Ciudad de arena
Un gran temporal devuelve a la arena de la playa latas y plásticos de los últimos cuarenta años. Estos materiales llegaron al mar de muchas maneras, quizás a través del sistema de alcantarillado, ahora materialmente más sofisticado que hace centenares o miles de años. Los restos de un pozo medieval, ahora en un saco de construcción y dentro de los almacenes de un museo, guardan distintos vestigios, todavía por identificar, que nos permiten conocer los hábitos cotidianos de personas que estuvieron aquí mucho antes que nosotros. En las proximidades de la Estación de Francia, tras llevar a cabo una serie de excavaciones bajo el nivel del mar con el fin de construir nuevas viviendas, se encontraron fragmentos de una embarcación medieval que, recientemente, han sido museizados. Bajo la Ronda de Dalt, cerca del Hospital Vall d’Hebron, en un cruce de calles, se acumulan en un rincón grandes piezas de hormigón que, en otro momento, constituían parte de la estructura del Campo Olímpico de Tiro con Arco proyectado para las Olimpiadas por Enric Miralles y Carme Pinós. En el centro de Barcelona, concretamente en la calle Paradís, una rueda de molino incrustada en el suelo marca el punto más alto —poco más de 16 metros de altura sobre el mar— de la que fue la ciudad romana, el monte Táber. David Bestué, para quien todas estas referencias están muy presentes a la hora de conceptualizar esta exposición, piensa en esa rueda como un elemento que todo lo engulle, que tritura la ciudad, que la convierte en arena.
En Ciudad de arena, David Bestué propone una mirada desplazada hacia la ciudad de Barcelona. Entendiendo la ciudad como material y como símbolo, el artista contrapone la idea proyectada y soñada de ciudad —proyectos urbanísticos ambiciosos en forma de maqueta o la concepción de la ciudad desde una perspectiva de progreso y avances técnicos— con un imaginario a contrapelo y popular —en forma de imágenes distribuidas en prensa, revueltas o gritos a la contra plasmados en periódicos que se convierten en iconos, huellas compartidas en el subconsciente colectivo de todos aquellos que habitamos la ciudad. De algún modo, Bestué construye una historia a contrapelo, de lo que se encuentra en los bordes, mediante las migajas, los restos, los desechos.
Más que construir un nuevo imaginario, Ciudad de arena establece un marco en el que jugar con los tiempos revueltos, removidos —pasados no vividos, pasados recientes, presentes y futuros por venir— con tal de encontrar aquellas semillas con las que poder cosechar imaginarios de la ciudad —y de la escultura— como un lugar de posibilidad y potencia. A pesar de que, en muchos casos, trabaja desde la materia descompuesta, desde el objeto pulverizado y llevado al grado cero, la propuesta escultórica es de composición, propositiva. En una analogía con la poesía, constantemente referenciada y que acompaña en distintos niveles la trayectoria de Bestué, su concepción del tiempo —la convocatoria de tiempos históricos— mediante la escultura puede vincularse con la de Juan Ramón Jiménez con la escritura: «[…] una escritura de tiempo, fusión memorial de ideología y anécdota, sin orden cronológico; como una tira sin fin desliada hacia atrás de mi vida». La exposición reúne obras de nueva y reciente producción que integran, en su constitución, elementos materiales vinculados a la ciudad que, de algún modo, capturan su vida más afectiva y poética, así como obras de autoría diversa que han sido cedidas por distintas instituciones y que, de una manera u otra, son portadoras de la imagen colectiva de Barcelona.
