Ciudades y semana laboral de cuatro días: hacia un nuevo paradigma urbano

Ilustración ©Patricia Cornellana

Las ciudades, centros dinámicos de actividad, se enfrentan a retos como la precariedad laboral y una menor calidad de vida. La reducción del tiempo de trabajo, con la jornada laboral de cuatro días, emerge como respuesta a estos desafíos. Las pruebas piloto muestran beneficios en la productividad y la calidad de vida y, además, se promueve una ciudad más sostenible e inclusiva, fomentando la participación comunitaria y la diversidad.

Las ciudades, tal y como las conocemos hoy en día, son lugares extremadamente dinámicos, acelerados, conectados… Son como un gran enjambre de abejas en el que todo el mundo se mueve constantemente, todo el mundo tiene cosas por hacer y, sobre todo, todo el mundo tiene prisa, mucha prisa. Siempre podemos encontrar a alguien corriendo hacia una reunión, cogiendo un autobús o esperando en medio del atasco de la hora punta para llegar a casa. Lo que impulsa el movimiento constante de las abejas es la búsqueda de polen y la producción de miel. En el caso de los humanos, el propósito que nos hace mover cada día en las ciudades es principalmente nuestra necesidad de trabajar y cumplir con los horarios laborales que nos hemos comprometido a respetar.

Este movimiento diario, relativamente coordinado y que hoy en día damos por sentado, puede considerarse uno de los elementos fundacionales del concepto moderno de ciudad. Las grandes ciudades de Europa y Estados Unidos crecieron de forma muy importante durante los siglos XIX y XX a raíz de la industrialización. Como resultado de este proceso, apareció, por primera vez en la historia, una necesidad perentoria de coordinación de la actividad laboral. Por un lado, las empresas necesitaban garantizar la presencia física del trabajador en la fábrica durante un horario específico para asegurar el buen funcionamiento de los procesos productivos. Por otro lado, los trabajadores debían organizarse la vida personal y familiar, al tiempo que protegían su salud de los efectos nocivos de las largas jornadas laborales no reguladas.

Las ciudades, en tanto que grandes aglomeraciones de personas y empresas, constituyen el escenario principal en el que estas distintas lógicas entran en conflicto, pero también son el lugar donde los actores tienen la oportunidad de cooperar para conseguir sus objetivos. No en vano, los espacios urbanos han sido históricamente escenarios clave para las luchas e iniciativas que han conducido a la reducción del tiempo de trabajo y a la estandarización de la jornada laboral. Por ejemplo, el primer precedente de implementación de una semana laboral de cinco días lo encontramos en el clúster automovilístico de Detroit, en Estados Unidos. En 1926, Henry Ford decidió implementarla en su fábrica de River Rouge, al tiempo que doblaba el salario de los trabajadores, con el objetivo de reducir la rotación de personal, disminuir el absentismo y atraer a los mejores empleados a su empresa. Más cerca, en nuestro país, en 1919 la huelga de La Canadenca en Barcelona desembocó en el establecimiento de la jornada laboral máxima de ocho horas en el Estado español, que se convirtió en uno de los primeros países en Europa en adoptar ese nuevo estándar.

Si estas luchas se han sucedido principalmente en ciudades es porque, como decíamos, estas son lugares que posibilitan la cooperación y la actuación colectiva. En las ciudades, las personas tienen más oportunidades de organizarse y trabajar conjuntamente hacia objetivos comunes. Pero, además, las ciudades son el lugar donde los problemas sociales y económicos se manifiestan de forma más clara y tangible. De hecho, buena parte de los grandes retos contemporáneos a los que debemos enfrentarnos como sociedad, como la pobreza, la desigualdad entre hombres y mujeres o la lucha contra el cambio climático, se manifiestan de forma directa en el entorno urbano. Bolsas de pobreza y exclusión que se localizan en determinados barrios, soledad y aislamiento entre jóvenes y mayores, problemas de turistificación, inseguridad de las mujeres en las calles, deficiente calidad del aire… Estos y otros problemas, tarde o temprano, acaban afectando a todo el mundo.

