Las artes digitales, campo abierto a la creación
- Debate
- Pliego de cultura
- Feb 20
- 14 mins
Desde el mundo del arte, las nuevas tecnologías —y hoy sobre todo las digitales— han sido siempre un campo para la investigación, la experimentación, y también para la crítica y la reflexión. Los artistas tienen ante ellos posibilidades infinitas e imprevisibles para seguirlas utilizando y cuestionando. Abrimos el debate sobre la relación entre arte y tecnología, y nos preguntamos cuál tiene que ser la función del artista digital.
El nacimiento de internet abrió una nueva era en la relación entre el arte y la tecnología. Desde entonces, las artes digitales se han transformado tanto que cada día resulta más difícil preservar y disfrutar de las obras que se crearon en la red al principio, porque viven bajo la amenaza de una obsolescencia galopante. Aunque se preserve el software y el hardware, la mayoría no pueden funcionar, ya que dependen de unos navegadores o de lenguajes de programación que hoy en día no existen. Como dice Claudia Gianetti, “el mundo digital suele ser exaltado por su capacidad de preservar el conocimiento, pero paradójicamente fallan las estrategias técnicas online de preservación de la memoria”.
También ha cambiado nuestra relación con la red, nacida en los años sesenta con un aura de libertad como una herramienta que nos llevaría a la emancipación. Ha acabado siendo controlada por cinco grandes empresas que la han convertido en un espacio de consumo de datos, de vigilancia y de control. Ante esta evolución, la posición del artista en relación con las herramientas tecnológicas ha evolucionado, de la ilusión naif de los inicios al desencanto posterior al ver que nos encontramos atrapados en una distopía vertical.
¿Cuál es la función del artista en la era digital y, muy especialmente, de aquel artista que se sirve de la tecnología para abrir nuevas posibilidades de representar el mundo? ¿Qué diferencia hay entre los artistas que empezaron a explorar nuevas vías artísticas en los inicios de internet y aquellos que han nacido ya en un entorno plenamente digital? ¿Qué fuerza tiene el arte para incidir en el uso que hacemos de la tecnología, validarla o cuestionarla, desde supuestos éticos o estéticos? He aquí la respuesta que nos dan artistas, gestores culturales, filósofos y científicos.
Marcel·lí Antúnez. Artista digital.
La tecnología nos ofrece la posibilidad de gestionar la complejidad e incrementar su control. A principios de los años noventa, coincidiendo con el nacimiento de internet, empecé a trabajar con programadores y a explorar las posibilidades de relación entre las máquinas y los seres humanos. Durante toda una década dediqué esfuerzos a construir herramientas que ni siquiera existían o a dar nombres a cosas que todavía no se habían creado.
El problema es que mientras los artistas proyectábamos un horizonte utópico, en Sillicon Valley solo pensaban en el negocio. A partir de 2005, con la emergencia de las redes y de YouTube, entendí que nos hallábamos en una distopía de cariz vertical en la que había poco margen de incidencia, y de ahí mi desencanto con la tecnología. En cambio, he redescubierto mi interés por facilitar la participación: ofrecer a los usuarios la posibilidad de interactuar con mis instalaciones. Me gusta mantener los vínculos con la experiencia ritual, seguir considerando el arte como una vivencia colectiva. La aportación que se puede hacer a la tecnología desde el ámbito artístico siempre tendría que ser caprichosa, llena de errores y emotiva, e ir siempre más allá de lo que se plantean los negocios y las universidades.
Franc Aleu. Artista audiovisual.
Siempre he tenido el afán de aprender, y a base de investigar vas encontrando nuevas formas. Vas viajando en la manera de hacer las cosas. El hecho de aprender transforma la obra. Siempre he cambiado de disciplina.
En el momento de crear un proyecto tienes que saber qué tecnologías tienes a tu alcance y las tienes que dominar, no que te dominen a ti. A menudo alguien experimenta con acierto con una tecnología y marca tendencia. La facilidad de adoptar una tecnología provoca que surjan modas, fruto de la fascinación con algo nuevo. Normalmente el primero que lo hace muy bien es el que imprime su sello y después queda como referente, y todo lo que viene detrás son imitadores.