En la planta baja, a nivel de suelo, se despliegan elementos de pasados no vividos por el artista. Bestué convoca, sin jerarquía ni orden, una serie de objetos y materiales que, en su conjunto, conforman una suerte de museo (roto) de curiosidades en el que distintos tiempos históricos e indefinidos se mezclan. No se trata de formas específicas del pasado sino, más bien, del pasado en bruto. Dos triángulos —referencia a las cuñas de granito de Ulrich Rückriem instaladas en Pla de Palau— de papel de periódico triturado, de residuos de la ciudad, nos dan la bienvenida; el pliegue con la última muestra tomada de la Stachys maritima, planta que nace y habita en las dunas marítimas y que, actualmente, se encuentra extinguida en Barcelona; o una bobina con una cuerda producida con palmera triturada y que remite al origen textil de la fábrica donde se ubica la exposición, conviven, junto a otros elementos, bajo una iluminación proporcionada por una recreación del sistema de iluminación de la Font Màgica de Montjuïc y un aplique MBM-2.
Las imágenes, poco vistas anteriormente en exposiciones de Bestué, a pesar de estar continuamente presentes en sus procesos de trabajo, así como en sus publicaciones, toman un gran protagonismo en la primera planta. Nos situamos en un marco temporal que abarca, aproximadamente, desde 1979 hasta 2011, desde el primer ayuntamiento democrático de la ciudad hasta el fin de un ciclo y el inicio de un nuevo paradigma político con el movimiento del 15M. Bestué ha llevado a cabo un barrido de todos los números de La Vanguardia de ese periodo. Este ejercicio —contrariamente a lo inerte del material escultórico— es una manera de trabajar con el tiempo, con los hechos, y traerlos al presente. Las cuatro proyecciones —destrucciones, maquetas, contra y cuerdas, entendido este último como una manera de hilar temáticas que se mantienen constantes a lo largo de esta ingente lectura—, se contraponen al conjunto de maquetas, como representantes de la ciudad proyectada, ambiciosa, ideal. Miles de imágenes que reflejan una suerte de cambio de ánimo de la ciudad, a la vez que una pérdida o desfiguración de su imagen. El ritmo de las proyecciones se acompaña, además, de un hilo musical compuesto por Hidrogenesse, una melodía popular que nos señala algunos de estos eventos que forman parte del imaginario.
El presente y la potencia de futuro habitan la planta superior. Iluminada, por primera vez, con luz natural, esta sala acoge materia fresca, viva. Un muro cubierto parcialmente con pétalos de distintas flores de la ciudad se fusiona con el horizonte; peras de azúcar cuelgan por encima de nosotros; una espalda deseosa, hecha con desechos de la ciudad como papel de periódico, buganvilla o fragmento de piedra de una fachada; los pilares nos envuelven en erotismo y deseo porque, igual que pasa con la poesía de Olvido García Valdés, la investigación escultórica de Bestué en Ciudad de arena es, al mismo tiempo, retener (registrar, señalar lo injusto en un momento en el que vivimos en un presente continuo) y verter (proyectar deseo, placer y, por qué no, una suerte de conciliación u optimismo por lo que sea que está por venir).
Para Bestué, la semilla es un elemento que revoluciona el entorno, que transforma la realidad y que posibilita un futuro, igual que hallar el catalizador para que la resina cristalice, un detonante.
Comisariado por Marta Sesé.
Con el apoyo de: La Vanguardia, Hangar, Urbidermis y TMB.
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David Bestué (Barcelona, 1980) es un artista interesado en las relaciones entre el arte y la arquitectura. Ha realizado trabajos sobre Enric Miralles, Viaplana i Piñón, El Escorial y la historia reciente de la arquitectura y la ingeniería en España. Otro de sus focos de interés es la relación entre la escultura y el lenguaje, visible en algunas de sus exposiciones, como ROSI AMOR, en el Museo Reina Sofía (Madrid, 2017); Pastoral, en La Panera (Lleida, 2021); o Aflorar, en el Museo Jorge Oteiza (Pamplona, 2022). También ha comisariado varias exposiciones, como El sentit de l’escultura en la Fundació Joan Miró (Barcelona, 2021).
Marta Sesé Fuentes es graduada en Historia del Arte por la Universitat de Barcelona y máster en Historia del Arte Contemporáneo y Cultura Visual por la Universidad Autónoma de Madrid, la Universidad Complutense de Madrid y el Museo Reina Sofía. Trabaja e investiga desde la práctica del comisariado, la edición y la crítica de arte.