Las siete tendencias que marcarán el futuro del trabajo
- Dosier
- Mar 21
- 15 mins
La pandemia ha acelerado muchos cambios en nuestra forma de vivir y trabajar. Ha demostrado que cada vez hay más trabajadores que pueden trabajar desde cualquier lugar con una conexión a internet, que hay demasiados trabajadores sin protección social y que las mujeres son quienes amplían las fronteras del trabajo. Cada crisis llega con amenazas y oportunidades que debemos saber aprovechar.
La pandemia ha puesto de manifiesto y ha acelerado muchos cambios que afectan a nuestra forma de vivir y trabajar. Ha demostrado que nuestro hogar es un espacio de producción, que cada vez hay más trabajadores que pueden trabajar desde cualquier lugar con una conexión a internet, que hay demasiados trabajadores que no se benefician de las protecciones ganadas a lo largo del siglo xx, que las nuevas aspiraciones culturales están transformando las empresas y que tenemos que aplicar una perspectiva de género para entender realmente las fuerzas que hay en juego.
Muchas de estas tendencias no son nuevas, pero ahora son innegablemente más visibles. Cada ciclo de transformaciones llega con amenazas y oportunidades. Y son estas oportunidades las que, como individuos y como colectivo, debemos saber aprovechar. De nosotros depende. De nosotros depende decidir crear un mejor pacto social para construir un futuro más inclusivo. Como trabajadores, gestores, escritores, inversores u organizadores, todos y todas podemos mejorar el futuro del trabajo. Y la mejor forma de predecir este futuro es creándolo.
Cada vez más trabajadores deciden inventarse su propia forma de trabajar, de ser más creativos, de buscar sentido al trabajo, de aprender continuamente y de tener un impacto positivo en el planeta y en la comunidad.
1. La artesanía gana terreno entre los trabajadores
A causa de la falta de compensaciones atractivas, como la seguridad laboral y la identidad social, cada vez son más los trabajadores que se han cansado del modelo sin sentido y alienante de la era del fordismo, al que también se le acusa de destruir el planeta y nuestra cohesión social. Ya no existe una única forma de trabajar. Cada vez más trabajadores deciden inventarse su propia forma de trabajar, de ser más creativos, de buscar sentido al trabajo, de aprender continuamente y de tener un impacto positivo en el planeta y en la comunidad.
Cada vez son más los trabajadores que no quieren recibir órdenes y optan por convertirse en autónomos. Se identifican con los tres pilares del trabajo artesano: responsabilidad, autonomía y creatividad. Estos tres conceptos no se aplican solo a trabajos artesanos manuales (como, por ejemplo, la ebanistería). En realidad, escribir un código o un texto también es un trabajo artesano. El mundo de los medios de comunicación, el diseño y la creación de contenidos ha visto nacer, en estos últimos años, la revolución de la llamada “economía de la pasión”: los creadores buscan la interacción y los ingresos directos de los consumidores, y eliminan los intermediarios.
Todo ello implica que la gestión científica y la división del trabajo tengan cada vez más retos. La gestión científica solo puede ser aceptable para los trabajadores si va acompañada de buenos trabajos (seguros y bien pagados), pero la realidad es que casi siempre va acompañada de precariedad y dependencia. Sin duda, muchos trabajadores están atrapados en estos trabajos por falta de opciones mejores. Si pudieran elegir, muy pocos apoyarían la alienación combinada con la inseguridad económica.
Esta tendencia ofrece a los individuos la oportunidad de depender menos de una organización, les da la posibilidad de establecer relaciones personales con otros individuos y de desarrollar sus carreras profesionales de forma más satisfactoria y enriquecedora. Para ellos, el reto es producir algo único y desarrollar las relaciones personales suficientes que les permitan vivir de eso que producen. Para lograrlo, es necesario aplicar al individuo las lecciones de la estrategia empresarial. Pero no todo el mundo es capaz de hacerlo.
La demanda de trabajadoras sociales, cuidadoras, enfermeras, médicas y maestras es alta; de hecho, la pandemia ha evidenciado más, si cabe, que no hay suficientes.
2. Cuando se trata del futuro del trabajo, las mujeres rompen barreras
Si consideramos el impacto de la pandemia en el trabajo de las mujeres, podríamos pensar precisamente lo contrario: que el futuro del trabajo es cualquier cosa menos femenino. En 2020, solo en Estados Unidos, más de 2,2 millones de personas tuvieron que dejar su trabajo por falta de opciones para cuidar a sus hijos. Del mismo modo, en el resto de los países, muchos trabajadores eventuales (la mayoría, mujeres) perdieron su trabajo, y los trabajos relacionados con servicios de proximidad fueron los que se vieron más afectados (hotelería, limpieza, turismo...). Con toda razón, a esta crisis se le llama la crisis de la shecession, en un juego de palabras en inglés entre she (ella) y recession (recesión).
