Las bullangas de Pablo Hasél
- Sep 21
- 9 mins
Algunas acciones colectivas que se llevan a cabo en las calles y las plazas de nuestras ciudades suponen expresiones insolentes que pueden llevar hasta las últimas consecuencias la naturaleza conflictiva, del espacio urbano y de las características propias de la interacción humana. Ya sean festivas o políticas, estas dinámicas contendrían la posibilidad efectiva de un estallido violento. De hecho, es precisamente esta particularidad la que le da parte de su enorme valor ritual.
Durante el verano de 1835, mucho antes de que la ciudad deviniera Rosa de Foc, Barcelona vivió uno de esos episodios catárticos que, no por menos frecuentes, dejan hoy día de sorprendernos. Parte de la capital catalana, tan taurina que llegó a contar con hasta tres plazas de toros, asistía a una corrida en el coso entonces ubicado en la Barceloneta, de nombre El Torín. Sin embargo, el desarrollo del espectáculo no fue del agrado del numeroso público asistente, que comenzó a lanzar objetos al albero y a destrozar el recinto, para acabar saliendo en tromba y dirigirse, en manifestación, hacia las cercanas Ramblas. Una vez allí, el ímpetu inicial, en vez de verse amainado con el paso de los minutos y el trayecto recorrido, más bien al contrario, fue tomando forma turbulenta, nutriéndose con numerosas personas que se sumaron a los iniciales descontentos tauromáquicos. Como si de un improvisado mitin político se tratara, oradores de todo pelaje se situaron en diferentes puntos de este singular espacio urbano, enervando a las multitudes contra diversas instituciones del Estado, como los burots, o casetas de consumo, donde funcionarios municipales cobraban un muy impopular impuesto a las mercancías que entraban a la ciudad, pero sobre todo contra el clero, auténtico poder de la época.
Aquella noche, hasta seis conventos se sumaron a las llamas que habían consumido, previamente, la caseta mencionada: el de los trinitarios descalzos, ubicado donde actualmente se encuentra el Teatre del Liceu; el de Sant Josep de los carmelitas descalzos, donde es posible encontrar hoy día el Mercat de la Boqueria; el de los agustinos, en la calle Hospital; otro de los carmelitas descalzos, esta vez en la calle del Carme; el de Sant Francesc de Paula, en la calle Sant Pere, y, finalmente, el de los dominicos de Santa Caterina, una vez más ubicado en el mercado actual de homónima denominación. Tal furor pirómano vino determinado no por el desencanto de una tarde de toros, como se puede sobreentender, sino por la situación que en aquellos momentos estaba viviendo el país. Como bien explica el historiador Josep Fontana (2001), estos hechos, que pasaron a la posterioridad como bullangas, y que no fueron exclusivos de la capital catalana, sino que se vieron multiplicados en territorios como Zaragoza o Reus, vinieron determinados principalmente por el enfrentamiento civil desencadenado por la muerte y sucesión de Fernando VII, la Primera Guerra Carlista.
El clero se había posicionado notoriamente a favor de los carlistas, partidarios de un recrudecimiento de las políticas del Antiguo Régimen, frente a los liberales, seguidores de Isabel II, entonces menor de edad, e interesados en una vuelta a la Constitución de 1812. Por ello, es de entender que las instalaciones eclesiásticas se presentaran como objetivo claro de los amotinados, ya que, a los ojos de estos, los frailes y curas representaban un estamento social contrario al avance social, y encarnaban la responsabilidad parcial de sus sufrimientos, puesto que, además, la soldadesca estaba constituida fundamentalmente por miembros de las clases populares. Esta interpretación simbólica del papel del evento taurino quedó recogida, de forma inmediata, por el historiador Joan Cortada, que, en su obra Lecciones de Historia de España, señaló precisamente que “cualquier cosa basta para determinar un motín popular cuando el pueblo está dispuesto a amotinarse” (1845: 429).
Dando un espectacular salto temporal, pero sin movernos de la misma ciudad, durante las primeras semanas del mes de febrero del segundo año de pandemia, Barcelona volvió a vivir otra de estas espectaculares manifestaciones de acción colectiva. El motivo, en esta ocasión, no se encontraba —aparentemente— relacionado con una abortada Revolución Liberal, sino con algo mucho más profano: el encarcelamiento de un músico por la acumulación de las penas de diversas sentencias, entre otras, un delito de enaltecimiento del terrorismo con la agravante de reincidencia, y por injurias y calumnias a la Corona y a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (Guindal y Vera, 2021). De este modo, justo un día después de la entrada en prisión del rapero Pablo Hasél, el 15 de febrero de 2021, un grupo de unas 1700 personas, según datos de la Guardia Urbana de Barcelona, se dio inicialmente cita en la plaza Lesseps, en el límite del popular barrio de Gràcia, para protestar contra este hecho. Con posterioridad, los allí concentrados se dirigieron hacia el centro histórico de la ciudad, recogiendo en su camino nuevos participantes hasta llegar a superar las 5000 personas.
Como ya señaló el historiador Joan Cortada, “cualquier cosa basta para determinar un motín popular cuando el pueblo está dispuesto a amotinarse”.
