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Amir Reza Koohestani: “Hemos olvidado las lecciones de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial”

Lun 20/06/2022 | 16:30 H

Por Andreu Gomila

Aunque hace casi dos décadas que el dramaturgo y director iraní Amir Reza Koohestani viaja por media Europa, todavía no hemos tenido la oportunidad de verlo en nuestra casa. Ha estado en todas partes, de Hamburgo a Santiago de Chile, y es, sin duda, la punta de lanza del nuevo teatro iraní, una escena que, como certifica él mismo, se encuentra en plena ebullición. Koohestani ha estrenado obra suya y adaptaciones de clásicos y de teatro contemporáneo. Viene al Grec 2022 con una versión libre de la novela 'Tránsito', de Anna Seghers, que ha mezclado con lo que le pasó en el aeropuerto de Múnich hace cuatro años, cuando pudo vivir en su propia piel qué es ser deportado.

¿Qué pasó en Múnich en el 2018?
Es muy complicado. Aunque lo intente explicar en la obra, cuanto más lo explico, más me doy cuenta de lo absurdo que es. Para simplificarlo: los no europeos necesitan un visado para entrar en Europa. Y hay dos tipos de visados. Un visado turístico, que se llama visado Schengen. Y otro visado, que es un permiso de trabajo. Como no europeo, no puedes estar en el continente ni un día más de la mitad de la duración del visado. Si tienes un visado de un año, no puedes estar un año en Europa, sino seis meses. Es una fórmula extraña. Para hacerlo más absurdo, yo tengo dos visados: uno que me permite visitar Europa y otro que me permite trabajar aquí. Y obviamente no son de larga duración. Cada dos, tres, seis meses, un año, tengo que renovarlos.
    En el 2018, tenía un visado Schengen de larga duración que no me permitía trabajar en Europa. Así que, para trabajar en Alemania, tenía que solicitar un permiso de trabajo. Cuando fui a la embajada alemana en Teherán, no sabían si tenía el visado correcto o si podía trabajar con mi visado Schengen. Y me dijeron que no me hacía falta. Durante este tiempo, tuve que viajar dos veces a Europa. El teatro escribió a la embajada para decirles que necesitaba un permiso de trabajo. Entonces, me escribieron de la embajada para comunicarme que el visado estaba a punto. Y que podía ir a recogerlo.
    Tenía que estar en Múnich de finales de octubre a principios de diciembre. Fue todo bien. Hice una adaptación de 'Macbeth' en la Kammerspiele... Algunos amigos me dijeron que todo lo que me pasó después era por culpa de la maldición de Macbeth.
    A finales de diciembre del 2018, tenía un vuelo hasta Santiago de Chile desde Teherán. Era dar media vuelta al mundo, un total de 32 horas de viaje. Teníamos un espectáculo en el festival Santiago a Mil y todos mis actores y técnicos fueron por Dubái. Dubái-São Paulo-Santiago. Y entonces decidí que era demasiado complicado, que no podía hacerlo. Una de mis actrices estaba en Múnich, trabajando en la Kammerspiele, y pensé que sería una buena idea viajar a Múnich, pasar una noche y, al día siguiente, coger un vuelo a Santiago.
    Cuando llegué a Múnich, en la frontera, un policía me cogió el pasaporte, que no tiene muy buena pinta, ya que está todo lleno de visados. Le pidió a un compañero que viniera y empezaron a calcular todos los días que había estado en Europa los últimos seis meses. Era muy complicado. Tenían que estudiar mi pasaporte y necesitaban tiempo. Me hicieron esperar en una especie de comisaría de policía, en el aeropuerto. Hasta que aparecieron y me dijeron que habían calculado que, en los últimos seis meses, había estado unos 102 días en Europa, lo que no está permitido. Solo me podía quedar en Europa 90 días, a pesar de que mi visado era de seis meses. Les dije que había solicitado un permiso de trabajo, pero me respondieron que los días que había estado con el visado de trabajo no se contaban con los que había estado con el visado Schengen, que todos se computaban con el visado Schengen. Tenían que descubrir qué días había utilizado uno y cuáles el otro.