En cualquier caso, se prevé que estos servicios que dan trabajo principalmente a mujeres sigan creciendo en el futuro. La demanda de trabajadoras sociales, cuidadoras, enfermeras, médicas y maestras es alta; de hecho, la pandemia ha evidenciado más, si cabe, que no hay suficientes. La crisis sanitaria de este 2021 en el Reino Unido, por ejemplo, es consecuencia del hecho de que el Servicio Nacional de Salud no ha contratado a suficiente personal nuevo, y la población envejece muy deprisa. En Europa se van a necesitar millones de enfermeras más en los próximos años.
Los trabajadores del sector de los cuidados no tienen que ser solo hombres, por supuesto. Pero, actualmente, la mayoría de las personas que se dedican a cuidar de personas mayores y niños lo son. Sin duda, el reto será atraer a más trabajadores masculinos hacia estos sectores en crecimiento. El peso del pasado y de la cultura puede ayudar a explicar por qué algunos de estos trabajos han quedado obstinadamente segregados por sexos: puede que todavía se perciba como un hecho “transgresor” que los hombres se incorporen a profesiones sanitarias y de asistencia social. Hacerlo supondría un desafío a su identidad cultural.
Hay muchas razones por las que podemos considerar que las mujeres rompen barreras: los trabajos que realizan tienen futuro (pues son difíciles de automatizar); el futuro del trabajo sindical lo están inventando las camareras y las trabajadoras del hogar (mujeres como Ai-Jen Poo, de la Alianza Nacional de las Trabajadoras del hogar de Estados Unidos); las “habilidades blandas” que se enseñaba a valorar en las mujeres (empatía, atención, inteligencia emocional) son las habilidades del futuro; y, finalmente, los sectores en los que las mujeres están poco representadas (tecnología y finanzas) necesitarán más personal femenino para innovar y expandirse.
Una señal de que algunas de las formas de activismo se han convertido en tendencia es la apropiación de sus mensajes por parte del mundo de la publicidad.
3. El activismo desafía las viejas estructuras de poder
El 2020 puede considerarse el año del activismo. Después del asesinato de George Floyd en Estados Unidos se desencadenaron en todo el mundo nuevos movimientos sociales que desafiaban la herencia racista de América y Europa (esclavitud y colonialismo). Como consecuencia del movimiento #metoo han surgido muchos movimientos y redes feministas nuevos que desafían las viejas estructuras de poder patriarcales y exigen más participación de las mujeres. En los mundos corporativo y político, las cuotas ya no son un tabú.
Una señal de que algunas de las formas de activismo se han convertido en tendencia es la apropiación de sus mensajes por parte del mundo de la publicidad. Las empresas han utilizado el activismo para limpiar su imagen. En muchos sentidos, los cuatro años de la presidencia de Trump impulsaron el feminismo y el antirracismo en Estados Unidos y en todo el mundo. Muchas marcas sienten la necesidad de “dibujar una línea roja”, porque, como escribí hace algunos años, “la era del marketing masivo de arriba abajo, en la que debía contentarse a todo el mundo, ha terminado”.
Después de 2020, el activismo va a impregnar cada vez más el mundo laboral. De entrada, ya ha empezado a transformar Silicon Valley. Tradicionalmente, las compañías tecnológicas han hecho promesas vacías cuando se trata de diversidad e inclusión, pero hay razones para creer que hemos llegado a un punto de inflexión. Como ecosistema, Silicon Valley ya no volverá a ser jamás igual (ahora ya se extiende por múltiples territorios). Y ahora que hay más conciencia del sesgo (racista) en el campo de la inteligencia artificial, cabe esperar que, en buena parte, eso se corrija en el futuro.
El activismo no solo tiene que ver con la diversidad y la inclusión, también está cada vez más relacionado con el cambio climático. Hay más trabajadores (y consumidores) que esperan una mayor transparencia acerca del impacto (y la huella) de su trabajo sobre el planeta. Eso explica, por ejemplo, que la certificación B Corp, que evalúa el “rendimiento social y medioambiental”, sea cada vez más popular entre las empresas. Los nuevos emprendedores crean “negocios sostenibles” y defienden un “capitalismo verde” que tenga en cuenta las externalidades negativas.
