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Bertrana, Sagarra ... La ruta de los paraísos
Por David Castillo. Escritor y periodista
Clarividente y experimentado, Josep Maria de Sagarra contó la historia de su tiempo como nadie, en poesía, teatro, narrativa y periodismo. Además, cada vez que abres sus libros, su literatura se agranda. Diría que lo hace tanto como el país se empequeñece. Defendiendo a Valle-Inclán, y a partir de unas anécdotas, Sagarra afirmó que “la gent més ase i més obtusa es troba entre els intel·lectuals planxats i suficients, que es pensen que el món ha començat amb llur insignificança i amb la piga que els ha sortit al nas”. Este lunar ya es más grande que la propia nariz. La demostración fehaciente es el nulo respeto por la tradición y las escasas relecturas que se hacen de nuestros escritores si no son para conmemorar un aniversario de la muerte, del nacimiento o de cuando lo operaron de fimosis.
En el caso de Aurora Bertrana pasa exactamente lo mismo. Menospreciada debido a su apellido, su obra ha sido defendida prácticamente de manera unívoca por las feministas. Aurora Bertrana es una de las escritoras más modernas y estimulantes del siglo XX, pionera de la literatura de viajes y versátil estilista. Mantuvo una mirada amplia sobre la realidad, que, a pesar de la miopía de los dirigentes de su partido, ERC, le permitió opinar sobre el manicomio en que estaban convirtiendo el país los comunistas soviéticos durante la guerra, la aniquilación del POUM y otras canalladas.
Tanto Bertrana como Sagarra viajaron a la Polinesia por motivos, sin embargo, diferentes. Bertrana iniciaría su aventura tahitiana a partir de 1926. Duraría tres años y le serviría para la gestación de 'Paradisos oceànics', reeditado este 2018 por Rata. Solo por las descripciones que hace del 'maraamú', "el temible y destructor viento del sur", ya vale la pena leerla. La frase breve, la claridad en la exposición y el amor por las criaturas de las islas ofrecen un retrato no supremacista –a pesar de llamarlos "inocentes bárbaros" en una alusión paternal–, a diferencia de gran parte de los viajeros, especialmente los anglosajones y los franceses. Por su parte, Josep Maria de Sagarra redactó 'La ruta blava' en 1937. Se había escapado de los pistoleros y de la guerra y viajó a los mares del sur como una forma proteica de renacimiento. Como todos sus comienzos de libro, el de 'La ruta blava' es fabuloso: "Després de tres mesos de París, Marsella m’ha deixat anar unes quantes gotes de llimona madura sobre la imaginació, una mica cansada de boira i fred". El itinerario y las observaciones, incorrectas para la mentalidad beata de hoy, son una ruta de aforismos y sentencias sobre la vida cotidiana. El estallido, sin embargo, es en el bungalow de Punauia donde escribe el libro. En las descripciones es un as: "Les tahitianes tenen una cosa adorable: la veu. Parlen baix, canten baix, sospiren. Tenen por que la calor els fongui les melodies sobre els llavis. Entre les mestisses, aquest to de veu encara guanya" .
Aurora Bertrana también se enamora de los habitantes de las islas. Cuando habla de los hijos de una conocida, nos dice: "Els veuríeu sans i bells com quatre àngels de Déu. El sol surt cada dia per a ells i a llur entorn; els llacs són blaus i transparents; els peixos, argentats; el rierol, frasejador i les planes, verdes i ombrejades”. La visión rescata el retrato de Noa Noa que hicieron Paul Gauguin y Charles Morice, cuando el pintor iba en busca del paraíso perdido y la poesía eran los rostros y los cuerpos de las princesas inmortalizadas. De hecho, todos estos artistas, como si fueran animistas, percibieron la comunión de los indígenas con la naturaleza, la belleza del paisaje y de las personas...
¿Cómo decirlo, sin embargo, con un lenguaje contaminado donde los occidentales habían hecho los planos del mundo y su mentalidad se había impuesto tanto como su búsqueda de oro y riquezas? Lejos quedaban los exploradores españoles que pasaron por estas islas antes que nadie. Lejos de cuando Álvaro de Mendaña y Pedro Fernández de Quirós consideraron el océano Pacífico un "lago español". La visión de Sagarra y de Bertrana, sin dejar de ser un resquicio a la piedad, consigue seducirnos. Su literatura nítida refleja la belleza de un universo completamente distinto al convulso de la Cataluña de los años veinte y treinta. En sus suculentas memorias, Bertrana asegura: "La meva idea dels polinesis, naturalment un poc superficial, era que havien arribat a un grau de civilització superior a la nostra, deixant de banda tot el que és ciència, mecànica, progrés material". Hace observaciones en comparativa entre el mundo colonial y el indígena: "Els tahitians simpatitzaven amb la doctrina de Crist. Moltes de les formes i fins i tot la base mateixa del cristianisme: sinceritat, tolerància, llibertat, amor... eren idèntiques a llur idiosincràsia racial, però els ritus i les pregàries no encaixaven. No per manca de convicció, sinó per excés de mandra. El polinesi era mandrós i sincer. Mentre la societat de Papeete formada per blancs i mestissos acudia als temples i la catedral per pura fórmula, el tahitià només hi anava quan realment en tenia ganes”. Estas consideraciones coinciden en parte con las de Sagarra, también preocupado por la sensualidad y hábitos de los polinesios, pero un punto más poético en la interpretación de los modus vivendi.
Tal y como recoge Lluís Permanyer en el volumen 'Sagarra, vist pels seus íntims', hay otras conexiones entre Sagarra y Bertrana. Después de que la novela del primero, 'All i salobre', fuera atacada únicamente desde el punto de vista de la decencia, Sagarra recuerda que Bertrana se la llevó a Oceanía, "a pesar de ser yo gerundense, la novela me entusiasmó" . Atento a todo lo relacionado con el sexo, Sagarra remarcaba que las chicas y las prostitutas tahitianas eran víctimas de los navegantes: "aprofitant-se del temperament desinteressat d’aquestes xicotes, hi ha hagut homes abusius que han trobat veritables gangues".
Hoy, la lectura polinésica de Bertrana y Sagarra se puede interpretar desde el punto de vista literario y filológico, pero en muchos aspectos aún es vigente. No difiere, a pesar de casi un siglo, de las descripciones de otros escritores estimables como Xavier Moret, que ha atravesado esta ruta azul, deteniéndose en Bora Bora: "Una illa preciosa, amb muntanyes entapissades de verd i una llacuna color turquesa protegida per la barrera de corall. És cert que està colonitzada per nombrosos hotels que l’exploten com a lloc ideal per a la lluna de mel, però quan aconsegueixes aïllar-te de la propaganda ensucrada, retrobes la seva gran bellesa". Los invito a una lectura comparativa, con estos libros como único equipaje.