Dos horas después, la inicialmente pacífica marcha, había devenido en altercados con los Mossos d’Esquadra, el montaje de barricadas, la quema de múltiples contenedores de basuras y el forzamiento de la entrada, así como la generación de desperfectos, en varias oficinas bancarias situadas a lo largo del recorrido. Numerosos vehículos privados resultaron dañados y la confrontación con la policía catalana ocasionó, finalmente, 15 detenidos y 30 heridos, entre ellos, una chica que perdió posteriormente un ojo (Europa Press, 2021). Manifestaciones, con similares características, se fueron repitiendo a lo largo de las siguientes dos semanas, con diferentes grados de participación y conflictividad —el saldo final, según el Ayuntamiento de Barcelona, fue de unos costes para la ciudad de 1,1 millones de euros, además de 40 detenidos y 300 contenedores quemados, entre otras cosas (Crónica Global, 2021)—.
Las bullangas son expresiones insolentes que llevan hasta sus últimas consecuencias la naturaleza conflictiva por definición del espacio urbano y de las características propias de la interacción humana.
Para mediados de marzo, un mes después de la entrada en prisión del rapero, la situación había vuelto a la normalidad, pero una cosa quedaba clara: el encarcelamiento de Hasél no había sido el motivo principal del inicio de las movilizaciones y los posteriores disturbios. Así lo declaraban los mismos participantes cuando señalaban, en diversos medios de comunicación, que “la chispa ha sido lo de Pablo Hasél, pero hay mucho más. Estamos hartos de injusticias, de precariedad, de represión y esto nos ha hecho estallar” (Infobae, 2021). La interrelación entre ambos hechos la explicó muy bien, durante aquellos días, el antropólogo Manuel Delgado. Las bullangas de Pablo Hasél “tienen dos niveles: el explícito, inmediato, que es un hecho particular que lo desencadena, el envío de un rapero a la prisión, y otro, que implica la emergencia de malestares que son crónicos en una sociedad hecha de injusticias y asimetrías. Siempre hay motivos para una revuelta en una ciudad” (Barnils y Salamé, 2021).
Fue Émile Durkheim el primero que teorizó, a comienzos del siglo XX, sobre la posibilidad de este tipo de acontecimientos. Para este padre de la sociología, cuando se ponen “en movimiento las masas y se produce un estado de efervescencia colectiva, a veces incluso de delirio […], el hombre se ve arrastrado fuera de sí, distraído de sus ocupaciones y preocupaciones cotidianas” (1982: 356). Esta propuesta de análisis del hecho religioso realizada por Durkheim escapa a la mera consideración y examen de las acciones sagradas, y llega a afectar a las fiestas o a cualquier otro tipo de manifestación laica, como los acontecimientos sociopolíticos, ya que, como él mismo señalara, “hay períodos históricos en los que, bajo la influencia de algún gran descalabro colectivo, las interacciones sociales se hacen mucho más frecuentes y activas. Los hombres se buscan, se reúnen más. El resultado es una efervescencia general, característica de épocas revolucionarias o creativas […] el hombre se convierte en otro” (1982: 198).
Durkheim no quiere decir que no sea posible la aparición, durante la celebración de este tipo de ceremonias, ritos o manifestaciones, de personas o conjuntos de personas que se aprovechan de la situación para conducir a las masas en una dirección u otra, dependiendo de sus propios intereses. Todo lo contrario, esta afectación externa del sentido y orientación de la acción del conjunto de individuos que conforman la masa es siempre, y de forma inexorable, una posibilidad, es decir, se encuentra siempre ahí, latente, y puede ser desatada por alguno de sus miembros, por un elemento exterior, pero también por cualquier otro tipo de referente externo, simbólico o material. Es, precisamente en este sentido que la concentración/corrida de toros actúa como vehículo simbólico que desata una respuesta sobre la precariedad/reacción carlista en forma de altercados urbanos, algo que las ciencias sociales llevan ya tiempo destacando.
Entre las propuestas teóricas recientes que han aplicado este tipo de marco al análisis de las manifestaciones políticas, podemos encontrar las obras Carrer, festa i revolta. Els usos simbòlics de l’espai públic a Barcelona, 1951-2000, del Grup de Recerca Etnografia dels Espais Públics, La danza de los nadie. Pasos hacia una antropología de las manifestaciones, del Observatori d’Antropologia del Conflicte Urbà (OACU), y La Pandemia de la desigualdad. Una antropología desde el confinamiento, de Jose Mansilla, todas ellas coincidentes en un punto: que las acciones colectivas llevadas a cabo en la esfera pública, las bullangas, suponen expresiones insolentes que llevan hasta sus últimas consecuencias la naturaleza conflictiva por definición del espacio urbano y de las características propias de la interacción humana.
Referencias bibliográficas
Barnils, A. y Salamé, A. (2021). Manuel Delgado. “Bàsicament és una revolta. I ja està”. Vilaweb (05/03/2021).
Cortada, J. (1845). Lecciones de Historia de España. Barcelona: Antonio Brusi.
Crónica Global (2021). “Barcelona cifra en 1 millón de euros el coste de los disturbios en favor de Pablo Hasél”. Crónica Global (17/03/2021).
Durkheim, E. (1982). Las formas elementales de la vida religiosa. Madrid: Akal Editor.
Europa Press (2021). “Los Mossos empiezan a disolver las barricadas en la protesta por Hasél en Barcelona”. Europa Press (16/02/2021).
Fontana, J. (2001). La revolución liberal: política y hacienda en 1833-1845. Madrid: Instituto de Estudios Fiscales.
Guindal, C. y Vera, J. (2021). “La Audiencia Nacional ordena la detención e ingreso en prisión de Pablo Hasél”. La Vanguardia (15/02/2021).
Infobae (2021). “‘Pablo Hasél y mucho más’ detrás de la ira de la precaria juventud española”. Infobae (21/02/2021).
Del número
N119 - Sep 21 Índice
El boletín
Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis