El año de la plaga

Il·lustració © Raquel Marín

El ebola fue la primera de una serie de nuevas enfermedades que pusieron a prueba los sistemas inmunitarios de la humanidad a principios de los noventa. Hacia 1997 llegaría la gripe aviar y la SARS, en 2002. Ahora, el nuevo coronavirus entra por la puerta grande como un monstruo conocido. La pandemia pone en evidencia, como se ha visto en Estados Unidos, la necesidad de un modelo de cobertura sanitaria universal y un programa de salud pública realmente internacional.

El coronavirus es esa vieja película que hemos visto una y otra vez desde que, en 1994, Richard Preston, en su libro Zona caliente (Salamandra), nos presentara al demonio exterminador, nacido en una misteriosa cueva de murciélagos en África Central y conocido como ébola. Fue la primera de una serie de enfermedades nuevas que estallaron en el “campo virgen” (ese es el término apropiado) de los inexpertos sistemas inmunitarios de la humanidad. Al ébola pronto lo seguiría la gripe aviar, que saltó a los humanos en 1997, y la SARS, que surgió a finales de 2002: estos últimos casos aparecieron por primera vez en Guangdon, la principal fábrica del mundo.

Hollywood recibió con lujuria estos brotes y produjo una veintena de películas para turbarnos y asustarnos (Contagio, dirigida por Steven Soderbergh y estrenada en 2011, destaca por su ciencia exacta y su aterradora anticipación del caos actual). Además de las películas y de las incontables novelas escabrosas, centenares de libros serios y miles de artículos científicos han respondido a cada brote, muchos de ellos poniendo de relieve el deplorable estado de preparación a escala mundial para poder detectar y reaccionar ante enfermedades tan nuevas como estas.

Baile de cifras

Así, el coronavirus entra por la puerta grande como un monstruo conocido. Secuenciar su genoma (muy parecido al de su bien estudiada hermana, la SARS) fue pan comido, aunque todavía carecemos de la información más esencial. A pesar de que los investigadores trabajan noche y día para caracterizar el brote, se topan con grandes dificultades. En primer lugar, la constante escasez de equipos para hacer pruebas, sobre todo en Estados Unidos y África, ha impedido que se hagan estimaciones de parámetros clave como la tasa de reproducción, la cantidad de población infectada y el número de infecciones asintomáticas. El resultado ha sido un baile de cifras.

La emergencia del futuro: ¿quién representa a los que aún no han nacido?
Debate de la Bienal de pensamiento 2020 (en catalán y castellano)

L'emergència del futur: Qui representa els qui encara no han nascut?

En segundo lugar, del mismo modo que las gripes anuales, el virus va mutando a medida que circula por poblaciones con distintas composiciones de edad y de estados de salud. La variante que la mayoría de los norteamericanos seguramente contraerá es ya ligeramente distinta de la del brote original de Wuhan. Las nuevas mutaciones podrían ser benignas o alterar la distribución actual de la virulencia, que hoy por hoy aumenta notablemente a partir de los cincuenta años. La “coronagripe” de Trump supone, cuanto menos, un peligro mortal para la cuarta parte de los norteamericanos de edad avanzada, con sistemas inmunitarios débiles o con problemas respiratorios crónicos.

En tercer lugar, aunque el virus se mantenga estable y mute poco, su impacto sobre los grupos de edad más joven podría ser radicalmente distinto en los países pobres y entre quienes padecen pobreza extrema. Fijémonos en la experiencia mundial de la gripe española de 1918-1919, que se calcula que mató a entre un 1% y un 2% de la humanidad. En Estados Unidos y en Europa Occidental, el H1N1 original fue más mortal entre los adultos jóvenes. En general, esto se explica porque sus sistemas inmunitarios relativamente más fuertes reaccionan de forma excesiva ante la infección, atacando a sus células pulmonares y causándoles neumonía vírica y choque séptico. Aun así, más recientemente, algunos epidemiólogos han especulado sobre la teoría de que los adultos de más edad podrían haber tenido “memoria inmunológica” de un brote anterior de la década de 1890 que los habría protegido.

Fuera como fuese, la gripe halló un lugar privilegiado en los campamentos del ejército y en las trincheras de los campos de batalla, donde segó la vida de decenas de miles de jóvenes soldados. Este fue un factor importante durante la batalla de los imperios. El fracaso de la gran ofensiva de primavera por parte de Alemania, en 1918, y, en consecuencia, el resultado de la guerra, se ha atribuido al hecho de que los aliados, a diferencia del enemigo, podían suplir sus soldados enfermos con las tropas norteamericanas recién llegadas.

Pero la gripe española tuvo un perfil distinto en los países más pobres. Pocas veces somos conscientes de que casi el 60% de la mortalidad mundial (es decir, al menos veinte millones de muertes) se dio en Punyab, en Bombay y en otras regiones del oeste de India, donde las exportaciones de cereales a Gran Bretaña y las brutales prácticas de confiscación coincidieron con una importante sequía. La consiguiente escasez de alimentos provocó que millones de personas pobres casi murieran de hambre. Fueron las víctimas de una siniestra sinergia entre la desnutrición —que suprimió su respuesta inmune ante la infección— y una neumonía bacteriana y vírica descontrolada. En un caso similar, en el Irán ocupado por las tropas británicas, los años de sequía, el cólera y la escasez de alimentos, seguidos de un brote de malaria generalizado, condicionaron previamente la muerte de una quinta parte de la población.

Esta historia, y especialmente las consecuencias desconocidas de las interacciones entre la desnutrición y las infecciones, deberían advertirnos de que la covid-19 podría tomar un camino distinto y más mortal en las densas y enfermizas barriadas de África y del sur de Asia. Sobre los casos que ahora están apareciendo en Lagos, Kigali, Addis Abeba y Kinshasa, nadie sabe (y no se sabrá durante mucho tiempo a causa de la ausencia de pruebas) qué sinergias puede crear con las condiciones de salud y con las enfermedades presentes en estas regiones. Hay quien afirma que, puesto que la población urbana de África es la más joven del mundo, el impacto de la pandemia será leve. Pero vista la experiencia de 1918, esta extrapolación resulta absurda, como también lo es la suposición de que la pandemia, como la gripe estacional, remitirá con un clima más cálido (Tom Hanks se contagió del virus en Australia, donde todavía era verano).

Un Katrina sanitario

En un año, al echar la vista atrás, contemplaremos con admiración el éxito de China en la contención de la pandemia, pero con horror el fracaso de Estados Unidos (estoy haciendo la heroica suposición de que la declaración por parte de China en cuanto a la rápida disminución de la transmisión es más o menos cierta). La incapacidad de las instituciones norteamericanas de mantener cerrada la caja de Pandora no sorprende a nadie. Desde el año 2000, hemos ido viendo cómo la atención sanitaria de primera línea se ha ido deteriorando.

Las campañas de la gripe de 2009 y 2018, por ejemplo, desbordaron a los hospitales de todo el país, lo que puso de manifiesto la chocante escasez de camas de hospital tras años de recortes en la capacidad de ingresos por razones de lucro. La crisis se remonta a la ofensiva empresarial que llevó a Reagan al poder y que convirtió a los principales demócratas en sus portavoces neoliberales. Según la American Hospital Association, el número de camas de hospital para personas ingresadas disminuyó un extraordinario 39% entre 1981 y 199. Se pretendía obtener más beneficios aumentando el “censo” (el número de camas ocupadas). Pero el objetivo de la dirección de alcanzar el 90% de ocupación implicó que los hospitales se quedaran sin capacidad para absorber la afluencia de pacientes durante las epidemias y las emergencias sanitarias.

En el siglo xxi, la medicina de urgencias ha seguido sufriendo recortes en el sector privado a cauda del imperativo “valor para las accionistas” de aumentar los dividendos y beneficios a corto plazo, y en el sector público a causa de la austeridad fiscal y de los recortes de los presupuestos estatales y federales. Así que, actualmente, solo hay 45.000 camas de UCI disponibles para hacer frente al posible aluvión de casos graves y críticos de coronavirus (en comparación, en Corea del Sur hay más del triple de camas disponibles por habitante que en Estados Unidos). Según una investigación del USA Today, “solo ocho estados tendrían camas de hospital suficientes para tratar al millón de norteamericanos de más de sesenta años que podrían enfermar a causa de la covid-19”.

Nos encontramos ante un Katrina sanitario. Dejar de invertir en la preparación sanitaria cuando todos los expertos recomiendan aumentar la capacidad significa que nos faltan suministros elementales y camas de emergencia.