La tentación de caer en la exhibición siempre ha existido, porque la tecnología es un aspecto presente en la actividad artística. Un piano, por ejemplo, es altísima tecnología. Y con la misma tecnología puedes hacer una maravilla o caer en los tópicos. No creo que la tecnología nos lleve por defecto a la frivolidad o la superficialidad, pero sí que hay gente que, gracias al dominio técnico, se ha hecho un lugar con contenidos deslumbrantes o aparentemente sofisticados sin tener el peso emocional, intelectual o sensorial que pide una creación solvente.
“El artista ya no es un formalizador, es más bien un establecedor de sentidos, un manipulador de signos que investiga cómo las cosas pueden crear sentido, y esto lo capacita para integrar una mirada no sumisa en la tecnología.” Lluís Nacenta, director de Hangar
Lluís Nacenta. Director de Hangar, centro de producción e investigación de artes visuales.
Estamos en un momento crítico de transformación, porque la tecnología ya es ubicua. Ahora ya está claro que las herramientas digitales que tenemos a nuestra disposición no son solo una oportunidad y una extensión de nuestros sentidos, sino también un condicionante y una invasión de nuestros sistemas de vida. Fijémonos, por ejemplo, en lo que ha pasado con el correo electrónico, que se ha convertido en una cosa difícil de gestionar, puesto que es una presencia constante, excesiva e innecesaria de la que nos tenemos que proteger. Nadie duda de que la tecnología forma parte de nuestras vidas, pero nos tenemos que relacionar de una manera que no sea alienante. Ya no es tanto la idea de que el artista puede hacer cosas nuevas gracias a la tecnología, sino más bien que tiene la posibilidad de darnos una visión crítica del uso que hacemos de ella. El artista ya no es un formalizador, es más bien un establecedor de sentidos, un manipulador de signos que investiga cómo las cosas pueden crear sentido, y esto lo capacita para integrar una mirada no sumisa en la tecnología.
¿Qué nos puede aportar la tecnología como creadora de sentido? Como ha dicho Brian Eno, “solo denominamos tecnología a aquellas cosas que todavía no funcionan”. Una vez funcionan, ya no las llamamos tecnología. Cuando el arte se pone a su servicio, acabamos construyendo demos que ilustran muy bien las cosas que se pueden llegar a hacer con tecnología sin interés artístico, solo para los “tecnófilos”. Si observamos cómo los jóvenes de hoy se relacionan con la tecnología nos daremos cuenta de que para ellos es más un medio para acceder al arte, no tanto una finalidad en sí misma.
“Hoy es difícil que un proyecto artístico no tenga un elemento tecnológico, pero intentamos abordar críticamente la fascinación por la tecnología. Nuestra creación no parte de la tecnología, sino de una decisión conceptual.” Rosa Sánchez, cofundadora de Kònic Thtr
Rosa Sánchez. Directora artística y cofundadora de Kònic Thtr.
Desde Kònic Thtr hace años que trabajamos para poner en comunicación arte y tecnología. Hoy la tecnología es tanto un elemento mediador como un tema en sí misma. Nuestra sociedad está mediatizada por la tecnología, para bien y para mal, y el arte tiene que crear conciencia sobre ello. Es desde esta premisa donde los artistas podemos aportar algo, desde la innovación y creando nuevos lenguajes. No damos conclusiones, sino que planteamos interrogantes. Se interpela al espectador para que interactúe dialogando, compartiendo el espacio con nosotros en diferentes niveles.
Hoy es difícil que un proyecto artístico no tenga un elemento tecnológico, pero intentamos abordar críticamente la fascinación por la tecnología. Nuestra creación no parte de la tecnología, sino de una decisión conceptual. Después, las herramientas tecnológicas que utilizaremos estarán en función de lo que queremos explicar o del proceso creativo que queramos abrir. La tecnología es un mediador, un articulador. Nosotros abogamos por la creación intermedia, que consiste en la confluencia de diferentes disciplinas, lenguajes y formatos en una experiencia determinada, siempre articulándolas a través de unas herramientas tecnológicas. La creación intermedia, por lo tanto, consiste en crear un lenguaje del que puedan beber diferentes disciplinas.