4. Los nuevos riesgos exigen nuevas medidas de protección para los trabajadores
Durante los años he escrito mucho sobre la “desagregación de los trabajos”, un fenómeno que empezó hace cinco décadas y que ha alterado profundamente la naturaleza del trabajo y las compensaciones que atraían a los trabajadores hacia el mundo empresarial (y viceversa). En el antiguo “paquete” fordista, a cambio de la subordinación y la división del trabajo, tenías un conjunto de beneficios que incluían seguridad laboral, acceso a la vivienda (crédito bancario), asistencia sanitaria, una pensión y sindicatos fuertes.
Como bien ha evidenciado la pandemia, un número cada vez más elevado de extranjeros, recién llegados al mercado laboral, no tienen forma de demostrar su solvencia. Millones de trabajadores se quedan al margen de la red de seguridad. Un ejemplo: hay cifras que indican que alrededor de tres millones de personas en el Reino Unido (el 10% de la mano de obra) quedaron excluidas de los paquetes de ayudas económicas del Gobierno, lo que pone de manifiesto que la red de seguridad no estaba pensada para satisfacer las necesidades de los trabajadores que habían dejado de cumplir los requisitos.
Los contratistas, los emprendedores y los autónomos ya no son una parte pequeña e insignificante de la mano de obra. Ahora hay millones de ellos, y su situación exige un nuevo contrato social.
Los contratistas, los emprendedores y los autónomos ya no son una parte pequeña e insignificante de la mano de obra. Ahora hay millones de ellos, y su situación exige un nuevo contrato social. La pandemia ha hecho que sea más urgente que nunca responder a la siguiente pregunta: ¿qué hay que hacer para que la asistencia sanitaria y la vivienda asequible sean universales? Si los trabajadores no pueden acceder a la vivienda y a servicios sanitarios a través del trabajo, ¿no deberían proporcionarse estos derechos a todos los individuos, sea cuál sea su situación laboral?
Y, por último, pero no por ello menos importante, han surgido nuevos riesgos relacionados con la prolongación de la vida laboral y con la rápida transformación de la economía. Es probable que a lo largo de nuestra existencia pasemos por múltiples transiciones profesionales, pero el coste de una transición profesional es elevado: no solo debemos renunciar a los ingresos para poder aprender un nuevo oficio, sino que la propia formación para aprender este oficio puede ser cara. Por desgracia, las escuelas, las universidades y los centros de formación siguen estando diseñados, en gran medida, para atender a las necesidades de los más jóvenes y no para tener en cuenta a personas de todas las edades.
5. Los trabajadores y las trabajadoras del futuro tendrán que desarrollar una “mentalidad de inmigrante”
Si los futuros trabajadores tienen que pasar por más transiciones profesionales, necesitarán desarrollar sus “activos transformacionales”, es decir, su capacidad de adaptarse a los cambios que se sucederán a lo largo de su vida. Este concepto fue desarrollado por Lynda Gratton y Andrew Scott en el libro The 100-Year Life: Living and Working in an Age of Longevity, en el que argumentan que el aumento de la longevidad obligará a los trabajadores a ser hábiles para reinventarse.
Para facilitar estas transiciones, los trabajadores deberán ser capaces de crear nuevas redes, algunas de las cuales estarán fuera de sus círculos personales y profesionales actuales. También tendrán que seguir incorporando nuevos hábitos para mantener una buena plasticidad cerebral. Y la suerte está de su parte, porque los neurocientíficos están convencidos de que nuestros cerebros son mucho más maleables de lo que creíamos. El cerebro adulto también tiene la capacidad de producir nuevas neuronas. Gran parte de nuestro potencial no viene determinado por nuestros genes, sino por nuestra capacidad de ejercitar nuestro cerebro.
Estos trabajadores tendrán que aprender a conocerse mejor, a saber de qué son capaces, y, sobre todo, tendrán que saber qué quieren y qué no quieren en la vida. Deberán aprender a ocuparse de su propio futuro (preparándose para futuras transiciones y ahorrando para la vejez). Según Gratton y Scott, “las cuestiones de identidad, elección y riesgo son centrales cuando nos preguntamos cómo afrontar una vida larga. Así tendrás que pensar en tu identidad de una forma diferente a la que lo hicieron los que te precedieron”.
En resumen, los trabajadores van a necesitar una “mentalidad de inmigrante” (aunque no cambien de país). Efectivamente, el acto de migrar en sí mismo implica un deseo de riesgo y de cambio. Los inmigrantes se cuestionan su identidad, crean nuevas redes de apoyo heterogéneas, desarrollan habilidades cognitivas y resiliencia, y se enfrentan a una cultura completamente diferente a la que se adaptan. Sus activos transformacionales, su inteligencia intercultural y su empatía son incompatibles. Todos y todas deberíamos tener esta mentalidad.
