Prescriptores analógicos, promotores digitales. ¿Ha muerto la crítica cultural?

Público asistente al espectáculo de inauguración del Festival Grec 2023. © Imatges Barcelona / Paula Jaume

La gran transformación tecnológica y la modificación de los hábitos de consumo cultural han sacudido radicalmente el trabajo del periodista y crítico cultural, y han modificado la fisonomía y el reconocimiento adquiridos durante años de oficio. En la época analógica, la crítica cultural informaba, opinaba y “formaba” o “educaba” al lector/espectador, que lo acogía con agrado. En la tercera década del siglo XXI, ¿el crítico cultural, forzado a resituarse frente al impulso de las redes sociales, dispone de los mismos recursos y la libertad necesaria para trabajar como querría? ¿Ha muerto un modelo determinado de crítica cultural?

A los mayores de sesenta años, el periodismo y el mundo audiovisual de su juventud les ayudaron a formarse culturalmente con un poso de orientaciones y recomendaciones con criterio —Benach, Guarner, Mallofré, Montsalvatge, Baget, Luján, Cirici Pellicer, Vilanova, Vázquez Montalbán…—. Se les abría un mundo nuevo y diverso de referencias y conocimientos a menudo ignorados. Hoy, en cambio, resulta importante sobre todo informar y no tanto conocer la opinión personal del crítico cultural. La información que emana de las redes sociales, a través de influencers, aficionados o meros ciudadanos, va arrinconando la crítica especializada. Que haya críticos con columnas personales en medios públicos y privados ya no es una cuestión relevante para el lector/espectador más joven.

Se da un consenso generalizado entre los críticos culturales consultados: las voces profesionales y las no profesionales comparten un mismo espacio de información y opinión. Han cambiado las reglas del juego en el modelo de consumo, producción y negocio. Hoy se cuestionan las palabras crítica y especialista y, por ejemplo, un medio como la radio tiende a adoptar un perfil generalista. Los críticos culturales sufren límites a la hora de exponer su opinión en un contexto de restricciones económicas de las empresas, cuando los resultados de la recepción positiva o negativa de las audiencias mandan en la política de medios públicos y privados. Además, no todos los especialistas de la crítica cultural son colaboradores fijos, lo que deriva en una precarización de su trabajo. Sin embargo, los hay que sacan provecho de su labor como prescriptores, y convierten en necesaria la crítica de las series televisivas, ante el aumento de la oferta audiovisual por la aparición de las plataformas digitales. ¿Cómo debe encararse el modelo del pódcast hoy? Existe el descriptivo, centrado en los detalles y desprovisto de cualquier juicio estético. Pero ¿hay otros? Aparte de la influencia de las redes sociales, el periodismo y la crítica cultural deberían ser absolutamente necesarios para informar, difundir y también opinar, formar y educar al lector/espectador. Pero ¿la crítica cultural especializada forma parte de los intereses de las empresas del sector?

Jordi Camps

Jordi Camps Linnell
Periodista cultural y crítico de cine, series y televisión en El Punt Avui

Los críticos sufrimos los problemas del periodismo actual en general. En los medios escritos, hacemos frente a un nuevo tipo de lector imbuido de nuevos referentes y proclive a informarse a través de medios no tan tradicionales. Además de esto, que se combate abriendo horizontes, desempeñamos nuestra labor como siempre, teniendo claro que nuestro papel esencial es prescribir y opinar, independientemente de nuestra función como periodistas culturales, que es la de informar y difundir.

Todavía somos una pieza fundamental del engranaje cultural, y debemos ser conscientes del cierto poder que tenemos de mediación, porque podemos influir en que alguien deje (o no) de ver un programa o una serie (diría que mucho más), como otros críticos de otros ámbitos hacen frente a una obra teatral, una exposición, un espectáculo, una película o un libro. La crítica sigue siendo, en mi opinión, un puente o intermediario entre la obra y los espectadores. En nuestro caso, tenemos una absoluta libertad de opinión, nada condicionada por la dirección. Lo que más puede condicionarnos es la prisa (este mal que tanto nos afecta actualmente) por tener que publicar al día siguiente de una emisión y que, a veces, se resuelve con un artículo más formal para salir del paso. No suele ser lo habitual, y menos ahora, que tenemos un día concreto de la semana en el que publicar las críticas. El hecho de escribir en un periódico y no en un blog sí es cierto que te autoimpone cierta corrección política y lingüística, más que si lo hicieras en otros medios, como las redes sociales.

