Alessandro Baricco: El virus y el ‘Game’
- En tránsito
- Mayo 20
- 9 mins
La primera conversación internacional sobre el coronavirus se realiza, como no podía ser de otra forma, virtualmente. Alessandro Baricco nos explica que el dinamismo de las verdades es hoy más importante que su exactitud, y que en este contexto el virus, tanto informático como biológico, surfea a una velocidad ultrasónica.
Hoy es lunes, 16 de marzo, y el sello italiano Ponte alle Grazie acaba de publicar Virus, de Slavoj Žižek, un diario sobre las mutaciones que provoca la crisis que es, en sí mismo, un libro mutante. El ebook va a ir creciendo día a día y quien lo compre se podrá ir descargando gratis sus sucesivas actualizaciones. No me extraña que se publique en Italia el primer libro en un idioma occidental sobre la pandemia, no solo porque su sistema editorial es particularmente veloz, sino porque ese país extraño —que aúna como ningún otro espíritu clásico y picaresca atemporal, ilustración y catolicismo— se ha convertido, para el resto de países europeos y americanos, en nuestro inminente futuro. De modo que mi conversación de hoy con Alessandro Baricco es una conversación con el pasado mañana.
Como ha ocurrido con todo durante las últimas semanas, esta entrevista en público ha pasado por varias fases, y muchas de ellas han durado apenas unas horas. Estaba anunciada desde hacía meses como una actividad del Centre de Cultura Contemporánea. Habíamos quedado una hora antes para conocernos en persona y, para después de la conversación, teníamos una reserva en un restaurante cercano. Pero la semana pasada empezó a parecer difícil que Baricco viniera desde Turín porque habían comenzado los confinamientos por la COVID-19 en algunas regiones del norte de Italia. Cuando ya tuvimos claro que no vendría, todavía nos planteamos hacer el acto por Skype y con público. Después se cancelaron los vuelos con Italia. Se cerraron los colegios y los centros culturales. Decidimos que iría yo al CCCB y que grabaríamos allí no sólo la entrevista, sino también el espacio vacío como un raro y —a su manera— elocuente documento. Pero entonces comenzó el encierro y el consiguiente teletrabajo. Al final, hicimos pruebas para que la conversación fuera a distancia, y así ha empezado un chat múltiple que nos permitirá asegurarnos de que la grabación se ha realizado correctamente para el falso directo de esta tarde.
Baricco aparece en mi pantalla despeinado y con una gran botella de agua en la mano; la deja fuera de campo, se sienta y comienza a tocar acordes clásicos en un teclado. Después de saludarnos, no le pregunto si lo que está tocando es el teclado de un órgano o de un piano, si lo estoy viendo a través de una cámara de ordenador o de su teléfono móvil: prefiero saber si está viendo ZeroZeroZero, la nueva adaptación de un libro de Roberto Saviano. “No veo series”, me responde para mi sorpresa, porque Los bárbaros y The Game son dos ensayos que explican la esencia de las redes sociales, los videojuegos, las series de televisión, los discursos y las interfaces estrictamente contemporáneos. Me dice que sí vio algunos capítulos de Gomorra, que le parecieron buenísimos, pero que él en realidad es un lector clásico, del novecento, aunque esté tremendamente interesado en el siglo XXI.
Afirma Baricco que “la democracia en estos momentos funciona como un sistema de emergencia, es la ambulancia”.
El técnico del CCCB cuenta de diez a cero y empieza a grabar. Comienzo presentando a Baricco, afirmando que nos encontramos en un contexto histórico terrible y, no obstante, fascinante en el que el concepto de lo viral ha regresado al campo que le corresponde, el de la biología, aunque —como esta conversación— no se entienda sin el de las pantallas. Me da la razón: ”Para la mente del intelectual, lo que está ocurriendo, pese a la pena, es una fiesta, porque todo lo que ves está cambiando el mundo”. Y a continuación utiliza una metáfora muy propia de Paul Virilio: “Hemos tenido un accidente de coche, un accidente de coche global, los implicados somos todos, todavía estamos tratando de sacar a los muertos y a los heridos del amasijo de hierro en que ha quedado reducido el monstruoso vehículo en el que viajábamos, luego empezaremos a preguntarnos cómo fue que ocurrió, si pudimos evitarlo, si habrá una próxima vez”. Extiende la metáfora: “La democracia en estos momentos funciona como un sistema de emergencia, es la ambulancia; de ahí la confianza que de repente le tenemos, venimos de años de crisis profunda de confianza en la clase política y científica, y de pronto es lo único que tenemos. Y esto está siendo solo un ensayo general. Pasaremos los próximos 50 años así. El planeta se está acabando”. Si la Guerra Civil española fue el prólogo de la Segunda Guerra Mundial, el coronavirus —simultáneo a un invierno inusitadamente cálido o a los incendios australianos— es la introducción a la radicalización del nuevo orden climático. O del desorden medioambiental, cada vez más caos.
