Cuál es el futuro de la política democrática
- Dosier
- Oct 22
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Europa se encuentra ante una crisis de hegemonía neoliberal que podría abrir el camino a los gobiernos autoritarios, pero que también puede permitir recuperar e intensificar las instituciones democráticas a través de lo que Chantal Mouffe denomina “populismo de izquierdas”. Según la autora, este constituye la estrategia política más prometedora para reavivar y expandir los ideales democráticos en la Europa actual.
Nos encontramos en una época claramente inestable de la política democrática. En muchos países europeos somos testigos del éxito creciente de los partidos populistas de derechas. Desde varios círculos se siente la reivindicación de que la democracia está en peligro, y muchas voces hacen saltar la alarma ante un posible retorno del “fascismo”.
No cabe duda de que estamos ante una crisis de hegemonía neoliberal que podría abrir el camino a los gobiernos autoritarios, pero que también puede ofrecer la oportunidad de recuperar e intensificar las instituciones democráticas, debilitadas por la condición “posdemocrática” derivada de treinta años de neoliberalismo.
Esta condición posdemocrática es producto de varios fenómenos. El primero, que he propuesto llamar pospolítica, es el desvanecimiento de las fronteras políticas entre la derecha y la izquierda. Es el resultado del consenso establecido entre partidos de centroderecha y centroizquierda sobre la idea de que no había alternativa a la globalización neoliberal. Bajo el imperativo de la “modernización”, los socialdemócratas han aceptado los “dictados” del capitalismo financiero globalizado y los límites que impone a la intervención estatal y a las políticas públicas.
La política se ha convertido en una mera cuestión técnica de gestión del orden establecido, un dominio reservado a los expertos. La soberanía del pueblo, concepto clave del ideal democrático, se ha declarado obsoleta. La pospolítica solo permite una alternancia de poder entre los partidos de centroderecha y centroizquierda. Se ha eliminado la disputa controvertida entre varios proyectos políticos, crucial para la política democrática.
Esta evolución pospolítica se ha producido en un contexto socioeconómico caracterizado por el dominio del capitalismo financiero. La financiarización de la economía ha ido acompañada de políticas de privatización y desregulación que, junto con las medidas de austeridad impuestas después de la crisis de 2008, han provocado un aumento exponencial de la desigualdad.
Esto afecta especialmente a los sectores populares, ya desfavorecidos, y a la clase trabajadora, pero también a una parte importante de las clases medias, que han entrado en un proceso de pauperización y precarización. Se puede hablar perfectamente de un fenómeno de “oligarquización” de nuestras sociedades.
En los últimos años, han surgido varios movimientos de resistencia contra la destitución posdemocrática de la soberanía popular y las devastadoras consecuencias de la globalización neoliberal. Se pueden interpretar a partir de lo que Karl Polanyi presentó en The Great Transformation [La gran transformación] como un “contramovimiento” en el que la sociedad reaccionó contra el proceso de mercantilización e impulsó la protección social. Este contramovimiento, señaló, podía tomar formas progresivas o regresivas.
Esta ambivalencia también se da en la coyuntura actual. En varios países europeos, estas resistencias han sido adoptadas por partidos populistas de derechas, que han articulado en un vocabulario nacionalista y xenófobo las demandas de los sectores populares, abandonados por los partidos de centroizquierda desde su conversión al neoliberalismo.
Los populistas de derechas proclaman que devolverán al pueblo la voz que le han confiscado las élites. Han entendido que la política siempre es “partidista” y que requiere una confrontación entre nosotros/ellos. Asimismo, reconocen la necesidad de movilizar los afectos para construir identidades políticas colectivas. Con el dibujo “populista” de la frontera política entre el “pueblo” y el establishment rechazan abiertamente el consenso pospolítico.
Estos son precisamente los movimientos propiamente políticos que la mayoría de los partidos de izquierdas no pueden hacer por su ideal consensuado de la política y la visión racionalista según la cual las pasiones deben excluirse de la política democrática. Para ellos solo son aceptables los argumentos y procedimientos racionales. Esto explica su hostilidad frente al populismo, que asimilan a la demagogia y la irracionalidad.
La única forma de contrarrestar el auge del populismo de derechas es dar una respuesta progresista a las demandas que expresa en un lenguaje xenófobo.
