de forma inteligente y ética, teniendo en cuenta el entorno —visión por computador, sensores, propiocepción— y, sobre todo, teniendo en cuenta a los humanos con los que interactúan. Es decir, no basta con que un robot ayude a una persona mayor a ponerse las alpargatas de la forma más eficiente posible, sino que debe hacerlo teniendo en cuenta la reacción de la persona a sus acciones: ¿es el momento adecuado?, ¿se siente incómoda si hay otras personas mirando? Este campo es lo que conocemos como robótica social. En Cataluña la investigación la lidera la investigadora de la Universitat Politècnica de Catalunya y escritora Carme Torras.

En la intersección del trabajo de Randi Williams existe una profunda visión humanista de la tecnología. Su carrera la ha llevado a desarrollar proyectos de educación en IA que no solo enseñan conocimientos técnicos, sino que también fomentan la empatía, el pensamiento crítico y la conciencia ética y social en los más jóvenes y en los enseñantes. En PopBot diseña robots sociales para involucrar a los niños en edad preescolar en la programación; como fundadora del capítulo de Boston de Black in Robotics, promueve la diversidad y la inclusión en la industria tecnológica; su colaboración con educadores prevé que estos valores lleguen a las generaciones futuras, especialmente a las niñas, para las que representa un modelo. “Nunca tengáis miedo de haceros oír, vuestras ideas y vuestra voz cuentan para el futuro de la tecnología”. Tatuaos esta frase.

Randi Williams demuestra que innovación, empatía y empoderamiento no solo pueden coexistir en el mundo de la tecnología, sino que son necesarios. Su dedicación a la tecnología humanista, su compromiso con la comunidad y la defensa de la diversidad la convierten en un modelo para nuestra sociedad. Su viaje sirve de inspiración para todos, y demuestra el poder transformador de la tecnología cuando se junta con la empatía, la ética y el compromiso de empoderar a los demás.

Os dejo con dos preguntas, para terminar: ¿creéis que en el mundo debería haber más gente como Randi Williams?, y si es que sí, ¿por qué?

 

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