El Eixample del Pla Cerdà ha sido sometido a múltiples intervenciones desde los inicios de su implementación. Esta variabilidad es propia de planeamientos o arquitecturas concebidas con sistemas flexibles y adaptables, circunstancia que la hace sostenible a lo largo del tiempo por su capacidad de actualizarse.
“… certificar el valor de la forma incompleta es un acto político que los arquitectos deberían llevar a cabo en el espacio público. Eso significa certificar el valor no solo de la belleza de los objetos inacabados, sino también de su sentido práctico.”
“Dar valor a las formas constructivas inacabadas es un acto político porque hace frente al deseo de inmovilidad. Afirma (…) que el espacio público es un proceso.”[1]
De este modo concluye el ensayo L’espai públic el sociólogo y urbanista Richard Sennett. Partiendo de su experiencia como integrante de equipos multidisciplinarios para proyectos de diseño urbano de todo el mundo, expone las virtudes de los sistemas urbanos abiertos, en evolución inestable y en un proceso de cambio constante adaptativo a las incertidumbres y desajustes de la sociedad. Sennett plantea una dicotomía inicial entre dos sistemas: uno cerrado (en equilibrio armónico) y uno abierto (liberador del urbanismo paralizado). A partir de esta polarización, desarrolla un pensamiento que defiende las bondades de las ciudades que plantean un debate abierto, permanente, y que invitan constantemente a reflexionar sobre su futuro.
Un sistema abierto
Tomando como referencia esta categorización del espacio público, es evidente que el Eixample de Barcelona constituye un sistema abierto que, a medida que resuelve sus conflictos, va generando otros nuevos. Este organicismo ha sido el que ha mantenido vivo y vigente el Plan Cerdà un siglo y medio después de su concepción. Cada debate, cada nueva apuesta municipal, cada manifestación vecinal o cada reivindicación ciudadana son, a pesar de la ambigüedad, una muestra del éxito del planeamiento del Eixample. La retícula de Cerdà siempre ha estado sometida a una voluntad de cambio por un único motivo: porque lo permite. Este posibilismo de mutar y adquirir nuevas definiciones formales constituye el rasgo más genuino de los sistemas urbanos abiertos que garantizan que una ciudad evolucione en sintonía con las necesidades de sus tiempos.
Como analogía, tanto conceptual como estética, el Eixample representa para Barcelona una especie de tablero de ajedrez. Entendiéndolo como una malla isótropa teórica, su orden sistémico y geométrico despliega un abanico infinito de jugadas en el que nunca se plantea un único movimiento correcto. La esencia del juego se centra fundamentalmente en el conjunto de su combinatoria y en la capacidad de hacer y deshacer atendiendo a sus reglas.
El trazado básico de Cerdà, de un sistema de manzanas situadas entre ejes de 113,3 m, calles de 20 m de anchura, chaflanes de 20 m y orientación a 45⁰ respecto al norte, repitiendo la orientación romana, dibuja las líneas maestras de un universo urbanístico en que la relación entre contenido y continente (vacío y lleno) radica en su versatilidad y polivalencia, porque puede acoger incluso opciones futuras que aún están por inventar. En este sentido, es paradigmático pensar que Cerdà ideó la sección de la calle del Eixample basándose, además de en el componente higienista, en la previsión de la circulación de tranvías y no de coches, un invento que tardaría cincuenta años, pero que desgraciadamente ha terminado siendo uno de los actores principales del Eixample en el último siglo.
Un sistema absurdo
El tráfico rodado tiene aún un peso desproporcionado en el centro de Barcelona. Así lo apunta el arquitecto jefe del Ayuntamiento de Barcelona, Xavier Matilla, con el dato que muestra que día a día cruzan en horizontal el Eixample un mayor número de coches de los que circulan por la Ronda de Dalt y la Ronda Litoral juntas. En esta misma línea, Josep Bohigas, actual director de la Agencia de Ecología Urbana, considera el Eixample un canalizador de vehículos absurdo de niveles inaceptables. Barcelona absorbe más de 600 000 coches cada día en el centro urbano procedentes de la periferia, una cifra superior a la que contabiliza Manhattan, por ejemplo.
