"Hay más gente capaz de hablar de manera informada sobre fútbol que sobre política"

John Carlin

© Miquel Muñoz

Cuando nos sentamos a la mesa, pienso que el hombre que tengo delante ha entrevistado a Nelson Mandela y Leo Messi. Impresiona. “La de Messi fue una de las peores entrevistas de mi vida, una pérdida de tiempo. Es mejor este café”, dice. Lo tomamos en el patio de un hotel del Eixample, un lugar privilegiado que le da argumentos para defender la ciudad. “Me encanta Barcelona, es exagerado. Si hablamos de calidad de vida, es de lejos la mejor ciudad”. Una de las cosas que más disfruta, explica, es pasear por la ciudad. Y es paseando como llega justamente a la cita. Ni un minuto antes ni un minuto tarde. Cuando lo resalto, me mira extrañado. “Es lo normal, ¿no? Llegar a los sitios a la hora”. Es la puntualidad británica de un español convertido en uno de los mejores embajadores de la capital de Cataluña.

John Carlin (Londres, 12 de mayo de 1956) quería vivir al lado del mar. Por eso, cuando El País le ofreció un trabajo que le permitía instalarse en cualquier lugar del mundo, eligió Sitges. Había conocido esta localidad un año antes, mientras realizaba un reportaje sobre el entonces entrenador del Barcelona, Bobby Robson. “Tenía ganas de volver a Europa y estar cerca de mi madre, pero no demasiado cerca de Madrid”. Era el año 1997. Su madre había regresado a casa después de pasar más de media vida en Inglaterra, y él también quería volver a su continente tras muchos años trabajando como periodista en el extranjero. La biografía de Carlin es un recorrido por diferentes continentes y algunos de los conflictos más destacados de los ochenta y noventa: Argentina durante la dictadura de Videla, Nicaragua con la revolución sandinista y Sudáfrica en el momento de la liberación de Mandela. De su etapa en Sudáfrica acabó saliendo el libro El factor humano, que Clint Eastwood llevó al cine bajo el título Invictus. Hoy, Carlin es columnista de La Vanguardia.

¿Qué te emociona?

El fútbol y la música.

¿Qué fútbol y qué música?

En el fútbol, ahora no defiendo una tribu definida, simplemente me gustan los equipos que juegan bien. Y creo que la música es, entre todas las artes, la número uno, porque llega directamente al corazón. Si no conoces a Picasso y lo ves por primera vez, puede o no emocionarte. Pero creo que a cualquiera, en cualquier lugar del mundo, le emociona la Novena de Beethoven. Es nuestro gran lenguaje universal.

¿El fútbol es arte?

Es arte para las grandes masas, sí. Vas a encontrar a mucha más gente en el mundo capaz de hablar de manera informada sobre fútbol que sobre política. Recuerdo que poco antes del referéndum del Brexit hablaba con un diputado laborista, un tipo inteligente y muy preparado, y yo le comenté que se hacía votar a la población sobre un tema que apenas entendía el uno por ciento. Y él respondió: “¿El uno? Creo que ni el uno por ciento de los parlamentarios tiene idea de esto”. Pero, en cambio, si hicieras un referéndum en Inglaterra sobre cuáles deberían ser los 22 jugadores de la selección, tendríamos un debate informado.

Entre las cosas que te emocionan no has dicho los libros.

Apreciar un cuadro o un libro requiere otro tipo de proceso en el cerebro.

¿Cuál te llevarías a una isla desierta?

Madre mía, hay tantos. A lo mejor sería Don Juan, de Lord Byron. Lo es todo: sentimental, satírico, superromántico, político, está todo ahí. Y además es bastante grueso, y lo podría releer en la isla. Aunque para mí, el mejor libro que se ha escrito es El rey Lear, de Shakespeare.

¿Tú por qué escribes?

Por casualidad, como la mayoría de las cosas importantes que pasan a lo largo de la vida.

¿Tan poco importan nuestras decisiones?

La casualidad es para mí lo más cercano a una religión. Soy consciente de lo determinante que es el azar en nuestras vidas.