Flexibilizar el tiempo de trabajo

Centrándonos en el ámbito del trabajo, las cosas no son muy distintas. La precariedad laboral, no solo entendida en términos de salarios bajos, sino también de creciente fragmentación, extensión e imprevisibilidad de los horarios laborales, se concentra de forma muy mayoritaria en las ciudades. Un ejemplo paradigmático es la denominada economía de plataformas y la extensión de los horarios comerciales en el sector servicios. De la misma forma que la coordinación de los horarios laborales resultaba crucial durante la era industrial, el modelo productivo que predomina hoy en día en las ciudades se caracteriza por una necesidad imperiosa de intensificar y flexibilizar el tiempo de trabajo lo máximo posible. Las dinámicas competitivas globales, a las que las ciudades están particularmente expuestas, implican una búsqueda incesante del beneficio, una disponibilidad laboral permanente y una creciente mercantilización del espacio público. Estas lógicas han conducido de forma muy evidente al deterioro de la calidad de vida de una parte importante de la población.

Sin embargo, las ciudades son también, por su propia naturaleza, espacios enormemente diversos y complejos. Efectivamente, concentran a menudo las ocupaciones más precarias, pero al mismo tiempo suelen ofrecer las mejores oportunidades laborales y los puestos de trabajo mejor remunerados. Los sectores productivos más dinámicos, innovadores y competitivos suelen estar ubicados en espacios urbanos. Similarmente, los trabajadores más cualificados y creativos, aquellos a los que el urbanista y economista Richard Florida se refiere como “clase creativa”, también suelen ubicar su residencia en las ciudades. Nos encontramos así ante un panorama de contrastes, especialmente en materia de organización del tiempo de trabajo. Mientras que a los trabajadores más precarios se les ofrecen horas de trabajo que a menudo resultan insuficientes para obtener un salario digno (mujeres que trabajan a tiempo parcial de forma involuntaria, trabajadores de plataformas, etc.), estas “clases creativas” sufren a menudo el problema contrario: una extensión del trabajo que les dificulta la conciliación y les perjudica la salud física y mental.

Es precisamente en este contexto, en segmentos productivos y empleos laborales altamente calificados, donde algunos discípulos contemporáneos de Henry Ford han empezado a experimentar con iniciativas de reducción del tiempo de trabajo, como la jornada laboral de cuatro días. No se trata de una idea nueva, aunque pueda parecerlo. La posibilidad de compactar la jornada laboral en cuatro días ya fue tendencia en Estados Unidos durante las décadas de los setenta y ochenta. Se presentaba como una práctica empresarial innovadora que permitiría incrementar la productividad y conseguir importantes ahorros en materia de costes energéticos. Cabe decir que la propuesta que entonces se planteaba no implicaba una reducción efectiva de las horas trabajadas, sino solo la compactación de las mismas horas en menos días. Nos encontrábamos, pues, en esencia, frente a una iniciativa dirigida a intensificar el trabajo y a incrementar el beneficio empresarial. Sin embargo, la propuesta empezó a mutar a partir de los años ochenta y noventa, cuando surgieron nuevos enfoques teóricos que argumentaban los eventuales beneficios de una reducción del tiempo de trabajo desde una perspectiva ecologista o feminista.[1]

Así, en las últimas décadas, la reducción del tiempo de trabajo pasará de ser vista como un objetivo en sí mismo a considerarse como un instrumento potencialmente útil para afrontar diversas problemáticas sociales, económicas y ambientales. La evidencia empírica que tenemos a nuestro alcance, especialmente la generada en los últimos años, avala estas potencialidades. Las pruebas piloto de la semana laboral de cuatro días que han tenido lugar en todo el mundo han mostrado la capacidad de esta medida para incrementar la productividad, mejorar la satisfacción con el trabajo, reducir el estrés y el síndrome del trabajador quemado, así como posibilitar una distribución más equitativa de las tareas domésticas y promover patrones de movilidad y consumo más sostenibles. Todas estas cuestiones se encuentran vinculadas directamente con muchos de los grandes retos a los que deben enfrentarse las ciudades en la actualidad.