© Cristina Gallego © Cristina Gallego

Magí Camps
Periodista cultural de La Vanguardia

Han pasado muchas cosas desde que, en 1987, Josep Maria Flotats y Joan de Sagarra protagonizaron una jugosa polémica a raíz del desacuerdo del actor y director con la crítica que había escrito el crítico. Entonces, la crítica cultural tenía un alcance amplio, con influencia suficiente para tumbar un libro, una obra o un concierto, si se juzgaban malos. El público tenía pocas fuentes de información, pero eran consideradas selectas, con nombres de referencia.

Hoy las voces se han multiplicado, los críticos profesionales se mezclan con los no profesionales sin que el receptor pueda hacer demasiada distinción entre ellos, y en medio los fans y los detractores distorsionan aún más las opiniones. Pero la crítica profesional sí sigue siendo una buena aportación si sus sugerencias y apuntes enriquecedores pueden mejorar un trabajo artístico, teatral, literario o musical, aunque no traspase el ámbito profesional.

Para ello es necesario, por supuesto, que el equipo artístico sea lo suficientemente listo como para prestar atención y sopesar lo que le están diciendo. La prueba de que sigue teniendo vigencia la tuvimos el año pasado, a raíz del estreno del musical The Producers, de Mel Brooks. Para no tener que escuchar discrepancia alguna, el día del estreno Àngel Llàcer retiró las invitaciones de cortesía a la crítica. Hacer aportaciones constructivas para que quien quiera escuchar y mejorar lo haga es el valor que una buena crítica, aún hoy, puede aportar. Y si es así, significa que sigue haciendo un buen trabajo.

Carme Canet

Carme Canet
Directora del Entre caixes de iCat y redactora de Catalunya Ràdio

La crítica requiere una profundidad, un conocimiento y un tiempo que hoy los medios de comunicación no están dispuestos a pagar. No es prioritario destinar recursos a la cultura, si no es con finalidades comerciales, si no se saca un rendimiento económico o una visibilidad en redes.

De hecho, las redes han matado a la crítica especializada, han dado voz a los influencers, a los aficionados al teatro o a cualquier ciudadano. Sin embargo, hay voces, también en las redes, que hablan desde el conocimiento. La crítica tiene muchos y nuevos formatos. Hay cambios importantes en lo que se dice y cómo, cuándo o en qué medio comunicativo. La crítica de artes escénicas se ha transformado en opiniones, comentarios, crónicas y poca crítica.

La inmediatez para saber la opinión de los críticos al día siguiente de un estreno se ha transformado en tuits, tiktoks, vídeos promocionales… En la radio, el espacio es escaso y poco profundizado. Algunas emisoras locales ofrecen programas de artes escénicas, pero a escala nacional todo es más generalista, y el contenido especializado es limitado y parcial. Con demasiada frecuencia se habla de los mismos “famosos”, del mismo tipo de teatro, y poco de circo, poco de familiar, poco de danza, poco de performance o experimental, poco de los jóvenes. Pocos minutos y pocos profesionales especializados.

La mayoría de los críticos y recomendadores informamos, explicamos lo que hemos visto, y ya está. Las críticas documentadas, que son historia de las artes escénicas, o no las tenemos o son escasas. No trascenderá nuestro trabajo, no dejará huella de lo que se hace, de cómo se recibe o de cómo evoluciona el sector. Todo se hace demasiado rápido y sin recursos. Realmente, hace falta la voluntad de hacerlo.

Belén Parra

Belén Parra
Periodista de gastronomía y viajes

Nuestra crítica gastronómica está muy lejos de la que firmaban referentes como Néstor Luján, Xavier Domingo o Manuel Vázquez Montalbán. Solo dos o tres profesionales barceloneses ejercen una mirada crítica sobre lo que prueban o se les ofrece en un restaurante. Predomina el cronista gastronómico y no el crítico, pero el sector está en constante movimiento en cuanto a novedades, aberturas de establecimientos y listados o guías de restaurantes. Sin embargo, la divulgación no se hace con un espíritu crítico. No creo que el motivo sea la falta de lectores. Ciertamente, la crítica gastronómica interesa más a los profesionales del sector que al cliente.

