El hembrismo o el mito de la abeja reina

Ilustración ©Octavi Serra

Un fenómeno muy significativo de nuestros días es el ascenso al poder de las mujeres de derechas. Desde Marine Le Pen en Francia hasta Giorgia Meloni en Italia, estamos asistiendo a dinámicas similares. El caso de Meloni permite hacer algunas observaciones sobre la naturaleza de este fenómeno y del feminismo en general.

El hecho de que la elección de la primera mujer primera ministra de Italia haya tenido lugar a través de un partido de extrema derecha ha planteado muchas preguntas a las feministas y a la opinión pública en general. Mientras algunas voces, especialmente fuera de Italia, donde el pasado fascista de los Hermanos de Italia parece menos “normal”, hacían sonar inmediatamente las alarmas, otras han moderado el tono o incluso han acogido con beneplácito la novedad. Por ejemplo, Daniela Missaglia, en un artículo en Panorama, habló de un momento histórico y de la posibilidad de que Giorgia Meloni se convierta en el futuro en una leyenda. Tras deshacerse rápidamente de las cuestiones léxicas (“Un premier, una premier, masculino, neutro, femenino, dilo como quieras”), el artículo, que llama a Giorgia Meloni por su nombre de pila, insiste en sus asuntos personales (como nunca se haría con un hombre) sin decir nada sobre su pensamiento político. Y concluye analizando los desafíos en curso y sentenciando: “Si Giorgia gana el desafío, lo que ya es historia, podría incluso convertirse en leyenda”.

Sin embargo, lo que el artículo olvida subrayar es que las leyendas no son necesariamente algo bueno. Tomemos como ejemplo la leyenda de otra mujer mencionada por Missaglia: Margaret Thatcher, a quien califica de “inolvidable”. Ciertamente, no la han olvidado las mujeres de la clase obrera ni tampoco las personas de otros géneros por cuyos intereses Thatcher no libró ninguna batalla. Y aquí llegamos al problema: la “leyenda de Thatcher” o la que se está creando alrededor de Giorgia Meloni se alimentan del mitologema de las “mujeres que se atrevieron”, que lo lograron, escondiéndose así detrás de una brillante pátina de “hembrismo”, el sexismo que ambas leyendas propagan. Pero feminismo no es lo mismo que hembrismo, es decir, la superioridad moral y política de las mujeres en general o de ciertas mujeres en particular. Feminismo significa crítica a la discriminación de género para todas y todos.

Giorgia Meloni, de la misma manera que Thatcher, se ha pronunciado en repetidas ocasiones contra las cuotas para las mujeres o contra cualquier política estructural de género que intente atacar los cimientos del sexismo y la misoginia aún rampantes en la cultura política italiana. Pocos meses después de su elección, se confirma lo que ya era evidente para quienes hacían una observación atenta: la de Meloni, como la de la (lamentablemente) “inolvidable Thatcher”, no es más que la enésima versión del mito de la abeja reina. Mirando la colmena desde lejos, y viendo a una hembra al mando, se podría pensar que se trata de un sistema político donde no existe discriminación de género, pero, en cuanto uno se acerca y empieza a analizar esta colmena, inmediatamente se da cuenta de la obvia ilusión óptica. Lejos de vivir en libertad, la gran mayoría de las abejas se encuentran en un estado de sumisión porque toda la colmena se mueve según una práctica y una cultura de la dominación.

Así pues, la prensa hace bien al recordarnos que esta primera mujer primera ministra ha surgido de un partido llamado Hermanos de Italia. ¿Dónde están las “hermanas”? Ese es exactamente el punto: la abeja reina puede gobernar precisamente porque es la única, la única mujer en un mundo de hombres. No sorprende, por lo tanto, que el énfasis estuviera en las palabras, e incluso en los artículos y los pronombres, cuya importancia había sido negada de inmediato en otros casos. Que Meloni insistiera en que la denominaran en masculino, “el presidente”, no es un detalle baladí, sino el eje central de la mitología de la abeja reina, que es precisamente la de un mundo político al cual los segundos sexos no están invitados a participar.