Ya hace tiempo que estos posicionamientos escapan del marco de la opinión y son certidumbres cuantificables en el índice de contaminación del aire (que causa muertes, alrededor del 7% de muertes naturales, es decir, unas 1000 anuales)[1] y los niveles de ruido. Tal como relata el escritor Gabi Martínez, Barcelona es la ciudad occidental más ruidosa del mundo y la séptima en el ranking global por detrás de Nueva Delhi o El Cairo, entre otras.[2] El elemento sobrante en el tablero de juego y que tiene que reducirse y desaparecer progresivamente es, innegociablemente, el coche privado. Nuestros escenarios vitales favoritos —las calles— tienen que dejar de ser lugares hostiles donde la cotidianidad vecinal representa un papel secundario en favor del asfalto y los humos.
[1] Rico, M.; Font, L.; Arimon, J.; Marí, M.; Gómez, A; y Realp, E. Informe de qualitat de l’aire de Barcelona [en línia]. Agencia de Salud Pública de Barcelona, 2019. Página 5 [consulta: 3 de mayo de 2020].
[2] Martínez, G. Naturalmente urbano. Supermanzana: la revolución de la nueva ciudad verde. Planeta, Barcelona, 2021. Página 11.
Se puede sintetizar en una sola palabra lo que se pretende y que todo el mundo interpreta con la amplitud semántica que le corresponde: pacificar.
Un sistema a implementar
Para avanzar en la efectividad de esta estrategia, el Ayuntamiento de Barcelona convocó recientemente un concurso llamado Superilla Barcelona: nous eixos verds i noves places [Supermanzana Barcelona: nuevos ejes verdes y nuevas plazas]. Se estructuraba en dos modalidades: la de Ejes, que se centra en reconvertir la calle Consell de Cent en una vía con prioridad para los peatones y con más presencia de vegetación, y la de las Nuevas plazas, que quiere transformar los cruces de la misma Consell de Cent con las calles Rocafort, Comte Borrell, Enric Granados y Girona en plazas sin el cruce de coches. El objetivo del concurso no da margen de duda en sus aspiraciones: el verde urbano, la mejora ambiental, la proximidad y el derecho al espacio público, el ciclo del agua, la biodiversidad, la energía o el valor de las permanencias. Estos son algunos de los preceptos que mencionan las bases del concurso y que definen las directrices de las propuestas de los equipos de arquitectos y urbanistas que participaron. Esta declaración de intenciones da pie a sintetizar en una sola palabra lo que se pretende y que todo el mundo interpreta con la amplitud semántica que le corresponde: pacificar. Asimismo, algo parecido ocurre en el sentido contrario con otra palabra: supermanzana.
Dejando a un lado las muchas aportaciones beneficiosas del modelo de supermanzana, es cierto que aún quedan por resolver nuevas contrapartidas generadas con su implantación.
Un sistema ambiguo
El propio concurso incluye el término supermanzana en el título y, sin embargo, invita a continuación a definir un eje verde y plazas en los cruces. Es evidente que a estas alturas a ningún ciudadano se le escapa que las supermanzanas originariamente eran agrupaciones de 3 × 3 manzanas de Eixample en que el tráfico quedaba restringido en el interior. De hecho, una de las primeras voces críticas por la convocatoria del concurso fue la del anterior director de la Agencia de Ecología Urbana, Salvador Rueda. Rueda es el ideólogo de la supermanzana moderna y partidario de implementar el planteamiento que fija hasta 503 supermanzanas por toda Barcelona.
La supermanzana ha convivido siempre con el zumbido de la polémica. Partiendo del escepticismo previo que generaba el concepto, las críticas estallaron con la cristalización de la prueba piloto en Poblenou. Medios, partidos políticos, lobbies como el del coche (presumiblemente coordinados) y algunos vecinos del barrio se han manifestado reiteradamente contra esta supermanzana con una actitud más bien reaccionaria, aunque también han expuesto argumentos bien fundados que afectan a la funcionalidad del día a día. Dejando a un lado las muchas aportaciones beneficiosas del modelo de supermanzana, es cierto que aún quedan por resolver nuevas contrapartidas generadas con su implantación. Es lícito entonces preguntarse: ¿los ejes y las plazas son, aunque con una finalidad compartida, una alternativa para enmendar la supermanzana?