Las existencias a escala nacional y regional se han mantenido muy por debajo de lo que recomiendan los modelos epidémicos. Así pues, el desastre de los equipos para hacer pruebas ha coincidido con una escasez crítica de equipos de protección básicos para los trabajadores sanitarios. Las enfermeras activistas y nuestra conciencia social nacional se están asegurando de que todos entendamos los graves peligros que genera la falta de suministros de protección cono las mascarillas N95. También nos recuerdan que los hospitales se han convertido en invernaderos para superbacterias resistentes a los antibióticos, como el C. difficile, que podrían convertirse en importantes asesinos indirectos en las salas hospitalarias masificadas.

Il·lustració © Raquel Marín © Raquel Marín

La fractura social

El brote ha puesto rápidamente de manifiesto la cruda división de clases en la asistencia sanitaria que Nuestra Revolución[1] ha incluido en la agenda nacional. En resumen: a quienes disponen de un buen plan de salud y pueden trabajar o enseñar desde casa, se los aísla cómodamente siempre que sigan unas precauciones determinadas. Los trabajadores públicos y otros grupos de trabajadores sindicales con una cobertura digna deberán tomar decisiones difíciles entre los ingresos y la prevención. Y, mientras, a los millones de trabajadores con salarios bajos, a los agricultores, a las personas sin trabajo y a las personas sin hogar, se los lanza a los lobos.

Como todos sabemos, la cobertura universal, en cualquier sentido, requiere una prestación universal para los días de baja. Actualmente, se está negando este derecho al 45% de los trabajadores norteamericanos y, por tanto, se ven prácticamente obligados o bien a transmitir la infección o bien a tener el plato vacío. Asimismo, catorce estados republicanos se han negado a promulgar la disposición de la Ley de Asistencia Sanitaria Asequible (Affordable Care Act) que amplía el programa de seguros Medicaid a los trabajadores pobres. Esta es la razón por la cual, por ejemplo, uno de cada cuatro texanos carece de cobertura y solo puede recurrir a la sala de urgencia del hospital del condado para recibir tratamiento.

Las contradicciones mortales de la asistencia sanitaria privada en tiempos de pandemia se exponen con más intensidad al sector de los geriátricos con ánimo de lucro, en los que viven dos millones y medio de ancianos estadounidenses, la mayoría inscritos en el programa Medicare. Es un sector muy competitivo que se aprovecha de los salarios bajos, de la falta de personal y de la reducción ilegal de gastos. Decenas de miles de personas mueren en ellos cada año porque las instalaciones no respetan los procedimientos básicos de control de infecciones y porque los gobiernos no han responsabilizado a la dirección de algo que solo puede calificarse de homicidio premeditado. A muchas residencias, sobre todo en los estados del sur, les sale más barato pagar las multas por infracciones sanitarias que contratar a más personal y formarlo adecuadamente.

Oasis de sufrimiento

No es extraño, pues, que el primer epicentro de transmisión comunitaria en Estados Unidos fuera el Life Care Center, una residencia de ancianos del barrio de Kirkland de Seattle. Hablé con Jim Straub, un viejo amigo que trabaja de organizador sindical en las residencias de la zona de Seattle y que actualmente está escribiendo un artículo para Nation. Describió este centro como “uno de los que presentan más déficit de personal en todo el estado”, y todo el sistema de residencias de Washington “como el peor financiado del país: un absurdo oasis de sufrimiento austero en un mar de dinero tecnológico”.

Por otro lado, señalaba que los funcionarios de la sanidad pública estaban pasando por alto el factor clave que explica la rápida transmisión de la enfermedad del Life Care Center a diez residencias de ancianos cercanas: “Los trabajadores de las residencias del mercado de alquiler más caro de Estados Unidos suelen tener más de un empleo, normalmente en distintos geriátricos”. Afirma que las autoridades no supieron localizar ni encontrar los nombres de estos segundos centros de trabajo y, por tanto, perdieron todo control sobre la propagación de la covid-19. Y nadie se ha planteado todavía compensar a los trabajadores expuestos por haberse quedado en casa.

En Estados Unidos, decenas o quizá cientos de residencias se convertirán en focos de coronavirus. Muchos trabajadores acabarán optando por el banco de alimentos y por quedarse en casa antes que trabajar en semejantes condiciones. Si esto ocurre, el sistema podría colapsar, y no podemos esperar que la Guardia Nacional vaya a vaciar orinales.


[1] Nuestra Revolución se refiere a la campaña progresista surgida de Bernie Sanders.

