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Nueva York y el teatro: la capital del capital

Mié 27/11/2024 | 13:15 H

Por Iván Morales. Dramaturgo y director de escena

Llego de noche a Manhattan, un 11 de septiembre, con una maleta vieja demasiado cargada pero resistente, decorada con un "PRISA MATA" que pinté con espray de manera torpe hace años para que no me la volvieran a robar como me había ocurrido alguna vez. En el metro, un trabajador agotado vuelve del trabajo y nos regala al resto de usuarios una selección de baladas románticas (de George Michael a Michael Bolton). La gente parece agradecer esta banda sonora hortera y melancólica. Bajo en la 2.ª avenida, nocturna y gigante, hasta llegar a La MaMa Experimental Theatre Club, el teatro del off-off Broadway fundado por Ellen Stewart en los años sesenta, el único de aquella época que todavía sigue en activo, el que será mi refugio esta primera noche. Allí me espera Eugene Pooh, actor y performer, una especie de Puck musculoso vestido con colorines y siempre alegre que, a pesar de no tener domicilio fijo en la ciudad, ejerce, con la intensa ligereza de un bailarín borracho, de príncipe de Nueva York. Él será mi cicerone durante el mes que pasaré en esta ciudad. He venido aquí para buscar textos teatrales, escribir, reconectar con una ciudad que fue muy importante en mis años formativos de la adolescencia, pasar tiempo de calidad con mi hermana, que ya lleva un tiempo viviendo aquí, y esencialmente coger distancia después de uno de los cursos más intensos que he vivido nunca, del que todavía arrastro una pesada resaca emocional, que ha exacerbado mis neurosis, con las inseguridades y ansiedades sociales que normalmente me acompañan con el volumen a 11.

La primera noche duermo en las literas de La MaMa, las mismas paredes que vieron nacer a artistas como Sam Shepard, F. Murray Abraham o Harvey Fierstein. Y, por primera vez en mucho tiempo, me inunda la preciada y al mismo tiempo tan reconocible sensación de que todo es posible. La noche siguiente Eugene me lleva al teatro de una iglesia cerca de Times Square, donde una amiga suya trans hace una performance. Antes de entrar fumamos un poco de hierba. Cuando le pregunto a mi colega qué le ha parecido la pieza, comparte conmigo su filosofía: “Mientras vaya un poco colocado y vea gente haciendo cosas interesantes, soy feliz.” Dicho esto, nos colamos por la iglesia, cerrada, a oscuras, y disfrutamos del silencio. A pocos metros de allí, el vientre de la bestia, Times Square, un mar de pantallas led gigantes deslumbrándonos con su propaganda, tragándose cualquier espacio para la duda, alabando a su Dios supremo, el Capitalismo, por boca de su profeta, el Espectáculo.

Cuando era adolescente, hace tres décadas, pasaba por aquí cada mañana de camino a mi instituto público. Pero entonces los cines porno, las prostitutas y los locos ocupaban el espacio que luego colonizó la Disney Corporation

Cuando era adolescente, hace tres décadas, pasaba por aquí cada mañana de camino a mi instituto público. Pero entonces los cines porno, las prostitutas y los locos ocupaban el espacio que luego colonizó la Disney Corporation. En clase, yo intentaba sin éxito aprender a tocar el piano mientras miraba enamorado a mi crush, una chica preciosa, de nombre Alicia Augello Cook, que me ignoraba. Una pantalla gigante anuncia el musical 'Hells Kitchen', creación de aquella antigua compañera de clase, ahora conocida mundialmente por el nombre de Alicia Keys.

Esa misma noche nos vamos de La MaMa y nos dirigimos al piso de un amigo de Eugene en Brooklyn, en Carroll Street, una zona residencial bastante acomodada donde por las tardes los niños blancos ocupan el parque acompañados de sus niñeras racializadas. Eugene es nómada, trabaja con la compañía italiana Motus y con La MaMa, así que vive principalmente entre Portugal, México, Inglaterra, Italia y EE. UU. Se niega a pagar el precio prohibitivo que cuesta el alquiler en Nueva York cuando está por aquí, aunque es su campamento base, así que va saltando entre apartamentos de amigos. Durante este mes yo le acompañaré en este tour domiciliario, intentando evitar los efectos de una gentrificación de la que, en cierto modo, también somos cómplices.