Laura Benítez Valero. Doctora en Filosofía por la UAB. Directora del proyecto europeo Biofriction.
Estudiando las intersecciones entre las prácticas artísticas y la biotecnología nos damos cuenta de que la generación de conocimientos transversales puede aportar visiones emancipatorias. La generación de contextos híbridos que favorecen la colaboración de artistas y científicos ha proporcionado un nuevo marco conceptual y práctico para la investigación artística, ha permitido cambios de paradigma y ha puesto de relieve barreras recurrentes que ponen en peligro la colaboración efectiva entre estas dos comunidades.
Un ejemplo es el proyecto Ginepunk, que ha propiciado una colaboración entre artistas residentes en Hangar y el Parque de Investigación Biomédica. Si los científicos aportaban conocimientos específicos, relativos a los materiales, las potencias y los peligros, las artistas, trabajando desde otros métodos de investigación, aportaban a los científicos maneras diferentes de comprender las implicaciones políticas, éticas o también estéticas de lo que estaban haciendo. Las artistas e investigadoras Paula Pin y Klau Kinki han abordado la ginecología desde otras perspectivas posibles, haciendo una revisión crítica del legado histórico de unas prácticas ginecológicas normativas que han determinado, social e institucionalmente, los cuerpos de las mujeres.
Ingrid Guardiola. Programadora audiovisual, directora y ensayista. Comisaria del proyecto “Soy Cámara”, laboratorio de nuevos formatos audiovisuales producido por el CCCB.
El internet de los años ochenta y noventa tiene un espíritu libertario. La red se entendía como un espacio que nos ayudaría a emanciparnos de los grandes poderes. Hoy, este internet ya no existe y nos encontramos en un capitalismo de plataformas, un espacio privatizado regido por cuatro o cinco grandes empresas que funcionan con lógicas extractivistas y predictivas, con la voluntad de generar modelos que se anticipen a los futuros mercados. Por lo tanto, no es que utilicemos la tecnología, sino que vivimos inmersos en ella y delegamos la gestión de la esfera pública e incluso de nuestros afectos a estos entornos tecnológicos.
El ágora pública digital se ha convertido en un espacio vulnerable, porque cada mínima manifestación de vida se puede traducir en datos a analizar. De todo se puede hacer tracking en patrones, incluso de tu pasividad. La clave ahora es emanciparse, y por eso muchos artistas trabajan para adivinar qué hay detrás de estas grandes empresas, poner el foco en las entrañas de la bestia cuestionando este mundo algorítmico aparentemente neutro. Los algoritmos son cajas negras y a menudo es difícil entender la ética que ha regido cierta programación y con qué decisiones empresariales se ha diseñado.
Que tengamos acceso a la tecnología no quiere decir que se haya democratizado, ya que no disponemos de la información ni de la capacidad de gestión personal en esta participación ilusoria. Hoy hay artistas que trabajan con el imaginario del big data y otros, más activistas, que crean plataformas paralelas, con la voluntad de explorar otro modelo de ecosistema digital. Y aquí entra la soberanía digital.
David Bueno. Director de la Cátedra de Neuroeducación UB-EDU1ST de la Universidad de Barcelona.
El arte que nos impacta es aquel que nos sorprende, y la sorpresa es una reacción emocional que tenemos ante algo que no sabemos cómo interpretar. El trabajo del cerebro es generar dudas y, al sorprenderse, activar la atención. Si una de las funciones del arte es justamente generar la duda, es lógico que nos preguntemos qué efecto tienen en todo esto las nuevas tecnologías, que nos brindan muchas nuevas herramientas para sorprender, ya que disponemos de muchas más imágenes y datos que nos permiten jugar. Puedes tener una imagen y hacerla tridimensional con unas gafas o conectarla con una música determinada.
