Repensar la organización del trabajo
La revolución tecnológica en la que nos encontramos inmersos está cambiando la forma de trabajar y nuestra relación con el trabajo. La combinación de cambios tecnológicos disruptivos, la globalización de la economía y las nuevas aspiraciones de realización personal están provocando una metamorfosis del trabajo y de las relaciones laborales. La extensión de formas de trabajo autónomo, precario y desregulado viene acompañada de una idea del emprendimiento a menudo mal entendido y de una nueva cultura del trabajo en la que se valora más la autonomía individual que la seguridad colectiva o la solidaridad.
Las viejas seguridades se están desvaneciendo. La vida laboral está condicionada por un creciente nivel de exigencia, basado en los resultados, y una competitividad que ya no es solo con los demás, sino también con uno mismo. Pero alcanzar los objetivos no siempre depende del propio trabajador ni del esfuerzo que desempeñe. Cada vez más, depende de directrices que a menudo se deciden lejos del puesto de trabajo. Avanzamos hacia un horizonte en el que el destino de muchos empleados será el de combinar fases de mucha intensidad y exigencia laboral con periodos de paro y aislamiento. Esto puede traducirse en una mayor incertidumbre vital y un desgaste emocional que puede acabar rompiendo el equilibrio mental.
Esta realidad explica fenómenos recientes como la gran dimisión, en la que muchos empleados dejan sus trabajos porque no les compensa el desgaste personal que conllevan. Quieren entornos laborales más saludables. También explica gran parte del absentismo laboral por crisis de ansiedad o depresión y la creciente incidencia del síndrome del trabajador quemado. Todos estos fenómenos son consecuencia de un desacoplamiento entre las necesidades y expectativas personales y las posibilidades de realización que ofrecen las estructuras productivas. Esto nos lleva a tener que repensar el trabajo y sus repercusiones a escala individual y en el uso del tiempo y la vida en las ciudades. La salud de las personas depende de la salud de las organizaciones. Por eso es tan importante recuperar el sentido del trabajo y fomentar una cultura empresarial que, además de crear valor para los accionistas, tenga en cuenta el bienestar de los trabajadores y del conjunto de la sociedad.
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