El lector busca recomendaciones y no tiene tanto interés en la subjetividad de la crítica gastronómica o en el protagonismo que tantas veces se otorga a quien la defiende. La mayoría de los medios de comunicación apuestan por este tipo de contenidos, pero no tanto por la crítica. No es nada habitual que un medio (man)tenga a un crítico gastronómico como colaborador fijo. Cuesta mucho leer una crítica negativa, un relato de una experiencia mala o un artículo sobre un sitio poco recomendable. Apenas las hay. Los críticos tienden a positivizar las experiencias, por el vínculo que en ocasiones existe o se establece con los autores de la cocina que prueban. Los profesionales son muy sensibles a la crítica y la mayoría tienen la piel muy fina. También incide, en la falta de crítica gastronómica, que no esté bien remunerada.

Jaume Radigales

Jaume Radigales
Profesor de la Universidad Ramon Llull y crítico musical

La crítica musical en nuestro país dista de ser profesional. Nadie vive exclusivamente de sus críticas en periódicos, revistas, radio o televisión, lo que provoca que la impostura y el intrusismo a veces se cuelen en algunos de estos medios de comunicación. Incluso pasa en algunos rotativos, cuyos críticos son perfectos analfabetos musicales.

Aunque esta idea sea una hipérbole, los críticos de la generación precedente tenían mucho más predicamento que ahora, pero no sé si mayoritariamente podían “hundir” un espectáculo o a un artista con sus afiladas plumas. La crítica gozaba de un espacio mucho más amplio que ahora. Periódicos y revistas le daban el mismo espacio reservado, por ejemplo, a un artículo de fondo o de opinión. De hecho, ¿una crítica no es un artículo de opinión, con elementos descriptivos, valorativos y argumentativos?

Actualmente, la crítica es apenas un acta notarial sin posibilidad de decir mucho y, aún menos, de argumentarlo. La era posanalógica ha puesto a su alcance espacios ilimitados en forma de blogs o pódcast, además de revistas y diarios digitales. Esto abre la puerta a un elemento cuestionable: la impostura y el analfabetismo ya citados. Cualquiera con un teclado y una pantalla puede colgar las barbaridades que desee y, en función del mayor o menor número de “seguidores” que se tengan, se le da valor de dogma de fe. Son malos tiempos para la lírica.

Manuel Pérez

Manuel Pérez i Muñoz
Director de Entreacte y crítico de teatro de El Periódico

El pasado septiembre, la crítica teatral se vio arrinconada en una polémica estéril. El director Àngel Llàcer trató de impedir que el colectivo profesional pudiera cubrir The Producers. El escándalo fue tratado con gran frivolidad por algunos medios y por una parte de la profesión (el Colegio de Periodistas calló). Esto demuestra que existe un desconocimiento de la labor de los críticos, cosa que es el síntoma de una enfermedad sistémica.

El periodismo cultural ha sido el género menos valorado en redacciones de todo tipo. Va más allá de la crisis de los medios tradicionales, reflejada en la falta de espacio para la cultura, el auténtico bastón en la rueda de la práctica del crítico teatral, y de una precariedad en detrimento de la calidad. Cualquier disciplina humanística va a la baja y la cultura en el periodismo no es una excepción. No hay falta de libertad, sino de espacio.

Una tendencia peligrosa asimila el periodismo cultural al marketing. Se hacen muchas piezas de previa para ayudar a la promoción, pero la opinión crítica molesta a ciertos poderes porque dialoga y contextualiza. En cambio, este es su papel, al margen de términos como formar o educar, que tienen unas connotaciones paternalistas.

Dentro de la lógica liberal capitalista, el crítico toca las narices porque analiza la intención de los discursos, reflexiona el marco en perspectiva y no gusta porque algunas verdades son antisistema. No todo vale para vender una entrada o cuando se urde un discurso sobre un escenario. La crítica tiene aún más sentido que nunca para evitar que la noción de cultura de los medios acabe también mercantilizada, disuelta en la dictadura de la monetización.

Ramon Besa

Ramon Besa
Cronista deportivo de El País

Desde siempre se ha tendido a calificar el relato deportivo de sesgado. No había licencia para desmarcarse de las reglas de juego periodísticas, pero se admitía una militancia mal vista en otras áreas, como la política.