La tecnología multiplica, y es muy interesante cómo el cerebro se puede estimular jugando con muchas sugestiones sensoriales. Estudiando cómo la vista interpreta un cuadro estereoscópico de Dalí o la magia de los ilusionistas, por ejemplo, podemos entender muchas cosas del cerebro y cómo el mismo cerebro manipula la realidad. Tenemos que ser conscientes de los límites éticos de esta manipulación, que en el ámbito de las fake news ya se ha demostrado que puede ser perniciosa, pero en el arte, si tenemos claro que nos movemos en el juego, la gracia radica justamente en la manipulación y la capacidad de generar belleza.
Carles Sora Domenjó. Director del Centro de la Imagen y la Tecnología Multimedia (CITM) de la UPC.
Estamos en un momento en que el arte tiene que jugar un papel relevante, tiene que sacudir las tecnologías y analizar el uso que hacemos de ellas. Actualmente, la ciudad de Barcelona es vista como un polo de tecnología digital en el sur de Europa. Cataluña concentra el 20 % de las industrias digitales de todo el Estado, pero ¿qué pasa con la cultura? Hay ferias y festivales de primer orden, como el Mobile o el Sónar, que aportan una mirada internacional, y tenemos gente de fuera encantada en crear o mostrar lo que se hace en Barcelona, pero nos faltan activos locales. Hacen falta espacios que apuesten por el arraigo del vínculo entre cultura y tecnología, y llegamos tarde. Las administraciones tendrían que consolidar un proyecto que facilite un ecosistema local de formación, creación de nuevas empresas y de vocaciones con referentes propios. El videojuego Gris, liderado por Conrad Roset, es en este sentido ejemplar.
El Máster en Artes Digitales de la Universidad Pompeu Fabra, que ya no existe, fue el primero en todo el Estado y tuvo un recorrido de más de veinte años. Por él pasaron artistas como Marcel·lí Antúnez, Antoni Abat o Joana Moll, que han sabido cambiar la tecnología, generar nuevos discursos o utilizarla de una manera alternativa. El papel del arte es hacer de contravalor de la innovación tecnológica, utilizar las tecnologías o crearlas para ofrecer una nueva mirada.
“Nos faltan activos locales. Hacen falta espacios que apuesten por el arraigo del vínculo entre cultura y tecnología, y llegamos tarde. Las administraciones tendrían que consolidar un proyecto que facilite un ecosistema local de formación, creación de nuevas empresas y de vocaciones con referentes propios.” Carles Sora Domenjó, director del CITM
Joana Moll. Artista, profesora e investigadora. Cofundadora del Institute for the Advancement of Popular Automatisms.
La potencialidad del arte es problematizar cosas que no tienen la apariencia de ser problemáticas. Problematizar significa alterar patrones estándares y realizar conexiones entre cosas que no son visibles, pero que tienen implicaciones políticas, sociales, económicas e incluso medioambientales muy graves. Me interesa mostrar las fricciones que se generan entre sistemas y actores en las nuevas tecnologías de la comunicación. Una de las funciones que puede tener el arte es cambiar la perspectiva y revelar diferentes alternativas sobre cómo podrían funcionar las cosas. En definitiva, cambiar el foco, mirar con otros ojos.
En The Hidden Life of an Amazon User (2019) me he propuesto mostrar la doble explotación a que está sometido el usuario de Amazon, una empresa que tiene un foco obsesivo en el cliente a fin de personalizar al máximo su servicio. La actividad en Amazon se vuelve un registro de tu comportamiento, de forma que, sin quererlo, trabajas para Amazon. Además, una parte del consumo de datos se activa en tu navegador y lo pagas tú. Por lo tanto, es una doble explotación mientras ellos hacen el negocio.
Ahora investigo el impacto medioambiental de Data Analytics en la industria de las tecnologías de la información y la comunicación. Estoy en la fase de investigación para obtener unos datos que todavía no sé si son públicos o no. Será significativo descubrir qué datos son de dominio público y cuáles no, y preguntarnos por qué no hay una regulación clara. La mayoría de datos que se recogen no se usan ni se sabe qué utilidad tendrán, pero se almacenan a la espera de que se desarrolle una inteligencia artificial (IA) capaz de gestionarlos, si bien el impacto medioambiental de esta IA también puede ser brutal.
Del número
N114 - Feb 20 Índice
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