Experiencia del límite
No tiene sentido que esta crónica sea un resumen completo de la conversación porque el vídeo estará colgado en la web del CCCB cuando alguien lea estas líneas: hablamos sobre su obra, que desde Seda crea estructuras más propias de internet que de la tradición literaria; de su admiración por autores como Emmanuel Carrère o Javier Cercas, porque el modo en que diseñan sus libros roza según él la perfección; del concepto “obra maestra”, que según Baricco ha dejado de tener sentido porque todos buscamos ya series, constelaciones, no artefactos únicos, esféricos; de la librería que abrió hace veinte años en Turín que sólo vendía veintiocho libros, escogidos con mimo y recomendados por otros tanto grandes lectores (en audios que los clientes podían escuchar, mucho antes de que se pusieran de moda los pódcast); o de la Scuola Holden, el centro de enseñanza de escritura y humanidades, clásicas y sobre todo digitales, que lidera en Turín. Lo que sí tiene sentido es dejar aquí un testimonio de la que muy probablemente haya sido la primera conversación internacional sobre el coronavirus, cuando estábamos todavía en las primeras semanas de la crisis. Porque esta experiencia del límite exige registro, autocrítica y recuerdo.
© Curro Palacios Taberner
Entre Seda y The Game, a través de Los bárbaros y muchos otros de los libros de Baricco, hay un hilo conductor que cohesiona la obra: el del viaje. En todos sus textos hay un alto grado de movimiento y de inquietud. En el capítulo sobre Google de Los bárbaros leemos: “Es como si el Sentido, que durante siglos estuvo unido a un ideal de permanencia, sólida y completa, se hubiera marchado a buscar un hábitat distinto, disolviéndose en una forma que es más bien movimiento, larga estructura, viaje. Preguntarse qué es algo significa preguntarse qué camino ha recorrido fuera de sí mismo”. Buscando la nueva lógica de los buscadores, intentando comprender cómo han alterado las formas en que nos informamos, aprendemos, conocemos, casi reescribe Ítaca, el poema de Cavafis. Ya no importa la pregunta y su respuesta, el problema y su resolución: se impone ahora la ruta de vínculos, desvíos, encuentros, hallazgos, distracciones, descubrimientos.
Le pregunto si buscaremos en el siglo XX las claves para entender qué está pasando. Si los supervivientes de la Segunda Guerra Mundial y del exterminio nazi o los filósofos y los críticos culturales que analizaron la guerra de Vietnam o la caída del Muro de Berlín nos ayudarán a comprender la pandemia y sus cambios probablemente radicales. Sé que en The Game afirma que los informáticos, los inventores, los programadores, los profetas de Silicon Valley crearon el nuevo paradigma en que vivimos como una forma de rechazo más o menos consciente de los valores que defendieron los pensadores y los escritores del canon, como la profundidad o la memoria. Por eso no me extraña que me responda: “No, no, todo lo que está pasando es típico del Game”. Tanto lo malo como lo bueno: gracias a los dispositivos, a las herramientas o a las redes sociales se conciencia más rápidamente, se salvan muchas vidas.
El virus se ha deslizado como ningún otro por la membrana pixelada y por las autopistas de la globalización, por las plataformas y por los aeropuertos, por las redes sociales y por el turismo.
“Lo que seguramente ha pasado en el Game, debido a su baja densidad, es que el dinamismo de las verdades se ha hecho más importante que la exactitud. En términos elementales: vale más una verdad inexacta, pero con un diseño adecuado para cruzar el Game, que una verdad exacta pero lenta en su movimiento e incapaz de desasirse del punto en el que ha nacido”, escribe Baricco en su libro, donde habla del diseño del storytelling en el siglo xxi como de una ingeniería que debe ser aerodinámica para captar atención en el nuevo ecosistema. El virus se ha deslizado como ningún otro por la membrana pixelada y por las autopistas de la globalización, por las plataformas y por los aeropuertos, por las redes sociales y por el turismo. Y su velocidad ultrasónica se ha debido precisamente a su baja densidad, a su capacidad de surfear, impreciso, desconocido. Aunque tengamos su mapa genético, todavía no lo conocemos bien. Los síntomas que causa son variables. Casi la mitad de los test que se hacen dan negativo, aunque el virus sí haya inoculado esos cuerpos. Ni siquiera su nombre se ajusta a la verdad: lo llamamos coronavirus, pero el patógeno en realidad ni siquiera se llama COVID-19, sino SARS-CoV-2. Durante demasiadas semanas dijimos que era una gripe. Ahora se convertido en sinónimo de otra palabra: guerra. Es esquivo, aerodinámico, posverdadero. Una criatura con una genética muy anterior a la palabra “virus” o a su etimología griega (toxina, veneno). Un campeón de la evolución y de la adaptación que se propaga con igual facilidad por las pieles humanas que por las superficies del Game.
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N115 - Mayo 20 Índice
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