Evitar-cambiar-mejorar: la ecuación para una ciudad sostenible y saludable
Parar el golpe del cambio climático
- Dosier
- Abr 25
- 17 mins

En el Mediterráneo, una de las regiones del mundo que se calienta más rápidamente, los fenómenos meteorológicos extremos amenazan especialmente a ciudades como Barcelona. Además de establecer sistemas sólidos de alerta precoz y de preparación ante catástrofes, es necesario adoptar una estrategia a largo plazo, que rebaje la contaminación atmosférica, reduzca el efecto isla de calor urbano, promueva el abandono del uso del automóvil e incremente los espacios verdes.
Los últimos años han sido los más cálidos jamás registrados, y en 2022 las altas temperaturas causaron, solo en Europa, más de 60.000 muertes. Las proyecciones actuales sobre el clima mundial muestran que nos dirigimos hacia un calentamiento de 2,7 grados centígrados; 2024 ya fue 1,5 grados más cálido, en comparación con los niveles preindustriales.
La región mediterránea es una de las zonas que se está calentando más rápidamente en el mundo; las estimaciones son de un aumento de 4 grados centígrados. La sequía actual y unas olas de calor más prolongadas en Cataluña, junto con las trágicas inundaciones que tuvieron lugar recientemente en Valencia —en octubre de 2024, dejaron más de 200 muertes y causaron daños por valor de miles de millones de euros—, ponen de manifiesto los graves efectos del cambio climático. Aunque estos episodios de gota fría ya se habían producido anteriormente, esta vez la gravedad se intensificó debido a una temperatura en el mar Mediterráneo más elevada de lo habitual, lo que provocó un aumento de la evaporación, seguido de fuertes precipitaciones.
Como suele ocurrir en las catástrofes, se da una convergencia de varios factores: el cambio climático (más energía en el sistema climático), la mala planificación urbanística (construcción en zonas inadecuadas y exceso de superficies impermeables), una mala gestión política (negacionismo y oportunismo político) y la falta de mecanismos eficaces de alerta y respuesta, por citar algunos.
Es evidente que ahora debemos tomarnos más en serio el cambio climático. Debemos establecer sistemas sólidos de alerta precoz y preparación ante catástrofes, crear más refugios temporales para protegernos del calor extremo e implementar mejores normas de construcción, entre otras medidas. Pero eso no es suficiente: hay que adoptar una perspectiva más a largo plazo.
Como Valencia, Barcelona es una ciudad mediterránea con casi 1,6 millones de habitantes, ubicada en un área metropolitana de aproximadamente 3,5 millones de personas. Cada año se producen cerca de 3.000 muertes prematuras a causa de una planificación urbana y de transportes deficiente. Barcelona es una ciudad compacta, con la segunda densidad de población más alta de Europa (después de París). Cada día entran entre 400.000 y 500.000 coches, lo que da lugar a una de las mayores densidades de tráfico del continente. Aunque solo uno de cada cuatro desplazamientos en la ciudad se realiza en coche, da la impresión de que todo el mundo conduce, por la gran cantidad de superficie que ocupan los vehículos, que dejan poco espacio disponible para otros usos. El sector del transporte representa una proporción significativa de las emisiones de CO2, y, en este sentido, se necesitan reducciones urgentes para alcanzar los objetivos climáticos del Acuerdo de París.
Planificación urbana para mitigar sus efectos
Una reciente revisión a gran escala con estudios llevados a cabo en múltiples ciudades ha demostrado la clara relación que existe entre la planificación urbana y del transporte, la calidad ambiental, las emisiones de gases de efecto invernadero y la salud.[1] Por tanto, una mejor planificación urbana mitigaría los efectos del cambio climático y, al mismo tiempo, mejoraría la salud. Los beneficios colaterales de la acción por el clima están bien reconocidos y documentados, pero todavía urge aplicar estas medidas.
Las ciudades compactas son el paradigma de la vida urbana sostenible, pero tienen sus inconvenientes. Un estudio reciente que analiza casi 1.000 urbes europeas muestra que las ciudades compactas de alta densidad tienen tasas de mortalidad entre un 10 y un 15% superiores, menos espacios verdes, peor calidad del aire y un efecto isla de calor urbano más intenso, pero también menos emisiones de gases de efecto invernadero (CO2) per cápita.[2] Por el contrario, las ciudades más verdes y menos densamente pobladas tienen tasas de mortalidad más bajas, menores niveles de contaminación atmosférica y un efecto isla de calor urbano reducido, pero la huella de carbono per cápita en estas zonas es más elevada.
