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Novela y teatro. Modos de ensanchar la escena
Por Andreu Gomila
La literatura siempre ha sido un reto mayúsculo para el teatro contemporáneo y a la vez un test de estrés que todas las grandes culturas, y los grandes directores, deben pasar. También es la mejor manera de ampliar la escena, de introducir textos nuevos lejos del canon (de los Shakespeare, Chejov, Ibsen y compañía) que ofrecen al director de escena más libertad estética a la hora del montaje final. La novela permite romper convenciones, dirigirse de otro modo al espectador, que el director y el dramaturgo puedan establecer una nueva relación. En Europa, se toman muy en serio la propia literatura. Aquí, antes más que ahora.
CASSIERS Y VAN HOVE
Hay dos directores continentales que han sobresalido a la hora de trasladar novelas a la escena: Guy Cassiers y Ivo van Hove. El primero se dedica exclusivamente a ello, con especial interés hacia los clásicos, sobre todo de la primera mitad del siglo XX, pero con incursiones muy interesantes en lo contemporáneo. Han pasado por sus manos, entre otros, 'Mephisto' de Klaus Mann, 'Orlando', de Virginia Woolf, 'Las benévolas' de Jonathan Littell, 'El hombre sin atributos', de Robert Musil, y 'La nieta del señor Lihn ', de Philippe Claudel, que vimos en diciembre en el Lliure. El flamenco es la prueba viviente de que no se necesitan grandes artefactos escénicos para trasladar al teatro una gran novela, que todo depende del punto de vista y de la mirada que quiera ofrecer el director. Él siempre va al fondo de la cuestión a partir de la belleza.
Casi en las antípodas, Van Hove juega a la grandilocuencia. Prueba de ello son las adaptaciones que hemos podido ver en el Grec, como 'La fuente', novela de Ayn Rand, y 'La fuerza oculta', de Louis Couperus. Obras totales que ponen en duda nuestro mundo: la primera, oda al capitalismo salvaje; la segunda, jaque mate al colonialismo. El año pasado dio un paso en otra dirección con la adaptación del 'best seller' de Hanya Yanagihara 'Tan poca vida', "un descenso destructivo hacia zonas de puro dolor, pura soledad, pura impotencia, pura amistad", según las palabras del director holandés. Van Hove es el claro ejemplo del artista que utiliza la literatura para ampliar la escena, para adoptar un discurso contemporáneo que seguramente no encuentra en el teatro actual.
RIGOLA, GOSSELIN Y BIEITO
No en vano, Àlex Rigola, el director catalán que más se ha atrevido con la novela, me decía, a raíz del estreno de su versión de 'Incierta gloria', que iba a buscar en la literatura cosas que no encuentra en el teatro, además de abrirse nuevos caminos: "No puedo esperar que toda la escritura teatral me dé lo mismo que la novela. Sin menospreciar a nadie, son diferentes, pero con la novela encuentro elementos que me hacen sentir cómodo". Aparte de la novela de Sales, Rigola ha adaptado 'El proceso', de Franz Kafka y '2666', de Roberto Bolaño (dos veces, en el Lliure y en la Schaubühne de Berlín). De hecho, la obra magna del chileno es uno de los textos más codiciados por los directores contemporáneos, a pesar de los obstáculos que pone su agente: en los últimos años, además de Rigola, la han llevado a escena Robert Falls en Chicago y Julien Gosselin en Francia.
Gosselin es ahora mismo quien sigue más de cerca los pasos de Cassiers como gran versionador de novelas. Se dio a conocer en 2013 con la adaptación de 'Las partículas elementales', de Michel Houellebecq, y desde entonces no ha parado. Ahora mismo está metido de lleno en el universo del narrador estadounidense Don DeLillo, de quien presentó en el festival de Avignon pasado la trilogía 'Jugadores', 'Mao II' y 'Los nombres' y ahora, en marzo, estrena 'El hombre del salto' en Amsterdam. Teatro discursivo, el suyo, exactamente una transposición de la vida llevada a escena.
Pero el primero que convirtió en teatro este tótem de la literatura contemporánea que es Houellebecq fue Calixto Bieito, con la versión de 'Plataforma', estrenada en el Festival de Edimburgo de 2006 con producción del Romea. Nadie mejor que el francés para adaptarse al lenguaje del director catalán de entonces. El último intento de Bieito con la narrativa es 'Obabakoak' (2017), de Bernardo Atxaga. Antes, también se había adentrado en el universo de Joanot Martorell en 'Tirante el Blanco' (2007) y el de Poe en 'Desaparecer' (2011), además de construir espectáculos propios con la literatura como fuente principal, como 'Voices' (2011) o 'Forests' (2012).
HADDON, ANGOT, RODOREDA...
La literatura contemporánea es, como hemos visto, lo que más se lleva en el teatro europeo. Seguramente, el éxito más rotundo de los últimos tiempos es 'El curioso incidente del perro a medianoche', de Mark Haddon, que se está haciendo en todo el continente y que aquí vimos en la magnífica versión de Julio Manrique en el Lliure. Estos días, en el mismo teatro, nos ha llegado 'Un amor imposible', de la francesa Christine Angot. Y hace unos meses, pudimos ver en Temporada Alta 'Historia de violencia', del también francés Edouard Louis, llevada a escena por Thomas Ostermeier.
En Cataluña, hace muchos años que se realizan aportaciones locales interesantes al respecto. 'Incierta gloria' fue la última tras un principio del siglo XXI donde subieron a escena 'Espejo roto' y 'La plaza del Diamante', de Mercè Rodoreda, 'Pedra de tartera', de Maria Barbal, 'El cuaderno gris', de Josep Pla, 'Vida privada', de Josep Maria de Sagarra, etc. Estas dos últimas, por cierto, dirigidas por Xavier Albertí, otro gran transformador de literatura en teatro, no solo de novelas, sino también de otros géneros. Ha versionado Pasolini en el memorable 'PPP' y a Verdaguer en 'Al cel', por ejemplo.
Hoy, sin embargo, parece que a los grandes teatros no les interesa mucho la literatura. En la temporada actual del Lliure, por ejemplo, aparte de 'Jane Eyre', que es una reposición, toda la literatura que habremos visto viene de fuera (las citadas 'Un amour imposible' y 'La nieta del señor Lihn') . Y en el Nacional, hemos visto el pequeño montaje de 'La niña gorda', de Santiago Rusiñol y veremos 'El dolor', de Marguerite Duras, que ya pisó Temporada Alta en 2008 en manos de Patrice Chéreau. En mayo, el Romea estrena 'La partida de ajedrez', de Stefan Zweig, con dirección de Iván Morales. Comparado con lo que pasa al norte de los Pirineos no es demasiado, sobre todo porque hay poco o nada de contemporáneo en nuestra cartelera.
Rigola me decía que para llevar una novela al teatro ésta debe tener elementos teatrales. Esto es lo que él busca. A otros, eso les importa poco. Si no, basta recordar la versión de 'El Maestro y Margarita', de Mijail Bulgakov, que nos plantó en los morros Simon McBurney en el Grec 2013. La que hizo el mismo director británico con 'La impaciencia del corazón', de Zweig, en el Grec 2017. O la interesante versión de Roger Julià del 'Ensayo sobre la lucidez', de José Saramago, en el Grec 2018.
Como asegura Cassiers, "la literatura y el teatro nos ofrecen maneras de explorar la monstruosidad sin hacernos daño ni hacer daño a los demás". Y añade: "Intento estimular los sentidos de los espectadores no mostrando lo que dicen las novelas sino diciendo lo que no se muestra".