"Disfruté del 'privilegio' de estar con otros deportados. No me quiero comparar. Porque su situación es muy diferente. No tienen nada que les pertenezca. Nada. Y casi no hablan. Para los deportados, se trata de la última estación. No estaba en la prisión, ni siquiera en un centro de detención. No había cometido ningún crimen"

    Más tarde, cuando hablé con los abogados, me dijeron que ningún otro policía me habría examinado el pasaporte con tanto celo; que si tienes un visado Schengen, no tienes ningún problema. Que no se lo miran mucho. Me tocó el especial... Yo había conseguido un visado de trabajo para trabajar en Múnich dos meses seguidos, pero eso no importaba.
    Disfruté del “privilegio” de estar con otros deportados. No me quiero comparar. Porque su situación es muy diferente. No tienen nada que les pertenezca. Nada. Y casi no hablan. Para los deportados, se trata de la última estación. No estaba en la prisión, ni siquiera en un centro de detención. No había cometido ningún crimen. Estaba en un lugar que llaman zona de espera, lo que es muy irónico. No es la sala de espera del médico. Se supone que no te tiene que pasar nada. Pero es como un castigo, dejarte en esa incertidumbre que tienes que pasar.
    Delante del último muro, me preguntaba: “¿Qué tengo que hacer?, ¿qué puedo hacer?”. “Espera y lo sabrás”, me decía. Veía la tele, no podía hacer nada más. Estaba en contacto con el festival, con mi agente, pero no podían hacer nada. Era el 28 de diciembre. Pasaron muchas cosas, hasta que me comunicaron que me tenían que deportar. No me lo dijeron así. Me dijeron que tenía que volver a Irán. No podía cruzar la frontera. ¿Qué quería decir eso? Que tenía que comprar otro billete y volver a Irán.
    Un par de horas después, volvieron y me dijeron: “Te deportaremos”. Pero solo pueden hacerlo si estás en Europa, y yo, técnicamente, no lo estaba. Me dijeron que lo considerarían una deportación. Me cogieron el pasaporte y me dijeron que también tendría que pagar una multa por el número de días de más que había estado en Europa. Y, por supuesto, no llevaba bastante efectivo encima para pagarla. “Ningún problema”, me dijeron, “puedes ir a un cajero automático”. Era muy absurdo. Me decían: “No puedes atravesar la frontera, pero para pagar una multa, puedes ir a Múnich, a un cajero, y sacar efectivo. Y volver”. “¿No es extraño eso?”, les dije. Y me respondieron que no, que me acompañarían dos agentes. Así que me podéis imaginar con las maletas y dos agentes con metralleta acompañándome a atravesar la frontera, entrar en el aeropuerto, en Múnich, ir al cajero, sacar el dinero y dárselo. Me dieron un recibo. Y volví a la comisaría.
    Me preguntaron cuánto dinero tenía en la cuenta. Les dije que no era su problema. Y me dijeron que sí, que la cantidad de la multa se basaba en tus ingresos. Si eres pobre, tienes que pagar menos.
    Todo fue muy absurdo. Estuve en la zona de espera con otros deportados y vi otros casos, incluso las reacciones de la gente que está a punto de ser deportada.