Los próximos días, mientras me dedico a escribir el tratamiento de mi segunda película (el trabajo que me subvenciona este viaje), subo a Broadway prácticamente a diario a ver obras de teatro que pueda trasladar a nuestros escenarios, proyectos que no sean tan difíciles de levantar y desarrollar como 'El día del Watusi', pero, evidentemente que me atrapen y me interpelen de alguna manera. Veo un par de obras que me interesan, las cuales no mencionaré aquí porque todavía no sé si podré acceder a los derechos cuando vuelva a Barcelona; pero sí puedo decir que, aunque me encuentro con textos impecables, escritos con envidiable inteligencia y solidez, que, además, dialogan con el presente de forma lúcida sin infantilizar al público, las puestas en escena y especialmente la dirección de actores (incluso cuando se trata de grandes nombres históricos de la escena) nunca abandonan las cadenas del realismo y la verosimilitud. Esta obsesión adolescente por la verdad que ya me harta en los escenarios de casa, en los EE. UU. es directamente dogma de fe. Strasberg hizo más daño que el tabaco. ¿Qué necesidad hay de ser creíble cuando puedes ser increíble?

Eso sí, sea como sea, ya se encargan de que no te distraigas porque aquí todo es entertainment. Antes de que empiece una obra de teatro con pretendida ambición intelectual ponen a toda hostia un tema de Pitbull para que no te duermas. Mi hermana y yo vamos a ver una grabación en directo del Daily Show de Jon Stewart, el late night de Comedy Central, famoso por sus posturas de "izquierdas", y mientras el presentador hace reír con sus chistes anti-Trump, los armarios empotrados que trabajan de seguridad (ellos también siempre racializados) te vigilan amenazantes, asegurándose de que no caes en la terrible transgresión de no reírte, de no entretenerte. En un momento dado me olvido de la regla de no mirar el móvil y siento un fuerte golpe en mi espalda: El chico que tengo sentado detrás, público del espectáculo como yo, me ha golpeado con mala leche. Y uno de los armarios empotrados corre hacia mí con ganas de destrucción en la mirada. En esta ciudad se respira una mezcla de solidaridad compartida, porque todo el mundo se está buscando la vida y entienden que tú también lo estás haciendo, con una violencia sociopática cotidiana que puede aparecer en cualquier momento en el que alguien considere que no estás siguiendo las reglas. Es como si se tuvieran que defender de cualquier disensión en el orden establecido, sea como sea, porque también los puede arrastrar a ellos.

Eugene me lleva a La MaMa un par de veces, a ver el Free Theatre de Bielorrusia y a Ivo Dimchev. Incluso este teatro más alternativo de la ciudad podría decirse que forma parte de lo que Mark Fisher llamó Realismo Capitalista

Mi cuerpo recuerda esta presión y entiendo lo agresiva que podía ser para mi yo adolescente. En cambio, mi hermana ha abrazado la fe neoliberal y considera que un entorno como este le ayuda a espabilarse y a tomar las riendas de su vida. Ella intenta hacerse un hueco como agente inmobiliaria, y me enseña pisos de 35.000 dólares de alquiler mensual, como una especie de palacio escondido en el Soho donde se rodó 'The Devil Wears' Prada, o me lleva a ver el edificio donde vive la hija de Bill Gates. Una colega de Madrid que trabaja en el Wall Street Journal me dice que “yo nunca había salido a correr, pero desde que estoy aquí lo hago cada día, para no volverme loca” y otro compañero teatrero que lleva años aquí no tiene ningún problema en explicarme que intenta hacer boxeo cada día porque si no por las noches se dedica a fumar crack. Por suerte, en el gimnasio de boxeo ha conocido a una chica que ahora es su pareja. Ella antes también calmaba su ansiedad con drogas duras. Ahora que están juntos, sus vicios cotidianos son la ternura y la marihuana (que aquí es legal y se encuentra en todas partes).

Eugene me lleva a La MaMa un par de veces, a ver el Free Theatre de Bielorrusia y a Ivo Dimchev. Incluso este teatro más alternativo de la ciudad podría decirse que forma parte de lo que Mark Fisher llamó Realismo Capitalista. El primer espectáculo es una obra de teatro documental donde se cuenta la historia de Katya Snytsina, la jugadora de baloncesto convertida en activista anti-Lukashenko, protagonizada por ella misma. Cuando la función termina, el teatro se convierte excepcionalmente en un plató donde una periodista de la PBS (que más bien parece de la Fox) entrevista a la protagonista, la directora Natalia Kaliada, y la autollamada presidenta electa de Bielorrusia, Sviatlana Pilipchuk. El mensaje es clarísimo y no da espacio al debate. El segundo es un concierto interactivo donde el polifacético artista búlgaro Ivo Dimchev nos pide al público que valoremos sus canciones, ya que tiene 20 y quiere descartar 10 para poder grabar un CD que le permita hacer realidad su sueño de ganar un Grammy.