¿Cuál es la gran casualidad de tu vida?

Para empezar, que mi padre y mi madre se conocieran fue fruto de una increíble serie de casualidades.

© Miquel Muñoz © Miquel Muñoz

¿Cómo fue?

En un bar de Chelsea, en Londres. Pero eso no es lo importante. Mi padre era escocés, luchó en la Segunda Guerra Mundial, estaba en la Fuerza Aérea y su avión fue derribado dos veces. Sobrevivió. Mi madre era española, se fue a Inglaterra para estar con su hermana mayor, que había quedado viuda porque su marido, también aviador, murió en su primera misión. Y después está la circunstancia más obvia, que se conocieron en un bar. Pero tuvieron que pasar muchas cosas para que estuvieran en ese bar. Tuvo que morir gente para que mi madre se desplazara a Inglaterra y para que hoy yo exista. Cualquiera que mire atrás en su vida de manera honesta tiene que ver lo poco que ha controlado el rumbo de su vida.

¿Cómo eran tus padres?

Mi madre era exuberante, hablaba con cualquiera en el supermercado o en el autobús. El típico caso que, de pequeño, piensas: “mamá, por favor, qué vergüenza”. Mi padre era escocés. Cuando veníamos de vacaciones a España para ver a algunos de los miles de primos que teníamos, no soportaba que nadie fuera capaz de esperar el turno para hablar. Eso lo define un poco. Y era muy lector, muy inteligente. Y en realidad, un escritor frustrado, o sea, que soy de esos casos clásicos que viven la vida que su padre hubiera querido tener.

Lo nombraron diplomático en la embajada británica en Argentina y os fuisteis a vivir a Buenos Aires.

Yo era muy pequeño, tenía tres años y estuve hasta los diez. Era un pibe argentino, con acento y todo. De hecho, es por falta de personalidad que hago este ridículo esfuerzo para hablar con zetas, porque, si fuera auténtico, hablaría con acento argentino.

¿Cómo fue aquel Buenos Aires de la infancia?

Lo recuerdo como un lugar próspero, vibrante. Había mucho contraste con Madrid. Esto no es ningún análisis político, obviamente, hablo de las impresiones de recuerdos de infancia. Pero, con la mirada de un niño de seis años, Buenos Aires era un sitio con luz, y Madrid, un lugar oscuro. Viví allí hasta los diez años, cuando regresamos al Reino Unido.

Entre las cosas verdaderamente importantes en la vida está la pérdida del padre. Y a ti te llegó a los diecisiete años.

Fue terriblemente doloroso, me sigue afectando incluso ahora cuando lo pienso. Mi madre quedó absolutamente destrozada y yo, que era el único varón de una familia católica muy tradicional, me convertí de un día para otro en el cabeza de familia. Y de repente cayó mucha responsabilidad sobre mis hombros. Sin ir más lejos, tuve que hacerme cargo de todos los arreglos del funeral. Recuerdo el día perfectamente. Llovía. Y mi madre no vino, dijo que en España no era habitual que las mujeres fueran al entierro. Yo creo simplemente que no podía.

Es imposible que eso no te cambie.

Pasé de niño a adulto de un día para otro. Y es curioso cómo, a la vez, esa pérdida tan joven me hizo ser, de manera inmediata, mucho más independiente.

¿Por qué?

Me dio resiliencia, y creo que también confianza para lanzarme a la aventura. A lo mejor, si mi padre hubiera seguido vivo, me hubiera conducido por un camino mucho más tradicional.

Tuviste que ponerte a trabajar.

Sí, porque de repente nos quedamos con mucho menos dinero. Estuve en fábricas, en obras de construcción, gasolineras e incluso trabajé limpiando la casa de unos ricos. Y cuando fui a la universidad, me pasaba las vacaciones trabajando porque mi madre no tenía mucho dinero para darme. Y nada más acabar la carrera compré un billete de ida a Buenos Aires. En parte por la nostalgia de volver al lugar de mi infancia. Fui con billete de ida, sin ningún plan.

¿Qué pasó?

