La ciudad no dormía, o no quería dormir
- Libros
- Pliego de cultura
- Oct 20
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Las luces y las sombras de los años cuarenta y cincuenta en Barcelona, recogidas en el último libro de Paco Villar. Desde Los Caracoles en Escudellers hasta La Puñalada y la Parrilla del Ritz; de Madame Petit a La Casita Blanca. La posguerra del racionamiento y también de la burguesía que cena por todo lo alto, del estraperlo, del mundo de la rauxa del rico, con su maravilla y su depravación...
De esta vida insomne, y sobre todo de sus bajos fondos, ha sido y es excelente cronista, espeleólogo y arqueólogo Paco Villar (Barcelona, 1961). Discípulo de Josep María Huertas (1939-2013) y de Lluís Permanyer, en el año 1996 publicó un sorprendente volumen llamado Historia y leyenda del Barrio Chino. No había habido un libro como ese (con fotos magníficas) ni un testimonio como el suyo desde los tiempos en que el periodista Francisco Madrid (1900-1952) fue a pasar la noche a una de esas estremecedoras casas de dormir en la calle Arc de Teatre y vivió obsesionado con las chinches durante días.
Sus obras posteriores —La criolla, Banys de Mar, Los cafés de Barcelona— están a la altura de la opinión de Lluís Permanyer: “Paco Villar es el mejor. Investiga y estudia a fondo. Todos sus libros son excelentes”.
Con este volumen generoso y sorprendente, tanto en texto como en imágenes, vuelve a merodear por esas calles que —a mi parecer, y algo así le debe de pasar a Permanyer— al cerrar ojos se pueden ver tal como fueron en los años veinte, treinta, cuarenta... Desde la temible calle del Cid hasta Conde del Asalto y Escudellers, cuando los Bofarull inauguraron Los Caracoles.
En 1939, el gran burdel (un edificio entero) de Madame Petit, en la calle Arc de Teatre, está lleno de soldados. Poco antes de entrar las tropas franquistas, el mando militar ordena la apertura de las casas de prostitución. Sí, es la posguerra del eterno racionamiento, de la hambruna, del frío; de cientos y cientos de personas sin techo, de familias hacinadas en cuartuchos. En esta ciudad —el mundo de Francisco González Ledesma— hay mercadillos callejeros en donde uno vende hasta a su madre, pero también carteles en el Paralelo que anuncian a La Bella Dorita, la Mae West de nuestra ciudad. Barcelona quiere ser feliz y la lista de nombres es infinita: Totó, Carmen de Lirio, Maty Mont (de espectacular figura y cuyo exiguo atuendo fue condenado por las autoridades). El libro recupera todo ese glamour a la fuerza, y la pluma de Sebastià Gasch describe al detalle actuaciones, talentos y actitudes ante el público. Y esa capacidad de ciertos artistas de rozar lo prohibido, de insinuar y burlar —o, al menos, intentarlo— la férrea censura que alza las cejas al oír la palabra “cigala”.
Con este sorprendente volumen, Paco Villar vuelve a merodear por unas calles que, al cerrar los ojos, se pueden ver tal como fueron en los años veinte, treinta, cuarenta...
Hacia arriba en la ciudad
Esta vez, Villar se va calle arriba. Y de ambos lados del Eixample llegan las luces y las sombras de los años cuarenta y hasta los cincuenta. Entre los que se quedaron sin nada y los que volvieron de fuera hasta con caviar. Nos vamos a La Puñalada, a la Parrilla del Ritz, y descubrimos la maravillosa historia de Bernard Hilda, un músico que logra huir de los nazis y acaba reinando con su orquesta en los mejores lugares de la ciudad. A La Casita Blanca, que ofrece confort y ratos agradables, y al encanto de la preciosa plaza Calvo Sotelo y sus damas que toman un aperitivo en una terraza. Al Windsor Palace y al California y al Rosaleda. La gente se baja de sus estupendos coches y les aguardan los camareros que los acompañan a bellos jardines, uno de ellos diseñado por Adolf Florensa. La burguesía que cena por todo lo alto, del estraperlo, de los elevados cachés para artistas internacionales. El mundo de la rauxa del rico, con su maravilla y su depravación.
Y se asoman historias de espionaje a la espera de un autor: un gran burgués de la Diagonal ofrece grandiosas fiestas con la flor y nata de la ciudad, pero nadie sabe que es miembro de la resistencia francesa. En la Rosaleda, José Luis de Villalonga, Ignacio Agustí y otros personajes notables son testigo —y toman nota— de aquellas mesas en donde cenaban autoridades del régimen, pero también donde un amigo de los aliados era capaz de tocar acordes de la banda sonora de Casablanca.
No podemos viajar a aquel tiempo, pero allí donde hubo un periodista culto sentado a una mesa, y donde hubo un Sempronio admirado de las piernas de la Mistingett, hay un libro posible hoy. Y tan bueno como este, con la banda sonora de Joséphine Baker y Antonio Machín, de Charles Trenet y Maurice Chevalier. O con Eva Perón homenajeada por Bernard Hilda con acordes de La Cumparsita.
Qué mundo aquel.
Cuando la riqueza se codeaba con el hambre. (Vida nocturna de la Barcelona de posguerra, 1939-1952)
Paco Villar
Ajuntament de Barcelona, 355 páginas
Barcelona 2020
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