Solidaridad internacional

La pandemia propaga el caso de la cobertura universal y la baja remunerada con cada paso que da en su avance mortal. Los progresistas tenemos un papel importante en la calle, empezando por las luchas contra los desahucios, los despidos y los empresarios que se niegan a pagar la baja a los trabajadores (¿tienes miedo de contagiarte? Mantén una distancia de dos metros respecto de los demás manifestantes, y con ello la imagen todavía será más potente en televisión. Pero debemos recuperar las calles).

Sin embargo, la cobertura universal y las exigencias asociadas no son más que un primer paso. Es decepcionante que, en los debates de las primarias, ni Sanders ni Warren mencionaran la retirada de las grandes farmacéuticas de la investigación y del desarrollo de nuevos antibióticos y antivirales. De las dieciocho empresas farmacéuticas más grandes, quince han abandonado el campo por completo. Son los medicamentos para el corazón, los calmantes adictivos y los tratamientos para la impotencia masculina los que lideran los beneficios, y no las defensas contra las infecciones hospitalarias, las enfermedades emergentes y los habituales asesinos tropicales. La vacuna universal para la gripe —es decir, una vacuna que ataque las partes inmutables de las proteínas de la superficie del virus— se considera una posibilidad desde hace décadas, pero jamás ha sido lo suficientemente rentable como para considerarla una prioridad.

A medida que la revolución de los antibióticos se disipe, las viejas enfermedades resurgirán junto a las nuevas infecciones y los hospitales se convertirán en salas mortuorias. Incluso Trump, de forma oportunista, puede clamar contra los precios absurdos de las recetas, pero hace falta un planteamiento más audaz que permita desmantelar los monopolios farmacéuticos y financiar la producción pública de medicamentos esenciales (así solía ser: durante la Segunda Guerra Mundial, el ejército reclutó a Jonas Salk y a otros investigadores para desarrollar la primera vacuna contra la gripe). Como escribí hace quince años en mi libro The Monster at Our Door — The Global Threat of the Avian Flu [El monstruo en nuestra puerta: la amenaza global de la gripe aviar]:

“El acceso a medicamentos vitales, incluidas las vacunas, los antibióticos y los antivirales, debería ser un derecho humano, accesible y gratuito para todos. Si los mercados no pueden ofrecer incentivos para producir estos fármacos a bajo coste, los gobiernos y los organismos sin ánimo de lucro deberán asumir su fabricación y distribución. La supervivencia de la gente más pobre debe prevalecer en todo momento por encima de los beneficios de las empresas farmacéuticas”.

La pandemia actual lleva más allá el argumento: parece que la globalización capitalista es biológicamente insostenible en ausencia de una infraestructura de salud pública verdaderamente internacional. Pero una infraestructura como esta no existirá hasta que los movimientos populares acaben con el poder de las grandes farmacéuticas y de la asistencia sanitaria privada.

Un paso más

Y ello requiere un diseño socialista independiente para la supervivencia humana que vaya más allá de un segundo New Deal. Desde la época de la ocupación, los progresistas han puesto con éxito la lucha contra la desigualdad de ingresos y riqueza en primer término, todo un logro. Pero ahora los socialistas deben dar un paso más y, con las industrias sanitaria y farmacéutica como objetivos inmediatos, defender la propiedad social y la democratización del poder económico.

Y nosotros también debemos hacer una valoración honesta de nuestras debilidades políticas y morales. Por mucho que me haya emocionado la evolución hacia la izquierda de una nueva generación y el regreso de la palabra “socialismo” al discurso político, hay un elemento inquietante del solipsismo nacional en el movimiento progresista que tiene relación con el nuevo nacionalismo. Solo se habla de la clase trabajadora estadounidense y de la historia radical de Estados Unidos (quizás olvidamos que Debs era un internacionalista empedernido). A veces, parece una versión de izquierdas del America First.

Para hacer frente a la pandemia, los socialistas deberían aprovechar cualquier ocasión para recordar a los demás la urgencia de la solidaridad internacional. En concreto, debemos animar a nuestros amigos progresistas y a sus ídolos políticos a que exijan una ampliación masiva de la producción de análisis, de equipos de protección y de fármacos vitales para distribuirlos de forma gratuita en los países pobres. Nos corresponde a nosotros asegurarnos de que ‘Medicare para todos’ se convierta en un asunto político externo e interno.

Artículo publicado el 14 de marzo de 2020 en Jacobin.

Publicaciones recomendadas

  • Llega el monstruoMike Davis. Capitán Swing, 2020
  • Planeta de ciudades miseriaMike Davis. Akal, 2014
  • Urbanismo mágicoMike Davis. Lengua de Trapo, 2012

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis