El arte como reflejo de la historia
- Exposiciones
- Pliego de cultura
- Ene 19
- 5 mins
Eric Hobsbawm, historiador marxista británico, acuñó la expresión “un siglo breve” para referirse al período comprendido entre la Primera Guerra Mundial (1914) y el colapso de la Unión Soviética (1991). Lo decía para subrayar que en pocos años se habían sucedido muchos cambios, tensiones y contradicciones. Tomando esta expresión por título, la nueva disposición de la Colección MACBA traza un recorrido expositivo que reúne 194 obras emblemáticas de su fondo, creadas entre el año 1929 y nuestros días. Pese a que la propuesta es de una densidad temática y expositiva indigerible, la nueva disposición consigue ordenar y clarificar un siglo tan breve como cargado.
Las obras escogidas evidencian las fuertes tensiones entre el contexto social y político de la época y las manifestaciones culturales y artísticas resultantes, tomando Barcelona como centro neurálgico que no pierde de vista todo lo que pasa fuera. La nueva presentación pretende acercar la colección del Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona a los ciudadanos barceloneses y catalanes, que en contadas ocasiones utilizan estos testimonios artísticos para revisar su historia más reciente. El lenguaje erudito –y para algunos críptico– con el que con frecuencia se expresa el MACBA ha creado una distancia con la población que se intenta corregir con muestras como esta, que nos recibe con un friso cronológico gigantesco que atraviesa, como una flecha, toda la exposición.
La cuerda del arco se tensa y la saeta sale disparada en 1929, cuando la ciudad de Barcelona acaba de convertirse en anfitriona de la Exposición Internacional. Mientras que por un lado se consolida el noucentisme, por otro se filtran las corrientes de vanguardia internacional, especialmente el racionalismo, con la construcción del Pabellón Alemán de Mies van der Rohe. La idea de vanguardia artística, sumada a valores como la originalidad o la novedad, conduce a los artistas hacia la experimentación a partir de nuevos materiales y formas. Un claro ejemplo de ello son los stabiles de Calder, que nos reciben en la muestra moviéndose tímidamente. Con un pie clavado en el suelo, las esculturas transgreden la estabilidad del arte que las precede y empiezan a mover la parte superior del cuerpo con un ritmo casi imperceptible que desea expresarse sin complejos. El miedo, no obstante, las paraliza. Presienten que algo terrible se acerca.
Con el estallido de la Guerra Civil Española, el bombardeo de carteles a favor de la República toma especial relevancia y sus autores recurren a lenguajes visuales y tipográficos de la vanguardia internacional. Mientras Fontserè representa un campesino gritando “¡Libertad!” y blandiendo una hoz ante la bandera anarquista, la sombra de la Segunda Guerra Mundial amenaza. Esta antesala nos prepara para entender el cambio que está a punto de producirse: durante los años posteriores a la Guerra Civil y una vez terminada la Segunda Guerra Mundial, los artistas explorarán formas divergentes de abstracción, abordando la creación artística tras la traumática experiencia de la guerra. Ante nosotros, obras de Miró, Oteiza o Tàpies, que, si nos acercamos a ellas, aún huelen a una destrucción que reclama la necesaria reconstrucción.
Las revueltas de Mayo del 68, la descolonialización y los movimientos a favor de los derechos civiles, convergen en un viaje turbulento hacia una nueva sociedad en transformación y llena de contradicciones. En el Estado español, la dictadura franquista (1939-1975) crea una sociedad conservadora con una profunda marca católica, y algunos artistas optan por la denuncia y la ironía para burlarse de la censura. Un ejército de soldados de plástico de Miralda, custodiados por obras de Manolo Quejido, Reimundo Patiño o Joan Rabascall, conquistan el epicentro de la exposición. Miralda reduce al absurdo la institución militar y el poder del Estado, expresando una actitud crítica que sintoniza con los movimientos de protesta generalizados por toda Europa. Una Caixa de núvia (1969) vomita un ejército de soldados albinos que, como una plaga, se disponen a dominar el mundo con sus armas de plástico. Lo que no saben es que una nueva era de feminismo radical está a punto de hacer eclosión. A finales de los años sesenta y durante los setenta la lucha feminista se manifiesta en la obra de multitud de artistas que denuncian el papel subalterno de la mujer en la sociedad utilizando el cuerpo como arma: Eulàlia Grau o Sanja Ivekovic experimentan con la sensualidad, la sexualidad o la maternidad, dando a luz unas obras que pretenden dinamitar estereotipos que aún hoy arrastramos.
A medida que nos acercamos a nuestros días, la crítica a las relaciones económicas regidas por la globalización se convierte en iconografía obligatoria. La flecha que salía del friso cronológico iniciado en 1929 avanza imparable, sobrevolando mares en los que naufragan embarcaciones cargadas de migrantes. La saeta atraviesa la última sala de la muestra, donde a tientas descubrimos Hydra Decapita, de The Othoilt Group, un vídeo que recupera la historia del Zong, un barco cargado de esclavos cruelmente lanzados al mar. La flecha, por vergüenza, podría sumergirse en el océano junto a los esclavos africanos asesinados, pero, ignorándolos, sigue avanzando sin mirar atrás, escribiendo nuevos datos en el friso cronológico que corona la exposición. Rápidamente y de pasada, la saeta nos recuerda que el arte es un reflejo de nuestra historia y que, si queremos entenderla, el MACBA ha de ser una de nuestras bibliotecas de referencia, ya que, además de recibir a oleadas de turistas, nos narra a nosotros, barceloneses, catalanes, quién caray somos.
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