Hoy se habla de la “futbolización” política cuando la información deportiva puede ser sustituida por la prensa de club. Hay un discurso radicalizado y a veces banalizado, donde a menudo se compite por ver quién es más hooligan o más divertido. Interesa el conflicto, mandan la opinión y el directo, y no es fácil encontrar un lugar para los géneros interpretativos y la crítica. Ha cambiado el modelo de consumo, producción y negocio. Al aumento de la comunicación corporativa y al mensaje de adhesión o de oposición, condicionado por contratos de patrocinio o de intercambio publicitario, se añade la desinversión de los medios, para ahorrar dinero, para dejar de ir a los sitios y para formar a profesionales con una mirada propia. Está de moda decir que el fútbol se ve mejor por la televisión. La asociación medio-crítico, esa complicidad entre la cabecera y la obra del periodista, producto del aprendizaje y el conocimiento —aunque pueda ser sectario—, se ha aflojado o descalificado por considerarla contaminada desde las redes sociales, en las que los interlocutores se atribuyen los mismos méritos y derechos que los periodistas. Las audiencias condicionan, se pide rapidez y simplicidad, tanta que algunas entienden que la palabra crítica es negativa y no saben que el puntal del periodismo es mirar de cerca y narrar de lejos, como dice Leila Guerriero.

© Manuel Medir © Manuel Medir

Bernat Reher
Impulsor del pódcast Mentrimentres

En mi caso, el periodo de reflexión que provocó la pandemia me llevó, a mí y a un grupo de amigos, a la creación de un pódcast literario. A principios del año 2020, esto era una idea rara. Ahora ya lo consideramos normal. Uno de los aspectos que nos alarmaba era la poca profundidad crítica al tratar ciertos aspectos por parte de los medios de comunicación tradicionales.

Nos habíamos encontrado con simples resúmenes, banalidades simplificadoras en reseñas de nuevas traducciones de Franz Kafka, Djuna Barnes o autores catalanes como Santiago Rusiñol o Víctor Català. Con el formato del pódcast hemos defendido un ejercicio crítico que se fundamenta en la descripción. En el análisis de detalles.

Muy rápidamente hemos huido de formulaciones genéricas como pueden ser: “Es un libro flojo en relación con la trayectoria del autor”, o bien “Es un libro que no dejará indiferente a nadie”. Hemos rehuido cualquier juicio estético y hemos priorizado las preguntas. Y hemos considerado que el espectador es lo suficientemente inteligente como para saber distinguir lo importante de lo superfluo. En algunos casos, ha sido muy sencillo afinar las preguntas para detectar que la edición de un libro estaba poco cuidada, carecía de un proceso de reflexión profundo o, por el contrario, era fruto de una investigación previa muy rica y muy justificada.

Los libros despojados de las intenciones y de los contextos, así como de las poéticas, no son nada. Muchas veces hemos confundido la crítica con la confrontación estricta de ideas.

Alejandra Palés

Alejandra Palés
Redactora de Media del Ara

En un momento en el que las nuevas generaciones (y las no tan nuevas) se informan a través de internet y las redes sociales, parece que la crítica cultural haya desaparecido, pero es totalmente lo contrario. En el caso de la televisión, y sobre todo de las series, la crítica existe y sigue siendo más necesaria que nunca, precisamente por el boom de consumo audiovisual que ha supuesto la aparición de las plataformas digitales.

La opinión que pueda tener un experto sobre una serie aún le importa a mucha gente, y quienes nos dedicamos a esta cuestión lo sabemos de primera mano. Las series se han convertido en un tema de conversación habitual en los grupos de amigos y entre las familias y, al tratarse de un tema tan popular, muchos lectores u oyentes sienten la necesidad de interaccionar con las personas a quienes consideran sus prescriptores de ficciones.

Las redes sociales lo ponen fácil: es muy frecuente recibir mensajes de seguidores que preguntan sobre una serie o simplemente agradecen una recomendación. Aunque se hace muy buena crítica de series, sí es cierto que la conversación sobre las ficciones televisivas se ha imbuido de la polarización casi omnipresente del momento actual. Esto se traduce en que, cada dos por tres, tenemos la mejor serie de la historia o la producción más abominable jamás vista.

Se ha perdido el término medio y, precisamente por eso, es necesario recurrir a aquellas personas que valoran las series utilizando argumentos de peso y esquivando el fervor o el enfado más propio de un fan que de un profesional. Son las mismas personas que no cambiarán de opinión porque una plataforma les haya enviado una caja de galletas de Los Bridgerton.

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