"Hay un malentendido absoluto en los gobiernos europeos. También en los medios. Un malentendido sobre el concepto de la inmigración. No quieren entenderlo"

¿Estabas leyendo la novela de Anna Seghers?
Meses más tarde de todo eso, el Thalia de Hamburgo me propuso adaptar Tránsito, que es una obra que recuerda mucho al incidente que sufrí. Cuando la leí, me di cuenta de que había pasado por una situación parecida a la que Anna Seghers describe con los inmigrantes de 1943, en Marsella. Tuve la idea de escribir un texto nuevo, que me incluyera en la zona de espera de Múnich leyendo la novela de Seghers. Y empecé a conocer a sus personajes.
    Para Hamburgo, hice una adaptación fiel de la novela, sin estar involucrado. Más tarde, hice otra adaptación para La Comédie de Ginebra, que es la que se verá en Barcelona. Es una adaptación más libre, con dos historias paralelas, la mía en Múnich y la de Seghers.

¿Cómo ves ahora el drama de la inmigración en Europa?
No hay sentido de la responsabilidad. Hay un malentendido absoluto en los gobiernos europeos. También en los medios. Un malentendido sobre el concepto de la inmigración. No quieren entenderlo. Antes que nada, deben entender que nadie quiere marcharse de su casa. Es el proceso más doloroso que hay. No lo harían si tuvieran otras opciones. No son gente perezosa que no quiere trabajar, que piensa que será más divertido vivir en Europa y pone todo lo que tiene en una mochila. Cuando toda una familia, con niños pequeños, sube a una barca que tiembla, repleta de gente, y va hacia el océano, quiere decir que no tiene nada que perder. Eso es lo más importante que Europa debería entender. En segundo lugar, la mayoría de las veces, la razón principal por la que toda esta gente va a Europa es por culpa de los gobiernos europeos. No puedes ir a Afganistán o a Irak o a Siria y hacer una guerra, y después decir ¡mierda!, ¿por qué quieren venir, porque huyen de la guerra? Es muy simple. Pero cada vez que miro la tele y veo a los políticos hablando, me doy cuenta de que no lo pillan...
    Cuando lees a Anna Seghers, ves que países como México aceptaron a 80.000 judíos alemanes, durante la Segunda Guerra Mundial. En aquella época, alguien sabía qué era la responsabilidad. La Segunda Guerra Mundial no tenía nada que ver con México. Pero actuaron así por responsabilidad. La inmigración es un tema muy sensible. Y siempre es lo mismo. Todavía no hemos aprendido todo lo que teníamos que aprender de la catástrofe de la Segunda Guerra Mundial. Hemos olvidado las lecciones.

"Cuando ves al público en los teatros, en mis producciones y en la de mis colegas, y ves a tantos jóvenes que se pelean por conseguir una entrada, un sitio, porque a menudo se tienen que sentar en el suelo, alucinas"

¿Cómo es de importante Europa para ti?
Para hacer teatro, necesitas un patrocinador, alguien que te pague para que lo hagas. En Irán, eso no existe. El teatro iraní se mantiene solo por la taquilla. En Alemania, la taquilla únicamente representa el 10 % del coste de la producción. El 90 % viene de la Administración. En Irán es cero. Pero también puede ser muy barato de hacer: con un solo actor, sin escenografía ni nada. Yo llevo veinte años trabajando en ambos sitios. Personalmente, poder seguir trabajando en Irán, hacer giras y disponer de coproducciones con teatros europeos me ha permitido seguir trabajando. No solo a mí, sino también a mi equipo. En 'En trànsit' aparecen dos actores iraníes, y siempre intento que haya alguno en las producciones que hago en Europa.

¿Está en ebullición la escena iraní?
Del todo. Cuando tienes pocas posibilidades para pasártelo bien, cuando tienes pocas opciones para salir por la noche y el teatro es una... La ventaja que tenemos es que disponemos de un público muy joven. Cuando ves al público en los teatros, en mis producciones y en la de mis colegas, y ves a tantos jóvenes que se pelean por conseguir una entrada, un sitio, porque a menudo se tienen que sentar en el suelo, alucinas. Esta es una de las motivaciones principales que tengo para seguir trabajando en Irán. Con tu teatro, ves que tienes la oportunidad de cambiar un poco a la sociedad. En una sociedad que está un poco desesperada por que se produzcan cambios.

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