Heridas abiertas
Ahora hay más pobres y estos poseen menos que antes de la crisis. La ciudadanía organizada ha plantado cara a esta situación con innovación social y solidaridad, sin embargo el empeoramiento de las condiciones sociales es terreno abonado a salidas políticas autoritarias.
Cuando estalló la crisis económica de 2008, muy pocos habían advertido de la posibilidad del desastre que se avecinaba. Según el pensamiento económico dominante, vivíamos en el mejor de los mundos. El golpe fue tan fuerte que algunos mandatarios llegaron a proponer la refundación del capitalismo. Diez años y mucho sufrimiento después, las heridas de la crisis no han cicatrizado. Aunque hayamos regresado al crecimiento económico, la idea de una prosperidad asegurada ha quedado quebrantada y la incertidumbre es el estado de ánimo imperante en amplias capas de la población. Ahora sabemos que la economía de mercado, en lugar de garantizar una redistribución equitativa, aumenta las desigualdades sociales y las dinámicas extractivas hacen que una minoría cada vez más exigua acapare constantemente más riqueza.
Desde la crisis, amplias capas de la población han visto cómo perdían al mismo tiempo poder adquisitivo y capacidad de incidir sobre las políticas públicas. Ahora hay más pobres y estos poseen menos que antes de la crisis. Las teorías neoliberales han debilitado el estado de bienestar, que cada vez tiene mayores dificultades para ser el cobijo que fue contra la adversidad. Lejos de aprender las amargas lecciones de la crisis, vuelven las dinámicas especulativas. Hemos pasado de la burbuja inmobiliaria de la compra a la burbuja del alquiler, que impide la emancipación de los jóvenes y expulsa de las ciudades aquellos que no pueden pagar unos precios cada vez más desorbitados.
Este modelo económico genera exclusión y malestar social. La ciudadanía organizada ha plantado cara a esta situación con innovación social y solidaridad, sin embargo el empeoramiento de las condiciones sociales es terreno abandonado por salidas políticas autoritarias. Podemos ver ya algunos indicios preocupantes de ello. Como sostienen los autores que participan en el presente dossier, no tenemos por qué resignarnos. Necesitamos un nuevo contrato social que permita embridar las fuerzas egoístas del mercado y orientar la economía a la satisfacción del bien común.
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