Del populismo de derechas al de izquierdas
Desgraciadamente, no es la defensa obstinada del consenso pospolítico lo que permite afrontar el reto del populismo de derechas. Es vital entender que, para luchar contra el populismo de derechas, la estrategia de la condena moral y la demonización de su electorado es totalmente contraproducente, porque refuerza el sentimiento antisistema entre las clases populares. Lo que explica que el populismo de derechas tenga eco en sectores sociales cada vez más numerosos es la ausencia de un proyecto político capaz de proporcionar un vocabulario diferente para formular lo que, en su origen, son agravios genuinos.
La única forma de contrarrestar el auge del populismo de derechas es dar una respuesta progresista a las demandas que expresa en un lenguaje xenófobo. Esto supone reconocer la existencia de un núcleo democrático en esas demandas y la posibilidad, a través de un discurso distinto, de articular en una dirección progresista las múltiples resistencias a las consecuencias de la globalización neoliberal. Clasificar los partidos populistas de derechas como “de extrema derecha” o “fascistas”, presentarlos como una especie de enfermedad moral o como el retorno de la “peste parda”, y atribuir su atractivo a la falta de educación o a factores atávicos es, por descontado, muy conveniente para las fuerzas de centroizquierda. Les permite desestimar todas sus demandas y evitar reconocer la responsabilidad que tienen en su aparición.
Es necesario establecer una sinergia entre los movimientos sociales y los partidos con el objetivo de construir un “pueblo” y movilizar los afectos comunes hacia la igualdad y la justicia social. Esta es la estrategia política que llamo “populismo de izquierdas”.
Para diseñar una respuesta propiamente política, es necesario darse cuenta de que el momento populista actual es la expresión de demandas muy heterogéneas, que no pueden formularse a través de la dicotomía izquierda/derecha según la configuración tradicional. A diferencia de la época del capitalismo fordista, caracterizada por luchas organizadas en torno a la centralidad de una clase trabajadora en defensa de sus intereses específicos, en el capitalismo neoliberal posfordista las resistencias se han desarrollado en muchos puntos fuera del proceso productivo. Estas demandas, muchas de las cuales tienen un carácter transversal, ya no corresponden a sectores sociales definidos en términos sociológicos ni por su ubicación en la estructura social. Además, las reivindicaciones vinculadas a las luchas contra el sexismo y el racismo, así como las relacionadas con el medio ambiente, han ido adquiriendo cada vez más relevancia.
Para federar estas luchas diversas es necesario establecer una sinergia entre los movimientos sociales y los partidos con el objetivo de construir un “pueblo” y movilizar los afectos comunes hacia la igualdad y la justicia social. Esta es la estrategia política que llamo “populismo de izquierdas”. Tiene la finalidad de construir una “voluntad colectiva”, un “pueblo” cuyo adversario esté constituido por la “oligarquía” y por todas las fuerzas que sostienen el orden neoliberal. El objetivo es establecer la base de una nueva formación hegemónica que dirigirá una bifurcación ecológica para garantizar la habitabilidad del planeta para los humanos y otros seres, así como para crear las condiciones para recuperar e intensificar las instituciones democráticas. El proceso de radicalización de las instituciones democráticas incluirá sin duda alguna momentos de ruptura y un enfrentamiento con los intereses económicos dominantes. Es una estrategia “reformista radical” que implica una dimensión anticapitalista, pero que no exige renunciar a las instituciones demócratas liberales.
Este modelo hegemónico tomará formas distintas según las trayectorias específicas, los contextos nacionales y las tradiciones implicadas. No hay ningún plan de acción que seguir ni ningún destino final al que llegar. Lo importante, independientemente de cómo lo llamemos, es que la “democracia” sea el significante hegemónico en torno al cual se articulan las diversas luchas y que no se descarten las instituciones pluralistas. El populismo de izquierdas, concebido en torno a objetivos democráticos radicales, lejos de ser una perversión de la democracia, una visión que las fuerzas defensoras del statu quo intentan imponer descalificando como “extremismos” y “enemigos del pluralismo” a todos aquellos que se oponen al consenso pospolítico, constituye la estrategia política más prometedora para reavivar y expandir los ideales democráticos en la Europa actual.
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