Las personas van a necesitar más formación porque viven y trabajan más años. Esta formación tendrá que repartirse a lo largo del tiempo en lugar de concentrarse en la primera etapa de la vida.
6. En estos tiempos de longevidad y transición tecnoeconómica, la vida en tres etapas ha terminado
Muchos de los mayores de 30 años hemos sido educados con la idea de un enfoque tradicional en tres etapas de nuestra vida laboral: primero, la formación; después, el trabajo; y, finalmente, la jubilación. Pero este enfoque deja de ser aplicable a medida que la esperanza de vida aumenta y los generosos sistemas de pensiones van desapareciendo. Cada vez hay más personas que compaginan varias carreras y transiciones vitales, y cada vez más compañías tendrán que eliminar el requisito de edad de sus procesos de contratación, ya que la población envejece cada vez más de prisa.
“Las personas van a necesitar más formación porque viven y trabajan más años. Esta formación adicional tendrá que repartirse a lo largo del tiempo y no concentrarse en la primera etapa de la vida. Y si el aprendizaje ya no se concentra en la primera etapa de la vida, lo que tenemos que aprender en esta primera etapa tendrá que centrarse menos en habilidades específicas y más en aprender a construir las bases para una vida de aprendizaje constante”, escriben Gratton y Scott en su libro The New Long Life.
Si los individuos y las instituciones (corporaciones, sindicatos, escuelas y gobiernos) no abordan la cuestión de la longevidad de una forma más amplia, habrá más personas pobres entre los abuelos del mañana. Asimismo, la longevidad no debe ser tratada como un “problema” o una “carga”. Es, sobre todo, un regalo. La edad es más maleable de lo que creíamos; las personas de 50, 60, 70 y 80 años son capaces de ser más creativas e innovadoras de lo que pensábamos en el siglo xx.
Los futuristas pocas veces tienen en cuenta el aspecto de la demografía. A pesar de ello, si de algo estamos seguros es de que nos haremos viejos colectivamente y seguramente viviremos y trabajaremos durante más tiempo. En estos momentos, la discriminación por razón de edad en el mercado laboral es un gran problema y dificulta que los trabajadores a los que se les pide que trabajen más años puedan recibir una pensión. Para que se produzca un cambio hay que abordar cada elemento del sistema: formación, protección social, vivienda, empleo, reclutamiento, formación de nuevo, infraestructuras...
Es probable que la gestión tradicional de orden y control se cuestione cada vez más, y el trabajo asíncrono será cada vez más frecuente
7. El teletrabajo está transformando la gestión y las relaciones laborales
El aumento del teletrabajo es anterior a la pandemia, pero la pandemia lo ha acelerado al menos una década. Según el país, entre un 30% y un 50% de todos los trabajos pueden realizarse en remoto con una buena conexión a internet. El reto que surgió con la pandemia fue decidir qué trabajos y tareas se podían hacer a distancia. ¿Cómo y dónde queremos trabajar en el futuro? ¿Cómo trabajaremos juntos como equipo? Estas son preguntas que todos los equipos de trabajo deben plantearse hoy en día.
Creo que esta tendencia tendrá un impacto profundo en la organización del trabajo y en el tejido jurídico y cultural de las empresas. Es probable que la gestión tradicional de orden y control se cuestione cada vez más, y el trabajo asíncrono será cada vez más frecuente. La flexibilidad que se ofrece a los trabajadores se convertirá, finalmente, en un argumento para captar talento. Sin embargo, algunos trabajadores descubrirán que pueden tener más flexibilidad si ellos mismos se convierten en contratistas.
“Dejar atrás la farsa de los trabajos de 9 a 5” supone algunos retos, pero también grandes oportunidades de empoderamiento y creatividad. La oficina virtual puede dar a personas diferentes la oportunidad de expresarse (concretamente, en la escritura, puesto que el trabajo a distancia asíncrono se basa, en buena medida, en la comunicación escrita). El teletrabajo desafía las estructuras de poder tradicionales porque el trabajo es más eficaz cuando el poder se distribuye horizontalmente.
Las mujeres lo tienen todo a favor con el auge de las organizaciones que favorecen la igualdad. Además, cuando la flexibilidad se convierte en la norma dentro de una organización, hay muy pocas razones para discriminar aquellos que piden flexibilidad, porque son precisamente quienes más la necesitan. La economista del comportamiento Iris Bohnet escribe: “Con el aumento de la demanda de flexibilidad, podemos (y debemos) prever que los mercados laborales competitivos se ajustarán a las preferencias de los trabajadores y dejarán de discriminar a las personas que buscan flexibilidad.”
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