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Rocío Molina: "Dentro del cuerpo están todas las palabras"
Por Andreu Gomila
Después de volver a la esencia con 'Trilogía sobre la guitarra', que la ha situado entre las mejores bailarinas y coreógrafas del momento en Europa, Rocío Molina ha creado un gran espectáculo con 'Carnación', estrenado a la Bienal de Danza de Venecia y que llegará a Barcelona en el Grec 2023 después de pasar por el Teatro Español de Madrid y la Bienal de Flamenco de Sevilla. La nueva pieza de la malagueña supone su primer encuentro con el Niño de Elche, un choque de iconoclastias flamencas que ha aupado a ambos muy arriba.
Ahora que puedes mirarlo desde la distancia, ¿qué has recuperado con la 'Trilogía de la guitarra'?
La 'Trilogía' ha sido un aprendizaje a través de un camino duro, desde la oscuridad. He aprendido muchas cosas. En primer lugar, recuperé la ilusión de una manera muy esencial, como si fuera una niña. Y conseguí relacionarme de otra manera con el deseo.
Sufriste una crisis, ¿verdad?
Decirlo queda bien, pero pasar por ello es otra cosa. Ese fue el camino: desde un cuerpo al que le costaba moverse, que quería desaparecer, desvanecerse para que brotara otro nuevo. En un momento determinado, tuve que asumir una productividad muy elevada y quería destruirlo todo. Me había metido en una inercia imparable. Y tenía que parar.
¿Qué hay en 'Carnación' de ese proceso de depuración de la 'Trilogía'?
Desde el deseo, entendido no como un lugar de culpa, llego a entenderme con la naturaleza, a hacer un pacto. Y me dejo llevar como artista. En 'Carnación' descubro los cuidados a través de la escucha, de seguir tu alma. Me he llegado a entender más.
"He leído mucho sobre el deseo y, cuánto más leía, menos sabía. A veces, es difícil poner palabras a lo que estás haciendo"
¿Es un espectáculo más depurado?
Es más depurado porque el agua ya bajaba más ligera y limpia. Y quería compartir lo que había aprendido con la gente en quien confío. Esa es la obra de arte real, no lo que aparece en escena, sino el equipo al que da lugar. Hemos compartido un espacio de curación, de cuidado para construir una obra dura, potente, compleja.
¿Hasta qué punto es importante el equipo cuando creas un espectáculo?
Es muy importante. Se debería hablar del arte de formar un equipo. Para mí, no son artistas a los que pido una cosa u otra, sino que necesito que estén, que hagan suyo el proyecto. Todo surge de manera muy humana, de la necesidad de reunirte con gente, de encontrarte, de intercambiar ideas. Así ha sido, en este caso, con el Niño de Elche o con Juan Cruz. O con Carlos Marquerie, con quien hace años que colaboro.
Dices que intentas hacer visible lo invisible.
Lo más difícil es hablar de todo aquello que cuesta nombrar. Mucha gente, por ejemplo, habla del tiempo, pero casi nadie sabe qué es el tiempo. Yo misma he leído mucho sobre el deseo y, cuánto más leía, menos sabía. A veces, es difícil poner palabras a lo que estás haciendo, sobre todo cuando tiene que ver con el espacio místico, espiritual. Y más cuando tienes en cuenta que, si hablas del deseo, todo el imaginario que tienes alrededor es muy violento.
¿La danza no sirve para decir lo que no puede decirse?
Dentro del cuerpo están todas las palabras.
"Trabajo desde la fragilidad, no desde la fuerza. Saco la fuerza bajando los brazos, pero con pasión"
¿Cómo es que no habías trabajado nunca con el Niño de Elche?
Lo invité a mi estudio y fue una explosión. Ha sido un trabajo precioso, muy dulce, con una persona muy valiente. Ahora somos como dos vigas que se aguantan la una a la otra. Nos hemos acabado encontrando de manera irremediable.
¿De dónde sacas la fuerza para bailar?
Ahora, de hecho, trabajo desde la fragilidad, no desde la fuerza. Saco la fuerza bajando los brazos, pero con pasión, con el recuerdo del cuerpo tal como es.
¿Por qué bailas?
Si no bailara, enloquecería todavía más. Necesito mi cuerpo. He bailado toda la vida. Eso es lo que me provocó el vértigo hace unos años. Hasta que entendí la naturaleza de mi cuerpo, de mi persona, de mí.
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