De hecho, mientras las supermanzanas capitalizaban toda la atención mediática del espacio público barcelonés, voces contrastadas como las de la catedrática de urbanismo Maria Rubert de Ventós ya anticipaban que “¡quizá hay que pensar menos en supermanzanas y más en supercruces!”.[1] Entendiendo que una supermanzana es una plaza en un chaflán, añadía que “cada cruce en el Eixample tiene una superficie similar a una plaza de Gracia, y podría convertirse en un espacio lleno de vida”. Rubert de Ventós ha aportado una mirada lúcida y atenta a las últimas décadas de la evolución de la ciudad. Integrante del Laboratorio de Urbanismo de Barcelona, defiende la especialidad urbanística casi como una ciencia, alejada del tertulianismo y las tendencias políticas. En referencia a las supermanzanas, apuntaba que “la idea de hacer microbarrios de 3 × 3 manzanas es una propuesta del grupo de arquitectos GATCPAC de 1934, cuando el coche era un vehículo exótico. (…) La supermanzana es un buen instrumento pedagógico para desplazar el coche del centro, pero una solución urbanística no siempre afortunada si fomenta la segregación y la desigualdad de calles que deberían tener las mismas condiciones, siguiendo la idea universalista de Cerdà”.[2] Insiste en el hecho fundamental de hacer que la ciudad sea más amable, homogénea e igualitaria para todos, y defiende un modelo mixto con calles pacificadas, aunque permitiendo el acceso de coches con limitaciones de espacio y velocidad.
Un sistema a prueba
Incidiendo de nuevo en este presumible giro de guion al abordar un nuevo Eixample, Matilla niega el hecho de que el modelo de ejes y plazas desdibuje el planteamiento de supermanzanas anterior. Afirma que, en conjunto, los ejes acabarán definiendo agrupaciones de islas pacificadas y que las estrategias urbanas del consistorio actual son una evolución de aquellas propuestas que ya se implementaron en mandatos anteriores, como cuando, por ejemplo, Enric Granados o el Portal de l’Àngel se convirtieron en calles peatonales. Se trata de un modelo y un criterio que habrá que definir con los equipos ganadores del concurso a partir de unas ideas claras en concepto y aún vagas en la forma. Así lo entienden también las integrantes de Cierto Estudio (Marta Benedicto, Ivet Gasol, Carlota de Gispert, Anna Llonch, Lucia Millet y Clara Vidal), equipo ganador del concurso de Ejes, en colaboración con B67 Palomeras Arquitectes, que justifican que en el tiempo y la extensión que proponía el certamen, su propuesta evoca más bien una atmósfera de calle en vez de un proyecto cerrado y listo para ejecutar: “La ambigüedad y las proporciones del trazado Cerdà admiten la flexibilidad futura que nosotras planteamos, una calle adaptable a los próximos cien años como lo han sido las calles que el propio Cerdà definió”, matiza Carlota de Gispert.
Bohigas considera que la nueva propuesta de superejes complementa el modelo de las supermanzanas y cree que la Administración no tiene que ser obtusa en una idea excesivamente sistémica.
En sintonía con esta concepción de proyecto en vías de definición, Bohigas remarca la importancia de convocar concursos abiertos más allá de confiar el futuro de Barcelona a sus técnicos. Según apunta, la introducción de despachos privados de arquitectos en la definición del futuro Eixample favorece a “limar juicios preestablecidos” sobre cómo tiene que ser el modelo de la ciudad. E insiste en que la diversidad de voces lleva a configurar un programa conjunto y más poliédrico. Considera que la nueva propuesta de superejes complementa el modelo de las supermanzanas y cree que la Administración no tiene que ser obtusa en una idea excesivamente sistémica. Del mismo modo que la supermanzana del Poblenou generó un debate que enriqueció una primera tentativa con mecanismos formales muy incipientes y que se consolidó en una versión mejorada en Sant Antoni, las nuevas intervenciones propuestas servirán para evidenciar carencias y errores en las bases del certamen. A pesar de la voluntad de homogeneizar los diversos proyectos que acoge el concurso de ejes y plazas, Bohigas sostiene que, en el momento de su materialización, inevitablemente todos serán singulares y contribuirán a sumar mejoras a los proyectos que los sucedan.