Reforzar la hombrecracia

No es casualidad, por tanto, que las mujeres que logran ocupar los más altos cargos del Estado sean a menudo mujeres de derechas. La elección de Meloni, de hecho, no hace más que reforzar lo que podemos llamar hombrecracia, y lo hace precisamente en un momento histórico en el que el patriarcado está siendo cuestionado. Es, por lo tanto, un movimiento literalmente reaccionario. Si patriarcado se refiere al gobierno (arché) del patriarca, es decir, del varón como cabeza única e indiscutible de la familia, podemos afirmar sin dudarlo que, como tal, ha sido cuestionado en todos los países donde los hombres ya no son el único sostén de la familia. Esto, sin embargo, no ha afectado en lo más mínimo a la hombrecracia, es decir, al poder (cratos) de los hombres, que sobrevive e incluso puede florecer allí donde el patriarcado parece estar en decadencia.

En este sentido, la historia de Meloni como primera ministra es sintomática de un pasaje crucial en nuestra época, en la que el sistema patriarcal se tambalea. Algunos incluso se lanzan a la paranoia colectiva de una sociedad “sin padres”, pero, paradójicamente, el privilegio masculino sigue proliferando: “hombre”, como ya decía la filósofa feminista Simone de Beauvoir, sigue siendo un género específico, pero también el nombre de la humanidad en general. Y por eso Meloni quiere que la llamen “el presidente”. Con una expresión tomada de De Beauvoir, podemos afirmar que vivimos en una hombrecracia porque, respecto al varón heterosexual, las mujeres —tanto cis como trans—, de la misma manera que las personas LGBTIQ+, no binarias y de géneros múltiples, son todas “segundos sexos”.

La patria como entidad mítica

La elección del eslogan “Dios, patria y familia”, de indudable sabor fascista, nos recuerda cómo la mentalidad autoritaria se nutre de la idea de que algunos cuerpos son intrínsecamente superiores a otros, y precisamente por ello tienen el derecho de dominarlos. El Dios de Meloni es el de la trinidad —“en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”—, es decir, el de una religión tan misógina que, como bien observó De Beauvoir, no le ahorra a su dios la muerte más atroz (crucifixión), pero lo salva del deshonor de haber nacido de un verdadero cuerpo de mujer (Inmaculada Concepción). La importantísima Ma-donna desempeña, como todas las mujeres, el papel crucial de ayuda, mediación, cuidado, pero en el tríptico de la divinidad oficial, junto al padre y al hijo, la madre es sustituida por un “espíritu” no identificado.

Las mujeres, expulsadas de la trinidad que el Dios de Meloni invoca, no se encuentran mucho mejor en la patria, que precisamente no es matria: recordemos que la tierra nativa en inglés, por ejemplo, es tanto motherland como fatherland, es decir, la tierra de las madres y los padres, pero en el eslogan de Meloni la tierra pertenece solo a los padres. La elección del término patria en lugar de Italia es, de hecho, central en la narrativa de la grandeza de la patria, de su declive y el posible resurgimiento a través del partido, típico de las ideologías neofascistas.

Pensemos, por ejemplo, en el eslogan de la campaña de Donald Trump: “Make America Great Again!” (“¡Hagamos que América vuelva a ser grande!”). El uso del término Estados Unidos o Italia haría pensar en el territorio estatal en el que habitan personas de las más diversas culturas, incluidos los inmigrantes. Al hablar de América o de patria, en cambio, se invocan entidades míticas, ancestrales, ligadas a “nuestra sangre” (paterna), que permiten identificar y al mismo tiempo excluir a todos aquellos que serían “diferentes”. La tríada se completa con la invocación de la familia, con la cual Meloni claramente se refiere a la sancionada por Dios y la patria, es decir, la cultura católica. Como nos recordó muy eficazmente en su famosa conferencia magistral del verano de 2022: “Sí a la familia natural, no al lobby LGBT, sí a la identidad sexual, no a la ideología de género… No a la violencia islamista, sí a las fronteras seguras, no a la inmigración masiva…”. Racismo, sexismo, transfobia y homofobia se evocan y refuerzan mutuamente, como en todas las formaciones neoautoritarias y neofascistas que están proliferando actualmente en todo el mundo.