No sabía lo que estaba ocurriendo allí. Me encontré con la dictadura de Videla, un régimen militar terrible y siniestro. Empecé a salir con una chica argentina cuya hermana había desaparecido. Y me politicé a lo bestia, de un día para otro. Tenía un odio totalmente visceral hacia los militares, aún lo tengo. He vivido después en muchos lugares represivos, pero no hay nada más oscuro, nada que se pueda parecer más a los nazis, que el Buenos Aires de aquella época.

Allí te pusiste a escribir. ¿Por qué?

Antes hablábamos de las casualidades. A mí nunca se me pasó por la cabeza ser periodista, estaba allí dando clases de inglés. Pero cuando habían pasado dos años y ya pensaba en irme, supe que buscaban a alguien en el Buenos Aires Herald, un periódico en inglés. No tenía muy claro si quería el trabajo, pero cuando entré en la redacción, detrás de la máquina de escribir vi a mano izquierda a una chica guapísima, rubia. Y pensé: la quiero conocer. Y entonces, sí, me esforcé para conseguir el puesto.

Fuiste uno de los primeros periodistas que escribió sobre las desapariciones.

Mi jefe volvía cada día a casa por un trayecto diferente, y el anterior director se había tenido que ir por culpa de las amenazas. Yo había conocido a las madres de la plaza de Mayo a través de mi novia, y me convertí un poco en su mascota. Era el único periodista que hablaba con ellas y contaba sus historias. Fue mi primera gran causa. El problema fue que, a los siete meses, comenzó la guerra de las Malvinas. Me empezaron a amenazar y decidí irme de allí.

¿Lanzarse a la aventura era eso?

Creo que la aventura de verdad vino después de Buenos Aires. Volví a Inglaterra y, gracias a la guerra, me empezaron a pedir artículos. Fíjate qué casualidad, si al general Galtieri no se le hubiera ocurrido invadir las Malvinas quién sabe qué hubiera sido de mi vida. Pero de repente me llamaban de la BBC preguntando: “Señor Carlin, ¿qué debe estar pensando el general Galtieri?” ¡Y yo qué carajo sé! Pero publiqué artículos en grandes medios nacionales y fui ganando visibilidad. Y con el tiempo me ofrecieron un buen trabajo como productor en un canal de deportes de una televisión importante. Un pastón.

¿Por qué no lo aceptaste?

Porque ocurrió algo durante la entrevista. El que iba a ser mi jefe me dijo: “Este es un trabajo duro, pero cuando acabamos no te preocupes que vamos al pub a tomarnos unas pintas”. Y de repente me vino esa imagen. La obligación en Inglaterra de salir con los chicos al pub a emborracharte. Y esa secuencia para el resto de mi vida no me gustó. Ese verano, solo en una playa, tuve la primera y única epifanía de mi vida: vi con absoluta claridad que no quería trabajar con esta gente de Inglaterra, y que quería ir a México, un país que no conocía en absoluto.

¿Por qué México?

Centroamérica era entonces uno de los lugares más calientes de noticias del mundo. Y por increíble suerte, el Times de Londres buscaba un freelance para escribir allí. Esa fue la verdadera aventura. Dejar atrás un lugar que conocía y un trabajo bien pagado para ir a ganar una miseria. Estuve varios años en El Salvador, Guatemala, Nicaragua… y después me fui a Sudáfrica.

¿Recuerdas la primera pregunta que le hiciste a Mandela?

Le pregunté cuál era su plan para la reconciliación y me dio una respuesta fantástica: “Lo que tenemos que hacer es reconciliar las aspiraciones de los negros con los temores de los blancos”. Era la rueda de prensa del día siguiente de su liberación y acabar con el apartheid parecía un sueño. Es como hablar hoy de la paz entre Palestina e Israel.

Si fue posible en Sudáfrica, ¿es posible en Palestina?

Palestina es otra cosa. Hay una diferencia fundamental. En Sudáfrica la religión no era un factor sobre la mesa, todos eran cristianos, aunque con distintas denominaciones. Pero cuando entras en el terreno de la religión, entras en las verdades absolutas y, por definición, irreconciliables. A Netanyahu lo rodean ahora fundamentalistas judíos, y en el lado palestino, Hamás son fundamentalistas musulmanes. Tengo la impresión de que hay más odio acumulado y más ánimo de venganza que en Sudáfrica.