Sin embargo, esto no significa que las ciudades compactas sean una mala solución, solo que se deben introducir medidas políticas adecuadas para reducir tanto la carga actual sobre el sistema sanitario como esta alta tasa de mortalidad, aprovechando al máximo las ventajas que pueden ofrecer. Barcelona es un ejemplo de ello: una ciudad compacta con una tasa de mortalidad comparable a la media de las ciudades compactas del estudio. Rebajar los niveles de contaminación atmosférica, reducir el fenómeno del calentamiento urbano, abandonar el uso del automóvil, e incrementar los espacios verdes, los carriles bici y la actividad física haría disminuir substancialmente la tasa de mortalidad.[3]
Los coches eléctricos se proponen a menudo como la panacea. Sí contribuyen, en parte, a reducir las emisiones de CO2 y la contaminación atmosférica, sin embargo, no son la solución a problemas como el uso saludable del espacio público, las islas de calor urbanas y la falta actividad física entre la población. Además, la extracción y producción de baterías también tienen importantes repercusiones sobre el medio ambiente.
Así pues, es necesario aplicar principios como el de evitar-cambiar-mejorar (avoid-shift-improve, ASI, en inglés). Por ejemplo, en la movilidad: reducir el uso del coche evitando desplazamientos innecesarios, cambiar el uso del vehículo privado por el del transporte público y la movilidad activa, y mejorar el uso eventual del automóvil utilizando un vehículo eléctrico. En Barcelona, el tráfico motorizado ocupa el 60% del espacio público (calles, carreteras y aparcamientos). Por tanto, es necesario reducir la densidad de tráfico al menos un 50% para dejar más espacio al transporte activo y público, así como a los espacios verdes. Por ejemplo, en todas las calles los autobuses deberían tener carriles propios y exclusivos, y debería haber carriles bici segregados. El barrio del Eixample debería ser como las zonas del Born, el Raval y el Gòtic, en términos de movilidad. Los carriles bici segregados y seguros hacen que aumente el uso de la bicicleta, fomentan la actividad física, reducen la mortalidad y rebajan las emisiones de CO2.
Las ciudades deben aplicar modelos urbanos nuevos e innovadores, como la ciudad de los 15 minutos de París, la supermanzana de Barcelona, los barrios de tráfico limitado de Londres y el barrio sin coches de Vauban, en Friburgo de Brisgovia, para pasar de una planificación centrada en el automóvil a una centrada en las personas. El modelo original de 502 supermanzanas de Barcelona era un plan excelente para reducir los problemas climáticos, medioambientales y de salud. Los corredores verdes, como el que se ejecutó en la calle Consell de Cent, mostraba sus beneficios potenciales, pero, por desgracia, una oposición oportunista que pensaba en el corto plazo detuvo un plan que habría reportado beneficios a largo plazo.[4]
En este sentido, la tarificación vial y las zonas de emisiones (ultra)bajas son también modos eficaces de reducir el uso del coche privado, las emisiones y concentraciones de CO2, y la contaminación atmosférica, así como de mejorar la salud. El transporte con cero emisiones a las ciudades europeas podría lograrse en torno a 2030 si se aplicaran medidas ambiciosas y múltiples, junto con la voluntad política y el liderazgo necesarios.
Incrementar los espacios verdes es una forma eficaz de reducir los efectos de la isla de calor urbano y la contaminación atmosférica.
Cómo reducir los efectos de la isla de calor
Incrementar los espacios verdes es una forma eficaz de reducir los efectos de la isla de calor urbano y la contaminación atmosférica, contribuir a la captura de carbono, y mejorar la salud física y mental de las personas. Las islas de calor urbanas son responsables del 4% de la mortalidad prematura en verano, y un tercio de la mortalidad prematura debida a esta causa podría evitarse si se alcanzara un 30% de cobertura arbórea en las ciudades europeas.[5] Conceptos nuevos como la regla 3-30-300 espacios verdes son una aspiración que aportaría beneficios tanto climáticos como para la salud, pero actualmente solo el 6% de las personas residentes en Barcelona viven en lugares que cumplen esta norma: que cualquier ciudadano pueda ver tres árboles desde la ventana, viva en una zona con un 30% de cobertura arbórea y esté a menos de 300 metros de un espacio verde amplio.