Mi pareja, Natalia, viene a visitarme unos días y juntos nos instalamos en el que es mi tercer y último refugio del mes, un apartamento en Bed-Stuy (seguimos en Brooklyn) donde vive uno de los amigos de Eugene, un antiguo joyero de los Wu-Tang Clan que, cuando sabe que vengo de Barcelona, me pregunta si conozco personalmente a su viejo colega Mucho Muchacho. Por si no queda claro, este barrio es puro hiphop. A pocos pasos de aquí nacieron Old Dirty Bastard y Notorious B.I.G. De hecho, aquí se rodó mi película preferida de la adolescencia, 'Do the Right Thing', el primer guion de cine que compré y estudié, y Spike Lee tiene su productora/museo a unos pocos minutos a pie, un evidente lugar de peregrinación para mí.

Con Natalia nos dedicamos a hacer un tour por algunas de las salas de cine independientes más interesantes de la ciudad: el hipster Metrograph, donde parece que hagan casting de guapos antes de entrar; la sala de cine del MOMA, donde me trago unas cuantas películas demenciales de Johnnie To; o el histórico Anthology Film Archive (fundado, entre otros, por el gran Jonas Mekas). En un pase de 'Lancelot du Lac', de Bresson, en el Film Forum, Natalia se indigna por las risas del público en las escenas sangrientas. Natalia sale del cine escandalizada con lo que ella considera que es el mayor problema cultural de este país: la literalidad, asesina del matiz y de la metáfora.

En uno de los muchos viajes en metro que hacemos, Eugene me habla de todos sus amigos artistas que se han ido de la ciudad porque ya es imposible vivir

Con Natalia también disfruto de lo que quizás es el mejor espectáculo que he visto en este viaje, un concierto de la Sun Ra Arkestra en el S.O.B.'s, un local lo suficientemente pequeño como para poder bailar a un palmo de los músicos, vestidos como se espera de los reyes del afrofuturismo, como si justo acabaran de bajar de un OVNI. Uno de ellos, Marshall Allen, ya pasa de los 100 años. Son caóticos, demasiados músicos para el minúsculo escenario, la mesa de sonido parece fallar constantemente y no hay mucho público ocupando la sala, pero su energía es un tren que te arrolla. El escenario los alimenta de una felicidad contagiosa, de la que ellos son canal y amplificador. Hacía tiempo que no me sentía tan ligero. Si me llevo una lección teatral de este viaje por encima de ninguna otra, es la mezcla de rigor y libertad con la que estos genios del espacio exterior se entregan al acto performativo. Durante el tiempo que dura el concierto, no existe nada más, el ego se disipa y solo hay espacio para alimentar nuestro espíritu con la alegría esencial de su música.

En uno de los muchos viajes en metro que hacemos, Eugene me habla de todos sus amigos artistas que se han ido de la ciudad porque ya es imposible vivir. Aunque no lo parece, tiene 52 años y lleva aquí desde los veintipocos. Ha tenido tiempo de ver a muchos colegas rendirse en una ciudad tan inspiradora como cruel. “Cuando llevas tanto tiempo intentando sobrevivir con tu arte, lo más natural es que te acabes llenando de resentimiento”, me dice. “Puedes conseguir algunos de tus objetivos, y tener éxitos, pero incluso cuando es así lo haces desde una posición muy vulnerable, porque este es el lugar desde donde nace la creatividad.” Eugene pone mucha conciencia, en cada segundo, para mirar el mundo con alegría, y siempre responde a la violencia constante de la ciudad con una sonrisa.

Pronto tomaré un vuelo de regreso a Barcelona y, tarde o temprano, acabaré volviendo a hacer la ronda de siempre: esperar a que respondan a tus llamadas, buscar financiación y todo el laberinto ya conocido que es intentar levantar proyectos, tendré que entregar el texto que he venido a escribir y enfrentarme a la posibilidad de que no guste a los productores, controlar mis gastos e intentar ahorrar un poco de una vez, presentarme a becas y aceptar los noes cuando lleguen, que, a buen seguro, llegarán, y encontrarme en la desagradable situación de competir con otros compañeros para conseguir espacio en las programaciones de las próximas temporadas... Es decir, volveré a poner mi pasión al servicio de la incertidumbre y del juicio ajeno. Pero me hago la promesa, mientras veo sonreír a mi amigo Eugene, de no permitirme caer, pase lo que pase, en esta nueva etapa vital y creativa que empezaré, en la trampa más mezquina de todas: la trampa del resentimiento.

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