Barcelona: la Historia cansada

Simón es una novela realista, sobre Barcelona, con un componente de novela de aventuras y unos elementos de crítica moderada. Simón empieza como Pimpinela Escarlata y termina como Fouché, en un charco de antiheroismo. En esta Historia cansada vivimos. Y Miqui Otero la ha contado de maravilla.

Lo primero que quiero decir, como escritor catalán, es que Simón da un poquito de envidia. Es una novela realista, sobre Barcelona, con un componente de novela de aventuras y unos elementos de crítica moderada. Es una novela que, por un lado, enlaza con La ciudad de los prodigios de Mendoza, porque no tiene ningún problema a la hora de tratar los grandes momentos de la ciudad (los Juegos Olímpicos, los atentados de la Rambla o el referéndum del 1-O) y, por otro lado, con las novelas de Casavella. Miqui Otero cita, en los agradecimientos finales, Un enano español se suicida en Las Vegas. Pero Simón tiene un aire indiscutible a El día del Watusi e, incluso, a El triunfo, novelas de desaparecidos míticos. Lo que quiero decir es que la novela realista en castellano en Barcelona tiene una base sólida que yo, por desconocimiento o por ingenuidad, relaciono con Baroja, que es uno de los referentes de Mendoza y que aparece en el epígrafe inicial de Simón: Zalacaín el aventurero. De modo que una misma fuente, cada tantos años, va generando novelas nuevas, con mezclas diferentes, pero con un mismo espíritu. Y que se trata, además, de novelas ambiciosas que encuentran a sus lectores. Simón ha tenido éxito y ha estirado, merecidamente, las otras novelas de Miqui Otero. Ya me gustaría a mí que a nosotros nos pasara algo parecido, por ejemplo, con Narcís Oller.

Esta parte panorámica sobre Barcelona no me parece la más interesante. Es jodido hablar de los Juegos Olímpicos en una novela. Quien lo logró fue Núria Cadenes en Secundaris, con la acertada estrategia de no hablar de ello. Como la protagonista estaba en la cárcel, no pudo vivirlo. Y también Picadura de Barcelona de Adrià Pujol, que refleja el ambiente de la ciudad cuando el narrador llega inmediatamente después de los Juegos. Otero utiliza dos estrategias: la del que no sabe nada y la del que siente ese ruido de fondo que no le interesa. Pero como la novela también cuenta con algunas perlitas cómicas, Simón se medio inventa que una de las chicas, Estela, participa en la coreografía y se tropieza.

Si en la novela no se hablara de los Juegos, de los atentados de la Rambla o del referéndum del 1-O, seguramente no pasaría nada. Porque el acierto de Simón son sus ambientes y sus personajes. Especialmente, el ambiente del bar gallego, con los taxistas y la clienta que trabaja en El Molino, y el chico que viste con camisetas y anoraks de propaganda. Es como si estuvieras allí. Y no te parece raro que el personaje de Rico, después de una noche destructiva, se ponga a pelar patatas en un perol y que las patatas peladas sobrantes se vuelvan negras, igual que su desesperación. Está muy bien la idea de los personajes que tienen la psicología de figuras de juegos de rol. La novela plantea unas interesantes traslaciones entre el mundo de la aventura de los libros que lee el protagonista y el mundo contemporáneo. Simón es un Barry Lyndon que, en lugar de enrolarse en el ejército, entra a trabajar en un restaurante de estrella Michelin. No era fácil que saliera bien y tiene mucha gracia, con Sid, el excantante punk que controla ahora el restaurante. ¡De nuevo, los roles! Simón es un gran personaje: inocente, reservado, demasiado listo, resignado, con la sensación de que tiene que estar pendiente de todo y cuidar a todo el mundo.

La novela tiene un anticlímax violento, cuando la ascensión del chico se ve truncada. Y una parte que, en mi opinión, sobra: cuando los personajes se mandan correos electrónicos. Ya entiendo que, en el juego de referencias a las novelas del mercado de Sant Antoni que lee Simón, esta parte actualiza la novela epistolar de otras épocas. Pero todavía hoy sigo sin encontrar un libro en el que los correos electrónicos tengan ritmo e interés literario. Puede que haya alguno y que no lo conozca. El anticlímax lo resuelve bien, pero la novela se atasca un poco y pierde brillo. Llega un momento en el que el autor, el lector y los personajes se conocen demasiado. Simón empieza como Pimpinela Escarlata y termina como Fouché, en un charco de antiheroismo. Siempre hay ideas brillantes: cuando Estela dice que la crisis es un líquido de contraste que visibiliza los males del sistema. “Cuando era adolescente, Simón siempre se había extrañado de por qué en sus libros la Historia con mayúscula conspiraba una y otra vez para ponerse a los pies de determinados personajes y convertirlos en héroes, si en la suya, en su propia historia, la Historia parecía cansada.” En esta Historia cansada vivimos. Y Miqui Otero la ha contado de maravilla.

Simón

Miqui Otero

Blackie Books, 448 paginas

Barcelona, 2020

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