Una ciudad más diversa y comprometida

La urbanista estadounidense Jane Jacobs, autora de la influyente Muerte y vida de las grandes ciudades, es una pensadora imprescindible para todos aquellos que aspiran a comprender la ciudad de una forma más humana y transdisciplinaria. Jacobs argumentaba que la vitalidad de las ciudades dependía directamente de su grado de diversidad. La existencia de barrios y calles con usos diversos y con personas de distintas procedencias enriquece la vida en la ciudad. Según Jacobs, tener “ojos en la calle”, es decir, a personas que miran por la ventana, que pasean, que usan los espacios públicos, que desarrollan iniciativas comunitarias, genera seguridad e incrementa el potencial de interacción social, lo que, al fin y al cabo, se traduce en mejor calidad de vida y mayor actividad económica. En este sentido, una semana laboral más corta ofrece oportunidades para tener una vida más activa y comprometida con la comunidad, que mitigue el crecimiento exponencial de los problemas de salud mental y soledad en la ciudad.

Una ciudad más dinámica y creativa

Uno de los motivos principales por los que muchas empresas han decidido explorar la semana laboral reducida es la necesidad de atraer y retener el talento altamente cualificado, que resulta crucial en un contexto en el que el conocimiento y la innovación son los principales vectores que impulsan el crecimiento económico moderno. Una jornada laboral más corta puede mejorar la calidad de vida en la ciudad y hacerla más atractiva, especialmente para los profesionales más cualificados. Además, la reducción del tiempo de trabajo posibilitaría que los trabajadores disfrutaran de más tiempo libre, que se pudieran emplear para desarrollar actividades sociales, culturales y de carácter creativo que ampliaran su conocimiento y sus experiencias. Todo ello permitiría incrementar el dinamismo económico de las ciudades y su capacidad de atracción de talento.

Una ciudad más lenta y sostenible

La consecuencia más directa y visible de una semana laboral de cuatro días en la ciudad, si atendemos a la evidencia de la que disponemos, es la reducción de la intensidad del tráfico. Un buen ejemplo es la prueba piloto que se desarrolló en la ciudad de Valencia durante el mes de abril de 2023. La ciudad, debido a la coincidencia de festivos y al traslado de una festividad local, tuvo un mes completo de semanas laborales de cuatro días, lo que fue objeto de evaluación.[2]Uno de los resultados más llamativos fue una reducción del 58% de la contaminación atmosférica, medida a través del dióxido de nitrógeno. Es evidente, pues, que la reducción del tiempo de trabajo, así como la introducción de nuevas modalidades de trabajo híbridas, presentan potencialidades para reducir la movilidad motorizada en la ciudad y promover estilos de vida más sostenibles. Ir a pie al trabajo, comprar en las tiendas del barrio o preparar la propia comida son actividades que requieren tiempo, así que necesitamos más tiempo libre si queremos fomentarlas. Del mismo modo, no hay que olvidar, como nos recuerda la socióloga urbana Saskia Sassen, que una ciudad sostenible no solo debe cuidar el medio ambiente, sino que también debe promover la inclusión y la diversidad. Por eso es imprescindible avanzar hacia una distribución más justa y equitativa del tiempo de trabajo, así como abordar una revisión profunda del diseño de las ciudades, de su modelo productivo y de las políticas públicas urbanas, que sitúe a las personas y su bienestar en el centro de todas las decisiones.

 

Referencias bibliográficas

Florida, R. Las ciudades creativas. Ediciones Paidós, 2009

Gomes, P. ¡Por fin es jueves!: Por qué la semana laboral de 4 días impulsará la economía y mejorará nuestra vida. RBA Libros, 2024

Jacobs, J. Muerte y vida de las grandes ciudades. Ediciones Península, 1967

 

[1] Una buena síntesis de este proceso de transformación de las teorías sobre la organización del tiempo de trabajo se puede encontrar en Capitalism and the Political Economy of Work Time, de Christoph Hermann. Routledge, 2014.

[2] El informe íntegro de evaluación elaborado por el centro de innovación Las Naves del Ayuntamiento de Valencia se puede consultar en: via.bcn/qiJs50RFrkS


 

 

PUBLICACIONES RECOMENDADAS

  • Cuatro días. Trabajar menos para vivir en un mundo mejorBarlin Libros, 2023

El boletín

Suscríbete a nuestro boletín para estar informado de las novedades de Barcelona Metròpolis