¿Cuándo conoces por primera vez Barcelona?

En el 87. Estaba de corresponsal en Washington, que fue mi destino después de Sudáfrica, y decidieron enviarme a hacer un reportaje sobre el entrenador del Barça, Bobby Robson, para The Independent. Fue fantástico, Robson me dio acceso a todo; el tercer día me llevó a su casa de Sitges. Me presentó a sus amigos, que siguen siendo mis amigos catalanes. Y decidí que algún día viviría en Sitges. Pero pensaba que solo sería posible cuando fuera un british jubilado.

Y llegó un año después.

Tuve que decidir entre dos opciones. The Independent quería —a partir del artículo de Robson— que fuera redactor jefe de deportes en Londres. Y a la vez, El País me ofreció un trabajo de corresponsal viajero. O sea, grandes reportajes por el mundo. Y elegí el más difícil, el que representaba mayor desafío: El País. Me dijeron que podía vivir donde quisiera. Podía quedarme en Washington, ir a Madrid…, volver a Londres. Y les dije que me iba a vivir a Barcelona, a Sitges. Vine con mi mujer, y mi hijo nació aquí en el año 2000.

¿Por qué Sitges?

Nunca había vivido al lado del mar. Y tenía ganas de volver a Europa, porque me parece el lugar con mayor calidad de vida. Quería estar cerca de mi madre, pero no demasiado cerca de Madrid.

Hoy vives en Barcelona. ¿Por qué te gusta tanto esta ciudad?

Me encanta, soy casi fanático. He vivido más de un año en nueve o diez ciudades del mundo, y para mí, si hablamos de calidad de vida, es de lejos la mejor. No hay comparación. A lo mejor no es la más excitante, como lo eran a su manera Buenos Aires o Johannesburgo, pero, en cuanto a calidad de vida, es, de lejos, la mejor ciudad en que he vivido.

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Vayamos a lo concreto

Está al lado del mar, me encanta la arquitectura de la ciudad; aunque yo no tenga ni idea, sé apreciar la belleza. Me gusta que cada vez sea más peatonal. La comida es muy buena, los mercados me gustan. También el clima. Me gusta la estética, mucho más que la de Madrid. No solo de la arquitectura, también de la gente.

¿Qué quieres decir?

Aquí, la belleza está más bien en los detalles. Sí, ya sé que hay cosas muy extravagantes, como la Sagrada Familia. Pero la estética en Madrid yo siempre digo que es como una estética de pastel de bodas. Tanto la forma en que la gente se viste como los edificios. Aquí es todo bastante más discreto, pero a la vez más elegante. Y relacionado con eso, Madrid tiene un estilo más americano, en el sentido de que el rico luce, es ostentoso. En Barcelona, si eres rico haces un esfuerzo para disimularlo. Eso también me gusta.

¿Representan cosas muy distintas Barcelona y Madrid?

Madrid es la capital del imperio y ahí está la corte, los funcionarios, el gobierno, los que mandan. Y Barcelona es un lugar más de comercio, de tradición.

Has dicho que te gusta la ciudad sin coches. A Colau se la ha criticado mucho.

No sé muy bien de estas cosas, pero mi impresión es que hay una desproporción enorme entre lo poco que ocurre y la furia y el ruido que genera. Conozco a mucha gente que se enfurece cuando escucha las palabras de Pedro Sánchez. Puedo entender que estén en desacuerdo, pero Sánchez no es Putin, y mucha gente reacciona como si lo fuera. Con Ada Colau sucede algo parecido. Yo he vivido en Argentina con los militares, tengo el listón un poco más alto a la hora de indignarme.

¿Por qué hay esta crispación?

Un argentino en pleno procés, mirando la manifestación y la gente en la cárcel, me preguntó: “¿Qué les pasa acá, se aburren?” Sinceramente, creo que estamos de puta madre en España, especialmente en Cataluña, y la gente necesita un poco de drama en sus vidas. Los políticos también necesitan una razón de ser. En realidad, cada vez más cosas se deciden en Bruselas y a lo mejor necesitan justificar el hecho de que cobran un sueldo que es, seguramente, mejor del que cobrarían si se metiesen en el mundo privado.