El hecho de que Giorgia Meloni sea femenina, pero no feminista, que alardee en las redes sociales de su faceta como madre, no es en absoluto una contradicción. Se puede ser mujer sin ser feminista, como se puede ser hombre y feminista. De hecho, debería haber más hombres feministas si queremos tener alguna esperanza de abolir el sexismo. Los derechos laborales se han conquistado porque los ricos salieron a las calles en solidaridad con obreros y trabajadores, pero todavía hay muy pocos hombres que hayan hecho de la batalla feminista su principal grito de guerra. No ha nacido aún el Karl Marx o el Friedrich Engels del feminismo, es decir, pensadores masculinos que hayan hecho del feminismo su principal campo de trabajo de la misma manera que Marx y Engels lo hicieron con la causa del proletariado.

Por lo tanto, difundir la leyenda de la primera ministra, alimentar la mitología de la abeja reina en el gobierno no hace más que reforzar la ilusión óptica de que todo ha cambiado, y así asegurarse que, por el contrario, nada cambie, una estrategia típicamente italiana inmortalizada por la novela y luego por la película de culto El Gatopardo. De hecho, no es casualidad que esta elección ocurra en el momento histórico en que Italia había emprendido el camino de algunos cambios históricos en cuestiones de género. Y el hecho de que esta abeja reina sea particularmente femenina, a diferencia de otras que habíamos visto antes, como Nilde Iotti, funciona aún mejor porque aumenta la ilusión óptica: cuanto más visible sea su condición de mujer, menos reflexionaremos sobre el hecho de que es la única mujer. Por último, no se puede dejar de señalar que en una época en la que la fluidez de género y las orientaciones sexuales son cada vez más visibles, el binarismo de género de una feminidad ostentosa y de una masculinidad dominante que este gobierno representa, también funciona perfectamente para apaciguar muchas ansiedades homofóbicas y transfóbicas. La familia natural está protegida, y con ella también Dios y la patria.

Sin embargo, el feminismo no significa agregar a una mujer afortunada al club de los opresores, es decir, ondear ilusiones hembristas para ocultar el hecho de que los segundos sexos continúan siendo excluidos y oprimidos en un país que aún es ampliamente misógino y homófobo. El feminismo es el fin de la opresión de género, pero no será posible alcanzar este objetivo si se descuidan todas las demás fuentes de dominación y autoritarismo. Si se concibe el feminismo solo como la liberación de unas pocas mujeres, no solo se excluyen todos los demás segundos sexos, dejando así intacta la matriz de la discriminación de género, sino que también se refuerza esa “política general de dominación” de la que hablan las feministas interseccionales Audre Lorde y bell hooks: el sexismo, el racismo y el clasismo se refuerzan entre sí porque inculcan la idea de que ciertas personas son superiores a otras y, por tanto, tienen derecho a dominarlas. No se puede eliminar la opresión de género sin desmantelar también el racismo, la explotación económica, la transfobia y el heterosexismo, porque la vida está tan interconectada que no se puede ser libre en una sociedad donde todos los demás no lo sean. Esto es lo que sostiene el anarcofeminismo: la dominación es un ovillo de muchos hilos y es importante concentrarse en cada uno de ellos según su urgencia, pero no debemos olvidar que todos se refuerzan y se sostienen mutuamente. Como decía Emma Goldman, el anarquismo es el maestro de la unidad de la vida. Por lo tanto, el feminismo no significa hembrismo y abejas reinas, sino libertad para todas, todos y todes.

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