Un sistema de capas
La otra pata del certamen, el de las Plazas nuevas, introduce la complejidad de unir y diferenciar al mismo tiempo la plaza y el cruce. No es lo mismo un espacio en que poder estar que un cruce. Precisamente este es el punto de partida de la reflexión que hicieron los ganadores del cruce de plaza Consell de Cent con Comte Borrell, Clara Solà-Morales, Albert Casas y Frederic Villagrasa. En concordancia con la propuesta de ejes de Cierto Estudio, plantean una plaza en que la aportación de nuevos árboles constituya el elemento vertebrador de los nuevos espacios resultantes. Mientras que Cierto Estudio dobla una hilera de árboles y ocupa el lateral de la actual calzada, liberando el eje central, Solà-Morales-Casas-Villagrasa generan una centralidad colocando un nuevo dosel muy frondoso. Concluyen que su proyecto es el resultado de empezar con un esquema de base muy simplificado al que le van sumando capas: “Hemos hecho un ejercicio de sistema y no tanto de lugar. Las plazas de Gràcia, por ejemplo, no tienen calles en eje y, por lo tanto, sus características son totalmente distintas de los cruces. No podríamos plantear un proyecto similar para ambos contextos”, explica Solà-Morales. En vez de apostar por la particularidad de un diseño o la singularidad del emplazamiento, prefieren aproximarse a una solución sistémica que construya un pensamiento que pueda ser formalizado de muchas maneras. Eso significa fundamentalmente que la plaza tiene que poder ser repetible y reproducible: “El Ayuntamiento quería que los proyectos fueran una flor dentro de un jardín, pero en las últimas reuniones estamos abordando una nueva hoja de ruta con una suma de calles y plazas en conjunto”.
Solà-Morales-Casas-Villagrasa defienden un sistema compartido de ejes incorporando también las propuestas de las Nuevas plazas. No creen que se pueda llegar al modelo de supermanzana si cada punto de cruce es singular. A Solà-Morales le parece indispensable una gestión unitaria del Ayuntamiento y casas remata: “Se tiene que coordinar un proyecto conjuntamente y no un Frankenstein de varios proyectos”. Un criterio parecido comparte Rubert de Ventós, que apunta que una de las grandes virtudes del Eixample es su monotonía, y lo refuerza con la idea de que Barcelona no es una ciudad pintoresca donde la repetición tiene sentido urbanístico y es un factor igualitario.
Un sistema natural
Todas estas disquisiciones urbanísticas podríamos destilarlas en otro concepto ya anunciado por Cerdà en su Teoría general de la urbanización, aunque pueda confundirse con un eslogan contemporáneo: “Ruralizar la ciudad”. En su trama cartesiana, Cerdà especificaba la plantación de árboles cada 8 metros y destinaba los interiores de manzanas para zonas con vegetación. En la actualidad, la supervivencia de las grandes urbes pasa por su capacidad de introducir infraestructuras verdes a su entorno construido: “La mejoría de las condiciones medioambientales es una de las garantías de la calidad metropolitana. Hay que entender el espacio metropolitano como uno de los fragmentos que integran el espacio natural, y que la “naturaleza urbanizada” es parte de la ciudad, y no solo un contorno exterior que la rodea”.[1]
Esta invasión del verde en el tejido urbano es sin duda el gran reto que afronta Barcelona y que tiene que ser la apuesta estructuradora que trace las líneas maestras de una estrategia irreversible. Plantar árboles y picar asfalto tiene que ser un camino sin marcha atrás posible que no responda a operaciones cortoplacistas de uno o dos mandatos. Josep Bohigas compara la visión actual de las diferentes administraciones con campañas anteriores promovidas desde el Ayuntamiento, como la conocida Barcelona, posa’t guapa, y cree que “no nos tenemos que quedar en propuestas tan epidérmicas”. Del mismo modo, Gabi Martínez sentencia: “Barcelona ya no quiere estar tan guapa, prefiere la salud”.[2] Bohigas también apunta a la necesidad de que las futuras intervenciones no se queden exclusivamente en la U urbana (sección de la calle) y que afecten también a una renovación del parque de viviendas. Albert Casas añade que ve imprescindible no sobreexigir a la superficie de la calle y pensar en las cubiertas como nuevos espacios públicos.
El éxito del futuro de Barcelona radica en la posibilidad de configurar, en los próximos años, un esqueleto estructural basado en núcleos y corredores verdes que permitan sumas articuladas de otros elementos variables. Recuperando la terminología de Sennett, el Eixample tiene que mantener su vocación de sistema abierto otorgándole a la vegetación una cualidad imprescindible de permanencia.
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N119 - Sep 21 Índice
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