Se ha impuesto la idea de que Barcelona es una ciudad en decadencia.

No lo soporto. Lo oigo con bastante frecuencia. “Estamos fatal en Barcelona”. Ten un poco de perspectiva, imbécil. Ve a la segunda ciudad de Inglaterra, Alemania o Francia, y después vuelve y dime que estamos mal. En la historia de la humanidad, poca gente ha tenido más prosperidad, más privilegio, mejor calidad de vida que la que tenemos ahora en este lugar del mundo.

Se dice que en Madrid hay más dinero.

Bueno, si vas por la calle Jorge Juan del barrio de Salamanca, sí, está lleno de oligarcas mexicanos repugnantes. ¿Se está mejor en Vallecas que en L’Hospitalet? Lo dudo. En lo eterno, para mí Madrid no puede competir. Y muchas veces, las quejas las escucho de gente mayor que no está comentando una realidad objetiva, sino lamentando que ya no son jóvenes.

Pero muchos jóvenes también se quejan, no tienen confianza en el futuro.

Sí, pero esa es una realidad en todo el mundo, no en Barcelona. Y tienen razón, es más difícil ser joven ahora, y en muchos casos tienen menos posibilidades económicas que sus padres. Es fascinante también, como vemos aquí, la divergencia entre los géneros. Los hombres jóvenes están más inclinados a la derecha y las mujeres, a la izquierda.

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¿Por qué vivimos una ola conservadora?

Creo que hay un factor cultural fundamental. Ha habido un gran avance de las mujeres. Ha sido la revolución más importante que yo he visto en mi vida y, viendo el contexto de la humanidad, ha ocurrido muy rápido. Después está el tema de la homosexualidad. Cuando era pequeño, se hacían bromas sobre gais constantemente y sin problema. Ahora hemos avanzado hasta el punto de que es absolutamente normal que se puedan casar. Y también está el tema transgénero, que es más nuevo.

Para la izquierda son realidades normales y las presentan como tales, pero mucha gente lo vive como una imposición. Se les dice que, si no lo aceptan, no solo están equivocados, es que son casi malas personas. Yo pertenezco al grupo de personas a las que les parece cojonudo todo lo que ha pasado, pero creo que esos elementos explican un poco por qué estamos donde estamos. Y después están las redes sociales, que hacen que el ambiente se vuelva más chillón y menos racional. En un ambiente chillón, los populistas de extrema derecha tienen un terreno que se adapta más a su estilo de juego.

No es un futuro muy ilusionante.

Todo puede cambiar. Y a lo mejor la extrema derecha llega a gobiernos de Francia y de más países. Pero la cagarán como todos, con lo cual, con el tiempo, habrá otro cambio.

¿Cuáles son las causas nobles a defender hoy en el mundo?

A mí la causa que de lejos más me compromete y me cautiva es la de Ucrania. Podríamos hablar también de Sudán, que es donde están ocurriendo los horrores más grandes del mundo sin que a nadie le importe un carajo. Deberíamos hablar también de lo que está pasando en Birmania, con los rohinyás, y, por supuesto, de Israel y Palestina, y el horror en Ráfah. Pero eso no dejo que me consuma tanto, porque creo que ya hay suficiente gente preocupándose. Con lo cual, yo me voy a preocupar por algo que ahora está un poquito menos de moda, que es Ucrania.

¿Qué es lo mejor de la vida?

El amor.

¿No es ser padre?

Bueno, el amor tiene todos los sentidos, se puede incluir. El amor romántico está en la cima, pero el amor familiar y de los hijos también. Y le doy mucha importancia a la amistad. El amor, en cualquiera de sus variantes, es muchísimo más importante para mí que cualquier logro en mi carrera. Que cualquier libro, entrevista, que nada.

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  • Mandela y el general. John Carlin y Oriol MaletDebolsillo, 2019
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