A menudo se considera que una base empírica sólida es esencial para justificar el cambio transformador necesario, pero este no es el único requisito. La falta de voluntad y compromiso políticos, junto con unos ciclos electorales relativamente cortos, sigue siendo uno de los obstáculos fundamentales para la acción climática. Las luchas por el poder y la influencia, la resistencia de los intereses creados y los grupos de presión, la reticencia de (algunos) ciudadanos y las exigencias de los ciclos electorales de corto plazo dificultan la elaboración de políticas de transición a largo plazo y consumen capital político. Además, la multiplicidad de niveles de gobernanza complica la consecución de una actuación constante, eficaz y coherente (por ejemplo, entre ciudad, área metropolitana, provincia, Cataluña y España).
Las finanzas y los sistemas financieros también son factores importantes, sobre todo en los marcos y modelos económicos actuales, en los que las externalidades no suelen tenerse (del todo) en cuenta. Los beneficios económicos suelen recaer en un grupo selecto de individuos y empresas, mientras que la sociedad (o la ciudad) soporta sus costes. Además, las restricciones financieras, como los elevados costes iniciales, las limitaciones presupuestarias y el acceso limitado a la financiación son importantes obstáculos para las ciudades y los ciudadanos. Aquellos que pagan por las medidas climáticas no siempre recogen sus beneficios económicos.
Por último, en muchas ciudades impera un pensamiento compartimentado, que genera poca interacción entre los distintos departamentos, como la planificación urbana, la movilidad, el medio ambiente, el clima, la salud pública, la educación y la empresa. Esto ocasiona agendas y prioridades políticas contradictorias, así como una competencia por los limitados recursos financieros disponibles, en lugar de políticas cohesionadas y globales necesarias para hacer frente a una amenaza crítica como el cambio climático. Objetivos y visiones comunes, talleres y cursos que reúnan a varios departamentos, presupuestos compartidos y un liderazgo comprometido podrían ayudar a superar parte de esta situación.
Es cierto que una narrativa mejor y más orientada a la salud puede contribuir a hacer frente a la crisis climática, pero también necesitamos una visión más integrada y holística de cómo deberían ser nuestra sociedad y nuestras ciudades, para captar la imaginación de responsables políticos y ciudadanos, e impulsar un cambio de actitud. Por ejemplo, es esencial que abandonemos la planificación centrada en el automóvil y que centremos el foco en el aumento de la ecologización.
De cara a 2050, las sociedades y ciudades que hayan adoptado medidas climáticas serán más limpias, ecológicas, resilientes y habitables. Los entornos urbanos darán prioridad a la sostenibilidad, junto a la salud y el bienestar de los residentes. Por el contrario, las sociedades y las ciudades que no tomen medidas decisivas para combatir el cambio climático de aquí a 2050 se enfrentarán probablemente a la degradación del medio ambiente, la desigualdad social, el declive económico y la disminución de la calidad de vida de sus habitantes. La brecha entre sociedades y ciudades proactivas e inactivas estará cada vez más marcada, y la inacción conllevará consecuencias potencialmente irreversibles. El año 2050 está muy cerca y, por tanto, es esencial actuar con urgencia en la acción climática. Dejemos de buscar excusas para no actuar. Actuemos ahora. Valencia ha sido tan solo una advertencia.
[1] Dyer, G. M. C. et al. “Exploring the nexus of urban form, transport, environment and health in large-scale urban studies: A state-of-the-art scoping review”. Environmental Research. 2024. via.bcn/s0Fl50UMqM2
[2] Iungman, T. et al. “The impact of urban configuration types on urban heat islands, air pollution, CO2 emissions, and mortality in Europe: a data science approach”. Lancet Planet Health. 2024. via.bcn/AWpM50UOvXS
[3] Nieuwenhuijsen, M. “Climate crisis, cities, and health”. The Lancet. 2024. via.bcn/BITx50UMqP5
[4] Nieuwenhuijsen, M. et al. “The Superblock model: A review of an innovative urban model for sustainability, liveability, health and well-being”. Environmental Research. 2024. via.bcn/bC7U50UOw02
[5] Iungman, T. et al. “Cooling cities through urban green infrastructure: a health impact assessment of European cities”. The Lancet. 2023. via.bcn/bpOG50UOw0y
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Traffic-Related Air PollutionHaneen Khreis, Mark Nieuwenhuijsen, Josias Zietsman y Tara Ramani Elsevier, 2020
Advances in Transportation and Health. Tools, Technologies, Policies, and DevelopmentsMark Nieuwenhuijsen y Haneen Khreis Elsevier, 2020
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